Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 4
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 37.
12 de Enero al
12 de Febrero de 2002.


RAÚL GÓMEZ JATTIN,
EL PRÍNCIPE DEL VALLE DEL SINÚ

Por: José Antonio de Ory
Nueva York, 11 de junio del 2001

   Cayó
y sin un solo gemido
se fue a galopar
a las praderas del cielo

Dicen que en la mañana del 22 de mayo de 1997 Raúl Gómez Jattin se tiró contra una buseta en Cartagena de Indias. Tras años de ser un poeta minoritario, de culto si acaso para unos pocos, la publicación en 1995 de la antología Poesía 1980-1989 había comenzado por fin a rescatarlo y darlo a conocer como un gran poeta. Su muerte repentina vino a incorporarlo definitivamente a un canon de la literatura colombiana del que de manera clamorosa había sido excluido hasta entonces.

Hay en Colombia una cierta idolatría por quien muere trágicamente, como si la muerte trágica no fuera, ¡ay!, algo demasiado frecuente. Así que Gómez Jattin, como Silva un siglo antes, pasó a ser de pronto respetado y hasta leído por gente a quien nunca le habría agradado conocerlo. Y lo que mientras vivía producía espanto, su afición a las drogas, su locura, su poesía transgresora, pasaron a ser vistos con comprensión y hasta cierta fascinación. Ahora su retrato cuelga en las paredes del bello patio de la Casa de Poesía Silva de Bogotá y la Casa de la cultura de Cereté, casi su pueblo, se llama "Raúl Gómez Jattin".

Raúl del Cristi Gómez Jattin nació en Cartagena el 31 de mayo de 1945, pero vivió su infancia en Cereté, en el valle del Río Sinú, uno de esos macondos de la Costa colombiana en los que la realidad supera a la ficción.

Soy un Dios en mi pueblo y mi valle

no porque me adoren  Sino porque yo lo hago

porque me inclino ante quien me regala

unas granadillas o una sonrisa de su heredad

O porque voy donde sus habitantes recios

a mendigar una moneda o una camisa y me la dan

Llegó a Bogotá en 1966 para estudiar Derecho en la Universidad Externado de Colombia. Eran años de movimientos estudiantiles, de teatro progresista y de atracción por la guerrilla. Mientras otros estudiantes amigos se iban al monte, Raúl vivía dedicado en cuerpo y alma a dar vida al grupo de teatro de la facultad, a montar obras de Eurípides, Aristófanes, Ibsen, Lorca y a viajar por el país con su grupo de actores. En sus ratos libres escribía poesía. No llegó a terminar la carrera, pero la Universidad le dio el título honorífico de Doctor en Derecho en reconocimiento a su trabajo por el teatro. De todos modos nunca ejerció como abogado.

Porque no soy no bueno de una manera conocida

Porque no defendí al capital siendo abogado

porque amo los pájaros y la lluvia y su intemperie

que me lava el alma

Los amigos de entonces y de luego lo recuerdan como un gigantón de casi dos metros, despeinado y a menudo descalzo, vehemente, que caminaba resoplando por sus apartamentos bogotanos como un león encerrado, amoroso y tierno, entrañable como un niño grande y capaz a la vez de inmensos estallidos de  cólera durante los que le daba por desnudarse, por arrojar por la ventana lo que se le ponía a mano, por quemar cosas, por gritar e insultar. Se acostumbraron a quererlo así, con esa locura intermitente que arrastraba desde niño y que habría de convertir su vida en un trasiego por cárceles y hospitales

Iba camino de ser uno de los grandes dramaturgos colombianos. Pero no aguantó el fracaso de uno de sus montajes en el Festival de Teatro de Manizales y en 1971 se devolvió finalmente a Cereté, a vivir de nuevo en la calle Cartagenita de su infancia. Montó todavía  una última pieza, Las muñecas que hace Juana no tienen ojos, basada en un cuento de otro costeño genial, Álvaro Cepeda Samudio, y abandonó finalmente el teatro para dedicarse a deambular, a tenderse en la hamaca y a escribir poesía.

Aunque seguiría volviendo de vez en cuando por Bogotá, su sitio estaba en la Costa, ese territorio fantástico cuyo imaginario propio y tan diferente al del interior revela la literatura del Tuerto López, Gabo, Cepeda Samudio, Rojas Herazo, Marvel Moreno, Germán Espinosa, Roberto Burgos... La poesía de Raúl, desbordante de negras, de  mameyes y mangos, de zamuros y babillas, de hamacas, de porro y vallenato, más que colombiana es costeña.

