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ISSN 0719-4757
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Alcibiades o la Universalidad de la Ambición

Este artículo se reproduce en la columna de Diego Cerda Seguel, en Escaner.cl con la expresa autorización del autor

Mariano Nava Contreras

Universidad de Los Andes (Venezuela)

Palabras claves: Alcibíades, Jackeline de Romilly, Grecia Clásica

En 1995 Jackeline de Romilly publicó lo que sería uno de sus más notables éxitos de ventas en Francia, un ensayo biográfico en el que nos acercaba al periplo existencial de un controversial personaje, protagonista de una época que fue pródiga en personajes controversiales: Alcibíades. Ya Romilly (Chartres 1913) era más que conocida, no ya entre los helenistas de todas partes, sino en el gran publico lector europeo y americano. Posee una brillante carrera en el campo de la filología clásica, fue profesora de griego en las universidades de Lille, París-Sorbona y la primera mujer en dictar clase en el prestigioso College de France, ingresando en 1971 en la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, y en la Academia Francesa en 1989. Sin embargo, lo que caracteriza y proyecta la obra de Romilly en el gran público es su interés por demostrar la vigencia de la cultura griega antigua, la actualidad de los problemas que debieron resolver en su momento los antiguos griegos, y que hoy nos afectan igualmente y con pocas variantes. Su obra es expresión de esa convicción que mueve a los filólogos y a los estudiosos del mundo grecolatino en la actualidad, convencidos como estamos de que los problemas y las dificultades que condicionaron la antigüedad grecolatina, y las soluciones que los antiguos supieron encontrar, constituyen una inapreciable cantera histórica cuyo interés se mantiene inagotable, y cuyo estudio no deja de ofrecer respuestas a nuestro convulsionado mundo contemporáneo. Así, títulos ya lejanos como Tucídides y el imperialismo ateniense (1947), su tesis doctoral; La ley en el pensamiento griego (1971),Problemas de la democracia griega (1975), Grecia y el descubrimiento de la libertad (1989), ¿Por qué Grecia? (1992), así como otros más recientes como La antigua Grecia contra la violencia (2000), Los grandes sofistas en la Atenas de Pericles (2004), La invención de la historia política en Tucídides (2005), El impulso democrático en la antigua Atenas (2005) y finalmente La actualidad de la democracia griega (2006), demuestran su temprano interés por acercar las experiencias de la política de los antiguos y ofrecer luces para el agitado mundo que despertó después de la postguerra europea.

De este amplio repertorio, dos libros se distinguen por la forma en que Romilly busca seducir al lector y llevarlo a esta reflexión sobre la actualidad de la Grecia antigua: Héctor, aparecido en 1999, toma la figura del héroe que se inmola por su ciudad para hablarnos de la vigencia, hoy aún, de los grandes ideales, de la humanidad del héroe que asume su destino, de la responsabilidad histórica de los ciudadanos. Héctor, el mayor enemigo de los aqueos, es presentado sin embargo por Homero con simpatía. Su muerte cruel a manos del implacable Aquiles es llorada por la ciudad y los dioses, y será el detonante de la caída de Troya, pero también de la muerte de Aquiles y la desgracia para la mayor parte de los héroes aqueos. Romilly no busca trazar la biografía de un personaje, traza un ideal encarnado en una figura histórica que nos sirve como metáfora de una lección que nos dan los antiguos griegos. Es lo que había hecho cuatro años antes con Alcibíades o los peligros de la ambición. Allí, Romilly construye la figura del protagonista de una época que, por su intensidad y complejidad, condensa las glorias y las miserias, las grandezas y las bajezas a las que llegó la democracia ateniense y pueden llegar todas las democracias de todas las épocas. En este sentido, el auge y la decadencia de la democracia ateniense se convierte en metáfora del auge y decadencia de todas las democracias, en todas partes y en todos los momentos, metáfora de los extremos a los que puede llegar el ciudadano que sacrifica el bien común a sus apetencias y ambiciones personales. Alcibíades, el hombre y el personaje, es una radiografía, una sonda profunda en la anatomía de la democracia ateniense, y con él de las democracias de todos los tiempos.

