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EL MURO DE BERLÍN O EL MURO DE LA VERGÜENZA (PARTE I)
Por: María Soledad Mansilla Clavel
Conocer Berlín fue un largo anhelo. Con pena miré sus cúpulas doradas al pasar en el tren desde Hamburgo hace un año y medio atrás, rumbo a Dresden y Praga. Pero como si Dios se esmerara en cumplir mis deseos, he podido concretar esa visita hace algunos días con la invitación de un gentil alemán, su esposa e hijita, varón que alcanzó a hacer el Servicio Militar en Berlín Oriental y a patrullar aquella larga frontera - de más de 165 kilómetros - de muro y de alambrada, en áreas rurales y tranquilas, por fortuna. Les agradezco el recogerme y despedirme en el aeropuerto, trasladarme a los lugares debidos, alojarme, tanto sus familiares en Berlín, como ellos en Dresden e incluso cocinar para mí. Vaya para ellos mi recuerdo y afecto. Les dedico este reportaje en viaje.
¿Porqué siempre en mi fuero interno lo he nombrado como el Muro de la Vergüenza? No exactamente porque los soviéticos hayan construido un muro que separase a hermanos de hermanos, a padres de hijos, a amigos, etc., ejerciendo el poder en forma de terror. De eso son culpables y claramente han sido señalados por todos.