Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 4
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 46
Diciembre de 2002

 

CUESTIÓN DE FE

Desde Chile, Gonzalo León.

Los seminarios no pueden seguir dominados por los gays.
Richard McBrien

"En Roma"

Hace un tiempo, los obispos norteamericanos propusieron a El Vaticano la expulsión de la Iglesia para todos aquellos sacerdotes que se vean involucrados en actos de pedofilia. Sin embargo, el Papa reaccionó y manifestó su desacuerdo con la determinación, pues en la práctica se desconocía la competencia de El Vaticano para juzgar dichos casos, entregándolos sin más a la justicia civil.

            Esta reacción no me extrañó. Recuerdo a un ex rector de mi colegio, actual obispo, encerrarnos en nuestra sala, pedir que cerráramos la puerta y los postigos de las ventanas, y hablarnos en la oscuridad de aquella nostálgica sala del Cuarto Medio Matemático.

            -Quiero que esto quede entre estos muros -solicitó el cura con aspereza.

            Todos extrañados y sin habla, con apenas una asmática respiración suspendida en el ambiente, y ansiosos por saber qué mierda nos aguardaba.

El cura comenzó a hablar de la homosexualidad. Recuerdo que en esa época sólo dos de los veintitantos compañeros de curso eran tildados de gays, y con el tiempo sólo uno concretaría esta opción sexual. Hijo de marinos, educado en un colegio católico para hombres, no soportó el estímulo de pasar doce años entre clases de Educación Física, penes y músculos. Hoy es un mediocre pintor, pero una buena persona y... gay, lo que le permite vivir con cierta comodidad en un cómodo departamento de Vitacura.

            El cura sentenció en la oscuridad: "Si alguno de ustedes ha tenido una experiencia sexual con otro hombre, les quiero decir que eso,... bueno,... no los convierte en homosexuales..." Yo estaba por estallar de la risa. Me contuve, aunque de todas maneras le asesté un golpecito en la espalda al compañero que posteriormente se convertiría en gay. "Por ejemplo -prosiguió el rector-, cuando tenía cinco años, yo fui violado sobre las líneas de un ferrocarril, y eso no me convirtió en homosexual. Al contrario, esta experiencia,... esta mala experiencia la sublimé y me convertí en un siervo del Señor."

No pude aguantarme, y comencé a reír en voz baja. Pero en medio de aquel silencio, cualquier ruido -por pequeño que fuese- sería tomado como un grito, como un escándalo.

            -¿Se puede saber a quién le hace gracia mi confesión?

            Debido a la oscuridad y sólo a ella, me salvé de la mayor reprimenda colegial. Respiré hondo y me calmé, pensando para mis adentros esto hay que contarlo. "Ahora bien -dijo el sacerdote-, ¿hay alguien que haya tenido alguna experiencia homosexual?" Silencio. Ni siquiera el compañero que tenía delante estaba dispuesto a pasar por semejante ridículo.

            -¿No? -resolló el cura con cierta decepción, y enseguida agregó-: Bien, en todo caso, quien desee confesarse o conversar sobre esto, mi oficina está abierta para ustedes.

            Yaaaa, exclamó mi mente. Y luego, por muchos años, relaté este incidente a cualquiera que me hablara de la bondad de los curas. De hecho, a la semana lo comenté con mis propios compañeros, quienes más discretamente que yo actuaron como si no supieran de qué mierda yo estaba hablando.

            Este sacerdote -con los años- asumiría un alto cargo dentro de las Fuerzas Armadas, para continuar como obispo auxiliar y finalmente como obispo. Por eso que, cuando apareció el caso del padre Tato, quien por años abusó de menores, llegando incluso a embarazar a dos niñas feligreses no me extrañó nada. Por eso que tampoco me conmovió la gran cantidad de casos de pedrastras que aparecieron en la Iglesia Católica de los Estados Unidos, durante el año 2002.

Quizá el problema, como dicen algunos, se encuentre en las mismas reglas de la Iglesia, en el voto de celibato, por ejemplo.

Recuerdo haber estado hace más de doce años en la casa de un joven amigo y escuchado de boca del mismísimo Superior de los Marianistas (un español) su oposición a tal voto. Al irse de aquella conspicua casa, la madre de mi amigo dijo:

            -José María es un cura choro. No cree en el celibato, pero además te coquetea y creo que ha tenido sus mujeres por aquí, por allá.

            Claro que distinto es cuando un cura se relaciona con mujeres. Ahí, el cura es choro, como dijo la madre de mi amigo; pero cuando se trata de niños o de niñas resulta deleznable. En este momento, recuerdo una pintura de Benito Rebolledo [1] que se encuentra en el subterráneo de la Biblioteca Nacional. Jesucristo aparece abrazando sospechosamente a una decena de niños casi desnudos. Muchos pueden pensar que son niños a la espera de ser bautizados; sin embargo, en esa época el bautismo era un sacramento para adultos.

            Mejor no pensar mal, aunque aquí se me viene a la mente lo que escribió El Tila a un amigo, luego de violar a cuatro mujeres: "El azar favorece a las mentes preparadas, pero es también el azar el que me tiene acá, en la cárcel..." La primera parte de la oración constituye una paráfrasis de Le Corbussier, lo que me impresionó gratamente en un hombre que de niño pudo perfectamente ser catalogado como el niño símbolo del Servicio Nacional de Menores (Sename). El Tila participó en cuanto concurso artístico y literario del Sename y con gran éxito. También deambuló -durante su infancia- por todas sus dependencias, hasta que un juez le dictaminó una pena de cárcel cuando tenía dieciséis años.

            Muchos argumentarán que comparar a El Tila con un cura es un despropósito. Sin embargo, El Tila violó a mayores de edad; con violencia y horror, pero a mujeres que sobrepasaban los dieciocho años. Jamás se involucró con niñas o niños. Nunca hizo lo que le hicieron a él cuando fue a dar a la cárcel por primera vez, pese a sus buenos antecedentes. Y aquí cito las palabras de Alfredo Gómez Morel, a modo ilustrativo: "Después de haber vivido como viví, no puedo calificarme en términos de bondad o maldad. No estoy arrepentido. Recibí más daño del que inferí, y hoy no siento rencor."

            En este sentido, los sacerdotes que se han visto involucrados en abusos deshonestos contra niños no tienen la excusa de haber recibido más daño del que infirieron. Porque los sacerdotes, en general, son amados y respetados por su comunidad, y además poseen un estatus -espiritualmente hablando- superior frente a sus feligreses.

Ningún católico que se precie pone en tela de juicio al cura de su parroquia, pues se entiende que el cura así como el Papa es el vicario de Jesucristo en su comunidad. La diferencia entonces entre un delincuente y un sacerdote pasa a ser solamente una cuestión de fe. Nada más. · 

[1] Una calle lleva su nombre en las cercanías del Estadio Monumental de Colo Colo.

 

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