Desde México, Jorge
Solís Arenazas.
Nota
Después de
una larga enfermedad, con diversas complicaciones, en los últimos
días del año pasado, precisamente el 26 de diciembre,
falleció en su domicilio, en el centro de Coyoacán,
en medio del olvido oficial, el pintor José Hernández
Delgadillo, quizá el último exponente de un muralismo
inspirado por las luchas democráticas, heredero genuino de
una corriente desde la que combatieron artistas como Diego Rivera,
David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Fermín
Revueltas, Xavier Guerrero, y tantos otros de similar nivel.
Roberto López
Moreno.
Fragmento de su
texto «José Hernández Delgadillo: Un olvido que es
permanencia».
El muralismo Mexicano,
una alternativa
nacional e internacional.
- Una experiencia
personal -.
La Revolución
Mexicana de 1910 que originó por treinta años de dictadura,
opresión política e injusticia, produjo entre otros
cambios un verdadero renacimiento cultural, en el que participaron
filósofos, antropólogos, arquitectos, escritores,
músicos y artistas visuales. Estos últimos, por diferentes
circunstancias, crearon un movimiento muralista crítico y
revolucionario, en el que participaron José Clemente Orozco,
Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Fermín
Revueltas y Alva de la Canal, entre otros.
Desde mi punto
de vista, el movimiento muralístico mexicano, iniciado en
la década de los veintes, fue un proceso de rompimiento con
el neoclasicismo dominante a finales del siglo XIX y principios
del XX. Su contenido político e ideológico fue un
esfuerzo serio por revisar nuestra historia, representándola
en sus diferentes épocas: el México Precolombino,
la Conquista, la Colonia, la Independencia, la Reforma, la Revolución
y las aspiraciones del pueblo mexicano.
Casi todos los
autores se esforzaron en alguna forma por darnos su visión
del México antiguo, sus culturas, sus formas de vida, sus
vestimentas, sus cultos religiosos, sus herramientas, sus variantes
arquitectónicas, escultóricas y pictóricas.
Estas aportaciones sirvieron para que los mexicanos conociéramos
ese gran pasado.
Desde el punto
de vista de la forma y lo pictórico, fue un esfuerzo serio
por desarrollar formas de carácter monumental, como en Orozco,
que produjo obras de gran fuerza expresiva, con un sentido crítico-revolucionario
y en parte de su obra con un colorido muy sobrio e innovador; algunos
murales con composición barroca como es el caso de Diego
Rivera. Siqueiros se esforzó por lograr formas muy sintéticas
y monumentales. Una de sus preocupaciones fue que una de sus obras
pudieran ser vistas por espectadores en movimiento y desde diferentes
ángulos. Él fue quien aportó un mayor número
de elementos teóricos al movimiento. Tamayo centró
parte de sus esfuerzos en profundizar sobre el pasado precolombino
y tuvo una importante transformación en su lenguaje pictórico.
El movimiento
en conjunto constituye sin duda una aportación al arte contemporáneo:
seguramente sin proponérselo, abrieron una alternativa en
el arte nacional e internacional que, con muchas variantes, continúa
viva en nuestro país y en algunos otros, durante el siglo
XX, y ha penetrado en el XXI.
Hablo de alternativa,
porque precisamente el mural es una de las formas de arte público
que permiten a los artistas visuales realizarse mejor, al establecer
una amplia relación y comunicación con el conjunto
de la sociedad. Con altas y bajas, se sigue haciendo pintura mural
en nuestro país y sigue influyendo en la de otros países.
Ejemplo de esto es que en Estados Unidos, por dicha influencia y
por su propia iniciativa, los artistas de las diferentes minorías
étnicas - y de la mayoría anglosajona- han producido
más de mil murales en los últimos treinta años.
Otro ejemplo es la ejecución de varios murales en París,
durante la década de los cincuenta.
Cuando tuve
conocimiento del muralismo mexicano me di cuenta de su importancia.
Por esta razón, en el proceso de formación profesional
decidí prepararme conscientemente para realizar murales y
otras formas de arte público.
Mi relación
previa con ingenieros, arquitectos, urbanistas y la permanente con
profesionistas y artistas de diferentes disciplinas, enriquecieron
mi trabajo y su desarrollo. Después de haber trabajado con
formas de arte público dentro de mi experiencia arquitectónica,
diseñé una escultura monumental de 21 mts. de altura
con rejas metálicas que se reprodujeron en serie en la galería
de exposiciones "Pabellón de la Independencia" con estructura
de acero y diseño de piso especial. Realizadas en una feria
del libro en la Cd. de México en la década de los
cincuenta.
Hasta esa época
solamente realicé un mural en la Escuela Belisario Domínguez
, de la Cd. de México con una influencia totalmente orozquiana.
A principios
de los años sesenta mi obra de caballete fue reconocida en
dos bienales internacionales y considerada por los críticos
de la época como una obra con una fuerte orientación
muralística.