 El hombre y la ciudad

Tres son las fuentes fundamentales para conocer sobre la vida de Alcibíades: las biografías que le dedican Plutarco [1] y Cornelio Nepote [2], y los abundantes datos que nos suministra Tucídides [3]. A ellas se deberán añadir los testimonios y doxai esparcidas en muchas otras obras [4], especialmente oratorias [5], pero también en otros como Jenofonte [6] o Aristófanes [7]. Esto nos da una idea del significado y el revuelo que causó nuestro personaje en la pólis ateniense. De todas estas fuentes, los estudiosos dan mayor credibilidad, como es de suponer, a Tucídides, aunque no posea la plasticidad ni la seducción de los fragmentos que Platón le consagra. Son ellos los correspondientes al Banquete y el diálogo que lleva su mismo nombre principalmente. Así, la construcción del personaje Alcibíades va de la mano con la creación del mito. El personaje se va construyendo según la doxografía y los fragmentos se van acumulando según su intencionalidad particular, su género y sus objetivos. El trabajo del historiador consiste en compilar los testimonios y descubrir las intencionalidades de cada biógrafo, de cada doxógrafo, desdibujarlas para mostrar a la persona… ¿real?

Romilly no deja de advertirnos de que Alcibíades lo tuvo todo: belleza física, riquezas materiales, nobleza de nacimiento, relaciones internacionales, poder político, elocuencia, superioridad intelectual y una educación muy superior a la de cualquiera de sus conciudadanos [8]. Como si ello fuera poco, fue adoptado por Pericles, de quien era sobrino, a la muerte de su padre en la batalla de Coronea. Con aguda penetración psicológica Romilly va trazando el carácter del personaje: mimado de la ciudad que le permite todo, un irresponsable, un impulsivo irresistiblemente seductor arrastrado por una ambición desmesurada [9]. Jenofonte [10] enumera tres defectos principales que lo caracterizan en grado sumo: carente de autodominio (akrastétatos), inclinado a los excesos y ofensas (hybristótatos) y a la violencia (biaiótatos). Cualquiera podría pensar que estos defectos, abominables para el ethos griego, habrían de serlo especialmente para Sócrates. Romilly dice que era “persuasivo, seductor, brillante, embaucador y audaz” [11], es decir, lo que Platón diría, en lo mejor de la tradición socrática, que era un sofista. Sin embargo, el filósofo ateniense testifica el amor que el maestro sentía por él, un amor eminentemente espiritual, si bien no exento de matices homosexuales [12].

¿Qué es entonces lo que hace de Alcibíades un personaje irresistiblemente atractivo para sus conciudadanos? Además de poseer una extraordinaria belleza, cosa en la que coinciden todos los doxógrafos, de ser admirado por sus riquezas y noble origen, Alcibíades es un hombre popular a causa de su magnificencia. Muchas anécdotas lo muestran haciendo generosos regalos al pueblo. Es por tanto un demagogo, y es además un campeón en los deportes. Continuador de las victorias de su familia, los Alcmeónidas, Alcibíades consiguió varias victorias memorables en los grandes juegos, pero la que lo hizo más famoso por haber vencido con una cuadra de siete carros a la vez en la carrera de Olimpia, cosa que no había logrando nadie antes, “ni particular ni soberano” [13]. Añadido a su magnificencia, la vida pública de Alcibíades está marcada por el deseo de notoriedad, lo que explica los numerosos escándalos que suscitó durante su vida. Así lo dice Romilly: “le gusta el escándalo porque halaga su vanidad” [14]. Al suscitar el escándalo, Alcibíades es producto y objeto de la sociedad agónica que caracteriza a la sociedad ateniense. El hombre se dirige al cuerpo social, situándose muy por encima en tanto que ente sancionador. Algo así debieron sentir los atenienses de a pie con respecto a él: que estaba más allá del bien y del mal.

 La apología de la traición

Si Platón es el doxógrafo de Alcibíades joven, Tucídides lo es del Alcibíades maduro, el que incursiona de manera violenta y terrible en la vida política ateniense. Ya no se trata de las pintorescas historias, más bien parecidas a chismes, de sus insolencias, de sus abusos, de sus borracheras y escándalos sexuales con unos y otros, de todo lo cual Romilly saca la lección de la peligrosa interacción que se establece entre la vida pública y la privada, en otras palabras, entre la moral y la política en el seno de la convivencia social. Ahora se trata de la dirección de la polis. Así, todos los rasgos políticos de Alcibíades cobran importancia en el marco de la acción pública, y muestran cuán vulnerables son las democracias, cuán poco confiable puede ser el blindaje de sus instituciones ante las pretensiones de los demagogos [15].