Uno de sus amigos, Juan Manuel Ponce, le publicó en 1980 su primer libro, Poemas. Una edición de 500 ejemplares que repartió entre los demás. Están ahí ya los temas recurrentes de su poesía, su tierra, su familia, los amigos, los amantes, las aventuras de iniciación sexual. Pero sobre todo el gran protagonista, el único en definitiva, de su obra, él mismo, Raúl Gómez Jattin.

Yo tengo para ti mi buen amigo

un corazón de mango del Sinú

oloroso

genuino

amable y tierno

(mi resto es una llaga

una tierra de nadie

una pedrada

un abrir y cerrar de ojos

en noche ajena

unas manos que asesinan fantasmas)

Y un consejo

no te encuentres conmigo

William Ospina, otro poeta colombiano, dice que "una de las obsesiones de Raúl Gómez Jattin es su propio retrato. Cada vez que lo emprende no puede dejar de poner en él, como paisaje de fondo, sus llanuras sinuanas, los frutos, los animales, el calor de su tierra".

De sí mismo y de su tierra están también repletos sus tres siguientes libros, los que componen el Tríptico ceretano (1988), la cumbre de su obra: Retratos (1980-1986), Amanecer en el valle del Sinú (1983-86) y Del Amor (1982-87). Sus poemas son de una sinceridad amarga y cruda que no huye, que se regocija incluso, en los temas más escabrosos: las drogas, el sexo transgresor, la locura. Alcanzan en ocasiones una belleza indescriptible,

Dibujo tu perfil del faro a las murallas

Luz de alucinación son tus ojos de hierro

El mar salta en las piedras y mi alma se equivoca

El sol se hunde en el agua y el agua es puro fuego

Eres casi de sueño. Eres casi de piedra con el vaivén del tiempo

En Retratos están la familia y los amigos. Son poemas de reivindicación y reproche, de amor y odio, de homenaje y ajuste de cuentas con la gente que le importa.

Es Raúl Gómez Jattin todos sus amigos

Y es Raúl Gómez ninguno cuando pasa

Cuando pasa son todos

Nadie soy yo  Nadie soy yo

Por qué querrá esa gente mi persona

si Raúl no es nadie  Pienso yo

Si es mi vida una reunión de ellos

que pasan por su centro y se llevan mi dolor

Será porque los amo

Porque está repartido en ellos mi corazón

Así vive en ellos Raúl Gómez

Llorando riendo y en veces sonriendo

siendo ellos y siendo a veces también yo

A otro de los amigos le hablaba en una carta de "un libro que da miedo. De verdad, da miedo. He sido malvado, profundamente malvado. Mis pobres compañeros de vida, los que me dieron la vida incluso, aparecen de gesto entero. Ay de ellos. Ay de sus intimidades más sagradas. Ay, pero un ay poderoso. Porque cuando canto pujo y cuando pujo lloro. Lloro y canto, pésele a quien le pesare: yo canto y hiero. Comenzando por el indefenso Raúl. Mi navaja de asesino -hachichino- corta filosa la carne ajena. Treinta y dos poemas de sangre vertida (...), lujuria, indiferencia, ambición, dinero torpe, amor, muerte, falsos poetas, traiciones, fracasos. Todo eso está en Retratos, del nunca bien nombrado R.G.J. Me van a odiar, amigo mío que tienes la dicha de conocerme: me van a odiar con razones. Qué bien me siento."

Amanecer en el Valle del Sinú es a la vez el más intimista y personal y el más amargo de los libros del Tríptico.

Ya para qué seguir siendo árbol
si el verano de dos años
me arrancó las hojas y las flores
Ya para qué seguir siendo árbol
si el viento no canta en mi follaje
si mis pájaros migraron a otros lugares
Ya para qué seguir siendo árbol
sin habitantes
a no ser esos ahorcados que penden
de mis ramas
como frutas podridas en otoño.

Los poemas de Del amor son los de un erotismo pansexual que ni se sabe transgresor ni quiere entender de límites o denominaciones. Están ahí sus amores con mujeres imponentes y con hombres viriles, sus escarceos de niño con  empleadas domésticas rebosantes de lujuria, las iniciaciones, compartidas con los amigos, con burros y gallinas.

Todo ese sexo limpio y puro como el amor

entre el mundo y sí mismo  Ese culear con

todo lo hermosamente penetrable  Ese metérselo

hasta a una mata de plátano  Lo hace a uno

Gran culeador del universo todo culeado

Recordando a Walt Whitman

Hasta que termina uno por dárselo a otro varón

Por amor Uno que lo tiene más chiquito que el palomo

Tras verterse en esos libros, parecería como si casi no le quedara qué contar de sí. En el siguiente, Hijos del tiempo (1989), los protagonistas son otros,  Micerino, Teseo, Medea, Homero, Penélope y Odiseo, Antinoo, Godofredo de Bouillon, Scherezada, Li-Po, El rey moro, Moctezuma, El cacique Zenú... Uno siente como si esos poemas sin Raúl no fueran suyos. Pero ahí está ese estremecedor poema final a su madre, Lola Jattin, que recupera la belleza y la fuerza de los mejores del Tríptico.

