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IMPERIALISMO Y BARBARIE. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
(1914-1918)
Rodrigo Quesada Monge1
I
Si estamos de acuerdo con Lenin (1870-1924) quien, recogiendo la tesis de Rudolf Hilferding (1877-1941), sostenía que en el siglo diecinueve hubo dos grandes guerras imperialistas, reveladoras de muchas de las características que tendría la Primera Guerra Mundial (1914-1918), entonces nos resultará más fácil elaborar un recuento de los ingredientes históricos que establecen la naturaleza social, económica, política y cultural de esta última. Hilferding decía que la nueva era imperialista se anunciaba a sí misma con la primera guerra chino-japonesa (1 de agosto de 1894-17 de abril de 1895) y con la guerra hispano-antillano-norteamericana (25 de abril-12 de agosto de 1898). Según él, la adquisición y la repartición de posesiones coloniales regían la política exterior de la mayor parte de los estados imperiales del momento, provocando un continuo crecimiento de los ejércitos y de las armadas navales que condujo, inevitablemente, hacia la guerra como su consecuencia natural.
Otros autores, por su lado, sostuvieron durante bastante tiempo que el período posterior a la guerra franco-prusiana de 1870, fue un capítulo de la historia europea que puede recordarse por su tranquilidad y productividad. Se insistía que, en comparación con el período anterior (1815-1870), las revueltas populares, el desgaste sufrido por la mayor parte de las monarquías europeas, a raíz del esfuerzo que había significado derrotar a los ejércitos de Napoleón, y las constantes disputas por cuotas de dominio territorial habían quedado en el pasado. El peso específico otorgado a los movimientos de liberación nacional en América Latina, cuando menos, había sembrado la duda respecto a las viejas políticas imperiales, heredadas del siglo anterior. Es decir que las guerras de independencia en esta parte del mundo eran, más bien, la excepción y no la tónica en el patrón expansionista de los imperios coloniales desde el siglo XVI.
Pero la guerra franco-prusiana de 1870 también marcó el final de la formación de los estados nacionales en Europa Occidental, con la ineludible consecuencia de un fortalecimiento progresivo del aparato institucional del Estado2. De esta manera, la expansión europea, la cual significó primero la repartición de África y el final del aislamiento de China, tuvo lugar en medio de una serie ininterrumpida de guerras coloniales entre las potencias imperiales. En 1873, los rusos ocuparon la ciudad de Khiva, y los ingleses tomaron las islas Fiji; en 1874, los japoneses enviaron una expedición a la isla de Formosa (Taiwan); en 1876, Fergana fue tomada por los rusos; en 1877, Inglaterra se anexó Transvaal; en 1878-1880, la segunda guerra anglo-afgana tuvo lugar; en 1879 Bosnia fue ocupada; en 1881 Transvaal recuperó su independencia después de la primera guerra Boer y Túnez se convirtió en un protectorado francés; en 1882 Inglaterra ocupó Egipto; en 1884 despega oficialmente la política colonial alemana y se produce la guerra chino-francesa; en 1885 Burma Superior es tomada por los ingleses después de la tercera guerra anglo-burmesa y los italianos ocupan Masawa; en 1899 se funda Rodesia, lo cual provocó las consabidas rivalidades europeas en África contra el imperio británico. Todo esto para no mencionar solo los eventos principales que encontraron su expresión más violenta en la primera guerra chino-japonesa de 1894-1895, la segunda guerra anglo-boer de 1899-1902 y la guerra ruso-japonesa de 1904-1905.
Podríamos agregar incluso algunos datos estadísticos de relevancia, para establecer el perfil del crecimiento colonial europeo entre 1876 y 1900 (véase la tabla siguiente)
Tabla No. 1.
Porcentaje de crecimiento del territorio bajo dominio europeo (incluye a Estados Unidos)
(1876 y 1900)
Lugar | 1876 | 1900 | Crecimiento en % |
África | 10.8% | 90.4% | 79.6% |
Polinesia | 56.8% | 98.9% | 42.1% |
Asia | 51.5% | 56.6% | 5.1% |
Fuente: Karl Radek (1912). En Day y Gaido (2011). Op. Cit. P. 526.
