Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 3
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 35.
12 de Noviembre al
12 de Diciembre de 2001.

LAS VOCES DE LA SOLEDAD

APROXIMACIÓN  Y PRESENTACIÓN PRELIMINARES A LA OBRA DE JUAN BAUTISTA VILLASECA.

Desde México, Jorge Solís Arenazas.

Un ramillete de abismos se teje en torno a la proximidad de palabra y soledad. Sirven ambas de alimento recíproco; también guardan una distancia en tensión permanente, no se reconocen en sus gestos e incluso suelen entablar graves batallas. Sólo en la morada poética podrían permanecer en el suspenso indómito que hace que, de una a la otra, no exista una carretera plasmada en la suavidad de una sola dirección. Por una parte, la palabra en tanto que decir absorbe a la soledad y la hace compañía: no hay palabra realmente solitaria, aún en el hermetismo o en el aislamiento, pues genera a su otro, se desprende del yo pero también lo desvanece; incluso en el momento del soliloquio el vocablo suele multiplicar los rostros... Por otro, no hay soledad sin verbo, así que la caída sonora de las palabras nutre la experiencia del abandono.

            La obra de Juan Bautista Villaseca es uno de los sitios donde esta relación destila su vaho con toda intensidad. Voz nostálgica, escucha del silencio, encarnación de la invisibilidad del decir, su obra poética se halla tatuada con las tintas de este panorama. No se colisiona ante ellas, sin embargo, blandiendo una sola mirada. Es un poeta que posee tantos ojos como imágenes de la soledad puedan existir. Y también sabe observar sin recurrir a la vista, así que incluso la imposibilidad de la soledad y la del momento solitario quedan registrados en su canto.

            Se advierte en sus versos de plasticidad vehemente el dolor del poeta, proyectando los perfiles de su lirismo; sufre por la desazón solitaria. Pero no renuncia a la experiencia, no pretende la compañía tanto como entregarse a la tibia marea de su silencio. En general en varios de sus poemas está encarnada esta sensación, esta nostalgia. Y con ello recuerda, en primer lugar a César Vallejo. No sólo por el paralelismo entre sus sensibilidades, sino ante todo por el hecho de que el desgarramiento del yo frente al mundo en ningún momento se experimenta como renuncia a la vida, como la muerte de la esperanza. Por el contrario, este dolor es una de las formas de entregarse a vida con una intensidad indubitable.

            Y el poema es un organismo, un universo que se mueve lo mismo para conjurar este cónclave solitario que para abrir con delicadeza el capullo de ese mismo cónclave... Esto es, la soledad se vuelve una de las vías de acceso al ser, en el entendido de que no sea ruptura aislante. Dice el mismo poeta: "La soledad es la habitación donde volvemos a visitarnos, nos da la ventana de pensar de nuevo el mundo para que vuelva a ser nuestro. Soledad que es aislamiento, no lleva la poesía de su nombre, es egoísmo".

            Una de las revelaciones poéticas de la soledad consiste, para el poeta Villaseca, en su epifanía, que hace vislumbrar el lento viaje hasta su verdad, hombre sin morada, casa sin habitante. El ser se encuentra ante la soledad pero no funda su visión en ella, todavía le es inasible. Pero en ese andar existencial empieza a surgir la conciencia del abandono, siempre desde el escenario de su erosión, de la pérdida:

            El camino dijo un día,

            a dónde vas, soledad,

            yo nunca supe por qué

            miraba mi traje amargo,

            ni por qué toda la sombra

            se me iba volviendo carta,

            ni por qué todos los días

            me estaba debiendo al tiempo.

            El cadáver de una alondra

            se me había muerto en un beso,

            se me había muerto en los ojos

como un hijo al caminar.

El camino dijo un día

a dónde vas soledad.

(El polvo melancólico, de "La soledad rescatada)

            En el poema La soledad, del mismo libro, recoge una aproximación bastante exacta. Su consideración es de un largo alcance porque comprende la soledad aún en la reunión. La palabra "nosotros" no anula su experiencia. La radical soledad del poeta, del ser, no se diluye en el rescate de la compañía, puesto que se trata de un rasgo existencial propiamente dicho, su naturaleza trasciende el momento del encuentro o el de su disipación; es un rasgo constitutivo del ser. A veces fecunda en ciertos juegos gestuales como la melancolía, la ausencia, la nostalgia, el vértigo ante el vacío. Pero su savia resulta más radical, es eidética.

            Ya no es para el candelabro

            dormido y ciego en la sala,

            no tiene polvo en la oreja,

            ni domingo ni domínguez

            con alacranes de espanto,

            no tiene venas de ausencia

            ni usa reloj con clavos,

            no tiene polvo en el piano,

            no tiene vals funeral,

            es sólo una calle de agua,

            es piel de melancolía,

            es un bolsillo vacío,

            es muerte en la mosca absuelta,

            tiene tu cara y mi cara,

            nos está llorando juntos.

