LUCIDEZ EN EL ABISMO: Perspectivas en torno a MI MADRE de GEORGES BATAILLE. Capítulo III (final)
Lucidez en el abismo: Perspectivas en torno a Mi Madre de Georges Bataille
Capítulo III
Por Ana Karina Lucero
altazor_2004@yahoo.es
(El Capítulo I se puede leer aquí)
(El Capítulo II se puede leer aquí)
Mi madre: Una Digresión
Siguiendo con las aseveraciones expresadas por Freud en “Tres en ensayos para una teoría sexual”, encontramos nuevos agentes que contribuyen a revitalizar nuestra lectura.
El giro argumentativo que acabamos de instalar tiene conexión con una profundización de la idea de perversión1 y a su vez, con la intratextualidad que existe entre la novela “Mi madre” y el estudio/ensayo titulado “El erotismo”.
En primer lugar, debemos señalar que la perversión no es un concepto psicoanalítico, sino más bien médico-legal que aparece como tal en la literatura jurídica y psiquiátrica a partir del código napoleónico2.
Posteriormente, el problema es recogido en el terreno de la psiquiatría, en el siglo pasado bajo la forma de “Delirios parciales”, “Monomanías”, “Hipergenitalidad”, “furor genital”, etc.; lo que implica un tránsito que va desde la víctima hacia el victimario, del castigo jurídico del delito y las consecuencias sobre el sujeto dañado, hacia el estudio médico del causante del daño penado por la ley.
La ley no puede englobar todo lo que constituye la vida sexual. Evidentemente, siempre habrá elementos que se le escapan. A pesar de esto, toda la vida sexual a lo largo de la historia humana es y ha sido regulada, a lo menos, por un cierto número de prohibiciones y tabúes donde los parámetros de lo lícito y lo ilícito son sumamente variables de una cultura a otra.
La propuesta freudiana trabaja fuertemente el problema de las perversiones; no con el afán de elaborar listados o catálogos, sino como un campo teórico-clínico a interpretar. En sus primeras obras aparecen vinculadas al abuso sexual, que en calidad de trauma erigía una etiología de las neurosis.
La perversión plantea un problema de diferencia sexual que aparece durante la infancia y que es la que permite organizar la relación del sujeto con su entorno, con esto nos referimos, a los aspectos ligados a la socialización con otros y con sus padres.
Los perversos se caracterizan menos por sus prácticas sexuales que por una organización psíquica que desborda sus imágenes eróticas. Asimismo, su relación con la ley pasa por el desafío a su estatuto. Interroga -más allá del aparato legislativo de la sociedad- a quien constituye el soporte familiar de la ley (es decir el Padre), de toda ley, y deviene gustosamente moralista (todo perverso se descubre gustoso una vocación de educador o de iniciador).
En el caso de las perversiones, Freud señala en su texto que dentro de los fines sexuales “preliminares” conducentes al coito se admiten una serie de relaciones intermedias con el objeto sexual, tales como la contemplación y tocamiento del mismo. Actos que se encuentran por una parte, ligados a la sensación de placer que por sí solos producen y por otra, se relacionan con la elevación de la excitación, que debe perdurar hasta la realización sexual definitiva.
De acuerdo a ello, existirían una serie de factores que permiten asociar la perversión a la vida sexual “normal” (los cuales otorgarían una cierta explicación de la inserción de estas transgresiones anatómicas del dominio corporal -orientado a la unión sexual- en un primer nivel; como asimismo, en su naturaleza de relaciones intermedias con el objeto sexual conducentes al coito).
Diferenciación comprobable en el siguiente extracto:
“El éxtasis en que Hansi y yo nos habíamos extraviado, participaban ante todo nuestros vientres desnudos, luego un amor ilimitado empeñado en que nuestros vientres se desnudaran y se liberaran sin límite. Esta abolición de los límites, que nos dejaba a los dos extraviados, me parecía más profunda que los sermones del sacerdote en la capilla de la iglesia, me parecía más santa. Veía en ella la medida de Dios en la que jamás vi sino lo ilimitado, la desmesura, la demencia del amor. Así pues, en mi náusea, besé las nalgas de Hansi, sin sentirme menos repudiado por la alegría que me habían dado por la maldición divina. Pero tuve en aquella desdicha poco profunda, la fuerza de decirme: “Amo las nalgas de Hansi, amo también saber que Dios las maldice. En mi náusea, me rió de esta maldición que las diviniza tan profundamente. Las nalgas de Hansi son divinas, si las beso, sé que a ella le gusta sentir en ellas el beso de mis labios3”.
