Santiago de Chile.
Revista Virtual. 
Año 2
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 14.
12 de Febrero al
12 de Marzo del 2000.

JUVENTUD, DIVINO TESORO

Cheo Morales H.
Frankfurt a.M.- Alemania.

Niños trabajadoresA medida que la población mundial aumenta en número de habitantes, también aumentan las fuerzas productivas, las necesidades, las ofertas, los medios y todo cuanto se ajuste a la realidad concreta. Claro que, en realidad, el crecimiento tanto de las fuerzas de trabajo con el crecimiento de la oferta del trabajo mismo sufre contantemente un fuerte desnivel, y esto debido, principalmente, a que el sistema que explota estas fuerzas más tiene en claro su propio desarrollo que equilibrar esta balanza, para así hacer más equitativa la existencia de la humanidad.

Los más golpeados por esta injusticia social son las mujeres y los niños. Los hombres, acostumbrados a ser "indispensables" para el desarrollo laboral están más dispuestos a organizarse y a defender tanto sus fuerzas, que ponen en venta, como sus fuentes de trabajo; pero las masas femeninas y de infantes en gran parte del mundo no industrializado se encuentran al margen de las conquistas sociales y económicas que "ofrecen" las leyes reguladoras del mercado.

Niños trabajadoresPrincipalmente me quiero referir esta vez a aquellas masas de niños y adolescentes que, pese a todo el desarrollismo del que hace gala el mundo actual, viven totalmente marginados y explotados, como si todavía vivieran en el período pre- industrial, en donde los trabajadores no conocían de leyes laborales, seguridad social, de horarios. En aquella época, tanto adultos como chiquillos, entraban en las galerías donde se extraía el carbón para mover la reciente maquinación de la economía nacional, y la que permitía mantener despiertos los apetitos de las expediciones coloniales en su fase ya decadente. Los campos de trigales y otros cereales eran cubiertos de rostros femeninos de niños, quienes desde que salía el sol no sabían de otro contactos que el de la tierra entre sus manos y el azote del capataz, fiel servidor de los intereses de un amo que casi no conocía otro lugar que los salones de sus mansiones urbanas, en tiempos de cosecha se acercaba a los campos para oler el sudor de las peonadas quienes no sabían de salarios, ni de descansos dominicales.

Niños trabajadoresLas estadísticas manejadas por Naciones Unidas (ONU), dicen que tan solo en Latinoamérica unos dos millones de niños sufren de la explotación laboral. Pese a que ya existe, tal como la Declaración de los Derechos Humanos (logro de la revolución francesa), también existe una Carta de los derechos de la infancia, cuestión que casi nadie conoce o toma en cuenta. Estos niños ya no son casi ocupados en labores del campo, y esto debido a la muerte prematura del agro, sino que deambulan por los suburbios urbanos. Son una masa silenciosa que cumple múltiples funciones. No todos son analfabetos, tal como ocurría en el génesis del desarrollo industrial, cuando el vapor recién comenzaba a mover pesadas maquinarias y otros ingenios, para hacer un mundo más próspero y feliz, en su apariencia. Los chicos de hoy, muchos antes de vender sus fuerzas de trabajo primero concurren a las escuelas, como si el mundo marchara de lo más normal; después siquiera recibir las necesarias calorías se encamina a trabajar hasta que la mayoría de los adultos ya se encuentran en posiciones de reposo.

Recuerdo mi paso por países sudamericanos en donde he visto en los supermercados (o los llamados hipermercados, ya que en sus despensas de amontonan montañas de mercaderías que los seres humanos y animales no dan a basto para consumir), a precoces proletarios, muchos de ellos aun con sus uniformes escolares a medio cambiar, embalan mercaderías, acarrean grandes bultos, un montón de bolsas, corren de aquí para allá, atienden a clientes conscientes, hipócritas y otras alimañas que se hacen servir como si de importantes señores se tratara. Y todo esto sin un salario (*), ni seguridad social, tan solamente por las gracias un par de chauchas como recompensas por haber tenido el gusto de hacer lo que hacen. Mientras en las cámaras legislativas se discute de todo, del trabajo y la desocupación, etc.., pero nadie de los inminentes diputados y senadores, de los legisladores, dirigentes obreros, los juzgados del trabajo, la policía, ni el clero se preguntan qué hacen esos millones de niños en las grandes cadenas que ofrecen los más variados consumos, en las calles ofreciendo golosinas, que ellos mismos no son capaces de disfrutar, vendiendo periódicos y otros pasquines con malas noticias. Nadie desea poner atajo a los vicios ofrecidos solapadamente por la clase acomodada, en donde enrolan a masas de niños y adolescentes. Las drogas y otros somníferos sociales y espirituales, que apagan la sed de justicia y el hambre acumulado por generaciones. Los prostíbulos ofrecen una "mercadería" cada vez más joven y competente. ¿Acaso todo este montón de jovencitas y jóvenes (el vicio no conoce sexos) no tienen un hogar, una familia, un Estado, ., que les proteja? Todo es ilegal, pero todo se realiza a la sombra de la injusticia y las necesidades más esenciales y biológicas, como lo más natural.

