Santiago de Chile. 
Revista Virtual.  
Año 2 
Escáner Cultural. El mundo del Arte. 
Número 18. 
12 de Junio
al 12  de Julio  
de 2000. 

 
 

DESDE LA MANIGUA.
(LA INMENSIDAD DE LA ESPERANZA EN AMÉRICA LATINA).

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge *2

 

Conferencia inaugural para el congreso REPERTORIO AMERICANO Y LAS REVISTAS CULTURALES EN NUESTRA AMÉRICA. Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica. Octubre de 1999.

"En América dondequiera
que surge la posibilidad de paisaje tiene que existir la posibilidad de cultura".

José Lezama Lima.*1

CANTO UNO.

Sor Juana Inés de la Cruz

La asombrosa biblioteca de Sor Juana Inés de la Cruz puso en evidencia que en la América hispana, las mujeres serían las primeras en atreverse. El Siglo de Oro estuvo incompleto, hasta que la monja nos hizo ver que las paredes de un convento no encerraban a los espíritus alados de la cultura y la imaginación. Ella supo proveerse de unos libros que todo el mundo en el silencio cálido y reposado de la alcoba se preguntaba cómo había conseguido. Ni las autoridades más recalcitrantes pudieron con la inspiración ilimitada y la potencia lírica de nuestra reverenciada monja.

Su actitud nos enseñó de política, y nos sembró el camino de posibilidades para que las poses grandilocuentes no fueran más allá de su inofensiva privacidad. Tales posibilidades debían cuajar en otras tareas, en otras empresas que los hombres y mujeres del futuro, de esta América indoblegable, paradojal y luminosa, tendrían la obligación de realizar, antes de que la historia los alcanzara.

En la América del siglo XVII, un siglo más lleno de preguntas que de respuestas, los historiadores encuentran una orfandad documental penosa, de tal magnitud, que ni aún los penínsulares han sido capaces de darnos las pistas para acercarnos a unos horizontes plagados de limitaciones, desconciertos, y fragmentos. Es este el momento cuando el espejo se rompió en pedazos. Es este el momento también, cuando la tarea de recoger los fragmentos empieza, a duras penas. Una ordalía que los hombres y mujeres de los siglos posteriores con humor, dureza, seriedad y abundantes cantidades de tristeza hemos asumido, con todas sus implicaciones y sus estallidos tantas veces previstos.

CANTO DOS.

Chichén Itzá.

Entre la previsión y la realización, el espacio de la frustración se ha ido agigantando y nos ha dejado las manos llenas de promesas, de sueños, de esperanzas. Era perentoria la vaciedad del futuro, cuando junto a los cristales palatinos del barroco, se acercaban los cortinajes, los satenes, las chisteras y los perfumes de un romanticismo no siempre bien entendido. Resulta que junto al petimetre citadino, en las fronteras de la plaza, el parque, la taberna, en un espacio público que dejó de serlo por el simple hecho de que la gente del siglo XX ya no se toca, están también el indio con sus calzones llenos de volcanes, el campesino y el obrero con sus manos y sus pies repletos de raíces, proclamas y cánticos, muchas veces rebuscados pero perfectamente bien articulados a una cultura urbana que no pide más que los hombres y mujeres del mañana, dejen de pensar, de sentir, de hacer, por las causas más perdidas de todas: las del amor y la amistad.

Aprendimos muy rápido que hay sentimientos y emociones que se quedaron prendidos en las faldas de las grandes ciudades, donde los hombres y mujeres de nuestra América, se besan para mañana olvidarse. Los amores chorreantes de lava y convulsionados por los espasmos de la selva, el pantano, y la montaña, se transformaron en papel y ya sólo parecen "amores del siglo pasado".

