Desde
México, Jorge Solís
Arenazas.
La
poesía de Gabriela Garza Muñoz es transparente. Tela sin pliegues,
se anuncia como una oda, desde varias perspectivas, hacia el amor,
la presencia, el asalto al tiempo por la proximidad del otro, el
erotismo y la sensualidad de los encuentros. Por supuesto, su correlato
no abandona el parnaso de sus letras. También hay nostalgia, sabor
distante del polvo y del olvido, conjuro del presente por el dolor,
ante todo, soledad, si bien esto último no siempre se presenta directamente.
Formada
en una tradición latinoamericana, ella misma reconoce su lista
de escritores que son fuente de herramientas: Neruda, Storni, Castellanos,
Mistral, Gorostiza, Pellicer, García Lorca, Luis Rius, Gioconda
Belli, etcétera, de quienes dice "aprender y aprehender". Y prosigue:
"Aprendo de su estilo, de su intención, de su emotividad, de su
modo de decir las cosas. [Leerlos] es como una fusión, una comunión...".
Destaca de su obra la estela de ligereza
que por todas partes se anuncia, entendiendo esto como un uso del
adjetivo bastante directo, desnudo, lo mismo que una acentuación
suave, delicada. También ligereza semántica. Su poema se descubre
en la sencillez del canto, entre lo cotidiano y lo extraordinario.
Su epicentro es el amor, pero no en la exaltación mágica, por ejemplo,
de San Juan frente a la relación del Alma y el Esposo. Y sin embargo,
también hay en los versos de Garza Muñoz una especia de mística
más del instante que de la posteridad divina. Tampoco adquiere el
tono metafísico de Huidobro, pero igualmente se hallan elementos
donde la pregunta por el ser, a modo indirecto, encuentra sus ecos.
Cierta sensación de vértigo está también
presente en la obra de la escritora mexicana. Por ejemplo, en el
poema Tañedoras, de su poemario Habitar el silencio:
Puedo oír de lejos el tañido de campanas
como un revoloteo de ángeles
no
sé dónde comienza el día
pero ningún día vuelve
y queda desasosiego
en los minutos
las horas y los días infinitos
en el frío de la mañana
puedo oír el tiempo
que sangra
oír los días que llueven
y lloran
puedo mirarme viva
en la luz
en el tañido de campanas
y me toca un ligero aletear de ángeles
pero hay frío en mis días
un frío que sangra y llora
rompe la luz
y me llena de lluvia
puedo oír los ángeles en fuga
oír de lejos el revoloteo
de campanas.
Las
imágenes desvelan la opción por un lirismo plenamente encarnado.
El Yo del poema se funda en esa presencia sonora desde donde declara
su incertidumbre. Después, penetran los agudos rasgos del vértigo
ante cierta desazón, cierta nostalgia que habita estos versos. Aquí,
más que la presencia que el amor llega a cristalizar hay búsqueda
nostálgica del Yo, mientras que el tañer de las campanas se convierte
en escenario, lugar en el sentido fenomenológico y no sólo semántico.
Pero este círculo también se cierra
en la presencia, abre paso al otro. La incertidumbre, ante la presencia
del otro, deviene emoción de lo que se fusiona, del Yo que es "arrojado
al precipicio" pero que no concibe, sin embargo, la caída.
Tomo el silencio de tus manos
para huir de mi
por
caminos infinitos
y no importa donde voy
porque son tantas las horas
que espero sin temblar
en la quietud de tus manos
que me lanzan al precipicio
(Precipicio, "Habitar el silencio")
Por
otra parte, Gabriela Garza Muñoz defiende una poesía como canto
ante la encrucijada de estos tiempos, ciertamente oscuros, dibujándose
como muerte sistémica. Para ella este canto es hacia lo excepcional
de la esencia humana, el amor, en donde "hay una mezcla -sostiene-
difícil de separar de placer, dolor, odio, deseo, desesperación,
entrega, soledad, atracción, sensualidad, espíritu, plenitud, respeto,
conocimiento, unión, energía, etcétera". Se abre así el amor como
forma de compromiso social, igualmente. Ella misma lo declara de
la siguiente forma:
"Entre amor y poesía hay una relación
íntima: son el alimento que asciende y transforma a la palabra para
comunicar y trascender; ambos tienen un compromiso social a pesar
de los retos del progreso y la industrialización"
Por ello, cuando su decir poético puede
encajar dentro de los umbrales amatorios no hay lirismo anecdótico.
La experiencia del amor no se confunde con experiencias amorosas.
De hecho, llega a admitir que si bien el amor llega a constituir "una condición previa a un sujeto u objeto" también puede prescindir
de ellos; los casos los sitúa ella misma, sólo a guisa de posibles
ejemplos, "el amor a sí mismo, a la patria, a Dios...".