En dicho fragmento se puede observar una transgresión anatómica, en la medida en que hay una sobrevaloración del objeto sexual (valoración psíquica que recae sobre el objeto como manifestación de un instinto que no se limita, y que se estanca en un sector corporal particular, refiriendo a su vez, una sobreestimación de sensaciones que entran en juego mediante la utilización de la cavidad bucal como órgano sexual).
La boca para Pierre es conducida por un instinto sexual que persigue sensaciones que se desvanecen rápidamente, pero que aún así no restringen su dedicación a abolir todo tipo de aversión. Hansi fue amante de su madre y obtuvo una proximidad con Pierre después de que su madre se distanció de él (viaje que permitió que Pierre experimentara sus relaciones afectivas de otra forma, más autodeterminada e inclinada hacia lo sádico y lo festivo).
Otro punto interesante a destacar en este ejemplo, tiene que ver con el fetichismo. Freud señala que aquellos casos que renuncian a un fin sexual normal o perverso, relevan o convierten alguna característica del objeto sexual en un fetiche (un determinado color de cabello, un traje especial o hasta un defecto físico).
El autor señala que es regular que se presente en el propio amor “normal” un cierto grado de fetichización, sobre todo en ciertas etapas del enamoramiento en los que el encuentro sexual se torna inasequible o su concreción se aplaza.
El caso patológico surge cuando el deseo hacia el fetiche se fija pasando sobre esta condición y se coloca en lugar del fin normal o cuando el fetiche se separa de la persona determinada y deviene por sí mismo en único fin sexual. Estas son las condiciones generales para el paso de simples variantes del instinto sexual a la aberración enfermiza.
Para el autor, la solución común a todos estos casos de fetichismo reposa sobre el hecho que el fetiche es, sin lugar a dudas, un sustituto del pene. Solo que no de cualquier pene, sino de un pene muy particular, que ha tenido gran significatividad en la primera infancia, pero que se perdió más tarde.
También es oportuno abordar la ejecución del tocamiento y la consabida contemplación hacia otro, involucrada en este mismo acto. Para la continuidad del fin sexual normal resulta indispensable- por lo menos para el hombre señala Freud- una cierta medida de tocamiento que permita el aumento de la excitación y contribuya a explorar nuevas fuentes de placer ligadas al contacto con la epidermis del objeto sexual.
Por el contrario, la contemplación puede constituir una perversión cuando se limita exclusivamente a la zona genital, cuando aparece ligada al vencimiento de una repugnancia o cuando en vez de preparar el fin sexual normal, termina reprimiéndolo.
Tal y como se presenta en el siguiente extracto:
“Réa había deslizado en mi oído palabras que me ahogaban, que me congestionaban y que, esta vez, ya no podían impedir que me quedara reducido al poderoso calambre de los órganos. Réa me había guiado, había guiado mi mano hacia la penetrable humedad y, cuando me besó, había introducido en mí su enorme lengua. Réa, cuyos ojos había visto brillar, Réa a quien aún podía oír reír a carcajadas de la ebriedad y del inconfesable placer que mi madre le había dado. Imaginaba la vida de aquella hermosa joven semejante a la estática fornicación, sin aliento ni descanso, de las chicas de las fotografías4”.
Réa -reminiscencia de la mitología griega asociada al flujo menstrual o al líquido amniótico, hija de Urano y Gea, hermana y esposa de Crono relacionada con la maternidad-; surge en este relato como una de las amantes de Pierre y su madre.
Con ella se inicia el proceso de degradación/corrupción de este adolescente transportado al fondo de la perversión, quien -sometido a estímulos variados- era paulatinamente reducido a una relectura o variante de la figura del perverso polimorfo.
Además, hay otra arista en el texto de Bataille que dialoga con esta taxonomía de la perversión elaborada por Freud. Esta tiene que ver con la presencia del sadismo y el masoquismo en la novela, entendiendo estas nociones como tendencias a causar dolor o a ser maltratado por el objeto sexual.
El sadismo se puede identificar con un componente agresivo y exagerado del instinto sexual, comprende rasgos de posición activa y dominante con respecto al objeto sexual hasta una especial conexión con la humillación y maltrato del mismo; este último acto le provoca una enorme satisfacción (en sentido estricto, sólo éste puede ser concebido como perversión).