           

            Le dicen la soledad.

           

            Hay una cuestión vital: ante el espectro de la soledad, el hombre acaba por fundirse con ella. Cuando se ha dicho que éste es un rasgo eidético todavía no podía entenderse cuál era la significación de esta esencialidad. Quiere decir que el ser no "está" solo, sino que "es" solo, "es" la soledad misma. Por ello pierde su rostro, dando paso a los signos solitarios, "tantos amores sin mapas", "tantas tortugas de duelo". A este punto se abreva cuando la ausencia pesa sobre la búsqueda. El ser sale a su viaje en la expectativa del encuentro, mas cuando se entera a tientas de los códigos de la ausencia, del encuentro que ha quedado enmudecido, polvo y fuente seca, resulta que se ha encontrado a sí mismo, ya con el rostro de la soledad.

            La he buscado, la busco.

            Su rostro de iglesia muerta,

            su cacería de palomas,

            sus arrecifes de sueño,

            sus venados de azafrán

            burlando siempre mis dedos,

            sus discursos de silencio,

            su piano sin un rosal,

            y el mundo siempre de luto

            parece ser una carta

            que parió la tempestad.

            En qué trinchera, en qué espiga,

            en qué tulipán sin átomos

            castrados para llorar.

            Soledad, tanto anduvimos,

            tanta piedra, tanta noche,

            tanto lápiz militante,

            tantos amores sin mapa,

            tantas tortugas de duelo,

            que cuando el tiempo me busque

            sólo a ti te encontrará.

(La ausente, "La soledad rescatada")

            Así, el poema mismo se convierte en el cuerpo de la soledad. Por él se abre la nostalgia de la soledad. Por él una sola voz se escucha -precisamente la que escuchó Mallarmé: ¡Huir!, ¡Huir!, espectros marinos que confinan al ser del poema a su silencio comunicante, a su expresión silente, a su palabra original en el hermetismo sin más compañía que los ecos que él mismo produce.

            Marinero, si te vas,

déjame un poco de mar,

            no sirvo para esta pena

            si no es de andar el andar,

            exequias de sangre herida,

            me inventan para llorar,

            no me niegues la distancia,

            no me niegues costa y ola,

            no soy, no me tengo tiempo,

            si el tiempo es para esperar.

            Marinero, si te vas,

            una noche de petróleo

            tira este poema al mar.

(Carta, "La soledad rescatada")

            Es el amor otro de los rostros de la poética de Juan Bautista Villaseca. Su canto no es exaltación sencilla, saludo en la emoción y el regocijo de ser ante el otro. Nuevamente aquí el cincel puntiagudo de la soledad pule y penetra las piedras amorosas. "Polvo serán más polvo enamorado", dice Quevedo. Pero la inversión aquí es oportuna: "Polvo enamorado, mas en el calibre de su soledad".

            La voz del poeta no puede ser escuchada por la mujer amada. Pero el amor es fundamentalmente el lúdico laberinto entre la alocución y la respuesta, entonces Villaseca se duele de una desnudez que tiene el reverso del frío, aun si por ello no se resta su magia letal, es decir, su anverso. En el libro Canciones para una sorda el tono del poeta queda definido principalmente por estas revelaciones. No admite sólo un ángulo su decir. Ora es el lamento de la soledad, del amor hacia a sorda; ora es la aclamación casi mística de esa sordera, ropaje espeso que envuelve el juego, le pone la grapa final, paciencia infinitamente amorosa, soledad esperanzada.