Declara, en entrevista, no ceder ante
la ilusión de lo numinoso; se apoya en la concepción del poema como
experiencia, búsqueda, trabajo.
"No creo en la inspiración -dice impertérrita-,
creo en el trabajo y la dedicación. Se trata de sentarse a escribir
para reinventarse... ¡cualquier cosa! Pensar una imagen, un verso
y expresarlo. Claro que entran elementos esenciales como la creatividad
y el talento. Ahora, no estoy segura si tengo talento o no, pero
lo que importa es escribir, cuestión que no resulta sencilla; decir
con naturalidad lo que pienso o siento aún pero es, en todo caso,
una intensa necesidad de ser".
Otra
de las líneas de su poesía es una suerte de referencias, nunca cargadas,
hacia lo natural como forma de reconocimiento del sujeto en las
formas. De todas maneras, el significado del encuentro, de la presencia
abreva en sus versos. En su poemario Respiros, a partir de
una serie de poemas cortos (en donde la brevedad es elemento significante
y no sólo estructural, toda vez que son poemas de la fugacidad,
que no poemas fugaces), se hunde en los surcos del amor, entre lo
sacro y lo inmediato, y la contemplación del paisaje y de elementos
varios, como la sangre. Ve a través de la naturaleza la emoción
de la condición humana (De pronto, la lluvia llora/ inundándolo
todo de lágrimas), el reconocimiento del otro como fuente desde
la cual el Yo se hace posible en su transitar, en la vida misma
(Si tan sólo/ pudiera dejar/ sobre tus hombros/ un poco de esperanza.:.),
la soledad y la ausencia (A punto de tocarte/ Cuánta sombra
en mis manos!), la distancia vista a partir de la contemplación
desde la cual se reconoce a los otros confundidos con la vida natural
(Miro por la ventana/ volar pájaros/ que son como tus manos:/
alzan las alas sin tocarme/ y se van), la elección entre el
ser y el significar (Entre estar/ y quedarse dentro:/ lo segundo),
la exaltación del decir (Hablo/ para inquietar al silencio/ para
que sepa de mí), la sensación de vértigo frente al decir poético
(Espera,/ no inclines la hoja/ el poema se desborda), el
reconocimiento de la condición humana desde cierta negatividad desde
la visión natural marina (El mar es un hombre herido/ que regresa
del desierto), etcétera.
En
pocas palabras, su programa de escritura se define con una agenda
que aparece amplia y que sin embargo sólo tiene la condición del
sentido de los encuentros y las presencias, a partir del amor, del
erotismo y la soledad, la ausencia, que en ocasiones se confunden,
abandonan su cara y las permutan.
Gabriela Garza M. También reacciona
en cierto modo contra la frivolidad que acusa arte de género. Sostiene
que no hay diferencia en la escritura de acuerdo a su realidad genérica,
pues tanto el hombre como la mujer, dice ella, "buscan al escribir
tomar postura crítica frente al mundo y una construir una posición
activa dentro del contexto cultural y las relaciones sociales".
Y prosigue: "La poesía, tanto femenina como masculina, tiene la
misma complejidad, estructura en el lenguaje, problematización formal,
innovación o experimentación. Ahora, si hubiera algo como «específico
femenino», tal vez, la mujer tiende a buscar una identidad en lo
que dice, piensa y siente al tiempo que en lo que calla o en los
silencios, en lo «dicho sin decir»".
Su intención es trabar una plasticidad
a partir de las imágenes, lo cual logra, no siempre con vigor, es
cierto. Pero no por ello olvida la cuestión rítmica. Para ella este
elemento debe fungir como tensión interna al poema, como vibración
intrínseca. Y sin embargo es aquí donde posiblemente pueda realizarse
la crítica más decisiva a su producción, en el sentido en que la
acentuación del verso libre parece un poco fría y calculada, esto
es, parece participar en cierta medida de la erosión del verso no
cuantitativo.
Quedan por últimos dos cuestiones.
La primera, advertir algunos rasgos de su último poemario, publicado
en forma de plaquette por el grupo cultural Xilote, bajo los cuidados
de Miguel Ángel Aguilar. La segunda, ver finalmente lo que toda
lectura, a decir de Eliot, buscaría: definir cuál es la función
de la poesía desde la obra analizada.
Ahora bien, De mi cuerpo; sangre
y tinta es una plaquette con diez poemas bajo la estructura
de formalización misma que había mantenido antes. El primer rasgo
distintivo en ellos lo acusa con claridad y sencillez Santiago Rebolledo:
"Los
escritos de Gabriela Garza no sólo nos llevan palabra tras palabra
como una lectura, hacen que uno sienta y vea el cuerpo no ajeno
a sus poemas, sino como parte real y la sangre viaje en la piel".
