Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 3
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 30.
12 de Junio al
12 de Julio de 2001.

 

Si por ventura sois lectores de mis tonterías y
no os horroriza acercar vuestras manos a mí...
Catulo, XIVa

EL ESTADIO DE LA NARRATIVA

Desde Chile, Gonzalo León

Hace más de un año -justo cuando empezaba mi segundo proyecto de largo aliento- un amigo me dijo que todo lo que escribiera de aquí en adelante sería siempre igual. Por supuesto que se refería a mi estilo.

En este ejercicio descubrí que siempre empezaba con una anécdota, enseguida la transformaba en ficción con las herramientas literarias pertinentes, pero curiosamente al final -cuando el cuento estaba hecho- lo mejor de todo era la anécdota, como diría Henry James, lo real. Toda mi ficción resultaba espuria, fraudulenta, pues intentaba terminar el cuento (en esta parte sólo me refiero a los cuentos) lo antes posible. Apuraba la historia innecesariamente, me quedaba en la anécdota, en lo que me había pasado a mí, en la realidad.

Luego, en la novela (Los inocentes), descubrí que mi forma de narrar era fraccionada, la historia no se construía, sino que se formaba de pedazos, inconexos casi siempre. Pero incluso aquí mis personajes tenían algo de impostura, ya que estaban construidos sobre la base de estereotipos clásicos: víctimas, victimarios, los que manejan y controlan esta sociedad fraudulenta y los que son manejados y controlados hasta su perdición: la locura o la cárcel, que como dijo Willard Motley, son unos de los pocos lugares en donde vive la libertad. O sea que los vigilantes -como diría Diamela Eltit- de esta sociedad te llevan hacia la libertad, cuando piensan que están haciendo justamente lo contrario. Una paradoja como lo es la misma sociedad.

En el fondo, yo estaba utilizando la misma manera de narrar que mis predecesores, ustedes saben a quienes me refiero. Mis personajes no estaban vivos, eran el conjunto de varios sujetos vivos, aunque a veces el personaje era tan solo un eufemismo, una excusa para decir algo que el narrador, pese a estar en tercera persona, no se atrevía a decir.

Tenemos entonces a los personajes como tema central. Y aquí es bueno traer a colación a la escritora e investigadora chilena María Flora Yánez, quien en su antología del cuento chileno, publicada en 1958, señaló que en cuanto a personajes con sus pertinentes sicologías, recién en la generación del 50 se vio una narrativa más estructurada y contundente. Antes el personaje era un tipo que divagaba frente a un espejo, o un sujeto que medía uno ochenta y que pertenecía a determinada familia, pero de ahí nada más. Para ella, a partir de Donoso, Giaconi y otros, se puede hablar de auténticos personajes literarios, cuestión esencial para el asentamiento de un género como la novela.

Estados Unidos con mucha más tradición, y quizá donde residió la narrativa más potente del siglo pasado, ha concentrado mi atención desde un tiempo.

Scott Fitzgerald al final de sus días sentenció que la acción es el personaje. Tomé esta afirmación -hecha por un moribundo como yo (todo escritor que se precie lo es)- y decidí trabajar este proyecto de largo aliento con la siguiente premisa: LAS PERSONAS SON PERSONAJES. Es decir, las personas que me rodean son tan interesantes, tan fascinantes que no tengo necesidad de inventar un personaje. Tolstoi (prefiero pensar que fue él y no Dostoievski) dijo que si uno escribía sobre su aldea sería universal. Y mi aldea es muy particular, pues al ser yo una persona expuesta (no como escritor, ya que todos lo somos de una u otra manera, sino que como persona que camina por la calle: como ciudadano), mi aldea, mi estadio o circuito también lo es. Descubrí que en mi mundo había mucho de verdad y, como todos saben, cuando hay verdad hay belleza. Un periodista de la revista Rocinante, a propósito de Amanecer sin dioses, de José María Memet, afirmó que el libro era malo porque no le había llegado. ¡Qué importancia tiene que a uno no le llegue un libro! En este mundo, uno perfectamente puede tener suprimidos los sentidos para apreciar la belleza e indicar con el dedo esto es frío.

Antes de seguir, debo confesar algo: Mi premisa está basada -como casi todas las premisas- en mis propias limitaciones. He descubierto que poseo talento (Raymond Carver afirmó en un ensayo que no conocía a ningún escritor que no lo poseyera), quizá más que cualquiera que los de mi generación, pero de veras me gustaría tener al menos algo del oficio de algunos de mis pares. No me cuesta nada armar una historia, y si es pertinente con mi mundo o estadio, me cuesta menos que cero, pero de ahí al oficio de la corrección, me aburro. No tengo oficio y creo que nunca lo tendré. He visto originales de pares míos malísimos y los he visto después transformarse en unos cuentos bastante decentes; en cambio, mi primera versión versus la última no cambia demasiado.