            De pronto la sordera es concebida como blasón. Escuchar a un mundo donde sólo el humo es tangible resulta desgarrador. La paradoja queda abierta así, porque el poeta ve en esa sordera el escudo contra las saetas purulentas que el mundo le lanza al ser, más aún al ser de verbos que es el poeta. Pero esto sólo es concebible desde la exterioridad del oído abierto, de la sensibilidad que entiende que esa no es la última significación de la sordera, sino que ésta, en su existencia, funge como ese halo protector. Vuelve entonces el desgarramiento. Una vez con los oídos enhiestos la sordera se conjura sempiternamente. De ahí, lo único posible es la contemplación de la sordera del otro como parte del desgarramiento de uno, viviendo en conflicto con el medio. Y la soledad no es, de tal suerte, experiencia comunicable. De suyo se comprende que se intensifique, sea muro que no puede bordearse ni escalarse... El poema es el único círculo cerrado que puede admitir la expresión, pero el juego comunicante no terminará por derruir la soledad. De todas formas el poeta no busca esto. Efectivamente para él parecen tener los vocablos poéticos la capacidad mágica de abrir la soledad en expresión y comunicarla, generar el encuentro sobre el eje del decir. Y, como lo sugiere Caudwell, el ser que se aparta, el solitario, al emprender los vuelos del verbo en su acepción pura, comunicación triunfante, ciertamente ideal más que fáctica, no por ello sin realizaciones efectivas, termina por estar más unido y compenetrado con los otros, fundido junto a los demás seres, aun si éstos no se dan cuenta o no quieren asumirlo. Así, finalmente el vate halla a sus interlocutores. Y si no, los establece con la magia misma de las palabras. Por ello, dice: "vamos a platicar el cuarto y yo/ sobre la soledad". Como quiera leerse esto, no hay antropomorfismo. Sino que reconoce los espacios mismos de la soledad y es ésta la que se comunica. O mejor, la que se expresa, en un juego donde la comunicación es incierta, no siempre cumplida. Es la soledad que al intentar comunicarse en este obliterado circuito lo que logra es su intensificación.

            No es menester seguir con el recuento de los lugares donde la soledad aparece dentro de la obra de este poeta, tristemente ignorado y olvidado. No es necesario un índice. Lo único que se sostiene aquí es que el eje de la soledad constituye una de las vertientes más fuertes en su obra, de la cual se intenta realizar una presentación, breve por su naturaleza, con esto.

            Hay que decir, por último, que en Juan Bautista Villaseca hay una esperanza final. A pesar de asumir la soledad, dolerse de ella o destejarla en su esencia a partir de varios enfrentamientos, el poema finalmente podría entenderse como una resistencia del escritor a la soledad misma. La palabra aspira siempre a comunicar, su contenido espiritual, como le llamaría Benjamin, se pone en movimiento ante los otros. De ahí que el sentido profundo de la soledad, una vez tocada por la palabra poética, sea un desgarramiento, establecido por la tensión entre el sujeto y su medio, el mundo, pero con la aspiración a la reunión, al encuentro, a la conjunción de ser. La aporía reside en que la palabra termina por intensificar la experiencia del abandono, el tenor solitario, pero ello no finca ni indica su fracaso. Porque sostiene su latencia. Pero también conoce a la patencia misma, porque la soledad no es aislamiento, sino encuentro con el yo, aun cuando éste se ofrece abrumado. El mismo escritor sostenía: "Cuando nos miramos para poder mirar con más ternura, la gotera de una lágrima vuelve otra vez a la sonrisa. Esta es la soledad rescatada, la soledad que le pide al silencio la palabra y nos entrega a los demás".

            Roberto López Moreno, en el prólogo a la antología poética del poeta de la voz de la soledad que fue Villaseca, nos da una aproximación ligera a lo que su vida fue, entre las fatigas de una existencia lastimeramente malograda. Y cuenta que el día que fueron a enterrarlo al panteón de Sn. Isidro, en Azcapotzalco, un día después de su muerte, acontecida el 6 de marzo de 1969, cuando el último recoveco de su ataúd era cubierto para siempre la tierra se empezó a mover, provocando el mareo de los presentes. Entonces el viento era fortísimo, donde parecía "que los árboles iban a doblarse". Y después, la presencia máxima era la de la lluvia, que no venía del cielo sino de la tierra, porque era el mismo Juan Bautista Villaseca renunciando a la soledad de la muerte, queriéndose "colgar de los hombros" de los poetas que habían ido a despedirlo, para volver con ellos, otra vez en las mareas del decir, otra vez en la palabra convocante que asume su soledad para después no asumirla del todo y preferir el encuentro, la reunión de ser...

            Por ello, hay que escuchar a las lluvias; en su soledad líquida algo nos dicen. Cada gota puede ser un verso más de Villaseca. Desde hoy no hay más que recibirla con impermeable sino con los oídos intensamente abiertos. Cada rítmico golpeteo es el acento en el verso del poeta...

***

Diurno del bar

El bar

es el exilio de un sonámbulo

que llega hasta la barra y se suicida.

El bar es el obrero,

es el agricultor y es el poeta,

que tristes ya de hablarle al sindicato,

al campo,

y a la vida,

se van a oír cómo les suena el alma

entre los vasos.

El bar es un puñal de doble sueño.

En la puerta,

como en esas películas en donde el olvido dice pan o muerte

dejamos un caballo con un fardo de angustia.

Cuando olvidamos de la boca el vaso,

cuando nos vamos otra vez al tiempo,

cuando el alcohol sonrió frente al hambre,

nos salimos del bar a ver el viento.

...Y el caballo allí está.

Le montamos de nuevo la tristeza

y nos vamos cansados a la noche

con un galope lento

que despertando el polvo

vuelve otra vez hacia la lejanía.