De modo antagónico, la idea de masoquismo aglutina una serie de actitudes pasivas respecto a la vida erótica y al objeto sexual, derivando en los casos más extremos en una suerte de conexión placentera con el voluntario padecimiento de dolor físico o anímico provocado por el objeto sexual.
La particularidad más interesante de esta perversión, está cifrada en el hecho de que tanto su forma activa como pasiva pueden aparecer simultáneamente en la misma persona. Un sádico es siempre un masoquista, y a la inversa. Lo que ocurre es que una de ellas cobra mayor fuerza en el carácter.
Asimismo, sus pulsiones-tanto orales como anales- están cimentadas en aquello “que se dice”,
“o se ordena”, en la voz imperativa; a diferencia de los exhibicionistas o los voyeur, que se relacionan con sus objetos sexuales mediante la mirada (ojo escrutador que se torna zona erógena).
Tal y cómo se aprecia al inicio de este texto (pie forzado y marca textual que delimita la relación madre-hijo):
“Eres demasiado joven-dijo-, y no debería hablarte, pero a fin de cuentas tienes que preguntarte si tu madre es digna del respeto que le tienes. Ahora tu padre ha muerto, y yo estoy harta de mentir: ¡soy peor que él!
Sonrió con una sonrisa amarga, desmedida. Estiraba con las dos manos el cuello de su vestido y lo separaba. Ninguna indecencia se mezclaba con ese gesto en el que solo expresaba el desamparo.
Pierre- siguió ella, sólo tú sientes por tu madre un respeto que ella no merece. Esos hombres que un día encontraste en el salón, esos lechuginos ¿qué crees que eran?
No contesté, no me había fijado en ellos.
Tu padre lo sabía. Tu padre estaba de acuerdo. En tu ausencia, esos idiotas ya no sentían respeto por tu madre ¡Mírala!5”.
Aquí se yergue la dinámica sadomasoquista entre madre e hijo, que exhibirá sus pliegues y repliegues a lo largo de todo el texto y que funciona como sustrato y demostración de la presencia patológica.
El hijo devenido perverso se encuentra entonces frente a la castración en una posición relativamente complicada y difícil de sostener: sabe pero no quiere saber, es decir, tiene que sostener a la vez lo afirmativo y lo negativo de la proposición materna, debiendo con ello enfrentar la desacralización.
El erotismo
Por último, abordaremos la dimensión erótica en Bataille. El autor sostiene en su texto “El erotismo” que dicho término corresponde a “aquello de lo que es difícil hablar, se encuentra definido por el secreto y se sitúa en la vida ordinaria, permanece separado de la comunicación normal de las emociones. Se trata de un tema prohibido, pero siempre hay transgresiones, nada es prohibido pero siempre hay transgresiones, nada es prohibido absolutamente6".
Por otra parte, nos señala en uno de los estudios contenidos en este texto, denominado como "El enigma del incesto", lo siguiente:
“El hombre es el animal que no acepta simplemente el dato natural y que lo niega. Cambia así el mundo exterior natural, saca de él herramientas y objetos fabricados que conforman un mundo nuevo, el mundo humano. El hombre, paralelamente se niega él mismo, se educa, rehúsa por ejemplo dar a la satisfacción de sus necesidades ese libre curso al que el animal no imponía reserva alguna7".
En pocas palabras, el ser humano niega el mundo dado y sus instintos por el trabajo. La superación de la subjetividad pasa por la transgresión y lo heterogéneo (en tensión con la razón que ostenta el principio de autoridad e intenta imponer la lógica del poder); implicando en este movimiento la anulación de las normas que dan sentido y orientan el pensamiento.
El ser humano construye un mundo alejado de lo instintivo, es decir, racional, planificado, previsible, que le aporta seguridad, pero por momentos, ansía la intensidad del apetito animal, en la que proyecta una imagen de libertad. Bataille instala su decurso epistemológico en la modernidad, y desde allí refiere, da cuenta de la lucha entre soberanía y trabajo.
Para superar tal disyuntiva, establece una relación entre la experiencia sexual y la muerte de Dios, que permite la ruptura de la que emana el entredicho: Dios y trabajo.