El mentís que los datos arriba mencionados le daban al supuesto mito del capitalismo pacífico, ponían en evidencia la cháchara arrogante de los políticos y de los ideólogos europeos, para quienes ninguna de las confrontaciones registradas podría conducir a las potencias coloniales europeas a una guerra total. Dicho mito no se erradicó ni aún con la evidencia de que la expansión colonial europea en África y en Asia estaba provocando el surgimiento de una clara rivalidad entre ingleses y rusos, y entre franceses e ingleses. Esta rivalidad adquirió connotaciones diversas de acuerdo con la intensidad de las expansiones impulsadas por los gobiernos nacionales de estos países. Para algunos autores el imperialismo estaba teñido de motivaciones biológicas y filosóficas con las cuales se buscaba justificar el expansionismo europeo sobre África y Asia. Otros consideraban que si el imperialismo se traía al terreno político y económico se revelaban las verdaderas razones de tal expansionismo.
II
El que una nación o estado-nación como en la Antigüedad hiciera la guerra para consolidar sus fronteras, no era necesariamente imperialismo hasta el momento en que el poder naval y el terrestre se combinaban para expandir la dominación de un determinado estado sobre otras partes del planeta. El primer aspecto que llama la atención en el imperialismo moderno, anterior a la Primera Guerra Mundial, es la cantidad de poderes imperiales compitiendo uno contra el otro. Desde 1871, Inglaterra controla en Europa, África y Asia un área total de 4.754.000 millas cuadradas, ello incluye a unos 90 millones de personas. No se olvide que el área geográfica total del Reino Unido (Inglaterra e Irlanda) es de unas 121.000 millas cuadradas.
A partir de 1884 Alemania, por su parte, adquirió colonias en África, Asia y el Pacífico por un área de 1.927.820 millas cuadradas y una población de 13.5 millones de personas. Recordemos que el área total del Reino Alemán no superaba las 210.000 millas cuadradas. Desde 1880, Francia adquirió colonias con un área tres veces mayor a las tomadas por Alemania. Italia también participó de la repartición y adquirió colonias en África con un área de 188.500 millas cuadradas. Los Estados Unidos se hicieron de colonias en América y Asia, por un área de 172,000 millas cuadradas. Y Japón, finalmente, adquirió Formosa (Taiwan), la península coreana y parte de la isla de Sakhalin3.
En la era de la expansión financiera del capitalismo, el papel del estado burgués tuvo que ampliarse con el fin de contener a las masas populares, cuyos estándares de vida se deterioraban todos los días debido a las políticas tarifarias. Y también para proteger a los capitalistas nacionales en su competencia por más y mejores mercados internacionales. Rudolf Hilferding advertía que el incremento en la compra y construcción de armamentos, la ampliación de la armada naval, la represión interna, la violencia y las amenazas a la paz internacional, eran las consecuencias evidentes de aquella política comercial mencionada arriba.
El primer período de la expansión colonialista hizo posible un poderoso crecimiento de la acumulación primitiva de capital. En realidad las colonias no eran importantes como mercados, a pesar de que sus recursos pudieran estar acelerando el desarrollo de la manufactura capitalista. Pero con el desarrollo de la industria de la maquinaria, las colonias se volvieron menos importantes, no sólo porque los mercados europeos se tornaron decisivos para un país como Inglaterra, sino también porque las colonias dependían políticamente de la madre patria. El crecimiento de la industria y de la marina inglesa hizo cada vez menos relevante la coerción política y militar.