Niños trabajadoresNuestra América, desde Ártico Norte hasta el Cabo de Hornos, está plagada de servicios que ya, con los adelantos de la "civilización occidental" debería ser historia en los manuales de la ética humana. Países como Méjico, en los del Centro, Caribe y Sudamérica, como digo, millones de niños venden lo poco y nada que tienen, sus vidas, las que se aceleran en los túneles de las minas de Potosí, en los lavaderos de oro de Venezuela, Colombia y Brasil, en los burdeles de todas las grandes ciudades, en el comercio carnal callejero, etc. Ni con esto que nuestra América se ubica dentro del contorno de influencia católica, en donde aun rige una complicada moral inquisidora, la que prohibe tajantemente el aborto, el divorcio, las relaciones extra matrimoniales, la relación sexual precoz e, incluso, hasta no hace mucho ponía coto a la masturbación; pero, que hace caso omiso, cierra los ojos y mantiene una sordera a prueba de cañonazos a la hora de hacer frente a los problemas sociales de esta masa, cada vez más voluminosa, de gente menuda que vive al margen de sus propias reglas morales de conducta.

En otros continentes y espacios vitales la explotación infantil y juvenil es aun más atroz; ya que esas sociedades amparadas por reglas ancestrales encuentran de lo más lógico que millones de chicas, aun desconocedoras de las bondades de sus propios cuerpos, se hacinan en los burdeles de Calcuta, Bombay, Islamabad, y en tantos otros centros habitados por cientos de millones, que ante su propio atraso doméstico y económico, no conocen otra vida que aquella del placer y la complacencia a costas de las castas más bajas y más necesitadas.

No todo es el duljente placer, también intereses en metálico subyugan a niños y les atan, incluso con cadenas y en otros caso les mutilan para que no escapen, junto a los telares de alfombras y casimires que se venden en los mercados del mundo desarrollado a precios al alcance del bolsillo de cualquier pequeño burgués, o de un proletario arribista.

Niños trabajadoresLos nuevos ejércitos patrioteros, tribales y nacionalistas llevan como punta de lanza, o como carne de cañón que es la palabra apropiada, a niños armados hasta los dientes, quienes desprecian la vida de sus "potenciales enemigos" y no sienten, a fuerzas de drogas ideológicas (lavados de cerebros), respetos ni por la suya propia. La cuestión es: matar para sobrevivir.

La población mundial, a fuerza de continencias sexuales, de métodos anticonceptivos y de otros avances de las costumbres, va envejeciendo; por esto nuestro entorno se va transformando en un mundo agreste y triste, como en países europeos en donde se puede caminar cuadras y cuadras de pavimento sin encontrar un niño; sin embargo en países en donde aun persiste la alegría de vivir, los rostros jóvenes inundan todavía el paisaje de lo cotidiano, y abundan tanto, que ya no alcanza el trabajo, el vestuario ni la comida para tantos.

Espero que durante este siglo que ya estamos pisando, las cosas vayan cambiando, especialmente nuestras costumbres y nuestra cultura hacia los millones de seres que un día no muy lejano serán quienes sigan empujando este pesado engranaje de la historia.

 

(*) En Chile existe una ley que prohibe trabajar a niños menores de 14 años. En estos momentos se tramita otra ley que obligaría a contratar y pagar a los niños que trabajan en Supermercados.

Si quieres comunicarte con Cheo Morales puedes escribirle a: elimora@t-online.de
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