Más allá de la noche que titila en la infancia
Más allá incluso de mi primer recuerdo
Está Lola -mi madre- frente a un escaparate
empolvándose el rostro y arreglándose el pelo
Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte
y está enamorada de Joaquín Pablo -mi viejo-
No sabe que en su vientre me oculto para cuando necesite
su fuerte vida la fuerza de la mía
Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara
de su dolor inmenso como una puñalada
está Lola -la muerta- aún vibrante y viva
sentada en un balcón mirando los luceros
cuando la brisa de la ciénaga le desarregla
y el pelo y ella se lo vuelve a peinar
con algo de pereza y placer concertados
Más allá de este instante que pasó y que no vuelve
estoy oculto yo en el fluir de un tiempo
que me lleva muy lejos y que ahora presiento
Más allá de este verso que me mata en secreto
está la vejez -la muerte- el tiempo incansable
cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío
sean sólo un recuerdo solo: este verso

Huyendo, de nuevo, de un Cereté que ya no aguantaba sus desvaríos, acabó volviéndose en 1989 a Cartagena, a rondar sus calles y sus murallas. Esas calles y esas murallas que como nadie había descrito el "Tuerto" Luis Carlos López,  ese gran poeta cartagenero al que Raúl tantísimo admiraba. Suyos son los celebres versos que hoy son casi lema de la ciudad, "Fuiste heroica en los años coloniales,/ cuando tus hijos, águilas caudales,/ no eran una caterva de vencejos.//

Más hoy, plena de rancio desaliño,/ bien puedes inspirar ese cariño/ que uno les tiene a sus zapatos viejos..."

Y a rondar también los burdeles de la calle de la Media Luna, a los chaperos del Parque de la Marina y a los jíbaros que le vendían la marihuana y los alucinógenos que acabaron destruyéndolo.

Del hongo stropharia y su herida mortal

derivó mi alma una locura alucinada

de entregarle a mis palabras de siempre

todo el sentido decisivo de la plena vida

(...)

De la interminable edad adolescente

otorgada por la cannabis sativa diré

un elogio diferente Su mal es menos bello

pero hay imágenes en mi escritura

que volvieron gracias a su embrujo enfermizo

(...)

Voy de hospital en cárcel en conocidos inhóspitos

como ellos  Almas con cara de hipodérmica

y lecho de caridad  Entregándole mi compañía

a cambio de un hueso infame de alimento

Toda esa gran vida a los alucinógenos debo

Su vida en Cartagena es la de la persona en declive, la del desquilibrado, el diario de un poeta seriamente enfermo. Un  continuo entrar y salir de la cárcel de San Diego y del hospital psiquiátrico de San Pablo. Ahí escribió los poemas de su último libro, Esplendor de la mariposa, una breve colección de poemas agrios y mediocres publicada en 1995.

Si quieres saber de Raúl

que habita estas prisiones

lee estos duros versos

nacidos de la desolación

Poemas amargos

Poemas simples y soñados

crecidos como crece la hierba

entre el pavimento de las calles

De vez en cuando dictaba talleres de poesía en el Museo de Arte Moderno o en la Universidad, y cuentan que estremecía oírlo leer sus poemas. Pero los cartageneros se hartaron de verlo deambular alucinado, desnudo, mendicante, a menudo agresivo. Se convirtió en una parte irritante y molesta del paisaje de Cartagena.

Hasta que un día, cuando la cosa ya no daba para más, sus amigos cartageneros lo convencieron para que fuera a Cuba a hacerse una cura de desintoxicación. Estuvo unos meses internado en un hospital en La Habana, a principios del 95. Volvió renovado, con dientes nuevos y aspecto saludable; y, sobre todo, con unas ganas enormes de terminar de curarse, de dejar las drogas, de poder viajar y dedicarse a su poesía.