Son los amores que nos legaron la Araucanía, Caupolicán, Túpac Amaru, Calibán y Proteo, Bolívar y Martí, Flora Tristán, Manuelita Sáenz, Mariátegui, Hostos y Sandino, Gabriela Mistral y Carmen Lyra, Rigoberta Menchú y la Presidenta Moscoso. Al estilo de la esperanza se le ha unido la melodía de la paciencia. Porque América es un nombre diferente para lo que se teje en las fabelas, en los tugurios, los hospitales, las cárceles y las calles de una comunidad de naciones abrumada por el peso estadístico de doscientos millones de niños que no tienen donde dormir hoy; y mañana tal vez lo hagan junto a un millonario de Nueva York, París, Londres o Tokyo, por unos dólares humeantes de la pena que provoca empeñar el futuro sin posibilidad de reconvención.

CANTO TRES.

De las porcelanas chinas, la cristalería veneciana, y la pañería florentina del siglo XVII, América pasa sin mejor noticia a las ideas convulsas que le traen el buen vino francés y las danzas del barroco del siglo XVIII, para rematar con las palpitantes locomotoras del siglo XIX y las enervantes mutilaciones espirituales del militarismo del siglo XX. El caleidoscopio es de una riqueza seductora, como lo es también la virtuosa proliferación de contradicciones y de paradojas, que llenan la historia de esta América a veces moribunda, a veces vital, y las más de las veces esperanzada, desesperada, y desolada por la pudibundez de unos sueños que nadie sabe dónde poner.

La esperanza en América es inmensa, tiene que serlo, no puede ser de otra forma. Sus hombres y mujeres han tenido que hacer del sufrimiento la mejor arma para encarar el futuro, uno que no se agote en la simple contemplación conventual a que nos invitaba el siglo XVII, el más desconocido de todos; que no se evapore con las pequeñas iras y rabietas de la aristocracia codiciosa y palaciega del siglo XVIII; pero que tampoco se entregue con la excrementosa desvergüenza de una insólita burguesía decimonónica, orgullosa de su precario patriotismo.

Para los hombres y mujeres de esta América sufriente, la historia no es el maso de naipes de un mago harapiento y tembloroso por el hambre. Es el perímetro con el que se pueden fraguar amores, amistades y hechos. Porque los hechos los inventan los historiadores. Los amores y las amistades, los hombres y mujeres de carne y hueso, con deseos y potencias todavía por venir.

Las rebeliones indígenas de que están plagados los siglos de Cervantes y de Voltaire, son historias de amor otra vez. No son simplemente caprichos imaginados por los historiadores. Tales rebeliones son el puente que se tiende entre la Casa de Contratación de Sevilla y la Compañía de las Indias Orientales, donde a los seres humanos se les hace ver, que por encima de miles de cadáveres se puede seguir traficando grandes cantidades de mercancías y dinero. Desde Dessalines, Toussaint L'Overture y Túpac Amaru hemos sabido que la desesperanza es el tercer ojo de la Gorgona historiográfica en América Latina. El historiador de los movimientos rebeldes en la América Latina de los siglos XVII y XVIII es un investigador que sabe, porque ve, que se trata de una cadena de desaciertos. Pocas veces el fracaso fue tan iluminador de lo que es nuestra tragedia. Su luz sólo nos indica que todo está por hacerse. Pero, ¿qué más pueden hacer los historiadores cuando la realidad les mutila la imaginación?

CANTO CUATRO.

Decía Lezama Lima que "José Martí representa, en una gran navidad verbal, la plenitud de la ausencia posible. En él culmina el calabozo de fray Servando (Teresa de Mier), la frustración de Simón Rodríguez, la muerte de Francisco Miranda, pero también el relámpago de las siete intuiciones de la cultura china, que le permite tocar, por la metáfora del conocimiento, y crear el remolino que lo destruye: el misterio que no fija la huida de los grandes perdedores y la oscilación entre dos grandes destinos, que él resuelve al unirse a la casa que va a ser incendiada"*3. Este lúcido fragmento es un indicio de que la figura de Martí, por ejemplo, para los historiadores en particular, no puede ser abordada con el criterio convencional de la epopeya. Los grandes perdedores como los llama Lezama, hacen del fracaso el ingrediente más fértil de su quehacer, porque se realiza en la posteridad. La grandeza de Bolívar, otro ejemplo, no se mide por los testimonios que nos brindan sus estudiosos al respecto, sino, encima de todo lo demás, por la enorme cantidad de preguntas y problemas que sus realizaciones nos heredan.

