Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 4
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 40
Junio de 2002

 
ANODINOS Y ADOCENADOS

Desde Chile, Gonzalo León.

Llevamos casi doce años de gobiernos democráticos y muchos de nuestros dirigentes piensan que esto es motivo de alegría o, al menos, de complacencia, especialmente cuando el bicentenario de nuestra Independencia se encuentra a la vuelta de la esquina. Lo cierto es que para el Plebiscito de 1988, yo -como muchos jóvenes de mi edad- luché y estuve en las calles por una democracia. Sin embargo, lentamente este concepto transformado de pronto en realidad, me defraudaron completamente.

Ya en 1989, cuando se llevó como candidato seguro al anodino Patricio Aylwin, todo ese interés por participar en la llamada vida política fue desapareciendo. O sea, mi lucha no fue anodina; ahí estaba yo, bajándome de un auto en marcha frente a un paradero de buses, en pleno día, y poner un inmenso NO en un muro, en Viña del Mar. Ese gesto, como el de muchos otros jóvenes, no era anodino, pero el candidato que tuvimos -y que creo no merecimos- sí lo era.

Me alejé de toda actividad política y me transformé en "anarquista", bonito término para definir desinterés. Desde mi butaca veía cómo aquellos personajes de mi ex partido -que nunca habían estado en la calle siquiera- se convertían de pronto en dirigentes del país; no en ministros ni subsecretarios, pero sí en secretarios regionales ministeriales o jefes de gabinete. Muy de vez en cuando, solía toparme con alguien que por casualidad también se encontraba fuera del partido, y comentábamos lo de perico o zutanito en el poder, mientras que nosotros estábamos marginados por un precario orgullo que nos obligaba a exigir lo que se nos había prometido: Pinochet a la cárcel, los militares involucrados en crímenes también, una economía más justa... En fin, ideales, algo que ni Aylwin con su justicia en la medida de lo posible ni Lagos con su crecimiento con equidad entendieron a cabalidad. Justicia en la medida de lo posible ya no es justicia y crecimiento con equidad es un término más confuso todavía.

            Con el tiempo, observo aquella dictadura o gobierno de los militares como un gobierno con ideales. Incorrectos, pero los de Pinochet eran ideales al fin y al cabo. Aquello era parte de la Guerra Fría que Estados Unidos y la Unión Soviética habían creado y practicado. Pinochet y su gobierno tenía ideales firmes. "Aquí no se mueve ninguna hoja sin que yo lo sepa", dijo el augusto dictador, como si la sentencia fuese parte de un credo. Estuvimos durante diecisiete años frente a un dictador omnisciente, algo así como un dios que practicaba una infame ley sobre los hombres, pero al menos constituía algo tan perverso que la lucha que había que sostener debía estar a la altura de esa perversidad. Debíamos ser dignos. Debíamos luchar con las mejores armas, con aquellos buenos conceptos acuñados por siglos de historia: igualdad, fraternidad, justicia, libertad...

Ahora entiendo aquella frase del escritor norteamericano Willard Motley, en la que afirma que la libertad en su sentido más amplio se encuentra en las cárceles y en los manicomios. El Chile de aquella época era una cárcel, pero a la vez vivíamos con un sentimiento o una utopía de libertad y eso era hermoso.

            Hoy, nuestros dirigentes vagamente creen en algo y sus creencias no tienen nada que ver con utopías. Hoy, desde el Presidente para abajo creen en índices, equilibrios macroeconómicos, transacciones, conveniencias. ¡Qué país más adocenado se ha convertido este Chile democrático!

Hoy, nadie tiene valor. Y no hablo del valor militar para enfrentar una blasfema guerra en Oriente Medio. Me refiero al valor de sostener principios, utopías, por muy que se nos diga que ya no existen. Soy agnóstico y, en cierta medida, admiro a aquellas personas que creen en un dios. Nietszche declaró la muerte de Dios, pero a esas personas, a esos creyentes, Nietszche no les importa y siguen con su fe. La otra vez entré a una librería, pedí un anillado, y mientras lo hacían, llegó un viejito, quien saludó con amabilidad a la señora que me estaba atendiendo.

-¿Se mejoró de su resfrío, señora Elena?

-Sí. Gracias al Señor. ¿Y usted, don Héctor?

-Bien. Gracias al Señor.

Hoy, muchos filósofos posmodernos nos han dicho que esta época estará marcada por el fin de las utopías y todos parecemos habernos comido la receta sin ni siquiera haber probado el plato.

            "El Chile de confrontación" que muchos dicen que fue el de principios de los 70, era una nación llena de utopías y bello. Todos tenían la película clara. Recuerdo La Batalla de Chile, de Patricio Guzmán, y a unos obreros hablar de la situación del país con tanta propiedad que daban ganas de llorar. Porque hoy esos mismos obreros lo único que podrían opinar sobre situación del país serían puras cuestiones adocenadas, como lo lejos que le quedan los centros comerciales o el último chisme de la farándula.

            Habría que recordar, aunque suene redundante, que Chile sigue siendo un país, y eso dentro de este mundo globalizado -o dominado por los países que más tienen1 - ya constituye una tremenda utopía que debemos cuidar para que no desaparezca dentro de la vorágine de la oferta y la demanda.


1 Me refiero al grupo de los siete, G-7, que conforman, entre otros, Estados Unidos, Japón, Canadá.

 

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