En 1969 coordiné
obras colectivas con la participación de artistas profesionales
como Francisco Moreno Capdevila, Benito Messeguer, Gustavo Martínez
Bermúdez, Jesús Gutiérrez y Bayron Galvez,
entre otros. Realizamos esculturas en ferrocemento, relieves en
poliéster y murales con grano de mármol. Estos últimos
de cuarenta metros de altura.
Un elemento
importante, que distingue un periodo de más de 20 años
de mi trayectoria, son los murales que podríamos llamar populares.
El origen y desarrollo de este tipo de murales se dio a partir
de las grandes telas que pintaba durante los recitales y festivales
de protesta y revolucionarios de principios de los sesenta. Estas
grandes mantas desaparecían porque se los llevaban los jóvenes
a sus casas. Por ello tuvimos que buscar la forma de que quedaran
en los muros permanentemente.
De esta manera
estas obras se convirtieron en una forma de lucha. Azares de mi
participación en el movimiento de masas me obligaron a profundizar
en el pensamiento revolucionario que a nivel mundial ya había
producido tres manifestaciones importantes en este siglo. La ya
mencionada Revolución Mexicana, la revolución en Rusia
y la revolución en China. Nuestra condición de mexicanos
nos permitió tener una actitud crítica hacia estas
revoluciones y encontrar algunas de sus principales fallas.
Estas obras
las realicé enfrentando el reto de ser calificado como panfletario
y demostrando en los hechos que las obras populares se pueden realizar
sin detrimento de la creatividad y la calidad. Por otra parte, estas
obras tienen como sustento entre otras cosas el ejemplo de la obra
de Miguel Angel, Goya, de Orozco, de Picasso y Tamayo. Al ser instrumento
de la lucha de movimientos de masas, se nutrió de los diferentes
procesos que se daban en el territorio nacional.
Mi obra tuvo
desde sus inicios un contenido social. Paulatinamente motivado por
la historia de nuestro país - en especial la gran masacre
del dos de octubre de 1968- capté la necesidad de hacer un
arte crítico y revolucionario. Desde entonces este ha sido
el primer sustento de lo que sería el futuro de mi obra y
mi vida personal, ya que sin afanes protagónicos, con el
tiempo me convertí también en un dirigente popular
y político. Este proceso se originó por mi constante
relación con los movimientos de masas y toda la secuela de
opresión política y económica. De esta manera
fue invitado por sectores en lucha: estudiantes, maestros, obreros,
campesinos, colonos, etc. la relación con ellos tuvo siempre
un sentido solidario, ya que no cobraba honorarios por estas obras
y están estrechamente relacionadas con movilizaciones, huelgas
o tomas de tierras, tratando de interpretar los sentimientos y el
pensamiento colectivos. En conflictos muy encontrados, en algunos
murales se tuvieron que realizar varias veces en el mismo lugar.
Mi temática
no se limitaba a los movimientos locales y regionales: también
abordé cuestiones de carácter nacional y universales.
Con la ayuda de algunas personas de las agrupaciones que nos invitaban,
realicé más de ciento setenta murales en la
mayor parte del territorio nacional, en Estados Unidos, Canadá
y Costa Rica; en universidades, tecnológicos, normales rurales,
sindicatos y comunidades campesinas. Nunca tuve censores, ya que
los sectores que me invitaban establecían las condiciones
muy especiales. Eran ejecutados simultáneamente con la presentación
de artistas de otras disciplinas: poetas, compositores y cantantes:
José de Molina, Juan Alejandro y Gabino Palomares, a la cantante
Amparo Ochoa, a los actores Carlos Bracho, Sonia Furió y
Pilar Pellicer y el grupo "Los Nakos".
La experiencia
adquirida me permitía realizar - con ayuda de otras personas-
murales de diferentes dimensiones en cuatro, en once horas, o en
unos cuantos días. Dichas obras estaban formadas por arquetipos
y sin concesiones estilísticas, ya que si algunas personas
no comprendían la totalidad de la obra, por lo menos podían
apreciar el contenido general.
No toda mi obra
mural es igual, algunos parecen grandes carteles, otros los pude
realizar con mejores materiales y con mayor intensidad y variedad
cromática. Mi pintura mural tiene mucho que ver con la pintura
plana de los códices precolombinos y el cubismo. En este
proceso también encontré una forma de composición
curvilínea que produce el efecto de curvar la superficie
plana. Debe entenderse que este encuentro se relaciona a fenómenos
y tecnologías me permitió la relación directa
con miles de personas.
Como la mayoría
de los muralistas, paralelamente produje obras de pequeño
y mediano formato, así como ilustraciones de periódicos
populares, libros de poesía, portadas de discos, obra gráfica,
acrílicos y esculturas.
Por las condiciones
materiales de los muros, una parte de la obra mural se ha desintegrado
con el paso del tiempo. Sin embargo, principalmente por el contenido
socio-político de la misma, han sido destruidas intencionalmente.