A veces pienso que me estoy convirtiendo en un Bukowski, por su poca capacidad para corregir y su gran talento para contar lo que le ha pasado desde su infancia hasta sus últimos años. Luego de dormir una noche en la calle, Luis López-Aliaga me invitó a su departamento para que pasara la resaca y ahí me dijo que los libros de Hank eran perfectos; dos años después Claudio Giaconi, a quien respeto mucho más, afirmó lo contrario: intenta hacer lo de Celine, sublimar la basura a la categoría de arte, pero no lo logra y se queda en basura. Lo paradójico es que Bukowski -con su último libro, Pulp, en donde claramente queda en evidencia- siempre quiso ser como Celine.

Pero volvamos a nuestra aldea. En Chile existe demasiada basura. Intentos, restos, pedazos de papel que quieren ser Literatura. Editoriales publican basura o crónicas de la transición o cualquier ensayo bajo el pretexto de que no existen buenos narradores y que la gente ahora prefiere a los ensayistas y cronistas. Si así fuese, estaríamos ante la patética realidad de que los profesores de historia, abogados, periodistas, sexólogos, sicólogos, siquiatras han dado una especie de golpe de estado y se han tomado el papel del artista, del escritor.

Y aquí vale la pena preguntarse si existe otra realidad, velada, y que no vemos por algún mezquino interés.

Entonces el problema de la Narrativa Chilena habría que centrarla ahora en que no existen escritores pensantes -todos se esfuerzan en decir una idiotez tras otra o en pelearse un nimio espacio en la televisión (Ojo: Escritores chilenos más conocidos por la gente: Primer Lugar: Pablo Neruda por su Premio Nobel; Segundo Lugar: Antonio Skármeta por el Show de los Libros)-, tampoco críticos a la altura de Alone o de Ignacio Valente, ni mucho menos editores. Escritores inéditos y buenos, como dijo Roberto Bolaño en televisión, debe haber; pero están tapados por esta mierda, y creo ahora que está bien que estén tapados porque serán a futuro cuatro ases en una mano de póquer demoledora y fatal para los de la Nueva Narrativa y para alguno de mis congéneres. Sin embargo, mientras se mantenga el estadio de las cosas, todo será mediocre; son los escritores lo que tienen que producir el cambio. Somos los únicos que tenemos la fuerza, el poder y tal vez la gloria...

Pero para eso hay que escribir a la manera de uno...

En las páginas que próximamente publicará la editorial independiente "La Calabaza del Diablo" bajo el título de Orden y paria, muchos dirán que son definitivamente parte de un libro de cuentos, otros que es un sospechoso conjunto de memorias y algunos asegurarán que "estamos frente a una obra deconstruida". Lo cierto es que es sólo mi manera de entender una narrativa de largo aliento hoy día. En mi trabajo anterior, La sonrisa perfecta lo intenté demostrar, pero ahora pienso que fracasé. No importa; un artista trabaja cara a cara con el fracaso y no con el éxito. Repito; lo intenté y mezclé la mayor cantidad de géneros: cuento, crónica, novela y, como separata, teatro. Ahora, con un poquito de distancia, pienso que no conseguí el objetivo, aunque estoy convencido que el trabajo me sirvió como una valiosa búsqueda.

Recuerdo que Ernest Hemingway dijo en una entrevista a George Plimpton que un escritor no solamente escribía con la mente; escribe con el corazón, con sus músculos, con todo su ser... En mi caso, escribí con todo mi ser, pensando a cada rato, desde la mañana hasta la borrachera de la noche, qué me podía servir, dónde estaba el error, cuál era mi realidad, mi estadio. Porque si escribo sobre una parte de Chile, en rigor también estoy escribiendo sobre el mundo entero.

 

1 Incluida en La sonrisa perfecta (RIL, Santiago, 1999)

2 Escritor norteamericano, autor de Pescamos toda la noche.

3 Escritor chilena de género. Autora de entre otras novelas Vaca sagrada.

4 Poeta chileno ganador de El Premio Pablo Neruda de Poesía 1996.

5 Narrador chileno, autor del volumen de cuentos Cuestión de astronomía.

6 Escritor de la generación del 50. Autor de La difícil juventud.

7 Movimiento literario chileno que aglutinó a varios narradores durante un tiempo. Nada en común entre ellos.


Si desea escribir a Gonzalo León puede hacerlo a: gozalo@ctcinternet.cl


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