Las colonias modernas, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, tenían un carácter completamente distinto. Ya no eran colonias de explotación, sino que eran pequeños mercados de los medios de consumo producidos en la madre patria. Pero también con el paso de la producción de bienes de consumo a bienes de producción, como los ferrocarriles y otros medios de transporte, las colonias se volvieron necesarias para los países imperialistas no como sitios de importación-exportación de capital, sino como lugares donde era posible trasladar partes del sistema capitalista europeo. Es decir, no eran las diferencias de precios de los productos generados casi con las mismas técnicas industriales en los países europeos las que creaban la condición colonial, sino el poder del estado capitalista que lograba establecer quién y cómo obtenía altas tasas de ganancia fuera de Europa. Inglaterra sería durante un buen tiempo ese estado. La obtención de altas tasas de ganancia era la motivación principal del colonialismo imperialista. Esto es, a través del envío de medios de producción a las colonias, de mercancías que por su naturaleza y sus condiciones materiales, los ferrocarriles por ejemplo, pudieran servir como medios de producción, lo que significaba medios de explotación del trabajo colonial.
III
No fue solo la existencia de una poderosa y bien armada fuerza naval la que le dio el poder a Gran Bretaña de manipular los mercados internacionales, sino el control geográfico de bahías y puertos, así como de estaciones de combustible para sus barcos. Por eso Alemania buscó desesperadamente la unificación nacional después de 1848, sobre todo su salida al Adriático y al Mediterráneo a través de Trieste en Austria, pues aspiraba a una porción del pastel colonial4.
Rosa Luxemburgo (1870-1919) logró ver todo este escenario con mucha claridad. Sus ideas iban más allá de la simple concepción del imperialismo como un conjunto de teorías y prácticas de las potencias coloniales europeas utilizadas con fines puramente militares, racistas o ideológicos. De acuerdo con ella el problema militar, es decir el progresivo crecimiento de los ejércitos, la modernización de las armadas navales, el mayor control de puertos, mares, islas y bahías, en los que veía involucrarse cada vez más a las potencias coloniales europeas no era el tema de fondo. En el sistema capitalista no era posible hablar seriamente de paz y contra el militarismo, porque la guerra era un negocio el cual, articulado al expansionismo imperialista, impulsaba un acaparamiento cada vez mayor de mercados cautivos. La supuesta rivalidad entre potencias coloniales era en esencia una rivalidad por el mayor volumen de ganancia que era posible obtener con las posesiones de ultramar.
Rosa Luxemburgo sostenía que no era razonable creer en las ofertas de paz de parte de la burguesía industrial europea, pues el militarismo como tendencia no era otra cosa que una burda expresión de las necesidades de crecimiento material del sistema capitalista. Según ella la única manera de acabar con el militarismo era destruyendo al sistema capitalista. Las ofertas de paz hechas, desde 1912, en San Petersburgo, Londres o París, por las burguesías industriales de estos países reposaban sobre el control del crecimiento del armamento, pero no pretendían erradicar el militarismo.
A lo largo de quince años, entre 1895 y 1910, casi ninguno había pasado sin registrar una guerra. Pero todas tenían un propósito político más importante todavía: el fortalecimiento del militarismo y de las instituciones militares en Japón, los Estados Unidos, Rusia, Alemania e Inglaterra. Al mismo tiempo estos procesos agudizaron las revueltas populares en Turquía, China, Persia, India, Egipto, Arabia, Marruecos y México. La agudización de la situación llevó a la realización de acuerdos entre las potencias militares, que por el contrario intensificaron los conflictos entre ellas. La Entente entre Inglaterra, Francia y Rusia, contra Alemania, aceleró la crisis de los Balcanes, intensificó la revolución en Turquía, provocó las acciones militares de Rusia en Persia, e hizo que Turquía y Alemania se acercaran, provocando que los ingleses y los alemanes se detestaran aún más. El Acuerdo de Postdam (entre el 4 y el 6 de noviembre de 1910), agudizó la crisis en China, lo mismo que el Acuerdo Ruso-Japonés.
