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EL HIMNO NACIONAL CHILENO (Parte 1)
Una trifulca donde músicos, poetas y toreros corren con colores propios
Desde Chile, Muñozcoloma
Los últimos días (quizás meses) se han sucedido tan rápidos como los años en la ancianidad. No he podido encontrar un freno o un ancla que impida mi demencial ritmo (a veces) en esta casa, el sol ha recorrido de cenit a nadir su camino con violenta velocidad y yo, como un animal de la noche, no he podido evadir su embrujo y he estado pegado a las ventanas (que no existen en esta casa) viéndolo una y otra vez, y otra vez, y otra vez pasar despreocupado de los mortales que se asombran con su trayectoria milimétrica.
También, hoy me di cuenta de algo tremendamente delicado, no es que la casa sea fría en sí. Ella tiene la temperatura apropiada para las casas antiguas y semi abandonadas, producto de la soledad potenciada por la angustia. En cambio, la sensación de frialdad que he sufrido en esta morada es completamente diferente, en cada habitación donde transité lo gélido estuvo presente, sin sospechar que era yo quien irradiaba el frío y la frialdad. No hay ejemplo más claro que esa premura que tuve por ordenar todo simétricamente pasando por encima de todo, de las personas incluso, que no fueron más que objetos a mano. Nada más terrible que ser hombre-objeto, lo digo con mucha propiedad, ya que he vivido así cada instante en esta casa, porque manos poderosas me han transformado en un pálido animal demente que se pasea por habitaciones interminables para saciar quién sabe qué.