Pareciera como si las coordenadas espacio-temporales, cuando se trata de la historia de la cultura en América Latina, estuvieran sujetas a otro tipo de dinámica, a una textura diferente, a unos colores, ritmos y argumentos desconocidos por completo. No sin razón, el acercamiento de la América anglosajona está mediado por la prudencia, la cautela y la discriminación. Su racionalidad mecánica, sus estructuras de pensamiento, tan fieles a la precisión, se resienten de la espontaneidad, la versatilidad y la capacidad de sorpresa que se encuentran en esa monstruosidad continental de nuestra América, para citar a Lezama otra vez*4.

Porque la cultura en América Latina no está al servicio de la efectividad mercantilista, como lo está en otras latitudes del planeta. Por eso los teóricos de la globalización no alcanzan a entender cómo funciona el cerebro del consumidor promedio latinoamericano. Nuestra relación con Kafka es mayor, que la que podamos desplegar con Kant. La nuestra, otrora una cultura de la postergación, de la queja y la servidumbre, remata sus ensueños en las aspiraciones instintivas que se encuentran en el fondo del túnel de las incertidumbres. Siempre rebosante de acertijos y de enigmas, no es latinoamericano quien carece de fe. En América Latina nosotros "creemos", somos hombres y mujeres de fe, porque quien cree en lo que no ve, tiene una porción de cielo en sus manos. En la América anglosajona la cultura se construye a partir de las evidencias, por eso les cuesta tanto comprender la irracionalidad aparente de la esperanza. Entre Whitman y Neruda la salvación se encuentra en las polivalencias oníricas del segundo, no en los aciertos vitalistas del primero. Entre Oscar Wilde y Reinaldo Arenas la solución de continuidad la despliega el humor seminal de la tolerancia. ¿Cómo entender a Clarice Lispector sin Sor Juana Inés de la Cruz?

CANTO CINCO.

Huayna Picchu.

En el continente de la esperanza, la desesperanza es el acicate para que los dolores del mañana tengan el perfil que les imprime la contienda con el ayer. Este, a veces, tiene un peso de tales proporciones, que la historia se las ve a palitos para poder sacarle alguna utilidad a sus expresiones. En pocos lugares del planeta se puede sostener con tanta resonancia que la realidad histórica ha superado en toda la línea a la fantasía de los intelectuales, como en América Latina. Tanta disciplina por el ayer, nos ha dejado con la voluntad de presente atrofiada, y con una desesperanza por el mañana sin asideros con el sentido práctico, o al menos, con el sentido del humor. América Latina es un continente triste, donde la tristeza se les ha empozado a los dictadores y a los opresores, para que sus pueblos agoten la imaginación, en todos aquellos pormenores que los próceres apenas dejaron formulados. Los latinoamericanos somos hombres y mujeres ávidos de presente, puesto que el ayer pudo ser una caverna repleta de demonios, súcubos y brujas, y el mañana tan deslumbrante que nos deje ciegos, puesto que brillaría con la luz del vecino del Norte, poderoso pero ambicioso y sin misericordia.

En América Latina la esperanza es una cosa tangible. José Carlos Mariátegui acostumbraba decir que en esta nuestra América, deberíamos aprender a leer a Marx con nuestros propios ojos, ya que algunos estábamos habituados a estudiar las cosas de América con los ojos de Marx*5. Aquellos que tuvieron la utopía como un sendero siempre virgen, lazarillo generoso de sus ascensos y caídas, tienen mucho que decirles a los latinoamericanos. Esa era la aspiración de autores como el Amauta, cuando pensaba en Marx y Engels. Pero, al mismo tiempo, es indispensable conocer de nuestra historia, con detalles, anécdotas, virtudes y miserias, pues ningún anacoreta foráneo nos resolverá el enigma de nuestra propia identidad. Y ese es precisamente, el problema central. No se puede ser un intelectual responsable si las grandes preguntas no han sido bien formuladas.

