Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 3
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 36.
12 de Diciembre al
12 de Enero de 2001.

 


Este cuento no puede ser considerado un cuento. Sin
embargo así está escrito, así suena.

Se trata de una historia heredada, unas hojas sueltas
que la componen y que en forma manuscrita narran lo
acontecido en ciertas familias.

Luego de leerlas uno puede apreciar y llegar a la
conclusión lo diminuto y enorme de la relación que
tiene con ciertas partes recientes de la historia de un
país, mas precisamente, la del nuestro.

Fue escrito y revisado por última vez, en
octubre de 1981, aunque hay acotaciones en los márgenes
realizadas con anterioridad, promediando julio. Es de
suponer que fueron hechas en momentos cercanos al
desenlace.

  EL CAMBIO

Desde Argentina, Daniel Noseda

Anatolia no solo marcaba el ritmo de la casa, sino

también su estado anímico y los posibles cambios que en

tal sentido se gestasen.

Uno debía aparentar optimismo aunque no lo sintiese,

desgano cuando se estaba en plena efervescencia, o

cruzarse de brazos apenas iniciado un trabajo, si es

que el de uno no congeniaba con su espíritu o

contrariaba sus mutaciones.

A veces aparecían estados intermedios que permanecían

por varios días, entonces allí, la soga no apretaba

tanto.

Desde una óptica exterior, tal situación nos

representaba como personas que hubiesen perdido el

equilibrio, o en el mejor de los casos, como una

variante de excéntricos que trasvestían emociones y

actitudes.

Pero no había nada de gracioso en ello.

Sufríamos en nuestra carne mordida y odiábamos ser

títeres de nuestra insufrible hermana. Tal como

acontece cuando se soporta una tiranía.

Pero en una tiranía, la tensión está distribuida en una

nación entera, mientras que nosotros éramos un número

reducido, en una relación directa bajo el dominio de

nuestra ama.

Nuestro padre, en su reserva congénita, con su voz de

sombra, narraba que la tiranía había comenzado en el

mismo instante del nacimiento de Anatolia. Cuando desde

el primer momento a la luz del mundo, asoló el

dormitorio con sus estridentes llantos, que en realidad

fueron voces de mando.

Con el transcurso del tiempo, los métodos fueron

alternando distintas formas, algunos mas odiosos que

otros, pero eso sí, de una eficacia infalible.

Como autor de sus días y por haberla llevado en sus

genes, mi padre cayó en la nostalgia de los días

pacíficos, de los días sin tiranía, de un hogar donde

los días eran apacibles y llanos.

Días alimentados por el celo materno que sabía

transmitir la bonhomía de la dicha. La muerte

interrumpió con un corte helado la felicidad,

llevándose a nuestra madre.

El pequeño monstruo emergió dueño de un poder ya

irrestricto.

El viejo se refugió en su club de bochas, se atrincheró

tras de mostradores con vasos de ginebra y fernet en su

frente, sillas de madera quemadas por cigarrillos,

mesas aturdidas por gritos de trucos y envidos, lo

acunaron por espacio de treinta años.

Para el hogar fue un huésped donde alimentarse, dormir

o usar el baño para las necesidades sanitarias. Las

sobras del tiempo que fue compartido entre amigos lejos

del hogar.

Mientras, buscábamos escapatorias para atenuar la

crudeza del cautiverio, procurando distraernos en

nuestras tareas, sonriendo al coincidir en las miradas,

contándonos breves historias, estimulándonos con ayudas

mutuas.

Todo era válido para mantener la secreta esperanza de

que algún golpe de la fortuna nos liberara.

El taller de costura compartido y atendido a puertas

cerradas, era el único refugio donde la cadena de

solidaridad no era cortada. Mis hermanas menores eran

verdaderas maestras en el arte de la confección.

Nos permitía solventarnos sin mayores dificultades.

Era la barca apropiada para el mar de tormentas.

 

El sexto personaje de la historia, era Genaro, el

esposo de Anatolia,.

Apareció un día por casa como un perro abandonado. Algo

que a su ama le vino al dedo. Siervo consciente, se la

pasaba ordenando su celda de matrimonio, movedizo

transitaba realizando mandados, barría y pasaba el

trapo en la galería. Su mayor pasatiempo era lustrar

con un paño las hojas de las yucas a las que mi

hermana era tan afecta.

