Santiago de Chile. 
Revista Virtual. 
Año 8   
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
EDICION ESPECIAL
nº 22
Marzo de 2006 

escaner cultural

pag. 3

EL PENSAMIENTO ANTIIMPERIALISTA
DE OCTAVIO JIMÉNEZ


Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge

Costa Rica, decía, mañana saltan a Panamá, a Honduras o a Colombia, y a ninguna parte van con otro propósito que el de hacerse ricos. No deben por eso pesar tanto en la vida independiente de un paìs, como para considerarlos fuerza primordial y digna de tomarse en cuenta". "El llanto y el crujir de dientes saldrán de estos bananales y comisariatos de Limón. Pero a eso sólo hay que oponer el dique de la serenidad. Si la United Fruit Company desata, como parece adivinarse desde aquí, esas algarabías en su favor, hagamos entonces que el más duro tributo caiga sobre las tierras abandonadas y les imponga así su vuelta al dominio del costarricense que cultive y enriquezca" ( Loc. Cit. ).

Para Jiménez Alpízar los empresarios y empresas al estilo de la United Fruit Company tenían muchos de aquellos componentes que caracterizaron alguna vez el accionar de los filibusteros y del filibusterismo en América Central. Historiadores norteamericanos contemporáneos han arribado a conclusiones similares despuès de haber estudiado ampliamente los archivos correspondientes. Tal es el caso de los excelentes trabajos de Lester Langley y Thomas Schoonover 28, en los que dichas empresas estadounidenses emergen como verdaderas organizaciones articuladas con propósitos de saqueo, invasión, ocupación y el más rampante pillaje. "En América Central, pensaban los empresarios norteamericanos estudiados por dichos historiadores (RQM), la política puede ser la vida misma, si pierdes una vez lo perderás todo, incluso la vida" 29.

Con dicho criterio como fundamento ideológico para actividades empresariales determinadas, cualquier acción o reacción es válida si el empresario en cuestión siente o presiente que sus actividades están en riesgo. De esta manera tiende a formar alianzas con aquellos empresarios nativos que puedan garantizarle cierto grado de movimiento para que sus negocios no se vean amenazados. Pero también se protege con un séquito de corifeos, políticos, intelectuales, administradores y otros, nativos o extranjeros, que se convierten en sus voceros màs entusiastas. Decía Jiménez Alpízar: "El capital norteamericano que se organiza para las grandes empresas aporta a la expectación pública los nombres de aquellas personas que en su mismo suelo gozan de alguna preeminencia. La masa es desconfiada y precisa roturarla como a suelo que guarda muy hondo su fecundidad. Y ningún arado mejor que el nombre aureolado ya tan firmemente que resista todo el peso de la confianza pública. Asoma el capital uno de esos "expertos" y las mentes se hechizan" ( Estampas, 24 de agosto de 1929).

En otra parte de sus escritos, Jiménez Alpízar intentó reflexionar sobre el verdadero significado de las alianzas empresariales y políticas que buscaban diseñar los empresarios norteamericanos con los nacionales de aquellos países donde tenían sus inversiones. "El término burguesía, dice, como el término proletariado, nos son repugnantes. Han sido y siguen siendo tan sobajeados que no conservan nada de su sentido real. Sin embargo, no encontramos en esta ocasión una expresión que reúna con tanta exactitud a ese coro de mentalidades prontas a abrirse a las falacias del progreso. Acudimos al término burguesía y enfila él ese elemento humano de ideas reducidísimas, ignorantón, engreído, con una concepción agraria del paìs. Es a este elemento al que penetra la civilización importada explotándole su vanidad y su falta de escrúpulos. Porque el capital norteamericano que nos conquista necesita el taladro que acomode la expansión de la estaca. Y es el hombre inescrupuloso el que mejor lo sirve" ( Estampas, 22 de marzo de 1930).