CANTO SEIS.

La dialéctica entre democracia y desarrollo cultural, entre democracia y desarrollo económico y político, sigue presentando los mismos retos del ayer en América Latina. Porque, si la política y las ciencias sociales se han vuelto un negocio en manos de las transnacionales, los técnicos y epígonos de la globalización ya encontraron una causa justa para obligar a los latinoamericanos a insertarse en la modernidad. Por siglos se ha sostenido que la modernidad es una tarea inconclusa en nuestros países, simplemente porque las fuerzas de la tradición, con frecuencia sustentadas en el miedo al opresor, quien se ha sabido servir de ellas con gran imaginación, han dibujado la silueta de un quehacer cultural apoyado en hombres y mujeres de carne y hueso, no en las abstracciones, y a veces entelequias, a las que quisiera acostumbrarnos el mal llamado racionalismo empiricista de alguna orientaciones filosóficas, no del todo digeridas en nuestra América.

La lógica cartesiana y el materialismo histórico tienen poco futuro cuando se les toma con sentido mágico. Poco de la racionalidad europea tiene magia. Goya imaginaba que los sueños de la razón producen monstruos, y en América Latina los nuestros son tan reales, que con ellos dormimos y nos levantamos, con ellos nos divertimos y lloramos, y cuando nos faltan, los extrañamos. Hoy, mucha gente en América, añora los viejos y buenos tiempos de las dictaduras militares de los años cincuentas y setentas. Fue la racionalidad de los campos de concentración nazis, y la de los hospitales para enfermos mentales stalinistas la que nos enseñó cómo se crean y alimentan este tipo de monstruos. Entonces, ¿tiene la nostalgia sentido? Sí lo tiene si se trata de la nostalgia del futuro. Y en América Latina estamos llenos de eso. Porque hemos sabido atender con esmero y dedicación la herencia cierta y productiva de los europeos, su imaginación. Entre ésta y su racionalidad empírica sólo se encuentra el abismo de más dictaduras, genocidios y humillación para los pueblos indígenas, las clases trabajadoras, las minorías étnicas y sexuales, y de todos aquellos que han entregado sus vidas por un poco de tolerancia en una América donde la intolerancia, el miedo, las culpas históricas y las inhibiciones culturales han florecido con un vigor alucinante.

En un continente donde el paisaje todavía contradice las decisiones de los hombres, éstos no pueden darse el lujo de esconder sus emociones y verse a sí mismos como distintos, extraños o fuera de aquel. En América Latina él es con su poesía el verdadero dueño de la guerrilla, de la democracia, de los dictadores y los políticos. Cuando Mario Vargas Llosa era un intelectual latinoamericano, el paisaje era el personaje principal de sus novelas. Bastó que se pusiera del otro lado del espejo, para que el paisaje se le convirtiera en un enemigo, y terminó refugiándose en ese erotismo ahíto de clichés vagorosos, que caracteriza a las novelitas de supermercado europeas y norteamericanas. El erotismo en América Latina tiene el olor y el sabor del sudor del negro, el aroma de la plantación de tabaco y de cacao, la fuerza y la energía de las mujeres que hacen la guerra con el mismo afán con que hacen el amor. El erotismo en Latinoamérica no es una metáfora, es una certeza. Entre TERESA BATISTA CANSADA DE GUERRA y LOS CUADERNOS DE DON RIGOBERTO está la diferencia que hacen la carne, las escaramuzas de alcoba, los quejidos de los amantes trenzados en una sublime batalla que sólo el clamor de la selva puede igualar. El erotismo de guante blanco, sustentado en el gesto y la pose, le pertenece a una sensualidad reducida al bastón y la chistera, que oculta más de lo que en realidad revela*6.

CANTO SIETE.

Clarice Lispector. 1925-1977.

