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Oscuras claridades del deseo
Carlos Yusti
Después de algunos libros escritos (y de muchas barras recorridas) con algunos premios importantes a cuestas, ubicar el destino de la poesía de Francisco Arévalo en ese dichoso panorama literario nacional, que tanto entusiasma a los críticos y reseñadores universitarios, es un tanto complicado.
Cuando se edita alguna antología de poetas nacionales su nombre no aparece por ninguna parte, mucho menos ha sido solicitado para los homenajes, las tesis y los reconocimientos de rigor. A pesar de todo su libros están allí, su poesía sigue de pie sin arrodillarse ni pedir las consabidas limosnas del reconocimiento oficial.
Al poeta Gustavo Pereira en una entrevista, y ante la pregunta sobre el futuro de las nuevas generaciones que apuestan por la poesía dijo: “Continúan los que son poetas, los que no son desertan porque es una disciplina en la que hay que formarse. Es un largo camino y se está aprendiendo siempre cada vez. Se descubre que cometemos más torpezas y descubrimos nuestras propias torpezas o se cometen torpezas sobre torpezas. Quien acepte que la poesía es un destino, esos van a ser poetas”. Francisco Arévalo no ha desertado desde que compartía tragos y versos con el poeta Alis Darnott, ha realizado su aprendizaje por los caminos verdes y no por los pasillos del Ministerio Cultural. Pésimo relacionista público sus novelas, cuentos y libros de poesía, escritos con puntuales torpezas y mucha entraña, son su mejor tarjeta presentación.
En alguna tertulia de café le he dicho a Francisco Arévalo su mirada certera para titular sus novelas y libros de poemas. Títulos como “Adiós Matanzas en invierno”, “La esquizofrenia de las golondrinas” o “Nadie me reina en estos parajes de hormigón” son excelentes ejemplos. Su libro “Herida o la claridad del deseo” (editado por bid & co. 2013) aparte de su inmejorable título rastrea esa claridad (o esa herida) del amor; pero de ese amor que se empantana en las aguas de sabanas revueltas y sudores, de sueños ajados en habitaciones de paso y de mucha sombra dudosa. El libro tiene una estructura caprichosa. Los poemas no tienen título y van numerados del 1 al 105. Hay como bloques separados por un epígrafe-poema a veces largo, otras un tanto breve y en esta tónica: “Somos dos misterios/Unidos por la destreza”. La portada es una foto de Fran Beufrand con mucha insinuación provocadora. La foto del poeta en la solapa fue realizada por Federico Isasi. El epígrafe de Lord Byron con el cual se cierra el libro es bastante emblemático en eso del encuentro/desencuentro amoroso: “Hay un tiempo de partir,/aún cuando no tengamos un sitio cierto”.
En este libro los bares, las madrugadas con rocola, las damas de la noche con sus ojeras marchitas, las alucinaciones alcohólicas han quedado atrás. El ritmo poético con giros de boleros malos y de malandreo lingüístico a media calle han detenido su cadencia, las voces populares manchadas de suburbio urbano han cedido paso a una poesía limpia de todo fragor vivencial para ir al encuentro de la literatura poética. No es casual que otro gran poeta como Antonio Gamoneda asevere que “la poesía no es literatura, debido a que la literatura es ficción y la poesía es realidad, y en esta realidad se amplían y se intensifican nuestra conciencia y nuestra vida y no en la ficción (...) la poesía crea y revela”. La poesía está en la calle, en eso que se vive en el día a día y el poeta es apenas su escribiente atento, el que va anotando esas revelaciones que teje la poesía a cada latido para revelar los abismos oscuros, o esos senderos luminosos, que tiene la existencia. Arévalo convierte sus vivencias amatorias en devenir poético, en hallazgos lingüísticos, en greguerías con bastante chispazos literarios:
“Esa experiencia que viene en los bolsillo de la pena” (6)
***
“Mi sabor de claridad” (10)
***
“Somos sombras dobladas por la desmesura”. (33)
***
“Cosido a tus formas/ soy un acróbata”. (52)
En estos poemas sexo, deseo y metáfora literaria se entrelazan para elaborar desde un discursos poético decantado ese mundo íntimo de la relaciones interpersonales. Arévalo me ha comentado que los poemas del libro fueron escritos hace algún tiempo y que olvidados en una oscura gaveta han vuelto a la luz. Escritos sutilmente de nuevo y corregidos con minuciosidad de bisturí dan cuenta de lo sexual con cierta puerilidad literaria, pero sin caer en lo cursi:
51
Soy tu hangar, lo angosto del final
El énfasis viejo que te teje
Que se levanta una vez más
Sobre el cadáver de la fatiga
Soy tu cielo que ya no cree en premuras, ni reclamos
Sólo espera.
