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IDENTARIO DE UN HEROE PATRIO
que dios lo ampare y mantenga amarrado mientras sosiega el pulso
Por: Carlos Osorio
… y ya se alejan los invitados de piedra, familiares y amigos, con el corazón hecho polvo -según el, a estas alturas, despedazado padre-. Allí se marchan toditas sus criadas y madres postizas, nodrizas con el montón de hijos regados y zamarreados por las olas cuando fueron paridos -mar adentro para ser más precisos- por aquellas porteñas que aceptaron a regañadientes, a la fuerza mejor dicho, la semillita trucha de sus espermas. Ya ni hablar de cobrarle pensiones alimenticias que por años se negó a pagar, menos ahora que la locura se apoderó de su carne, de su ser infinitamente maltrecho. Por cierto, ya lo llevan a constatar lesiones, luego que le diera por aferrarse desesperadamente a los alambres de púas que rodean el lugar, además, de tragarse la chequera con todo y lápiz y evitar los posibles cobros revertidos.
Taquicardia que se apodera del mar de mascotas obligadas a asistir a esta especie de funeral en vida de Miguel Ángel y que, entre compungidas y presas de encontradas sensaciones, aúllan y rebuznan a rabiar, todas en coro, para así calmar los eternos dolores reumáticos que andan trayendo; por las constantes pateaduras de este animal y engendro venido a menos. Alegre protesta, sin duda una dicotomía, porque cada vez que se lamentan de dolor, les viene como una especie de irónica e irregular risa placentera que va a dar justo al oído medio del cobarde y soberbio amo. Un carnaval y jolgorio a fin de cuentas, un desquite, a ver si así es posible volver más loco, al loco éste.
Si hasta el arrítmico y viejo pato, algo tarado ya, sin alas, con apenas un par de plumas que sostienen su endeble y escuálido esqueleto, remata la escena de despedida. Pese a todo, algo animado y gozoso, piensa en los nuevos tiempos que se vienen. Triste por su pasado en todo caso; recuerda cuando hacía las veces de guardián amarrado a la fuente en donde el chiflado Miguel Angel, miguelangelito para esas fechas, posaba su corta humanidad en señal mágica, serena, de héroe para la posteridad, y le arrancaba las plumas para comérselas de a poco, convencido que, al consumir calmadamente esos apéndices, echaría más pronto a volar los sueños de grandeza. He aquí al pobre bicharraco, con sendas pancartas y apenas cacareando, porque no hubo caso sacarle el balín incrustado de esa vez que su dueño disparaba al cascarón sin piedad, sin medir las consecuencias de apurar su nacimiento. Y más bravo se pone al imaginárselo en esa pose de mercachifle emblema y solicita urgente la pena de muerte para el bellaco, nada de andar con electroshock y dejarlo vivo, menos para que siga haciéndose pato con el asuntito del maltrato animal.
Familiares lejanos ya calmados del impacto, del probable infarto del paisaje que tuvieron frente suyo; al pariente enjaulado y rodeado de guardias que simulan ser arbustos con tal de profundizar en la seguridad del recinto. Más serenos, resignan el instante y comprenden que, más vale pájaro encerrado a que ande de loco por ahí, mostrando la fina hilacha de los de su clase, revoloteando el gallinero de la estirpe, que tanto a costado fundar y mantener en el tiempo. Se convencen que, ya luego del tremendo escándalo y posterior traslado al centro de salud, el largo descanso recatará al esmirriado Miguel Angel. Y aunque a todos les cueste creerlo, más bien de no convencerse mucho si el ancho de su porte es el idóneo para la estatura y marcialidad de prócer o héroe o busto o de estatua, igual imploran para que muy pronto recupere la salud y salga más fortalecido, más piedra angular, más murmullo de pueblo, más encrucijada de dios inclusive, ese que ya les regala un tremendo aguacero; para que ya vayan marchando y no corran peligro que los encierren junto al mal habido pariente… o peor tantito, se los lleve de urgencia la coronaria móvil.