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Artista chileno y argentino (Ricardo Villarroel y Fernando Traverso) en la ciudad de Rosario Argentina. Septiembre del 2008
Nomadismo estético y poéticas de la identificación. Notas sobre el viaje como soporte de producción imaginal.
Mauricio Bravo Carreño
Pensar el arte en su actualidad nos exige, dadas sus estrategias de desplazamiento continuo, el salir y el entrar de un sitio reconocible a otro por conocer, me refiero con esto, a que las lógicas del arte actual son similares a las inclemencias y azares presentes en toda experiencia de viaje, es decir, lo actual del arte es justamente aquella zona de fragilidad y acontecimiento abierta por sus idas y venidas. Esta dimensión de creciente movilidad en la que han ingresado las obras contemporáneas no solo plantea una serie de conflictos, que atañen a las características y los datos de identidad de las obras, alterando sus modos de significar y sus horizontes temáticos, sino que, a mi parecer tal movilidad de lo visual produce una crisis al interior de las tramas referenciales en si mismas, generando un conjunto disímil de propuestas, en las cuales, lo visible se comporta o se manifiesta críticamente a través de la puesta en circulación de valores de diferencia y estrategias de interdicción.
Ya lo enunciaba Estrella de Diego en su articulo titulado ¿Salir de viaje o quedarse en casa? al rematar el texto con la siguientes preguntas: ¿Cómo debiera verse el arte contemporáneo en un momento en el cual todo se mueve, todo se descontextualiza?, ¿Es posible contextualizar y, más aun recontextualizar?. Lo que la crítico española desarrolla aquí, es un cuestionamiento de la mirada primero; en relación a sus objetos de deseo, y segundo; en su dimensión de globalidad. En efecto para Estrella de Diego la mirada y lo visto en el contexto global se materializan como actos y presencias sin fondo, realizados mutuamente en un espacio que carece de marcos estables de representación. Sin embargo, este girar en el vacío de agentes identitarios no supone vaciamiento o des fundamento de lo visual, al contrario, implica que la naturaleza de la mirada en su praxis contingente, se constituye a partir de la observancia de objetos fantasmáticos, que por su propia constitución sintomática exploran un territorio de posibles por venir, de allí se deduce su forma critico liminar, dado que si ahora hay algo que ver (en arte) es justamente el espectáculo de lo que vendrá.
Este carácter anticipativo e incluso premonitorio del fenómeno estético actual, es lo que a mi modo de ver, desplaza lo artístico desde su presencia sedentaria a una fase de nomadismo semiótico, pero por esta misma razón, es lo que hace actuar dicho fenómeno en un más allá de su condición cósica, ingresando así, en un campo trans-cultural, compuesto de catéxis y contra catéxis identitarias. Claramente lo puesto en obra no son significantes localizables territorialmente, sino inversamente, lo puesto a ver son complejas experiencias de traslado socio-culturales, cuyas significaciones híbridas y polivalentes generan zonas de intercambio figural diferidas espacial y temporalmente. Cabe destacar aquí, que estas nuevas zonas de canje discursivo, abiertas por las practicas visuales ya no organizan su espacio de producción en relación dialéctica a un otro cultural idealizado y estigmatizado de renovador y rupturista (gesto propio de las modernidades productivistas y primitivistas, Foster) sino que, se manifiestan a través de agenciamientos clandestinos, en cuyas redes se desarrolla una economía de lo cotidiano otro, fundada específicamente en operaciones de tráfico y trueque de realidades simbólicas en estado de frontal alteridad.
Debido a esto, las tendencias artísticas contemporáneas, nos exponen un agenciamiento visual polarizado entre; por una parte artistas que siguen insistiendo en las posibilidades semánticas de las poéticas de la identidad, ancladas en un entre comillas sólido suelo referencial y por otra aquellos que desconfiando de las determinaciones ideológicas de dicha geografía, apuestan por la articulación visual de políticas de identificación, asumiendo el ejercicio plástico como una labor de cartografiado alternativo y de creación de rutas paralelas a las contenidas en los mapas virtuales de la economía global. En este contexto estético lo puesto en tensión son específicamente las fronteras ontológicas que delimitan, dando forma, a una subjetividad desterritorializada, y de acuerdo a esto, es que las obras se han convertido en documentos de valor incalculable, ya que al no haber parámetros o modelos de conocimiento de una situación tan reciente se hace necesario el desarrollo e implementación de memorias estéticas que sirvan de soporte de inscripción para futuros territorios de significación y sentido. Las obras de este modo, son una suerte de pasaporte abierto que adquiere valor de acuerdo a las capacidades que despliegue en su poder de credenciar, resingularizando, materias, palabras, sensaciones, emociones etc. que en el presente permanezcan invisibles o inaudibles para los actuales instrumentos de comunicación.
Felix Guattari en su texto “Prácticas ecosóficas y restauración de la ciudad subjetiva” define la condición del individuo actual de la siguiente manera : “El ser humano contemporáneo está fundamentalmente desterritorializado, debido a que sus territorios existenciales originarios –cuerpo, espacio doméstico, clan, culto ya no se asientan sobre un terreno firme, sino que se aferran a un mundo de representaciones precarias y en perpetuo movimiento”, no hay duda de que para el autor nuestra subjetividad se encuentra en un estado crítico, consecuencia de, hallarse envuelta en una infinitud de procesos técnicos ( información, comunicación, trabajo y socialidad hipertecnificada etc.) cuya velocidad imprimen al sujeto niveles de vida que le impiden desarrollar áreas de pertenencia y arraigo simbólico. Dicho estado crítico de la subjetividad se ve reforzado además, por la estandarización creciente de las conductas y de los modos de existencia, los cuales en su conjunto comienzan a ser modulizados compulsivamente por parámetros productivos de alto rendimiento funcional. Esta situación paradójica, en cuanto combina por una parte, una intensa relación con el cambio y las exigencias de transformación, fortaleciendo vivencias vinculadas a la perdida y la. inestabilidad y por otra desarrolla fuertes matrices conductuales que tienden a eliminar todos los factores imprevisibles y casuales de la existencia, negando así todas las diferencias y acontecimientos particulares del individuo, es lo que a mi personalmente se me presenta como una zona de conflicto y necesidad ética y política, que solo desde la configuración de frentes de trabajo estético (obras) y actividades o acciones de investigación teórica (curatorías) pueden ser cuestionadas, evaluando sus consecuencias socio-culturales en el presente.