Mis hermanas eran la que llevaban la peor parte, las

que les costaba más disimular sus mal masticadas penas.

Con un aire de precoces viudas veían con impotencia

como sus pretendientes eran corridos uno a uno por los

gestos de Anatolia.

Por mi parte resolví adoptar un aire de soltería y

tener mis aventuras en secreto, alejado siempre del

teatro hogareño.

Compartí la suerte familiar, no abandoné a las

víctimas, mi conciencia lo impedía. Mis historias

clandestinas, que todos conocían menos Anatolia, me

hicieron una cierta fama de héroe, que despertaba

admiración y complicidad entre mis hermanas.

Asumir mi papel de rehén en esa atalaya de infortunios,

fue una especie de homenaje hacia Ruth y Natalia, las

víctimas más caras de la angustia.

En el paisaje oscurecido de los días, el sol lograba

filtrar algunos halos de esperanza. Un mensaje de

nuestra madre descendió desde algún punto abstracto y

se alojó en mi cerebro.

Natalia era la que adivinaba mis pensamientos, un

vínculo especial nos unía, bastaba una mirada y algunas

veces ni eso. Ella fua la primera en captar la nueva.

 

El viejo seguía en su oficio de fantasma. Llegaba a

deshora, se servía solo en la cocina sin reclamar

atenciones, masticaba distraídamente sus bocados ,

absorto en algún punto del plato se valía de gestos y

ademanes que hacían recordar a Anatolia, con la

diferencia que los de aquella revelaban soberbia y no

suaves y amables.

Con él en casa, la tiranía adelgazaba un poco, pero en

su ausencia la fiera crecía y parecía inundar los

cuartos.

Un soplo helado circulaba entre nosotros y obligaba a

abrigarse aun en pleno verano.

 

Anatolia a contrapunto, rebosaba de fuerza y bravura,

era el anti-todos, poseía la vigencia de los que a

cualquier costo exigen y son consentidos, derrochaba

una vitalidad sin límites, como la de la abeja reina

frente a su séquito.

El contraste entre nos se destacaba y era objeto de

comentarios. Se decía sobre ello, las cosas mas

dispares, como ante un fuerte y regio hubiera un

disminuido y sin medios.

 

Una mañana helada de julio, me encontraba ausente por

razones de trabajo.

En nuestra cárcel estalló una feroz pelea cuyos

protagonistas fueron Ruth y quien nó, Anatolia.

En el enfrentamiento las palabras adoptaron el camino

de las rebeliones.

De lo dicho se pasó a los hechos, no faltaron

puñetazos, patadas feroces coronado por un griterío

intenso que conmocionó hasta los cimientos.

Genaro se hizo presente intentando separar a las

partes, recibiendo insultos y agresiones de parte de su

ama.

Anatolia se había enterado que Ruth había abortado en

secreto ante el temor a su reacción. Del padre no se

supo nunca nada.

Resultado del episodio, Ruth debió permanecer varios

días en cama sujeta a vigilancia por su amenaza de

escape al primer descuido. Se fue calmando al compás

del relato del plan detallado que le murmuraba en sus

oídos . Una confianza subterránea le iluminó el rostro

aún joven plagado de huellas violáceas de los golpes

recibidos.

Una vez confiado el mismo a Natalia, permitió un nuevo

renacer de nuestra hermandad. El plan tenía el color de

la esperanza, el color de la libertad, el color de un

horizonte mas allá de las murallas. De esos tapiales

inverosímiles en su altura, construidos con ladrillos

cosidos y revoque a la cal.

Inmediatamente comenzamos los preparativos. Una alegría

interna nos impulsaba, el motor estaba en marcha, la

venganza venía a nuestro encuentro.

Las antiguas máscaras de la tragedia iban

desintegrándose.

 

El día esperado, comenzó frío y desapacible, aunque

ardientes nuestras almas. Los tres complotados

esperamos que el siervo y su ama se alejaran rumbo al

banco. Todos los meses aportábamos a una cuenta

personal conjunta a su nombre según su exigencia, con

el pretexto de administrar las finanzas porque no había

otro más capaz entre nosotros que ella.

En realidad utilizaba los fondos en usura y los

intereses iban engrosando la cuenta alimentada con

nuestros ingresos en el transcurso de casi treinta

años. Nunca teníamos detalles de la misma, solo

sabíamos de su ir y venir entre el banco y financieras,

donde los coeficientes y sumas quedaban registrados

solo en su afiebrado cerebro.