Tampoco convierte lo sexual en tópico poético aunque ganas no le faltan:
71
La lluvia ocasionalmente borra
Los caminos que nos encuentran
Quedamos despiertos
Agotados. con el término en vilo
Descubro que soy un angioma que cubre tu cuerpo
Los vapores del mediodía sacan la verdad
Que reposa en los olores de la simpleza
La química ensanchada
El velamen que escodes en los espejos.
Este libro “Herida o la claridad del deseo” es un curiosidad por su belleza formal y de seguro entrará a formar parte de eso que se llama literatura erótica. Arévalo sale bien librado de esa asignatura del erotismo poético, aunque claro le falta el desparpajo desabrochado y vagabundo de una poeta como María Calcaño, salvando las distancias, los estilos y los géneros por si acaso.
Celebro este nuevo libro de mi amigo Francisco Arévalo por muchas razones, pero la que más me resulta apropiada es que no es un lamesuelas de la oficialidad literaria, ni en la quinta ni en la cuarta. No quiero resultar algo deslenguado al escribir que en este país hay una buena porción poetas y escritores que se han labrado a pulso sus “relumbrosas y enquistadas carreras literarias” haciéndola más de relacionistas públicos que trabajando la hojalata de la metáfora para descubrir sus oscuridades y fulgores, que hay mucho poeta de cartón piedra sonreído al lado de quienes detentan el poder cultural, pero implacables y menospreciativos con los poetas bisoños de la provincia.
Francisco Arévalo escribe dejando muchos cabos sueltos y muchos demonios desparramados en cada frase, pero hace esfuerzos por escribir lo mejor posible, por darle fortaleza y belleza a las palabras, por que cada una encaje con claridad en el párrafo, la frase o la metáfora. No oculta que es poeta y lo asume a veces con desdeñosa ironía. La poeta Wislawa Szymborska en su discurso de recepción del Premio Nobel escribió: “En las encuestas o en los encuentros con amigos ocasionales, cuando el poeta se ve forzado a definir su profesión, acude al término genérico escritor o el de alguna otra profesión que adicionalmente ejerza. El empleado público o los eventuales compañeros de viaje reciben con cierta perplejidad e inquietud la noticia de que están tratando con un poeta”. A pesar de todo Francisco Arévalo asume su rol de poeta desde esa orilla de la informalidad, tratando de romper esos consabidos parámetros y prejuicios.
Por lo demás Francisco Arévalo siempre ha sido un díscolo, un sospechoso habitual bastante al margen y muy lejos de ser un relacionista público que escribe poemas y eso se agradece. Que los mafiosos culturales de siempre lo ignoren es aval suficiente para leer sus libros. Quizá este libro tendrá sus lectores de rigor porque las heridas oscuras y las claridades del sexo, el amor y el desamor siempre están latentes en la cotidianidad escribiendo esos poemas inéditos a la espera del escribiente de turno. A la espera de ese poeta que transcriba la metáfora necesaria y enriquezca la vida. De eso sabe a la perfección el poeta Arévalo. De las heridas y el deseo cada quien lo resuelve como puede.