La historia es muy bien conocida dada la abundancia de fuentes, y no puede ser de otra forma, pues se trata de los días más cruciales, y por tanto intensos, de la historia ateniense, tal vez de la historia del mundo clásico. Sin embargo, el carácter increíble de muchos de sus episodios, la acción del azar y la peripecia que fuerza el desarrollo de los acontecimientos hace que aún hoy algunos historiadores se despisten. Alcibíades entra en la escena política ateniense en el fragor de la guerra del Peloponeso, como opositor a la firma de un acuerdo de paz con Argos. Ya antes había luchado en la batalla de Potidea, en la que le salvó la vida Sócrates, como le hace relatar Platón en elBanquete [16], y más tarde, en 424, en la batalla de Delión como jinete. Alcibíades sabe muy bien que estas hazañas menores acumulaban méritos para su futuro político y pronto accede por elección a un cargo como estratego junto a su rival natural, Nicias, el antihéroe de esta tragedia. Si Nicias encarna el pacifismo y la cordura a veces titubeante, Alcibíades representa lo más radical del belicismo imperialista ateniense, el arrojo y la audacia ciega [17]. Ambos son necesarios en esta historia extrema. Con una paz provisional y poco consolidada firmada con Esparta en 421, que lleva precisamente el nombre de Nicias, Alcibíades se las arregla para convencer al pueblo de la más grande empresa bélica que hubiera podido imaginar: invadir Sicilia. En adelante los acontecimientos se precipitan. Partida la flota so pretexto de socorrer unas ciudades aliadas, estallan en Atenas dos escándalos de naturaleza inusitada: la llamada mutilación de los Hermes y las parodias de los misterios de Eleusis. Se desata una ola de persecuciones, delaciones y denuncias de todo tipo, y es ajusticiada o debe escapar una gran cantidad de ciudadanos [18]. A Alcibíades no pueden comprobarle su participación en el caso de los Hermes, pero sí se le relaciona con el de los misterios. Es así que desde Atenas se le condena por sacrilegio [19] y se emite la orden de enviar la nave Salaminia en su búsqueda. Alcibíades decide escapar, lo que equivale a desertar del ejército en Sicilia, y buscar refugio nada menos que en Esparta.

Así encontramos a Alcibíades abatido por una caída comparable a la de un héroe sofocleo, sólo que aquél aún no ha visto su último día. Los alcances de su deserción y sus consecuencias para el desastre de la expedición en Sicilia y para la muerte de Nicias han sido considerados por los historiadores, pero acerca de la traición que significa su refugio en Esparta y la abierta colaboración que prestó a los espartanos en su guerra contra Atenas nunca se ha escrito lo suficiente. Alcibíades, valido de su persuasión y relaciones, ahora funge como consejero del rey en la guerra contra Atenas que ha terminado de reavivarse [20]. Resulta asombroso escuchar los alegatos de la apostasía que hace el ateniense, y que llegan a grados extremos de cinismo y falta de escrúpulos. La ambivalencia en el manejo del argumento y la audacia de las conclusiones señalan una fuerte influencia de la sofística, y parece que nos hablaran más de un discípulo de Gorgias que de uno de Sócrates. Plutarco recoge una frase dolorosa que condensa todo lo que un cínico de su talla puede pensar. Preguntado si confiaba en su patria no duda en responder: “en todo lo demás sí, pero, tratándose de mi vida, no me fiaría ni de mi propia madre” [21]. Algo queda muy claro de esta “apología de la traición”, como la llama Romilly [22], y es que en medio de la decadencia de los valores cívicos y de la solidaridad humana, la patria se ve reducida a un conjunto de ventajas personales muy fácilmente trocables. Aquí hay otra lección de la democracia ateniense. Como estratega poseía una mentalidad asombrosamente moderna [23]. Nadie como él tenía tan útiles conocimientos para perjudicar a Atenas y es una carta que sabe jugar en su provecho. Alcibíades permanece algunos meses en Esparta y Romilly ironiza acerca de los esfuerzos que debió de hacer para acostumbrarse a la austeridad espartana, pero pronto un nuevo escándalo se suscita al comprobársele haber seducido a la mujer de Agis ii, rey de Lacedemonia [24]. Alcibíades, por consejo y con la ayuda de su amigo Endios, éforo por entonces y con quien le unían lazos de hospitalidad, marcha a Sardes, donde de nuevo se convierte, gracias a su habilidad para la persuasión y talento para la intriga, en consejero del sátrapa Tisafernes. Allí, vislumbrando seguramente las ventajas de una posible vuelta a Atenas, comienza un peligroso juego de intrigas y manipulaciones, consistente en dar malos consejos a Tisafernes y enfrentarlo a Esparta, a fin de debilitar a ambos y procurar ventaja a los atenienses.