Estos análisis eran el producto de su clara posición con respecto al control que compañías norteamericanas deseaban obtener del Gobierno de Costa Rica, sobre la electricidad y sobre las rutas aéreas. Destacaba los esfuerzos que hacía la burguesía costarricense para apurar la aprobación de acuerdos con la Pan American Airways en los renglones relacionados con el correo, el transporte comercial y otros que según ella le traería "grandes progresos" al pueblo llano, al ciudadano de a pie, quien solo se dejaba impresionar por las visitas periódicas de los aviones al aeropuerto de La Sabana. De tal forma que, continuaba Jiménez Alpízar, todos los esfuerzos que hiciera la nación costarricense por detener los desmanes de los empresarios norteamericanos por hacerse con los recursos más importantes estaban bien vistos, siempre y cuando surtieran efecto en los escenarios políticos decisivos, como la Asamblea Legislativa de Costa Rica. Sin embargo, anotaba con desilusión, tal cosa será imposible en vista de la gran disposición que tenían los poderes de la República para aprobarle a los Estados Unidos su ingerencia en los asuntos financieros, económicos y políticos de la nación costarricense.

"Se ha oído la petición irritada del hotelero, agregaba nuestro autor, del hostelero, del taquillero, del zapatero, del buhonero, exigiendo un pronto arreglo de la cuestión bananera. Son, sin duda, voces a las cuales hay que escuchar, pero sin pensar que de ellas ha de depender nunca el rumbo que la nación tiene la obligación sagrada de darle al problema del dominio de la United Fruit Company. Esas gentes de significación mínima y las de significación máxima que a la cabeza de ellas corean los designios de la Bananera , tienen un sentido limitadísimo de lo que es la patria. Las màs de ellas son espíritus a quienes cualquier tormenta desarraigó del suelo propio. Han caído en esta región, porque aquí han visto posibilidades de conquistar fortuna. No hay otra cosa que las retenga y por eso cuando ven disminuir esas posibilidades se lanzan por donde la voz interesada ordena que deban lanzarse. Lo primordial es que no se detenga el crecimiento del patrimonio propio" ( Estampas, 5 de julio de 1930).

Este es el momento oportuno, posiblemente, para aclararle al lector, que el antiimperialismo de Jiménez Alpízar, tiene más un sustrato anti-empresarial, sobre todo si se trata de empresas norteamericanas, que otra cosa. Este es un elemento digno de destacar, a la luz de sus ideas más generales sobre la revolución en América Central y sobre la condición de las clases trabajadoras y campesinas centroamericanas. Para él hay que combatir fieramente la voracidad inversionista norteamericana porque es un peligroso enemigo contra el crecimiento y el progreso de los sectores burgueses nacionales más independientes y patrióticos. El antiimperialismo de clase media de Octavio Jiménez jamás pretendió aspirar al radicalismo revolucionario de los marxistas o del comunismo criollo, que apenas tomaba vuelo por aquellos años.

Puede resultarnos considerablemente difícil tratar de presentar a Octavio Jiménez como un intelectual comunista, de supuesta formación marxista, amplia y rigurosa. Estamos más bien ante un intelectual de clase media, portador de un antiimperialismo martiano, si se puede hablar de algo así, que rara vez rebasó el ámbito de sus limitaciones profesionales. Se trataba de un abogado y la mayor parte del tiempo sus análisis y reflexiones sobre el imperialismo y la penetración imperialista en América Central están repletas de contenidos legales y explicaciones jurídicas sobre el quehacer de las compañías extranjeras en la región. Pero eso no le impidió hacer un reconocimiento honorable y sincero de aquellos que habían luchado, antes que él, con la misma dedicación y fortaleza contra los desplantes del imperialismo. Nos decía: "Volvamos la reflexión a lo que hicieron nuestros grandes hombres del pasado. Su ejemplo debe fortalecernos. Mucho dejaron que es perdurable en la lucha por nuestra libertad. Volvamos a ellos y en esta hora en que el país parece entregado a los cantos satánicos del turiferario, desentrañemos las enseñanzas que ellos nos dieron en sus luchas tenaces y visionarias. Pero no nos desanimemos. Si una batalla parece perderse, busquémosle sentido a la derrota y armemos espíritus para el futuro. Prediquemos fortaleza. Digamos que una patria es cosa que no muere y sustentemos fuertemente sus almas" ( Estampas, 26 de julio de 1930).