Según Bataille, hay algo en nosotros que sigue funcionando sin el consentimiento de la conciencia, pero en la medida en que la conciencia no lo ratifica, nos pasa desapercibido. Nos referimos con ello al impulso animal, que nosotros no advertimos y que sólo se nos hace patente en forma de caída, de pecado: en forma de culpabilidad.
Siempre que se piensa, se le otorga una carga negativa, de vulneración de la normalidad. La transgresión no consiste en el desconocimiento de la norma o en la insensibilidad hacia la misma, sino, al contrario, en una firme observancia del orden social, que requiere de excepciones para sostenerse. La transgresión pone en juego el placer de la libertad pero también la angustia de la culpa.
Este resabio agridulce, es el que concede a la sexualidad humana una particularidad, una emocionalidad tanto más intensa: el erotismo. El campo del erotismo es el campo del goce más allá del goce físico del sexo. Se trata de una inclinación por la transgresión. La transgresión pertenece al sentimiento de aversión hacia aquello que nos aterroriza, que es fundamentalmente la muerte y, correlativamente, la violencia.
Bataille afirma su razonamiento en la dicotomía y la excepción. Tanto la prohibición como su reverso la razón, dependen de entre sí.
El autor homologa la sexualidad con la muerte, ambas experiencias son muy próximas y tienen un sentido similar. La transgresión e igualación que Bataille establece entre estos dos elementos, tiene que ver con la fascinación y el miedo que generan ambos tópicos: “El único medio para acercarse a la verdad del erotismo es el estremecimiento8” (…) “Si es cierto que “diabólico” significa esencialmente la coincidencia de la muerte y del erotismo (...) no podremos dejar de percibir, vinculada al nacimiento del erotismo, la preocupación, la obsesión de la muerte9”
Esta asociación tiene que ver con su concepción de “ser humano”. Bataille asevera que éste tiene un deseo angustioso de hacer durar su singularidad de manera eterna, desconociendo o negando la imposibilidad que eso trasunta dirigiendo su discurso hacia la búsqueda de trascendencia.
Para el autor, el hecho que se viva el sexo como transgresión nos sitúa en un espacio de fluidez, de continuidad con la naturaleza desde el caos (poniendo en tela de juicio la ley y la racionalidad humana, a fin de llevarnos más allá).
Asimismo, el erotismo viene dado por una sexualidad vivida como transgresión, como fiesta, como ruptura con los códigos sociales y con el propio yo. En la misma línea, afirma Bataille: “Hablamos de erotismo siempre que un ser humano se conduce de una manera claramente opuesta a los comportamientos y juicios habituales. El erotismo deja entrever el reverso de una fachada cuya apariencia correcta nunca es desmentida; en ese reverso se revelan sentimientos, partes del cuerpo y maneras de ser que comúnmente nos dan vergüenza10”.
El punto en que erotismo y religión se encuentran es precisamente este que hemos referido: la fiesta. Religión que es vista desde una subversión que desvía el cumplimiento de las leyes al imponer (consensuada y específicamente) el exceso, el sacrificio y la fiesta, cuya consecuencia es el éxtasis “programado para una determinada ocasión”.
Tal como se aprecia en el siguiente fragmento:
“…Permanecimos en cama varios días, absorbidos por aquel delirio, sin taparnos siquiera cuando Lulú nos traía los vinos, las aves o las carnes sobre los que nos abalanzábamos. Bebíamos mucho borgoña para recuperar nuestras fuerzas desfallecidas. Comentamos una noche que, a la larga, acabaríamos quizás alucinados, quizá locos; Hansi quería siempre más bebidas.
-Quiero saber qué piensa ella de todo esto-dijo Hansi.
Lulú nos trajo champán. Hansi le preguntó:
Lulú, ya no sabemos nada. Nos preguntamos qué nos pasa. ¿Cuántos días hace que estamos en la cama? A lo mejor nos fundiremos.
Lulú contestó riendo:
Hace cuatro días. Es cierto, la señora parece consumirse. Me atrevería a decir que lo mismo le ocurre al señor.11”
El erotismo se vuelve festivo en la medida en que se sitúa en la otra cara del orden, en un caos en el cual la prohibición y la prescripción, la descomposición y la mezcla, amos y esclavos, ganancia y pérdida desplazan sus ubicaciones y trazados y se confunden orgiásticamente.
Tal es la naturaleza del tabú: hace posible un mundo sosegado y razonable, pero, en su principio, es a la vez un estremecimiento que no se impone a la inteligencia, sino a la sensibilidad; tal como lo hace la violencia misma.