Diurno para un reloj perdido

Hoy he empeñado

Como otras tantas veces mi reloj.

Se adelantaba tanto a mi pobreza

que al hotel estrellado de la noche

le despertaba el sol.

El tiempo no goteaba,

era un río,

quería todas las estaciones

para vivir un día.

Las horas se salían de su jaula

saludando una vida anticipada.

Mi reloj no servía,

era como una hora que se escapa

para decir al árbol que llegó la aurora,

mi reloj no servía,

pedía que llorara más aprisa,

y así me amontonaba la hora del melón

que sangra la sandía desde lejos.

Pero estaba inservible,

me adelantaba hasta los cobradores

a interrumpirme siempre en la paz,

y era como toda ilusión

un inexacto.

Diurno a mi soledad

Soledad,

seca manzana

que acaricio en la última bolsa de mi saco,

qué extraña muerte tengo

para guardarte junto de mi vida.

Es cierto, llega un beso,

el coágulo de sangre de la tierra,

llega un amigo con el plato roto,

apenas llega un pétalo a mis versos

y busca pasaporte hacia algún huerto,

llegan las estaciones vendedoras del sol,

y llega alguna noche

y me pide un sarape para el frío,

llega a verme mi madre

que nunca me visita,

llega el mismo traje,

y el llanto de madera de esta silla cansada de mi sombra

y llego yo otra vez a verme de espejo a espejo

con la piel encima.

Ay soledad

qué suerte tengo que tú me esperes

en la última bolsa de mi saco.

Pañuelo para un poeta distante

Era como la tierra, una argamasa

sin picaportes para la alegría,

alquilaba sus huesos, se dormía

como un limón soltero que se casa.

Yo lo miraba herirse en esa gasa

que cobijó en un beso la agonía,

venía obrero del dolor, venía

capitán de una lágrima a mi casa.

Una tarde abandonó su equipaje

de distancias. Se fue silbando el viaje

como los ferroviarios que se van...

Un vaso entre los bares quedó ausente.

Y le decía el océano lejanamente:

"te olvidaron los puertos, capitán"

Elogio de tu oído

Se te perdió,

se te perdió la oreja

pero no el corazón.

¿A dónde fue mi voz,

entre qué calles,

en qué trenes se fue trapecista del viento hacia la vida?

Te olvidaste que sonaban los pájaros a río triste,

a soledad de hojas,

a niños florecidos en las rocas,

a pastores aéreos

cayéndose de pronto hacia el paisaje.

Se te perdió,

se te perdió la oreja

pero no el corazón.

Porque no sólo somos de metal y miedo,

la luz no va como una piedra al pecho.

Yo te toco los senos y me escuchas,

yo me hundo en tus ojos y me escuchas,

yo me hiero en tu boca

y tú me escuchas,

yo me apago en tu cuerpo

y tú me escuchas.

Como el mundo está sordo

te quejas como el mundo.

Ahora golpeo los muebles,

los libros,

las palabras,

para que tú nunca sepas que estás sorda.

Réquiem

La ciudad de una lágrima

se me hizo hueso y mejilla,

ciudad de panal sombrío,

música inmóvil de luto

con noche de anteojos ciegos,

arcilla de lenta paja

con funerales de espuma,

qué lástima de la lástima

que no deja abrir la boca,

qué lástima tantos duelos.

En la ciudad de una lágrima

cabe mi propio cadáver.

Cercanía de la ausencia

Al poeta Luis Alveláis Pozos

Nunca pude comprender

por qué le llamaba Dios

y El me llamaba Juan.

En el agua de mi infancia

se quitaba el antifaz,

a El le lloraba un huerto

de nardos en tempestad,

nunca me dijo por qué

también le quemaba el pan.

A las basuras del tiempo

se fue mudando esa edad.

Mi traje cambió de pena,

mi zapato de orfandad.

Ya ni el recuerdo recuerda

lo que quiero recordar,

la tierra de mi cadáver

lleva un poco de su cal,

y si algún día lo encuentro

ya Dios no lo llamaría,

ni él me llamaría Juan.

***

Nota: Todos los poemas aquí aparecidos fueron extraídos de la antología preparada por el poeta Roberto López Moreno, bajo el título «Variaciones de invierno» (Morada de paz, 1977, con ilustraciones de Mario Orozco Rivera y Leticia Ocharán). Este nombre corresponde a otro libro de poesías que se ha perdido de mano en mano. En realidad, esta antología es el único material que en cierto tiempo ha sido referencia para aproximarse a la obra del poeta Villaseca.

 

Si quieres comunicarte con Jorge Solís Arenazas, puedes hacerlo a: poiesis@prodigy.net.mx


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