En una de las Estampas del 18 de septiembre de 1930, Octavio Jiménez, utilizando ampliamente los periódicos norteamericanos, cosa que hacía con frecuencia, nos daba una lección sobre el asunto de los empréstitos hechos a los gobiernos latinoamericanos, por aquellos años de crisis y dictaduras. Sirviéndose de los mismos argumentos teóricos y políticos de los analistas estadounidenses, Jiménez Alpízar razonaba que detrás de las prácticas, establecidas con mucha antelación, de endeudar a gobiernos con una fuerte vocación dilapidadora como los latinoamericanos, se encontraba el interés de la gran potencia imperialista del Norte por hacerse, al final de la jornada, con la totalidad de los recursos de aquellos últimos.

Decía Jiménez Alpízar en el artículo mencionado: "¿Qué son entonces los empréstitos, estos empréstitos que entran a saco en nuestros países y arrollan con todos sus recursos económicos? Son medios de conquista. Jamás estos países, desorganizados como viven, podrán rescatar lo que entregan a los banqueros norteamericanos. Los Estados Unidos nos atribuyen todo género de desdichas e incapacidades para administrar lo que tenemos, pero ese decir no es nada màs que la justificación del dominio que ejercen. Los que allá teorizan buscándole empleo fecundo a los empréstitos, no pueden desconocer la tenacidad con que los banqueros fomentan la corrupción de los gobiernos. No pueden desconocer tampoco la tolerancia con que el Gobierno de los Estados Unidos favorece ese aliento corruptor. Es que la realidad precisa traerla siempre que se quiere teorizar. A los empréstitos no pueden atribuírseles fines redentores. Son medios infernales y todo el que se empeñe en desconocer esta verdad es un bobo o un malvado" ( Loc. Cit. ).

"¿Y cómo sale oro de la explotación de nuestro suelo? (apuntaba Jiménez Alpízar en otro lado). Aplicando procedimientos inicuos, es decir, cerrando el camino de la competencia, asegurando concesiones rapaces, monopolizando los medios de transporte, implantando el latifundio, ejerciendo el comercio desigual, imponiéndose, en una palabra, sobre los intereses de la nación" ( Estampas, 21 de septiembre de 1930). Producto de los intentos de la Compañía Bananera de cerrar todos los portillos para que a ella se le aplicaran las mismas medidas de nacionalización que se le aplicaron a la Electric Bond and Share en 1928 con el tema de la electricidad, este tipo de reflexiones nos pintan a un Jiménez Alpízar que tenía muy claro el perfil moral de tales pretensiones. No le era ajena la larga historia de chantajes, sobornos, manipulación y complots que caracterizaban a la inversión bananera en Costa Rica y América Central.

"El capital es el medio màs eficaz de conquista" anotaba Jiménez Alpízar en otra de sus Estampas (21 de octubre de 1930), cuando evaluaba la situación financiera en que había quedado Perú después de que la dictadura de Augusto Leguía (1908-1930) había sido removida del poder. Su preocupación esencial, en ese momento, fue llamar la atención del lector respecto al juego malsano en que se metían estas repúblicas latinoamericanas para obtener préstamos por parte de un gobierno y de una serie de compañías y bancos claramente interesados en controlar no solo sus recursos naturales sino también sus recursos financieros.

Jiménez Alpízar veía con preocupación como aquellas empresas norteamericanas, que hacían negocios con los paìses de América Latina y del Caribe, al mismo tiempo que vertían grandes cantidades de capital en sus ciudades y sus zonas rurales, compraban y sobornaban también a políticos y técnicos nacionales sin ningún escrúpulo político o patriótico. Para el ensayista era más que repugnante esta actitud en vista de que se trataba de los sectores dirigentes y empresariales de nuestros paìses.