Lo curioso y tremendo de estas argumentaciones de mundo es que lo relatado por Guattari desde la teoría posee un reverso espectral-literario en la ciudad ficticia descrita por Paul Auster en su novela “El país de las ultimas cosas”, en ella el escritor relata una urbe en donde todo a estado sujeto a un proceso de profunda devastación, en tal lugar, los objetos, las palabras y las personas parecieran haber sido removidos de su sitio de origen y sentido, quedando expuestos a una fatal perdida de identidad y ubicuidad ontológica.
La crisis indicada por Auster no es otra que el desastre del lugar como zona o cruce, más bien, soporte de encuentro para nuestros procesos psíquicos de simbolización, si su pequeña historia nos conmueve, es porque en ésta se refleja descarnadamente la imposibilidad de los actuales mecanismos de representación de dar fisonomía reconocible a una realidad en continua metamorfosis. En resumen en aquel lugar anticipado por un estadounidense de jersey: todo lo real ocurre sin que nada real sea posible, quiero decir, en aquel lugar, todo desaparece sin dejar de existir o todo existe si dejar huellas ni registro de su provisoria presencia.
La visión austeriana es equivalente al fenómeno de desterritorialización guattariano, en ambas ficciones se da cuenta de un mundo organizado por acciones político-económicas que promueven altos índices de desencuentro social. Obviamente nuestro mundo, se ha transformado en un gran sistema o red de comunicación intercultural, sin embargo, algo ocurre que hace que esa promesa de democratización de los recursos informativos y referenciales falle en su labor de organizar espacios eficientes o coherentes de habitabilidad, creando opuestamente, recintos ideales para el desarrollo de ahora nuevas experiencias de aislamiento virtual. Lo más concreto de este asunto es que la actual forma de organización social esta generando, dadas las características recién mencionadas, un tipo de subjetividad fracturada justamente en sus deseos y requerimientos de expresión, produciendo el colapso y la posterior clausura de nuestras precarias economías de lo decible. Esta situación, inevitable al parecer, nos involucra en un espacio fuertemente tramado en términos referenciales, saturado de signos y guiños de sentido, pero simultáneamente nos sumerge en una atmósfera carente o falta de señalamientos estables, que pudieran consolidar plataformas semánticas que estén a la altura de las demandas afectivas y enunciativas del sujeto actual. Este fenómeno de silenciamiento técnico, del cual todos somos víctimas, se hace innegable cuando percibimos el creciente aumento de vivencias que en el presente quedan sin ser recogidas o registradas por nuestras maquinas de codificación institucional. Estoy pensando a modo de ejemplo en las crudas realidades mostradas por las cadenas de televisión internacional sobre el conflicto bélico entre Irak y los Estados Unidos o las matanzas realizadas en las fronteras por inmigraciones de corte económico, tales coyunturas políticas y ontológicas se convierten en verdaderos nudos ciegos y sordos a la mirada y escucha de la representación global, constituyendo de este modo, magnitudes de mal-estar colectivo que no alcanzan a ser procesadas por semióticas criticas que pudieran sanear una subjetividad traumatizada por su propia contención emocional. Es así como estas cantidades de expresión, son lanzadas a la espera de una palabra que nunca llegara, permaneciendo en una dimensión fantasmática de lo omitido.
Esta crisis histórica de la comunicación por la que estamos transitando, es tal vez el punto mas importante que desde el arte puede ser remen-diado o curado, dado que, retomando una idea de Justo Pastor Mellado: la obra de arte siempre se anticipa simbólicamente a su tiempo, por ende, se hace cargo de las experiencias que aun no encuentran sentido ni significado (grama) en el presente, así la praxis de lo artístico debiera asumirse como un ejercicio ecosófico cuyo fin es documentar, credenciar, y fiscalizar territorios existenciales que permanecen a la sombra de las lógicas colonialistas y mediáticas del capital en su performance integrada.
Viajar, a modo de conclusión.
Viajar o reterritorializar el viaje rescatándolo de su articulación romántica, no sólo significa aludir a través de un conjunto de obras a un espacio social en el cual ya nada permanece, sino que muy por el contrario, implica intentar recuperar para el presente valores de experiencia que nuestra globalidad nos ha negado. En efecto si el viaje supone un acto de entrega a la exterioridad y con ello una puesta en otro del sujeto, podremos deducir que el viajar es sinónimo de acontecer y a su vez si hablamos de acontecimiento hablamos del ingreso de diferencias que nos devuelven a un espacio de singularidad radical. Viajar, hacer el viaje, curar obras que viajan son acciones terapéuticas que intentan sanar y salvar al sujeto de su estado de petrificación, abriendo para éste, flujos semióticos o zonas de tráfico discursivas más coherentes y apropiadas con sus actuales necesidades de habla y sus insatisfechos deseos de identificación.
Mauricio Bravo Carreño, Artista Visual y teórico independiente.
Docente Universidad Arcis Valparaíso, Universidad Andrés Bello, Universidad Tecnológica de Chile Inacap, Universidad Uniacc.