En Latinoamérica muchas de las tareas y proyectos del siglo XIX han terminado como parte insustancial de la agenda del siglo XX. Si a la mayoría de sus dictadores eurocentristas, remedo patético de la mímesis órfica, les ha costado un enorme esfuerzo entender el erotismo de concreciones latinoamericano, sólo imaginemos el sufrimiento que les causa a los grupos dominantes la digestión de dicha mímesis y los procesos que exige el rumbo hacia la civilización*7. En los deseos y buenas intenciones de Juan Domingo Perón, y de otros como él, tendió a expresarse el rococó de una forma de hacer política que confundía los detalles cotidianos con la heteróclita profusión de explicaciones étnicas para no hacer la revolución. Evita creía que las fronteras se borraban con un plato de sopa concedido cada mañana a los desarrapados de Buenos Aires. Por eso es que a Madona, y a sus seguidores de palacio, les llama tanto la atención esa forma de enfocar los problemas de la civilización contemporánea. Hemos llegado al punto de convencimiento de que la caridad es una fuerza política. De la misma forma pensó alguna vez el obediente inquisidor, de cuyos crimenes la Iglesia Católica esperó más de quinientos años para disculparse. ¿Y así se le puede pedir a Pinochet que haga lo mismo con su pueblo, al que masacró, humilló y desmembró en nombre de las fronteras de la civilización? ¡Hay preguntas que no deben hacerse, hermano!

Pero esa mímesis siniestra Madona-Evita, Madona-Frida Kahlo, Banderas-El Zorro, Banderas-Che Guevara, nos ha dejado en Latinoamérica con la sensación de que la globalización es al mismo tiempo la mundialización de la más irrespetuosa estupidez. La burguesía capitalista metropolitana ya nos tenía acostumbrados a este tipo de idiotismo cultural, puesto que un principio básico que la impulsa, es su capacidad indefectible para engullirselo todo indiscriminadamente; sin embargo, cuando lo intentó con Marx, vendiéndoles tarjetas postales a los turistas en el cementerio de Highgate en Londres, o con el Príncipe Vlad Tepes, asumiéndo como cierta la ficción literaria del Conde Drácula, creada por el aristócrata irlandés Bram Stocker , nosotros no creímos, como dice Hughes, que para la burguesía de la globalización iba a ser tan fácil saltarse la frontera entre lo apolíneo y lo dionisíaco*8. Pero lo hizo, y nos hemos quedado atónitos, porque figuras como Tina Modotti, Diego Rivera, o Clarice Lispector, y otros de la misma talla, han pasado a formar parte de la paleta de la globalización, con el fin de hacerles más atractivos los colores a una civilización que ya no se pregunta quién es el oponente, sino que lo considera invisible. El individuo globalizado de nuestro tiempo perdió por completo su capacidad para verse al espejo. Y es todavía más triste que naciones enteras hayan caído en ese trance.

CANTO OCHO.

La pérdida de la imagen, el trayecto hacia la "invisibilización" que proponen los que creen en el mundo globalizado del mañana, nos deja a los latinoamericanos con una inmensa necesidad de historia. Hoy, más que nunca, el trabajo de los historiadores se ha vuelto fundamental. Sólo el fortalecimiento de sus historias nacionales, culturales, políticas, económicas y sociales, puede salvar a los pueblos de que su impacto en la civilización se borre. La Evita Perón de Madona es emblemática de esta situación, puesto que la imagen globalizada de la cantante termina por tragarse a la leyenda y ésta se vacía de sus contenidos nacionales y personales. El contorno antropológico con el que fue originalmente concebida Evita, se transmuta en una suerte de patología iconográfica, con la cual se legitiman todas las terapias que hace posible el mercado internacionalizado de nuestros días.