Pero, como ya había anotado varias veces en ocasiones anteriores, estaba claro que el precario sentido patriótico de las clases gobernantes facilitaba considerablemente la labor de las empresas extranjeras que siempre vieron, al mismo tiempo, en los empresarios y hombres de negocios nacionales aliados incondicionales de sus actividades y convicciones en estas latitudes. Los contratos de negociación y renegociación de los servicios eléctricos en Costa Rica son una prueba contundente de ello. Cuando aquí se establecieron los convenios de explotación de los citados servicios, entre la Junta del Servicio Nacional de Electricidad y la entidad norteamericana conocida como Electric Bond and Share , las maniobras que esta última utilizó para obtener el monopolio revelan a ciencia cierta la ambigüedad y la indecisión a que podía llegar la primera. Fue tan crédula ante la astucia y la voracidad de la empresa norteamericana, como decía Jiménez Alpízar, que las decisiones y los acuerdos tomados entre ambas entidades para explotar el servicio eléctrico, iban a paralizar cualquier otra posibilidad de tener algo de independencia en ese sentido, al menos durante los dos años siguientes a la firma del nuevo contrato, el cual había tomado unos seis años de discusión y reflexión nacional ( Estampas, 3 de noviembre de 1934). Las opiniones vertidas por críticos e intelectuales y políticos nacionales decentes y comprometidos con la dignidad nacional no fueron consideradas por la Junta porque no tenían sustento técnico y màs bien, si se les prestaba atención, podían atrasar la aprobación de un acuerdo beneficioso para el país.

Tales llamados de atención eran muy necesarios, consideraba Jiménez Alpízar, cuando las acciones de las empresas norteamericanas en esta parte del mundo no tenían restricciones de ninguna especie. Por eso, encontrar funcionarios que estuvieran dispuestos a correr el riesgo de perder sus cabezas, intentando poner estas compañías a derecho, era un esfuerzo extraordinario. Sin embargo, los había, señalaba nuestro autor. En Colombia, la United Fruit Company por ejemplo, había sido obligada a pagar màs de medio millón de dólares por evasión de impuestos ( Estampas, 15 de diciembre de 1934). En Costa Rica, sin embargo, agregaba el escritor, los funcionarios de gobierno carecían del coraje y del decoro para ejercer ese tipo de controles sobre una compañía que ahora expandía sus actividades hacia el Pacífico, después de veinticinco años de una explotación inclemente de las tierras más ricas del Caribe costarricense.

Para Jiménez Alpízar las empresas y empresarios norteamericanos que actuaban en América Latina y el Caribe, en sus propias palabras, "era pulpos" explotadores que solo buscaban aprovecharse de la ingenuidad de gobernantes y gobernados para enriquecerse a manos llenas. Sin embargo, más allá de la simpleza que pueda evocar este criterio en términos políticos e ideológicos, su posición estaba muy cerca de la que manejaban los comunistas de casi todos nuestros países, por recomendación estratégica de la Tercera Internacional. Según ellos se trataba de empresas y empresarios que contaban con todo el apoyo del Gobierno de los Estados Unidos, y por ello representaban los intereses imperialistas más detestables. Los comunistas creían, igualmente, que solo una vanguardia de revolucionarios, profesionalmente capacitados para ejercer la crítica y el análisis de nuestra realidad, estaba en condiciones de enfrentar tales intereses. Jiménez Alpízar pensaba de forma muy similar .

Por otro lado, para autores como Hobson, Lenin, Luxemburgo, Trotsky, Amin y otros grandes teóricos y políticos el imperialismo es un conjunto de teorías, prácticas e instrumentos, mediante los cuales un paìs (o conjunto de países) poderoso, rico y voraz ejerce su dominio sobre otro país (o conjunto de países) cuya pobreza relativa, por causas históricas, les impide explotar sus propias riquezas, abundantes e inexploradas 30. Una de esas prácticas es la inversión privada directa. Trátese de ferrocarriles, economías de enclave como la producción bananera y minera, o la explotación de los servicios públicos por empresas extranjeras, este conjunto de actividades configura una relación asimétrica de mercado en donde unos son los perdedores y otros los ganadores. El medio por el cual se mide esa relación de pérdida-ganancia, es la cuota de explotación que se extrae a escala internacional.