Durante esos meses, en La Habana y luego de vuelta en Cartagena, se metió de lleno a preparar la edición de la antología que iba a publicarle la editorial Norma. Repasó su obra, la corrigió, excluyó poemas demasiado comprometedores ("Ay de sus intimidades más sagradas") y eliminó versos. La salida del libro finalmente lo exaltó y lo llenó de júbilo. Estaba pendiente de cada reseña y de cada crítica, feliz por los comentarios y los halagos que recibía y por ver su poesía reconocida por fin

(Cuanto diera porque mis padres

gozaran de saberme querido

por lo que escribo

decía en uno de sus poemas inéditos). Hubo sólo una aislada reseña negativa con su obra y su persona, publicada en el suplemento dominical de un importante periódico bogotano, que su sensibilidad arrolladora de niño grande no supo asumir. De nada servía que tanta otra gente hablara con fascinación de la antología o que lo hubieran aclamado tras su lectura en el Festival Internacional de Poesía de Medellín: como cuando dejó Bogotá y el teatro por la mala acogida que había tenido uno de sus montajes, ese artículo lo obsesionó y lo hizo sentirse inseguro de su obra. Hay quienes se preguntan si ello no tuvo que ver con que volviera a recaer en su abismo de locura y drogas. El mismo terminó por pedir que lo admitieran de nuevo, en régimen abierto, en el hospital psiquiátrico con la esperanza de terminar de recuperarse.

Finalmente, el 22 de mayo del 97, apareció muerto en la calle con un fuerte golpe en la cabeza. La prensa publicó que se había suicidado tirándose contra una buseta y así ha quedado para la historia. Sus amigos sin embargo no lo creen. Aseguran que la noche antes estaba bien, "se encontró con un amigo en muy buenos términos y no había en él angustia, desesperación o depresión profunda para llevarlo al suicidio". Nadie, además, vio la buseta contra la que dicen que se tiró. Hay quienes no creen siquiera que fuera un accidente y piensan si no habría alguien que quiso librar a la ciudad de su presencia incómoda.

Su cadáver fue conducido a Cereté y recibido por un torrencial aguacero y por un pueblo, que lo quería como uno de los suyos, volcado en la calle.

Tras su muerte se han ido publicando en revistas y periódicos los poemas de un nuevo libro que estaba preparando, Los poetas, amor mío, y otros muchos que  iba dejando a amigos y conocidos. En algunos está el mejor Raúl, todavía gran poeta; otros, los peores, son de la misma línea amarga y resentida del Esplendor.

En las clínicas mentales lo peor son las monjas

mas violentas que agujas hipodérmicas

que la fiebre y la locura

la monja es una energúmena quieta.                

En las clínicas mentales cuando lloro

la monja casi ríe.

Podría decir que la monja

no es mala ni es buena

simplemente odia

todo lo que se mueve

todo lo que vive

todo lo que palpita

todo lo que no sea

su Dios muerto

Muchos se empeñaron en catalogarlo al morir como poeta maldito o poeta loco. Hay también entre los colombianos, quizá entre todo el mundo, un cierto culto insano al malditismo, sobre todo cuando el maldito, como Silva, Barba Jacob o Gonzalo Arango, no está ya para joderle a uno la vida y hablarle de lo que no quiere que se le hable. Darío Jaramillo se indigna: "Me enfurece que se venda la imagen pública de poeta loco. La realidad es mas dura. Si se quiere, un loco que antes de enloquecerse fue poeta: la locura no es un delirio creativo; la locura es triste. Aquel pobre individuo que incendiaba cuartos de hotel o se desnudaba donde no se usa o que agredía al amigo generoso, ese Raúl que deambuló por Bogotá y Cartagena cerrándose puertas no era el mismo individuo que compuso el Tríptico cereteano en intervalos de lucidez y de decencia con él mismo y su mundo. (...) Lo siento, reivindicadores de la irracionalidad, de la vida miserable de los creadores y de los poetas. Para escribir poesía, y Gómez Jattin las requirió cuando escribió sus mejores poemas, se necesita paciencia, disciplina, cierto orden, ciertas virtudes antipoéticas, y una especial capacidad de resonancia, un sentido del ritmo del lenguaje, una inimaginable habilidad para cometer torpezas y otra imaginable insistencia en corregirlas, cierta visión oblicua, pero coherente, del mundo. Asuntos que no pertenecen al mundo de la locura, que más bien pudieran ser una vía para escaparse de ella, la única que poseyó Raúl Gómez Jattin."

En 1983, cuando aún no era apenas conocido, el poeta nadaísta Jaime Jaramillo Escobar le escribió en una carta el que sigue siendo el mejor homenaje que se ha hecho a Raúl, "eres el viento, eres un potrillo, eres el río que arrasa, no  limitas con nada, no tienes cuñados en el cielo, no tienes participación en la bolsa de valores, eres un bruto, eres Atila, eres el mismísimo Adán, Dios en persona completamente loco deshojando los bosques y tirando las hojas al aire, eres el ciclón, la barriga pelada, el escándalo furioso, todo lo que yo no soy ni hay aquí poeta que lo sea, eres el fauno, el unicornio, el centauro, el volcán, eres el putas..."


Si quiere comunicarse con José Antonio de Ory, puede hacerlo a: jaory@att.net

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