Entonces, para que las lágrimas no sean inútiles, para que el sudor y tanto esfuerzo rindan algún fruto, más poesía, pintura, novelas, música y ciencia son necesarias. Hemos alcanzado el punto de ebullición, donde la más decisiva paradoja de todas adquiere su absoluta autenticidad. Nos referimos a que la práctica de la cultura debe ser coherente con la construcción de la felicidad. En Occidente estamos acostumbrados a pensar que la cultura sólo es posible si se es desgraciado. Y en América Latina hemos llevado ese principio hasta sus últimas consecuencias. Cuando la realidad es tan fea y triste, la imaginación debe reemplazarla, nos dicen algunos escritores latinoamericanos. ¿Por qué no escribir, pintar y musicalizar, el derecho que tienen los pueblos a la felicidad? No existe relación operacional entre felicidad y frivolidad. Tal cosa sólo es posible cuando uno asumió como suya, la creencia de que la necrofilia occidental tiene raíces históricas incuestionables. El proceso inverso nos haría concluir que, entre más necrófilos seamos, menos frívolamente nos acercamos a la vida. Pero en América Latina, el derecho a la felicidad es lo único que nos queda, ¿y vamos a luchar por eso con alegría o con amargura?

CANTO NUEVE.

Ruinas de Machu Picchu.

¿Dónde está entonces el puente que comunica a la cultura con la vida? ¿Dónde está la sede de la confianza en el amor y la amistad, que ha hecho posibles tantas revoluciones en América Latina? ¿Qué sabor tiene la esperanza? Tiene que ser radical el asalto a las trincheras donde se encuentran empantanados tantos espíritus. Es necesario que nos conozcamos, que nos toquemos, que nos abrazemos en un proyecto continental que nos descubra la forma de proteger lo poco que nos ha dejado el peso de tanta historia sobre nuestras espaldas.

En ningún momento será posible enfrentar la globalización si lo hacemos como individuos, pues a éstos es a los que busca encarecidamente. Sin embargo, como nunca antes, será nuestra última decisión defender la poca y ya raquítica individualidad que nos queda. La responsabilidad de los intelectuales, con tales horizontens a la vista , se vuelve descomunal; pero cuando se piensa en José Martí, en Joaquín García Monge, en Hostos, en Rigoberta Menchú, la tarea no se torna más placentera, pero sí más significativa. Es esa falta de significado la que nos tiene paralizados, y en América Latina es urgente evitar que los dictadores, o aquellos con vocación de tales, nos generalicen la locura por ponerle nombre a todo. Los poderosos son víctimas de sus obsesiones nominalistas. Sin nombres específicos, las cosas salen de su órbita de poder, y pierden control sobre ellas. Una cultura nominalista es una cultura prohibitiva, la que bloquea todo tipo de espontaneidad e imaginación. Llegó el momento en América Latina de recuperar estas dos potencias, de devolvérselas al pueblo, de arrancárselas de las manos a los opresores de la sensualidad y la creatividad. Esa es tarea de los poetas, los artistas, y los historiadores.

CANTO DIEZ.

¡Qué difícil imaginar a un historiador con sentido de la espontaneidad! Siempre hemos manejado el estereotipo de que se trata de un individuo gris, reconcentrado, metido en sí mismo, sin ninguna orientación en el presente. Así como Jorge Luis Borges era completamente sordo para la música culta, según nos cuenta una de sus biógrafas más autorizadas*9, así también algunos científicos sociales carecen en absoluto de intuiciones líricas o de proyectos para la ensoñación. Resulta que la imaginación es habitante de las calles. Con dificultad se nutre sólo de bibliotecas, archivos o biografías. La esperanza le es tributaria en la medida en que la espontaneidad se convierta en una herramienta para cambiar los escenarios. Estos, en América Latina, son tan amplios y monstruosos a la vez, como el paisaje que los hace posibles.