Para ejemplificar lo anteriormente señalado recurriremos al siguiente fragmento:
“…Sus máscaras y el maquillaje me impedían reconocerlas. Comprendí, no obstante, muy pronto que una de ellas era mi madre y la otra Réa: si no hablaban, era seguramente con el fin de aumentar, si ello fuera posible, mi angustia.
(…)De pronto, me encontré ante mi madre; se había liberado de toda sujeción, se había arrancado la máscara y miraba oblicuamente, como si en aquella sonrisa oblicua hubiera aliviado el peso que la sofocaba.
No me has reconocido-dijo-. No has podido alcanzarme.
Te he reconocido-contesté-. Ahora, descansas en mis brazos. Cuando haya llegado la hora de mi último suspiro, no estaré más agotado que ahora.
Bésame-dijo mi madre-, para dejar de pensar. Pon tu boca en la mía. Ahora, sé feliz, como si no estuviera hecha una ruina, como si no estuviera acabada. Quiero hacerte entrar en ese mundo de muerte y de corrupción en el que ya sabes muy bien que estoy encerrada: sabía que te gustaría. Quisiera que ahora deliraras conmigo. Quisiera arrastrarte en mi muerte12.”
Aquí se produce el desenlace en el texto de Bataille. En el cumplimiento de la transgresión de lo prohibido. Las barreras se han levantado, sin olvidar que con ello se ha puesto un cuidado en el acto y en la pantomima de las reglas.
La madre deja de ser un objeto sagrado (esposa que proyecta una imagen de pureza) y se sitúa más bien como una mujer derribada ante el imaginario de una violación que la conduce a una maternidad nacida en la ignominia y el apremio -contra natura-. Maternidad que entrega -desde la mancha- un nuevo sujeto al mundo, y que se sirve posteriormente de su viudez y perturbación, para develar a su hijo la marca de su naturaleza atávica fallida.
La madre, provocadora de estupor y temblores, que confronta a un hijo devoto consciente de la prohibición (compuesta por un movimiento de rechazo y otro de fascinación). Prohibición y transgresión que responden a dos movimientos antitéticos: la prohibición rechaza la transgresión, y la fascinación introduce a la primera.
Teatralidad expresada por una puesta en escena sacrificial, afirmada por la máscara y el maquillaje, que al ser mostrado se traduce en exceso y preámbulo de la oposición al tabú.
Para cerrar esta sección y a modo de corolario, tomaremos un último fragmento revelador en relación a la transgresión:
“Un breve instante del delirio te daré, ¿acaso no vale el universo de necedad en el que la gente pasa frío? Quiero morir “he quemado mis naves”. Tu corrupción era toda mi obra: te daba lo que poseía de más puro y más violento, el deseo de no amar más que aquello que me arranca la ropa. Esta vez, es la última.
Mi madre se quitó delante de mí la blusa y el pantalón. Se acostó desnuda.
Yo ya estaba desnudo y me acosté a su lado.
-Sé ahora-dijo ella-que me sobrevivirás y que, al sobrevivir, traicionarás a una madre abominable. Pero, si más tarde te acuerdas del abrazo que pronto nos unirá, no olvides la razón por la que me acostaba con mujeres. No es el momento de hablar del deshecho humano que fue tu padre: ¿era realmente un hombre? Lo sabes, me gustaba reír, ¿puede ser que no haya terminado aún? Jamás sabrás hasta el último instante si me reía de ti…No te he dejado contestar. ¿Sabré aún si tengo miedo o si te amo demasiado? Déjame tambalearme contigo en esta alegría que es la certeza de un abismo más cabal, más violento que cualquier deseo.
La voluptuosidad en la que te hundes es ya tan grande que puedo hablarte libremente: a continuación, vendrá tu desfallecimiento. Entonces, me iré y jamás volverás a ver a quien te esperó para no darte más que su último suspiro. Ah, aprieta los dientes, hijo mío, te pareces a tu picha, esa picha chorreante de rabia que irrita mi deseo como un puño13”.
Así concluimos que la convulsión de la carne es tanto más precipitada cuanto más próxima está del desfallecimiento; y por otro lado, que el desfallecimiento, con la condición de que deje tiempo para ello, favorece la voluptuosidad.