El día anterior, haciendo y librando un poder falso, yo

había retirado los fondos y en secreto.

Treinta minutos después de la partida, nuestro padre,

ignorante de la maniobra, marchó hacia su acostumbrado

club de bochas.

Con los pasajes sacados y las valijas listas, intenté

llamar a un taxi.

Una nueva vida nos esperaba, el horizonte asomaba a la

libertad.

Mi mano quiso tomar el teléfono para realizar el

llamado, pero el mismo sonó como un estruendo.

Lejos de todo lo programado, atendí titubeando.

Del otro lado, la voz temblorosa de Genaro, me dio la

increíble noticia que dio por tierra nuestros planes.

Los derrumbó como el agua en la playa desgrana los

castillos de arena.

Anatolia había sufrido un ataque.

Murió al anochecer de ese mismo día. El infarto estalló

al enterarse de la quiebra del banco en la suposición

que sus ahorros se habían ido por el resumidero.

Sobrevivió lo suficiente para ser asistida en cama,

estar rodeada de los suyos, sus esclavos, balbucear una

confesión y recibir los sacramentos.

Por mas que intentamos, no pudo comprender que los

fondos los teníamos en nuestro poder, fue inútil, una

sordera divina le hacía clavar su mirada en un punto

intermedio entre la pared de la sala de terapia

intensiva y su crucifijo.

No fue su fin heroico, como pudo alguna vez soñar en su

cabeza loca.

Sin embargo recibió en esos últimos momentos cariño,

simpatía, compasión, indulgencia cristiana.

En sus antítesis, la despedida fue emocionante, se fue

calma y sin quejas.

Con ella se fue un tirano más de la tierra. Nada se

dijo de ello en los diarios.

Genaro, como un perro que ha perdido su ama, se marchó

en silencio a los pocos días. Donó el juego de

dormitorio, las pertenencias y la ropa de su mujer a un

hogar de ancianos. Los recibieron con agrado, nadie

nunca les informó que espécimen humano había sido su

propietario.

El odio, el terror y la angustia a dos manos se fueron

diluyendo entre las escasas lluvias del invierno.

En la nueva etapa de nuestras vidas, la realización de

ciertos exorcismos íntimos nos fueron liberando de los

fantasmas que durante décadas rondaron nuestra casa.

Los antiguos pretendientes de mis hermanas volvieron,

canos, viudos o separados, per con esperanzas nuevas de

vida.

Mi padre solo derramó algunas lágrimas en el velorio y

volvió al refugio de su club para continuar desgranado

el tiempo entre sus amistades.

Luego de meditarlo sin presiones, decidí continuar mi

soltería y mis aventuras, las que de ningún modo

comprometían mi libertad.

Mis hermanas por su parte, mantuvieron romances felices

pero sin casarse.

Por último, una mañana, advertí que Ruth y Natalia

habían renovado las plantas. Las yucas preferidas de

Anatolia, fueron eliminadas con una precisión de

cirujano cardiováscular.

Un concierto de margaritas, malvones y otras especies

sencillas aparecieron en todos los rincones.

Considerando aquel acto como un estilo asumido bajo las

nuevas instancias, el escenario donde se desarrolló el

drama que asoló a seres normales y amables presentaba

algunas veces, la comezón de cicatrices que nunca se

borrarían.

Quizás fue el odio común hacia una parte de nuestra

sangre, lo que nos unió hasta el final de nuestros días.

FIN

 

La reconstrucción ha sido ardua. El seguimiento de la

historia a través de sepulturas de manchas de café,

restos de insectos, agujeros de alimento de polillas,

pedazos faltantes, tachones y uno que otro borrón, no

me impidió la tarea. Mi relación con el autor ayudó.

Junto con estas hojas, se hallaban recortes de diarios

de ese tiempo.

Titulares que enunciaban la presencia de una dictadura.

Una dictadura externa, la sufrida en aquellos días y

para nada reflejada en el relato. Solo apenas una

referencia al principio. Y noticias referente a

bancarrotas de bancos y financieras en la época

denominada como la de la "plata dulce". El espíritu de

Anatolia de seguro, ya se debe haber reencarnado.

  Daniel noseda . Copyright 1999

Si quieres comunicarte con Daniel Noseda puedes hacerlo a: libredan53@uol.com.ar
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