Junto a los terremotos, las inundaciones, los huracanes y las revoluciones, los hombres y mujeres de América Latina, debemos entender que ha llegado el momento de rescatar con imaginación y creatividad, todo lo espontáneo que hay en nuestras selvas, junglas y manglares. El próximo siglo, por decir lo menos, tendrá que construirse sobre la base de que la esperanza en América Latina es inmensa. No es ni puede ser el proyecto de unos cuantos, sino el gozo colectivo de comunidades enteras, dispuestas a devolverles a nuestros hijos y nietos, lo que la civilización occidental quiere meterle en una pantallita de computadora. Por más bella que sea la impresión digital de la manigua, sus olores, matices y sabores sólo pueden sentirse entre los pechos de una mujer cubana, colombiana, venezolana o costarricense. La esperanza en América Latina jamás podrá concebirse en el encierro de las cuatro paredes de mi estudio. Sólo el opcao eurocentrismo de un Jorge Luis Borges por ejemplo, podría haberle permitido sostener que para él eran más importantes los libros que los hombres. Sin que dejen de ser relevantes los libros, la cantidad de hombres y mujeres, ancianos y niños que está engulléndose la globalización en América Latina, únicamente puede ser rescatada en las calles de México, Buenos Aires, San Juan, Caracas, Lima, Bogotá, La Habana o San José. El "ciudadano ecológico" de los tiempos por venir en nuestra América tendrá que entender que las opciones son claras y contundentes: con o contra la vida. No es estando a favor de las pequeñas minucias de la vida cotidiana como se hace "historiografía ecológica". A partir del momento en que nos demos cuenta de que nuestro vecino es un ser humano, todo el edificio de la civilización y la cultura adquiere sentido. Y como sucede siempre, el tamaño de nuestra esperanza puede estar en un simple apretón de manos. ¿Quién la extenderá primero?

Con este congreso contribuimos un poco en esa dirección. La labor realizada por hombres y mujeres como Joaquín García Monge, José Carlos Mariátegui, Victoria Ocampo y tantos otros, en la invención de revistas y órganos de difusión cultural para países donde la atmósfera no era la ideal, nos hace pensar que el coraje tiene muchos nombres. Revistas del calibre de REPERTORIO AMERICANO, AMAUTA, y SUR por ejemplo, para citar aquellas fundadas por los autores mencionados, fueron revistas que se encontraron con unos obstáculos descomunales en su trayecto hacia la creación de una comunidad académica y cultural en Nuestra América, de tal magnitud que el tamaño de nuestro asombro sólo es parangonable con el de la lección recibida. Otras que vinieron después, como CASA DE LAS AMÉRICAS, CUADERNOS AMERICANOS, TALLER, TAREAS, ARCHIPIÉLAGO y el ANUARIO DE ESTUDIOS MARIATEGUIANOS, para mencionar sólo algunas, han abierto un surco cuyo destino aún ignoramos. Que nuestro esfuerzo, amor y dedicación por la labor que realizan estas revistas haga posible una América más rica y orgullosa de sí misma, donde la única diferencia habitable sea la que establecen la intensidad de nuestros inviernos y veranos.

San José, Costa Rica, setiembre de 1999.



1 LA EXPRESIÓN AMERICANA (La Habana: Letras Cubanas. 1993) P. 116.

2 Historiador costarricense (1952) con publicaciones en diversas revistas del continente, y con varios libros sobre asuntos de la historia económica, social y cultural de América Central y del Caribe.

3 LEZAMA LIMA, José. Op. Cit. P. 79.

4 Idem. Op. Cit. P. 110.

5 MARIÁTEGUI, José Carlos. DEFENSA DEL MARXISMO. (Perú: Ediciones Amauta. 1987) Tomo 5 de las OBRAS COMPLETAS en 20 volúmenes. Pp. 34 y ss.

6 BATAILLE, George. EL EROTISMO (Barcelona: Tusquets. 1993).

7 RIBEIRO, Darcy. LAS AMÉRICAS Y LA CIVILIZACIÓN. Tomo 1, LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL Y NOSOTROS. LOS PUEBLOS TESTIMONIO. (Buenos Aires: Suramericana. 1969).

8 HUGHES, Robert. LA CULTURA DE LA QUEJA. TRIFULCAS NORTEAMERICANAS (Barcelona: Anagrama. 1994). Pp.167-219.

9 VÁZQUEZ, María Esther. BORGES. ESPLENDOR Y DERROTA. (Barcelona: Tusquets. 1999). Varias páginas. S

 

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