DALÍ, EGÓLATRA DEPREDADOR

Carlos Yusti

Salvador Dalí fue el egocéntrico provocador por antonomasia. Buscaba ser un artista del renacimiento, pero se le veían las costuras y ante este hecho tuvo la imperiosa necesidad de publicitarse como genio. Supo que requería de un mercado, que necesitaba vender su obra, pero como su obra no tenía ese fuelle de genialidad requerida se vendió él mismo como producto. El surrealismo le vino de maravillas para su empresa.

Cuando cumplió los 84 años ya tenía su estrella en el gran paseo del arte universal. Un 23 de enero de 1989 entra a la inmortalidad luego de publicitar su agonía por la prensa mundial. Decrépito y con unos tubos de goma cruzándole el alma ya no era tan feroz cuando declaraba sin rubor : “El surrealismo soy yo”.

Su etapa surrealista es lo mejor de su obra plástica y de su estrafalaria manera de hombre anuncio. Su cuadro emblema es “La persistencia de la memoria”. Esos relojes blandos goteando en un paisaje pintado del otro lado del espejo tienen una atmósfera universal que sin duda le sobrevivirá. "¿Por qué los relojes blandos?", le preguntó una admiradora. "Lo importante no es que sean blandos o duros, sino que marquen la hora exacta", respondió. Por supuesto los aplausos no se hicieron esperar.

Su estancia en la capital marcó su vida. Allí experimentó con el cubismo y el dadaísmo y conoció al poeta  Féderico García Lorca y al director de cine Luis Buñuel, de los que se hizo íntimo amigo en la Residencia de Estudiantes. Junto a Buñuel fue autor de los films surrealistas: Un chien andalou y L'Age d'or.

Y es que Dalí no sólo se dedicó a la pintura. Su trabajo se extendió también al cine, la escultura, el diseño y la escritura. Su primera exposición individual de pintura fue en el año 1925 en Barcelona e hizo que dos grandes artistas, Pablo Ruiz Picasso y Joan Miró, notaran su presencia un tanto chillona y estrafalaria. Un año después, Dalí conoció a Picasso en París. "El arte somos Picasso y yo", llegó a manifestar, con un egocentrismo a flor de piel que jamás le abandonó. Luego diría en un acto de sin igual acomodo: "Picasso es español, yo también. Picasso es pintor, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco". Al final Dalí se quedó en sus postulados asomados en un panfleto de los años cincuenta, “Los cornudos del arte moderno”:

1.-Talento, y a ser posible genio.

2.-Volver a aprender a pintar tan bien como Velázquez y a poder ser como Vermeer.

3.-Poseer una cosmogonía monárquica y católica lo más absoluta posible y de tendencias imperialistas.

Detrás de sus actuaciones de “loco súper estrella” quedó un artista consumido por su ambición de nobleza y con esa inigualable harpía que fue compañera Gala alcanzó sus 15 minutos de famas respectivos con reconocimientos y títulos nobiliarios incorporados. Quiso pintar con Velásquez y se quedó patinando en un clasicismo trasnochado de encaje y atusados ropajes, en una espiritualidad rebuscada y de utilería sin nada de sublime. Su genialidad estuvo en su oportunismo para cotizarse bien en el mercado del arte. Fue un depredador que terminó devorando su propio mito. En su pintura solo destiló talento y en su vida promocional derrochó todo la genialidad posible. A la larga todo esto produjo frutos espléndidos. Ya en su crepúsculo fue sólo una marca registrada que firmaba lienzos y hojas en blanco en la cual hábiles copistas creaban pinturas dalilianas que seguían moviendo la caja registradora. En el trance de su agonía siguió depredando aquí y allá para devenir en un cornudo más del arte.