Aquel acuerdo, firmado entre Nicolás II de Rusia y Federico Guillermo II de Alemania, llevaba la intención de castigar a Gran Bretaña por su intento de traicionar los intereses rusos durante la crisis de Bosnia. Los dos emperadores discutieron sobre el ferrocarril de Bagdad, un proyecto anhelado por Alemania para incrementar su influencia sobre el Creciente Fértil. Contra la Revolución Constitucional Persa, Rusia estaba ansiosa por controlar la rama de Khanaquin-Teherán del mencionado ferrocarril. Ambas potencias fijaron sus diferencias en un nuevo acuerdo firmado en Postdam el 19 de agosto de 1911, el cual le daba a Rusia mano libre en el norte de Irán. El primer ferrocarril que conectaba a Persia con Europa iba a proveer a Rusia con una influencia enorme sobre su vecino del Sur. A pesar del prometedor comienzo, las relaciones ruso-alemanas se desplomaron en 1913 cuando el Kaiser envió a uno de sus generales para reorganizar el ejército turco y supervisar la fortaleza de Constantinopla sobre la cual, según él, pronto flotaría la bandera alemana, signo de su control sobre el Bósforo, por donde transitaban dos quintas partes del comercio de Rusia5.
De acuerdo con Luxemburgo, el imperialismo estaba ligado objetivamente al crecimiento internacional del capitalismo, según el cual la guerra, el saqueo, el abuso contra otros y el propio pueblo, eran requisitos indispensables de su expansión a escala mundial. Por qué se preguntaba ella, rara vez se habla del costo que tiene el imperialismo en la existencia de las clases trabajadoras de las potencias imperiales. De esta forma, cuando se produjo la crisis de Agadir, entre el 1 de julio y el 4 de noviembre de 1911, también conocida como la segunda crisis de Marruecos, anuncio del advenimiento de la Primera Guerra Mundial, ella insistió en que se trataba de una típica crisis capitalista entre potencias imperiales, que se daban de mordiscos por ver quién se quedaba finalmente con la mayor porción del pastel. Aquí no se trataba, insistía ella nuevamente, de establecer los privilegios históricos que les correspondían a Inglaterra, Francia o Alemania sobre la zona, o de fijar los derechos de dominio en función del tamaño de la armada naval, sino de precisar el perímetro capitalista que generara un mayor volumen de ganancia, de acuerdo con políticas expansionistas previamente estructuradas para que el riesgo de ocupación colonial valiera la pena.
Hay que recordar que esta crisis se produjo porque los alemanes establecieron al destructor Pantera en el puerto marroquí de Agadir. La intención de los alemanes era intimidar a los franceses para que pagaran ciertas compensaciones por haber aceptado la preeminencia de Francia sobre la zona, luego de la Conferencia de Algeciras (España) en 1906, después de la primera crisis de Marruecos, producida por la ocupación forzada alemana de Tánger en 1905. Alemania finalmente aceptó la posición de Francia en la zona, y Marruecos se convirtió en un protectorado francés el 30 de marzo de 1912 por el Tratado de Fez, como reconocimiento a la entrega de territorios en la colonia francesa del Congo Ecuatorial Medio (hoy República del Congo). Este territorio de unos 275.000 kms, llegó a ser parte de la colonia alemana del Camerún y del África del Este, también alemana, hasta que fue capturada por los aliados en la Primera Guerra Mundial.
IV
El camino que llevaba desde el espacio colonial hacia el espacio imperial debió de ser recorrido según las reglas establecidas por hombres como Karl Peters (1856-1918) y Adrian Dietrich Lothar Von Trotha (1848-1920). Peters fue uno de los exploradores que fundaron el protectorado alemán de África Oriental en Tangañika, hoy parte de Tanzania. En 1885 formó la Compañía alemana de África Oriental y seis años después fue nombrado alto comisionado imperial para el distrito de Kilimanjaro. Sus brutalidades contra la población local provocaron un levantamiento que lo obligó a renunciar. Peters ha sido llamado con razón “el primer agente del imperialismo alemán”. Von Trotha por su parte fue un comandante militar que jugó un papel significativo en la represión de la rebelión Boxer en China, como comandante de brigada de la East-Asian Expedition Corps. (La Rebelión Boxer en China fue sometida en 1900 por una alianza internacional compuesta de ocho naciones, que incluía al Imperio Austro-Húngaro, Francia, Alemania, Italia, Japón, Rusia, el Reino Unido y los Estados Unidos). La conducta de Von Trotha en las guerras contra los Hereros en África Sudoccidental llamó la atención, pues como comandante en jefe de esa colonia dio la orden de exterminar a los Hereros, cuya población pasó de 80 mil a solo 15 mil personas. También fue responsable por el asesinato de unos 10 mil miembros de las tribus Nama. Sus acciones han sido llamadas “el primer genocidio del siglo veinte”6.
