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IDENTARIO DE UN HEROE PATRIO
Háganlo que mire el pajarito
Por: Carlos Osorio
Instante perfecto para la foto que hace rato añoran los desconsolados padres, la última quizás donde el familión, ya ungido de punta en blanco, más los perros y gatos que son capaces de hacer cualquier cosa por su bestial amo, comparezcan. De paso, con la profunda convicción de consolar como sea al maltrecho pariente caído en desgracia, al encierro forzado por culpa del tarado dueño del hospital; que cómo se le ocurre semejante barbaridad, una afrenta a la parentela, traición al cometido heroico que le han inculcado al colijunto que, ya amarrado al catre, extravía el disloque de su mirada por sobre la textura de la muralla, si, la misma que se transformará en panorama permanente, una vista a lo central de sus inquietudes y que observará desde la ventana, la única por cierto, en aquella pequeña habitación decorada a usanza y tradición de la casa que lo vio nacer, porque será ella, especialmente sus extrañas vetas, el símil marmóreo idóneo que siempre ha deseado para el pedestal que algún día lo encumbre por sobre los demás.
Una canallada -siguen insistiendo-, un despilfarro a tremendo perfil del hijo más parecido a estatua que jamás una nación como ésta podría imaginarse. Inútiles que se lo farrean por las puras, por el sólo hecho de proclamarse futuro prócer, tan mirado a huevo por los bellacos zalameros de aquel partido de la tradición que no se cansaron de ensalzarlo y hoy se hacen los locos; convencidos que, si insisten en alguna proclama en su defensa, capacito se queden sin votos, más en este año electoral en donde pondrán literalmente toda la carne en la parrilla; matando reces a destajo, las que sean necesarias, con tal encantar a sus hambrientos y potenciales seguidores.
Paciente que luego del flachazo, de los alzheimicos arrumacos del padre, de los bestiales besotes apasionados de la madre, de las fuertes caricias de la tía y las miradas penetrantes del obsesivo tío, ya se hace la idea y se resigna; al menos aquí podrá fortalecer, gracias a la dieta especial de abono prometida por el encargado del pasillo, el talle y ese inmarcesible porte que se figura y que, por el dolor que siente en el pecho por este trance histórico, ha visto debilitado. Además, en un oteo fugaz al horizonte, sabe que podrá empinarse sobre los ordenados y cohibidos maceteros que apuntan en línea recta hacia la cordillera; como a la defensiva, en señal de querer aniquilar al par de cóndores que hace rato revolotean muertos de la risa de sólo imaginarse las singulares locuras que podrán degustar desde ahora, tremendos soportes se le ocurre, contenedores que permitirán hidrate su calcáreo pellejo y, quizás y a lo mejor, pueda tras-plantarse de vez en cuando en ellos, para que su talle se encumbre más allá del metro sesenta detentado.
Oportunidad única por lo demás, para otorgarle un rezo de despedida, para poder maldecir el injusto devenir que sobrellevará a partir de ahora, castigo divino a todas luces, de los descriteriados que han usufructuado de sus condiciones. Padres nuestros que no cejan y ventilan la pieza y el rincón en donde se acumulan los retratos favoritos que le trajo el hermano y que santifican el instante de estímulos por acentuarlo, de perpetuarlo si se puede, otorgandole la gracia de sentarlo en ese remedo de silla recién tapizada de colores patrios, elocuente dejo de bondad de quienes lo quieren y sujetan, para que cada día se compenetre aún más con el destino que lo espera ansioso, sobre todo, porque son esos sillones, bancas y macetas, las que soportarán el gallardo sobrepeso que trae a cuestas desde la cuna, en el entendido que allí podrá ejercitar la estirpe algo esmirriada que luce, de aquella vez que le dio por tragarse todos los dulces del cumpleaños, porque así –se dijo- se transformaría en endulzante manjar de la patria que lo vio nacer un día nublado como hoy, cuando envuelto en frazadas, en paños ensangrentados y en aquel aborto de bandera que dispuso su padre, lo daban por muerto.
Está convencido, pese al cóctel de tranquilizantes, que es allí el lugar en donde seguirá tejiendo su filigrana y futuro, por más la bronca que siente, por más las huellas del polémico traslado. Cavilaciones del triste instante que de un suácate interrumpe el tío paracaidista y gurka de tomo y lomo, un fanfarrón que no quiso estar ausente, y que cae desde el cielo, luciendo la cara recién pintada con jeroglíficos, enfundado en la boina al mejor estilo de boogie el aceitoso, un verdadero mercenario del tercer mundo que regala unos balazos al aire, gesto guerrero –explica- en demanda que devuelvan el honor al sobrinazo que se gasta, desde luego, para que se dejen de tonteras y lo liberaren antes que sea demasiado tarde y deba hacer uso de las poderosas armas que trae al cinto, momento preciso para el grupo de exaltados aunque experimentados enfermeros, con tremenda coordinación, lo atrapen al vuelo y metan en la camisa de fuerza e inmediatamente inyectarle el nafta suficiente, con la idea que al menos por unos días se dedique relajadamente a observar palomas y pajaritos, esas que ya revolotean su cabeza y, por supuesto, se transforme en pilar donde Miguel Ángel pueda treparse y sentirse, de algún modo quijotesco.