Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Gabriel Jiménez Emán en el espejo de la tinta impresa

Carlos Yusti

Si uno va de cerebrito autodidacta y desplanchado, producto de anárquicas y desabrochadas lecturas, termina por convertir en ídolos a uno que otro escritor (o poeta) gracias a la lectura de sus libros. En ocasiones el escabroso azar permite conocer en persona a determinado poeta o a un puntual novelista y descubrir (con horror peliculero) que su ídolo tiene los pies de barro y no de barro universal, sino de ese lodo corriente y chapucero. El dichoso autor no pasa de ser un patán engreído, una almazuela sin densidad alguna y con una fuerte predisposición hacia el narcisismo de nariz respingada que ni se cuenta. Por supuesto que la decepción entremezclada con estupor y frustración arropa a ese lector ingenuo que uno en el fondo sigue siendo. No obstante este choque le permite a cualquiera pisar tierra y entender que algunos narradores, poetas y demás grey del mundillo de las letras no están amasados con esa materia de los sueños shakesprianos, sino con mucha realidad mundana y silvestre en la que se concentran esas bajas pasiones que a los simples mortales (iba escribir hijos de vecina) dominan.

La casualidad me ha permitido conocer a una serie de escritores, quienes dejan mucho que desear como personas y como artistas de la palabra escrita. Como es lógico de igual manera he conocido esplendidos seres humanos que hacen honor a la literatura como creadores literarios y como fieles exponentes de lo espiritual por encima de cualquier actitud rastrera o sobre esas trapacerías barriobajeras.

A Gabriel Jiménez Emán le conocía por algunos de sus libros de ensayos, algunas poemas, una que otra novela y muchos cuentos en la cual la brevedad y lo humorístico se combinaban en una efectividad narrativa sin igual en el país. Amén de su trabajo como investigador, traductor e incluso  editor lo que proporcionaba pistas más que suficientes de la seriedad y el compromiso para con la literatura.

Lo conocí en persona en uno de esos encuentros de escritores, en los cuales se entremezclan los pesos pesados de las letras (como Juan Calzadilla, Gustavo Pereira, Luis Alberto Crespo) con aquellos escritores de una trayectoria ascendente publicando y escribiendo con regularidad y los aprendices bisoños y bultos de siempre que logran colarse (entre los que me cuento claro) para enterarse de que va el pugilato de las letras nacionales. En el dichoso encuentro la sobriedad permitió que cada cual asumiera las poses y el vedettismo de rigor. En la noche, en alguna bar cercano, los escritores se liberaron de las tensiones y la figuración narcisista desapareció del todo para dar paso al diálogo abierto con su ilustración, ironía y esa fe insagrada por la literatura.

Gabriel Jiménez Emán me resultó un tipo transparente, locuaz que exudaba mucha literatura, leída y escrita, por todos los poros. A la postre lo tengo fichado como un entusiasta optimista del quehacer literario; un hombre que no sólo disfruta escribir, sino narrar y vivir a plenitud lo literario como un eterno y enmarañado cuento desovillado con claridad, elegancia y creatividad verbal con los amigos. La literatura como joda profunda, como crítica mordaz y ciencia estética de gran belleza y mucha carga humanística.

Como escritor Gabriel Jiménez Emán no rehuye de los géneros literarios y a través de la poesía, el ensayo, la novela y el cuento va desarrollado su particular visión del mundo y la literatura. Para él son medios expresivos en los que busca dar lo mejor de si como creador. Su libro El espejo de tinta (Fondo Editorial Ambrosía, 2007) apunta en grado sumo a brindar su perspectiva desde la piel de un avorazado lector. En una oportunidad Vladimir Nabokov escribió: “Hay tres puntos de vista desde los que podemos considerar a un escritor: como narrador, como maestro, y como encantador. Un buen escritor combina las tres facetas; pero es la de encantador la que predomina y la que le hace ser un gran escritor”. Como buen encantador Jiménez Emán asume el ensayo, un género un tanto árido. El libro dividido en tres partes: América y Europa: tintas mezcladas, Literatura y Nación: motivos de una escritura y Autores Venezolanos. Ensayos de variado contenido, pero cuyo eje común podría ser la equilibrada visión del tema tratado.

En la primera parte del libro el escritor realiza un vuelo rasante por autores que tiene pocos conexiones en común, pero que sin duda conforman paradigmas en las letras universales. Así escribe de los poetas y novelistas fulgurantes de la generación Beat, de Paul Bowles, Jorge Luis Borges, Bran Stoker, Gabriel García Márquez, Augusto Monterroso, John Lennon y Fernando Vallejo. En la segunda parte revisa en algunos textos los nuevos dogmas de la crítica. También hace lo propio  sobre esas superfluas teorías en torno a lo ficticio. En otro escrito confronta los parámetros de la creación y la crítica. En la última parte, dedicada a los escritores de nuestro patio, está ese excelente ensayo que redescubre a Víctor Valera Mora. Además otro buen texto es el que se adentra en el trabajo poético de Eugenio Montejo. El libro cumple con su cometido: encantar y ampliar los linderos de la literatura.

El ensayo sirve al escritor como medio para explorar la mecánica creativa de otros escritores, sirve como espejo para ver y verse desde la palabra escrita delineando ese oficio que busca desde la alquimia del lenguaje construir un discurso en condición especial donde la belleza y la inteligencia se den la mano o como lo ha escrito Gilberto Petit en un fragmento que sirve de prólogo al libro: “Quien oficia de escritor mas no de escribiente, reitera la manía de Narciso y mira, conscientemente o no, lo escrito por quienes se han adentrado antes en el bosque intertextual y se reconoce en esos reflejos”.

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