Octavio Jiménez era un abogado y un intelectual lo suficientemente avezado como para darse cuenta de la presencia de todos estos elementos en las actividades de empresas como la United Fruit en Costa Rica. Sin embargo, también para él era de gran relevancia, llamar la atención de aquellos que lo leían en Costa Rica y otras partes del mundo, sobre las dimensiones morales del quehacer del imperialismo y de los imperialistas. Anotaba Jiménez Alpízar: "En este juego atroz en que se entretienen los hombres que dan rumbo a la política de expansión del Norte, advierte al instante el observador que no haya podrido su conciencia, una conducta perversa. Los nativos son "bandidos" cuando no están al servicio de los Estados Unidos (...). En estas tierras debe haber nada más que pobladores sumisos". ( Estampas. 25 de octubre de 1930).

Durante la ocupación de Nicaragua por tropas de los Estados Unidos, en los años veinte y treinta, una forma que utilizó el Departamento de Estado norteamericano para desnaturalizar la lucha de Sandino, fue precisamente llamarlo a él y a sus seguidores de integrar una recua de "bandidos y salteadores". Esta es una estrategia que no ha cambiado mucho puesto que, durante los años setenta y ochenta del siglo XX, los Estados Unidos seguían refiriéndose a los sandinistas como bandidos. Tal desnaturalización, estaba claro, tenía como propósito esencial vaciar de sus contenidos sociales, políticos y culturales màs preciados, a la lucha de estos héroes y mártires de la batalla contra el imperialismo en América Central. Para este último, agregaba Jiménez Alpízar, seguidamente: "El mundo moderno no tiene espacio para las líneas artificiales que rompen a Centro América en cinco ínfimos Estados, débiles e inestables. No hay lugar para los problemas de Haití y Santo Domingo en un mundo de aeroplanos, telégrafos sin hilos, cables y zeppelines" ( Estampas, 21 de noviembre de 1930).

Estas prácticas espurias del Gobierno de los Estados Unidos para justificar su expansionismo en América Latina y el Caribe, tenían antecedentes muy precisos en el estilo desarrollado por los ingleses en la India y por los franceses en Argelia y la península Indochina. En efecto, durante la guerra de 1928, entre Bolivia y Paraguay, por el control del Gran Chaco, los Estados Unidos, ¡inmensa ironía!, pretendían obligar a los dos países involucrados en la contienda a una negociación de esas a las que los latinoamericanos estaban muy acostumbrados: diciendo una cosa y haciendo otra. Nos recordaba Jiménez Alpízar: "¿Cómo entonces pretender sentar la doctrina de que las armas no son buenas para dar territorio? La afirman y la imponen por medio de los diplomáticos que agrupan a su alrededor. Pero no tiene el Departamento de Estado autoridad moral para pensar que el territorio de esta América es cosa respetada y no susceptible de la conquista por medio de las armas. Hay detrás de ese Departamento una larga, visible y repugnante historia de anexiones que en nada lo honra. Bellaquería grande es suponer que el Departamento de Estado puede ponerse a la cabeza de un movimiento contra las anexiones logradas por la fuerza armada, porque las ha hecho y las sigue haciendo impunemente. De México se anexionó lo que necesitaba. Entró en Haití y lo dominó. Siguió sus anexiones a lo largo del Caribe y sometió por medio de las armas a Santo Domingo, a Puerto Rico, a Cuba. De naciones libres hizo colonias a las cuales impone sus métodos de gobierno, los métodos propios del imperio que quiere extender su dominio económico y militar. Y como no es bastante el Caribe salta de nuevo sobre el Continente y se apodera de Nicaragua, de Panamá para localizar la

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28 Lester D. Langley y Thomas Schoonover. The Banana Men. American Mercenaries & Entrepreneurs in Central America , 1880-1930 (The University Press of Kentucky. 1995).

29 Idem. P. 70.

30 Michael Barratt Brown. La teoría económica del imperialismo (Madrid: Alianza. 1975) P.11. También de Roger Owen y Bob Sutcliffe (Editores). Studies in the theory of Imperialism (Londres. Longman . 1975) P. 21.




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