Es así que en el año 411 encontramos de nuevo a Alcibíades al mando de la escuadra ateniense apostada en Samos, y acá hay una nueva lección de la historia y la política, sobre lo mudables que son las pasiones políticas, aun los odios y resentimientos más enconados. Con Alcibíades al frente de esta flota, Atenas supo propiciar duros reveses a los espartanos, los cuales volvieron a poner el Egeo en sus manos. En primavera de 407 lo vemos recibido como un héroe en su patria, la misma que lo condenó y a la que traicionó, con el apoyo del partido democrático, pero poco después es responsabilizado de la derrota de Antíoco en Notio, por lo que debe marchar de nuevo a Queronea, desde donde inútilmente trata de evitar la derrota de la armada ateniense a manos de Lisandro en Egospótamos [25]. Ya su credibilidad estaba más que pulverizada, era un ápistos.Después de Egoispótamos, Alcibíades cruza el Helesponto para refugiarse en Frigia, donde inicialmente cuenta con el apoyo del sátrapa local, Fernabazo. Allí se establece provisionalmente con su amante, Timandra, con la idea de marchar a Persia en pos de la ayuda de Artajerjes. Sin embargo Fernabazo, instigado por una embajada del espartano Lisandro, lo hace asesinar en el año 404 a.C. Plutarco cuenta como su casa fue rodeada y encendida en llamas. Viendo que no tenía escapatoria, Alcibíades, daga en mano, corrió hacia los que lo asediaban y murió atravesado por una lluvia de flechas [26]. No cabría esperar otro final para una vida signada por la traición.

 Alcibíades de siempre

La vida de Alcibíades y la historia de Atenas muestran cómo un solo hombre puede perder una república si sabe encarnar, y las circunstancias históricas le son propicias, las más bajas pasiones del colectivo. La seductora relación que se establece en la Atenas clásica entre el lujo y la corrupción, el individualismo y la demagogia, la manipulación de las instituciones y en fin, el divorcio entre la moral y la política, son ejemplarizantes para todas las democracias de todas las edades. En ese sentido, los desastres de Alcibíades son los desastres de Atenas y de todas las democracias. Como aquella ciudad que no ha llegado a la cresta de la ola cuando ya comienza a rodar por el despeñadero de su decadencia, el éxito de Alcibíades conlleva a la vez su propia ruina, su propia precariedad. En su superioridad hay una identificación patética con la ciudad toda, cuya hegemonía sabe. La traición, las disensiones internas que tanto mellaron en la unidad ateniense a causa de la desconfianza mutua son una de las lecciones más vívidas y elocuentes para nuestras democracias. El caso de la traición con Esparta es ejemplar. Alcibíades es un aventurero, y como tal, un creyente de la mudanza caprichosa de la historia, de todo lo que constituye el devenir humano, un convencido de la peripecia y de la ambivalencia de los móviles, de las razones. Es un hombre cabal en el sentido de que se muestra desnudo ante su destino. De tenerlo todo pasa a la más profunda de las ruinas, apátrida y perseguido, con una facilidad camaleónica. Es que Alcibíades es un engendro de la historia, encarna el espíritu de una época, lleva el sino de unas circunstancias históricas que son tan inestables como él mismo.

El ensayo de Romilly es una reflexión acerca de los peligros de la democracia, el riesgo que corren todas bajo la seducción del líder ambicioso, cínico y carismático. Así, este anti-Héctor, esta especie de proto-Alejandro, este predecesor de Maquiavelo que surge bajo el amparo de las instituciones democráticas para después volverse en contra de ellas, paradójicamente no hubiera podido producirse en un espacio que no hubiera sido la Atenas democrática. Así lo notaba ya el mismo Tucídides [27]. En Alcibíades, Romilly hace comprensible al gran público lector una serie de giros históricos y peripecias políticas que sólo es posible comprender después de muchos años de minuciosa lectura y de un conocimiento profundo de las fuentes. Su manejo es polifónico, y a menudo asistimos a un interesante diálogo, a veces polémico, entre ellas [28]. Con ello imprime mayor dramatismo a la acción para incrementar el interés. Logra penetrar la complejidad psicológica de los personajes en función de la explicación histórica y consigue, finalmente, el cometido de la moderna filología clásica moderna: proyectar la Antigüedad en el espejo de nuestros días y de todos los días de la humanidad, aquello por lo que podría dársele a los antiguos griegos el nombre de “clásicos”,el calificativo de “universales”. Así lo dice ella al final de su obra:

 … Incluso en períodos sombríos y ante unos hechos que, narrados por el más severo de los jueces, nos recuerdan lo más sórdido de nuestra experiencia moderna, hay que estar preparados para ver cómo la luz del heroísmo transfigura al hombre, lo arranca de este triste contexto y lo proyecta fuera del tiempo, a un mundo de belleza en el que se le puede contemplar con orgullo [29].