Esto
es así porque desde el mismo título se advierte la fusión física
y realista del cuerpo, la tinta, el Yo, la suave presencia blanca
del papel y la poesía. Todo a partir del cuerpo como elemento fundante
del sentido, con la puerta de salida del otro en la reunión, en
la delectación que es compañía (En mí,/ la sangre y la tinta/
tienen algo en común/).
En
De mi cuerpo; sangre y tinta funge también el poema como
memoria del ser después de su partida:
Para que sepas dónde encontrarme
abandono mi cuerpo en la hoja
como una gota
de sangre
lo dejo infinito
inmensurable,
y dejo también un poquito de tinta
en cada palabra
para que sepas dónde encontrarme
apenas como
una gota
sobre el mar.
A
su vez, destaca al ser como infinito, dentro de la memoria de la
tinta, y frágil, como la gota en el mar, sin más compañía que su
propio cuerpo, enterrado en un millón de semejanzas azules.
Hay también búsqueda del otro desde
el dolor; búsqueda que realiza por implicación una dispersión del
sujeto amante que tiene que recurrir a la poesía, al embeleso corporal
de la tinta como sangre, del papel como frágil cuerpo, para afirmarse
en todo ese juego.
De nuevo estoy a la deriva
vuelvo a la tinta que escribe y te
busca
en las heridas
en
las grietas,
y te reconozco como torrente
en el rumor
de mi sangre
me hundo sin parar
y quedo dispersa
siempre inagotable.
Finalmente,
ante esta poesía "fresca", como la ha llamado Miguel Ángel Aguilar,
el editor de la obra y poeta él mismo, se abre la imagen de la escritura
no desde la suave reconciliación de la poetisa consigo misma, sino
en una exaltación que recuerda el viejo axioma poético(el corazón
se rompe verso a verso), el velo del desgarramiento que no es metafísico
como en Rimbaud o Hölderlin, ni social como en los dadaístas, especialmente
con Tzara, o psicológico como en los surrealistas, a partir del
desenmascaramiento de la conciencia. Se trata más bien de una dispersión
lírica cuya única consecuencia posible puede ser la escritura, ejercicio
que se revela inocente pero nunca ingenuo, derramamiento de instantes,
creación de otros tantos que en el caso concreto de Gabriela Garza
Muñoz significan un asombro por lo extraordinario que reside en
lo cotidiano, en la inmediatez de nuestro propio cuerpo, con un
erotismo que habíamos olvidado.
Es aquí a donde no tenemos más remedio
que llegar a descifrar, ante la autora de De mi cuerpo; sangre
y tinta, cuál es la función de la poesía. Ella misma dice lo
siguiente:
"La poesía tiene la necesidad y la
obligación de volcarse con todo lo que es, con lo real e imaginario,
con la verdad y la mentira de las cosas. Debe descubrir al poeta
en su lucha, saber comprender su ansia de libertad, su esperanza.
La poesía cura, hiere, conforta, contradice y destruye. Es intuición,
ritmo vital, secreto reservado, idea vertida, letra escrita, silencio,
pausa, ruptura de una emoción, caída, agujero del alma, risa y pasión".
Creo que su poesía se engarza en profundas
raíces históricas desde la resistencia, puesto que ¿cómo puede leerse
el hecho de cantarle al amor en los tiempos del odio, de escuchar
en los tiempos de la ceguera sorda, de cantarle a la belleza del
cuerpo cuando éste ha sido cosificado fuera de toda significación,
de ver la belleza de las formas y exaltar la contemplación como
ejercicio de profundidad humana en el mundo de la utilidad inmediata
en su frialdad, y, sobre todo, de creer que el encuentro entre los
seres humanos, entre el amor y el erotismo, puede ser definido como
esencia de nuestra condición, sobre todo afirmarla en los poderes
del decir poético, sino como resistencia desde el verbo?
Ella, sin embargo, ante su trabajo
particular sabe que independientemente de las afirmaciones anteriores
se debe desembocar en la explosión del lector:
"Lo único que espero y lo que me encantaría
es que mi poesía lograra despertar en alguien alguna emoción o sentimiento,
que alguno se sintiera identificado conmigo, inmerso en mi silencio,
en mis encuentros y desencuentros y en las experiencias que han
marcado mi poesía".
Ahora bien, apelar al lector, o mejor,
interpelarlo esperando una reacción más allá de la pasividad del
gusto espectador es también una forma de resistencia que ejerce
toda la poesía. En un mundo en donde el hombre es sumido en el anonimato
de la masa funcional al sistema, creer en la comunicación poética
como medio para salvarnos, creyendo en el contacto con los otros,
es la única opción posible.
Quede como colofón a este comentario
sobre una poesía amatoria por excelencia la voz que alguna vez le
escuchamos a Octavio Paz: Amar es desnudarse de los hombres...