Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Lector imperfecto

Carlos Yusti

Ilustración: Milagro Haack

La gente que lee (novelas, cuentos y poemas) me produce más sentimientos encontrados que aquellos desentendidos de los libros y que ni se molestan en leer las paredes de los baños públicos.

Un lector está atento a las novedades editoriales, busca información sobre algún autor que le guste, lee en el baño, en el  microbús, de pie, acostado y algunos llevan toda una biblioteca en su adminículo electrónico.

La gente que lee tiene hábitos extraños y en algunos casos un buen número de ellos incurre en el error de escribir y no tanto para convertirse en autor que por un amor a las palabras organizadas desde el corazón y la inteligencia.

Los padecimientos de los lectores son muchos en comparación de quienes descasan en la idílicas playas de la no-lectura. Uno como lector tiene muchos defectos: los libros se van acumulando y ya no hay sitios donde ubicarlos, donde hay libros proliferan los bichos e insectos de toda índole, con libros desperdigados aquí y allá se habla de orden vital para enmascarar un desorden que todo lo desaliña, los naufragios amorosos a veces son proporcionales de los libros que se van abandonando en el camino y un largo etcétera.

Las imperfecciones como lector son una cosa, pero los lectores imperfectos son otra. Un lector imperfecto sería ese que busca quemar los libros por considerarlos objetos peligrosos. También está ese grupo de sacerdotes y clérigos que trabajaron con ahínco en el Índice de Libros Prohibidos  o quienes han boicoteado la edición del pésimo libro Mi lucha en Alemania. Otro lector imperfecto sería aquel que nunca ha leído, pero cuya casa u oficina está tapizada con libros lujosos fríamente ordenados y que hacen juego con las cortinas y la alfombra. Otro sería ese que mira por encima del hombro a quienes no leen o que vive en campaña permanente para que todo el mundo descubra “la magia de los libros”. Un lector imperfecto por antonomasia es Don Quijote que se volvió loco a causa de leer libros de caballerías. Otro lector aparte de imperfecto es lamentable sería ese político de saldo y ocasión que cita frases de libros que algún allegado le ha arrimado en un papelito.

Los lectores imperfectos ejemplares se encuentran en dos narraciones de Borges. La primera, La biblioteca de Babel, narra sobre la existencia de una biblioteca infinita y de un bibliotecario que busca un libro:“Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací”. Este bibliotecario tiene una teoría que le permitirá morir feliz y en paz: “Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza”. La otra narración, El libro de arena, habla de un libro infinito. Un modesto lector solitario lo obtuvo de un vendedor de biblias por una bagatela: su sueldo de jubilado y la Bibliade Wiclif en letra gótica, herencia de sus padres. El libro antes que un regalo se convierte en una maléfica obsesión. Pasaba días y noches sin dormir hojeando el libro y anotando den cuaderno los signos de las páginas las cuales no volvería a encontrar. Dejó de frecuentar los pocos amigos que tenía y el libro infinito se convirtió en centro de su existencia. Para no caer de lleno en el pozo de la locura optó por deshacerse del libro: “Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta. Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México”.

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