 


[1] Consultó numerosas fuentes para sus Vidas paralelas. Su Vida de Alcibíades, que se completa con una Vida de Lisandro, y es a su vez una fuente de primer orden.

[2] Le dedica también una biografía como parte de sus Vidas de hombres ilustres, al que los estudiosos conceden algún valor.

[3] Sería unos veinte años mayor que Alcibíades y lo conoció personalmente. Éste aparece a partir del libro v y hasta el final de su Historia de la guerra del Peloponeso.

[4] Diodoro de Sicilia, por ejemplo, se ocupa de Alcibíades en su Biblioteca Histórica.

[5] Andócides era un poco más joven que Alcibíades. Desempeñó un papel importante en el escándalo que culminó con su exilio, lo cual narra en su discurso Sobre su regreso. Se le atribuye un discurso apócrifo, Contra Alcibíades, sin ningún valor como fuente histórica. Isócrates pudo haberlo conocido, aunque unos quince años menor. Escribió un alegato a favor del hijo de Alcibíades, en el que elogia al padre. También Lisias era más joven que Alcibíades. Aunque algunos ponen en duda su autenticidad, se acepta que escribió dos discursos Contra Alcibíades (xiv y xv).

[6] Más joven que Alcibíades, lo hace aparecer en sus Helénicas del año 411 al 404 a.C. También habla de Alcibíades en sus Recuerdos de Sócrates.

[7] Menciona muy someramente a Alcibíades en Las Aves 1304, pero también en Nubes 1065,Avispas 1007 y La paz 681-682.

[8] p. 13 ss. Todas las citas del ensayo estudiado están tomadas de la primera edición española. Cf.Romilly, J., Alcibíades o los peligros de la ambición, trad. esp. de Ana María de la Fuente, Barcelona 1996.

[9] La ambición es precisamente uno de los rasgos especialmente mencionados por Tucídides (“ambición ligada al orgullo”, ii 65, 10-11) y Plutarco (vi 4).

[10] Mem. i 2, 12.

[11] p. 65.

[12] p. 42: « El Alcibíades mayor empieza por una declaración de Sócrates, que se dice el primero que lo ha amado (erastés) y el único que le permanece fiel. Las primeras palabras del Protágoras son para apostrofar a Sócrates: “¿De dónde vienes, Sócrates? Apuesto a que de perseguir al bello Alcibíades”. En el Gorgias, Sócrates dirá tener dos amores: Alcibíades, hijo de Clinias, y la filosofía. En todas partes –una muestra: la entrada de Alcibíades en El banquete-, las relaciones entre los dos hombres se presentan a esta luz de asedios y coqueteos matizados de una ternura homosexual confesada abiertamente, quizá, un poco, por juego y también tratada con ironía, quizá, porque es sincera ». Para Plutarco (Alc. ix), Alcibíades “temía y reverenciaba sólo a Sócrates, y despreciaba al resto de sus amantes”.

[13] Plut. Alc. xi 1.

[14] p. 35.

[15] Si bien Romilly, haciendo alusión a los mecanismos de las instituciones atenienses y el papel del azar en la elección y sorteo de muchos de sus funcionarios, termina comentando que “jamás una democracia ha hecho tanto para evitar la influencia de los individuos” (p. 57), es decir, los personalismos.

[16] Symp. 220 e.

[17] Tucídides es categórico al mencionar la audacia de Alcibíades.

[18] Tuc. vi 53, 2.

[19] Se conserva el testimonio epigráfico de la subasta pública de los suntuosos bienes de Alcibíades. Cf. IG i 2 324-334 (Supp.).

[20] Fue Tucídides (v 25, 26) quien tuvo la perspicacia de advertir que, en realidad, se trataba de una sola guerra, y que la llamada Paz de Nicias no había sido más que una precaria pausa.

[21] xx 2.

[22] p. 117.

[23] p. 130.

[24] Plutarco cuenta que, durante un terremoto, se vio salir al ateniense de los aposentos de la reina. Acerca de la controversia de si ésta tuvo descendencia de Alcibíades o no, cf. el estudio de W. M.Ellis, Alcibíades, London / New York 1989.

[25] Jen., Hel. ii 1.

[26] Plut. Alc. 39.

[27] Cf. vi 90 2, 3.

[28] Así en el capítulo titulado “Segunda pausa. Alcibíades entre dos historiadores” (págs. 173 ss.), donde hace una interesante confrontación entre Tucídides, Jenofonte y Platón como fuentes para el estudio de la vida de Alcibíades.

[29] p. 246.

 

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