Carl Peters, además, era un gran admirador del imperio británico y se consideraba a sí mismo como el Cecil Rhodes alemán. Oficialmente al servicio de la compañía privada Sociedad para la colonización alemana, que recibía un fuerte apoyo de parte del estado alemán, Peters llegó a ser un punto de referencia para los nazis posteriormente, sobre lo que significaba ser un miembro privilegiado de la raza elegida que aspiraba a gobernar el mundo según ellos. Incluso hasta una película se le hizo en 19417. De acuerdo con algunos historiadores, las masacres aplicadas contra los pueblos de África, particularmente contra los Hereros, no estaba dentro del proyecto colonial de potencias imperiales como Alemania, donde la comparación entre el genocidio colonial y el genocidio aplicado por los nazis contra los pueblos de Europa del Este y contra los judíos quiere ser visto como algo distinto, en virtud de que las diferencias administrativas, raciales y militares de ambos gobiernos hacían de una y otra forma de genocidio algo históricamente desigual. Esta clase de sutilezas no tienen ninguna relevancia, pues ambas prácticas genocidas se encuadran dentro de un proceso expansionista que debe ser entendido como una prolongación ineludible del sistema capitalista en ambos momentos históricos. Si esto no se enfatiza las prácticas genocidas terminan siendo banalizadas como simples “excesos” de los poderes imperiales.
V
El espacio colonial construido por Gran Bretaña por ejemplo, a lo largo de más de cien años, sobre montañas de cadáveres, opresión, saqueo, humillación y maltrato contra los pueblos de África, Asia y América Latina, no puede ser visto simplemente como una forma de practicar el supuesto “imperialismo informal”, el “imperialismo de los negocios” o el “capitalismo caballeroso” como se le quiere llamar ahora8, sino como la estrategia imperialista ineludible que exigía el sistema capitalista para garantizar su expansión y su consolidación en todo el planeta. Una buena parte de los historiadores económicos están de acuerdo en que la segunda parte del siglo diecinueve, fue uno de los mejores momentos experimentados por el sistema capitalista a lo largo de su historia, no sólo en términos financieros y políticos sino, sobre todo, en términos de la acumulación de capital a escala mundial. La diminuta Inglaterra no es dueña de un imperio que reproduce su propio tamaño unas cuarenta veces, simplemente porque cuenta con la mejor armada naval de la historia, y con el mejor ejército imperial jamás conocido, sino porque sus mercaderes, empresarios, tenderos, financistas y hombres de negocios en general le habían demostrado al mundo que el sistema capitalista había llegado a la historia para quedarse. Es decir, el imperialismo inglés, como todos los imperialismos, es la etapa superior del capitalismo, apuntalado por la fuerza de las armas, la brutalidad y el despotismo.
Pero resulta que el capitalismo inglés se encontró hacia los años noventa del siglo XIX con la competencia aguerrida y avasalladora de un capitalismo más innovador, agresivo y totalizante como el alemán, el norteamericano y el japonés. El espacio colonial inglés, extendido en Asia, África y América Latina, tuvo que hacer frente a otras potencias europeas que también querían construir sus propios espacios coloniales ahí mismo donde lo había hecho la Gran Bretaña. A partir de este momento tiene lugar una confrontación en la que está en juego no solo la existencia del espacio colonial inglés, sino también las esferas de influencia y el ejercicio del dominio sobre aquellos otros espacios que se ha construido desde Europa, Asia Oriental y Norteamérica. Por esta razón, Inglaterra necesita construir alianzas con Francia y con Rusia, para seguir dominando en Asia, África y Europa misma, con el objetivo de contrarrestar el poderoso ascenso de Alemania, los Estados Unidos y Japón, que también aspiran a la construcción de sus propios espacios coloniales. Alemania, por su parte, se verá en la obligación de solicitar apoyo del viejo imperio Austro-Húngaro, de Italia, Turquía y luego de Bulgaria, para contener las maniobras de ingleses, franceses y rusos, ahí donde las riquezas imperiales son mayores, es decir en el Pacífico, Asia, África y el Caribe.