La angustia mortal no se inclina necesariamente a la voluptuosidad, pero la voluptuosidad, en relación a la angustia mortal, es más profunda.
La esencia del erotismo se aprecia en la relación entre ambos personajes a raíz de la unión inextricable del placer sexual con lo prohibido. Nunca, humanamente, aparece la prohibición sin una revelación del placer, ni nunca surge un placer sin el sentimiento de lo prohibido. En la base de esto hay un impulso natural; y en la infancia, sólo hay ese impulso natural.
Hablamos de erotismo siempre que un ser humano se conduce de una manera claramente opuesta a los comportamientos y juicios habituales. El erotismo deja entrever el reverso de una fachada cuya apariencia correcta nunca es desmentida; en ese reverso se revelan sentimientos, partes del cuerpo y maneras de ser que comúnmente nos dan vergüenza.
Así, lo prohibido instaura un mundo doble. No existe prohibición que no sea susceptible de ser transgredida. No siempre la prohibición es admitida, pero tampoco en todos los casos es proscrita.
Bibliografía
Bataille, Georges: Las lágrimas de Eros; Barcelona. Ed. Tusquets (2007).
Bataille, Georges: El erotismo. Barcelona. Ed. Tusquets (2007).
Connell, R. W.: Masculinidades. En: Masculinidad/es: poder y crisis. Teresa Valdés y José Olavarría (editores). Santiago, Isis Internacional (1997).
Dio Bleichmar, Emilce: La sexualidad femenina. De la niña a la mujer. Barcelona. Ed. Paidós (1997).
Freud, Sigmund: Tres ensayos sobre teoría sexual. Madrid. Ed. Alianza (1999).
Hidalgo G. y Thibaut, M.: Trayecto al psicoanálisis de Freud a Lacan. Santiago. Ed. Diego Portales (2004).
Nasio, Juan David: Enseñanza de siete conceptos cruciales del psicoanálisis. Barcelona. Ed. Gedisa (1996).
2 “Comparado a las prácticas penales del antiguo régimen (de la monarquía) y a las reglas en vigor en el derecho alemán o inglés de la época, el código penal napoleónico parece bien liberal; el legislador no busca castigar en materia del comportamiento sexual más que el escándalo público del ultraje a las buenas costumbres y el atentado al pudor; en esta segunda eventualidad, no hay falta más que en función de dos elementos: la edad y el consentimiento. Si el objeto es un menor, aún consintiéndolo, hay crimen; pero si él es mayor, el crimen no existe sino por falta de consentimiento; con o sin violencia propiamente dicha.
El espíritu del texto aparece muy claro: castiga el escándalo, protege a los menores (…) el texto de la ley entiende bien no tener que meterse en las costumbres privadas de los ciudadanos mayores y la sexualidad, se podría decir, al menos la de los adultos, no es en ningún momento la preocupación del legislador burgués. Él condena, de una manera general, la violencia y los abusos perpetrados contra la debilidad supuesta de los menores, pero para los demás, no quiere saber nada. Los ciudadanos mayores pueden bien llegar al orgasmo por todos los medios que ellos estimen convenientes, a condición de que los partenaires consientan”.
Podemos apreciar en esta legislación una laicización de la perversión, en el sentido que ella sale del terreno religioso del pecado, una separación entre el campo público y el privado, y también que los comportamientos perversos como tal no son considerados, sino únicamente sus consecuencias, es decir que el goce como tal escapa totalmente al campo de la ley. Explicación extraída del texto de Michel Thibaut y Gonzalo Hidalgo: Trayecto al psicoanálisis de Freud a Lacan. Santiago. Ed. Diego Portales (2004); pág. 229.
3Op. cit; pág. 124.
4Op.cit; pág. 71.
5Op. cit; pp.28-29.
6Bataille, Georges: El erotismo. Barcelona. Ed. Tusquets (2007); pág.147.
7; Ibid; pág.159.
8Bataille, Georges: Las lágrimas de Eros. Barcelona .Ed. Tusquets. (2007); p. 88.
9Ibid; pág. 41.
10 Op.cit; pág. 115.
11Ibid; 114-115.
12Op.cit; pp. 142-143
13Op.cit; pp. 143-144.
Ana Karina Lucero
Texto desarrollado por Ana Karina Lucero Bustos. Licenciada en Literatura, Diplomada en Estudios de Género y estudiante de Magíster en Estudios de Género y Cultura (Universidad de Chile).
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