Pero el espacio colonial fue reemplazado por el espacio imperial en el transcurso de cuarenta años. La simple posesión de colonias garantizaba un incremento del poder sobre regiones alejadas de Europa. Esto es, el dominio territorial, de acuerdo con los postulados establecidos por el viejo Imperio Romano, garantizaba un enorme poder espacial, que permitía incluso tolerar lenguas, religiones y culturas diferentes en su interior. Pero cuando esas colonias entraban a formar parte de todo un sistema económico en el que el dominio territorial no era tan importante sino el control y explotación de recursos humanos, materiales y culturales gestados en ese espacio colonial, se abrían las compuertas al ejercicio de una nueva forma de relacionarse con las colonias que podría denominarse espacio imperial.
No debería olvidarse que el país en dar el primer paso de construcción y conversión del espacio colonial al espacio imperial, fue Inglaterra. Para ello fue necesaria una profunda revolución burguesa a nivel interior, cuya historia rebasa las pretensiones de este trabajo. De tal forma que, en el espacio imperial, donde se tejen toda clase de relaciones de dominación imperialista, existe una coherencia perfecta entre la naturaleza del estado, la clase dominante (en este caso la burguesía) y la dinámica social del mercado. La Primera Guerra Mundial en consecuencia es el resultado crítico, el punto de no retorno del conglomerado de fuerzas contradictorias que se han venido acumulando en el capitalismo europeo y a escala mundial, desde la guerra franco-prusiana de 18709.
La vieja potencia capitalista, Inglaterra, que ya ha consumado el tránsito hacia el espacio imperial, se encuentra en la posición inédita de tener que defender, con uñas y dientes, no tanto las esferas de influencia ganadas en diferentes partes del mundo, sino los centros de riqueza humana, material y cultural que ha logrado articular bajo la férula de sus políticas imperiales. Alemania, Japón y los Estados Unidos, en proceso de construcción de sus propios espacios imperiales tenían, inevitablemente, que entrar en conflicto con el Imperio Británico, el mayor que haya conocido la historia, pero sobre todo, el mejor organizado, efectivo y estructurado. Tales niveles de eficiencia no eran el producto de las buenas maneras de la monarquía o de la sabiduría del pequeño tendero provinciano, sino de una armada naval, de un ejército y de una clase burguesa perfectamente armadas detrás de un aparato institucional que buscaba fomentar el desarrollo capitalista en todas sus formas, en Inglaterra, en Europa y en el resto del mundo.
Rodrigo Quesada Monge (1952). Profesor Catedrático Jubilado de la UNA-Heredia, Costa Rica.
Karl Radek (1912). Imperialismo alemán y clase trabajadora. En Day y Gaido (2011). Op. Cit. P. 525.
Max Beer (1906). En Day y Gaido (2011). Op. Cit. Cap. 16.
Rudolf Hilferding (1907) Imperialismo alemán y política doméstica. En Day y Gaido (2011). Op. Cit. Cap. 23.
Rosa Luxemburgo (1911). Utopías de paz. En Day y Gaido (2011). Op. Cit. Cap. 29.
Karl Radek (1912). En Day y Gaido (2011). Op. Cit. Cap. 36. P. 529.
Sebastian Conrad (2012). German Colonialism. A Short History (Cambridge University Press) P. 26.
P. J. Cain and A.G. Hopkins (1993). British Imperialism: Innovation and Expansion. 1688-1914 (UK: Longman Group).
Véase también Rodrigo Quesada Monge (2013):
América Latina. 1810-2010. El legado de los imperios (San José, Costa Rica: EUNED).
Con sobrada razón algunos autores hablan de este momento como de “la crisis de julio” de 1914.
Continua en el próximo N° de la revista, ensayo en 2 capítulos.
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