Por ejemplo, con la participación de policía uniformada
- en la ciudad de Toluca; por porros, en la Universidad Autónoma
de Baja California; grupos paramilitares como "los micos" en Hermosillo,
Sonora, etcétera. Las obras que se conservan, algunas de
ellas en la vía pública, siguen ahí porque
los sectores y el pueblo las consideran su patrimonio.
Personalmente, siempre
he considerado al arte como una de las actividades en que el hombre
es capaz de ejercitar el grado más alto de libertad. Lo concibo
cerca del transcurrir cotidiano, desmitificado, al servicio de la
comunidad: como medio de comunicación, conocimiento, crítica,
afirmación, imaginación. Vital, enfrentándose
a la problemática socio-económica y anímica
del ser humano; solidario de los anhelos del pensamiento revolucionario,
a la explotación y a la vulgaridad. Como elemento transformador,
valorador y dignificador del fenómeno de la existencia.
En una ocasión
me preguntaron:
- Como artista,
¿qué le gustaría cambiar en el país?
- (...) lo que quiero es que
se entienda que este país tiene derecho a una etapa de
producción de arte plástico tan importante como
no la ha tenido en toda la era moderna. *
*El Nacional, 24
de abril de 1995
José Hernández
Delgadillo
Noviembre del 2000
Testimonio
Ante un mural de
José Hernández Delgadillo
El día es
barco rojo frágil de papel,
enloquecido de andar
entre ríos subterráneos
que se rompen repentinos
por el plomo,
mecánico
sargento de la muerte.
El pueblo enfrenta
los pétalos
ardientes de la fusilería.
Nuestra voz de milpa
nació sobre una cama
de plumas verdes
y azules,
y reptando fue la
sabiduría de la tierra,
se hizo serpiente,
y águila
en desplome
con su tragedia
de alas ultrajadas.
Las lenguas amarillas
de la ausencia,
pintadas con noviembres
litúrgicos
se untan en los
muros que relatan al tiempo
con cara de río
sordo
nuestra verdad de
fuego lapidado.
Y somos el punto
central de los planetas,
con nuestro ídolo
de pólvora en el hombro
alimentando las
células agrestes
que crecen, crecen
para que las devore
la oscuridad del cielo.
Mientras, sobre
la piedra se dibuja
la lenta canción
de nuestros muertos.
Roberto López
Moreno
***Del libro Motivos
para la danza, con ilustraciones del muralista.
«Los testimonios
del muro y la palabra».
- El lugar de
Hernández Delgadillo en el muralismo mexicano -.
El siglo pasado
se erigió con las manos de los hombres. No constituyó
un simple cambio externo de las cronologías; también
en su aspecto esencial destruyó el viejo siglo y confeccionó
su propia tesitura. Esto no podía hacerlo de otra forma más
que sumido en la relatividad. Quedó enhiesto, desde un principio,
no sólo a partir de la fecha clavada en los calendarios,
sino por sus propias dinámicas de construcción. La
historia mexicana, así como la rusa, acude en calidad de
testigo ante las pasadas afirmaciones. Hay otros ejemplos de tendencias
distintas o complementarias. Para ceñirse estrictamente al
inicio del siglo, a sus primeras dos décadas, debe situarse
también la primera guerra del capital internacionalizado
por la hegemonía en los mercados mundiales. Tal suceso impone
cierto ritmo al crecimiento no sólo del curso de los países
del centro, sino igualmente de la periferia. Esto se hace más
tangible cuanto más se observa que el final de esta primera
guerra fue un llano recurso formal. El conocido periodo de "entre
guerras" demuestra que los estragos prosiguieron y no fueron interrumpidos
sino agrupados en otras direcciones y con otras intensidades.
En todo caso,
los primeros veinte años del siglo que acaba de fenecer demuestran
que el capitalismo se encuentra en una crisis irreversible, pero
que esa crisis no es la causa del mal que atraviesan los diversos
sistemas económicos, sociales, políticos, sino una
de sus consecuencias. Se trata de una ratificación de las
viejas verdades que Europa descubrió hacia 1848 y aún
antes. Se llega a desvelar que la negatividad del capitalismo no
se debe a un periodo excepcional de crisis, sino a su propia constitución.
Paliar tal sistema resultaba, entonces, una forma de prolongar la
vida del enfermo, así como una forma de mejorar sus condiciones
de existencia. Pero la cura no encajaba en tales moldes.
Son tiempos,
también, en que la crisis de la razón, como valor
supremo de la modernidad, llega a su paroxismo. Ya para ese momento
las voces de Freud, Nietzsche y Marx corren por el mundo vertiginosamente,
con una potencia capaz de abatir enormes diques, lo que es sintomático.
Otro hecho debe
estimarse primordial: La marcha de diversos países periféricos
que rompen relativamente con ciertas condiciones de sus sociedades,
como viejos cacicazgos de corte feudal, o condiciones de una oligarquía
que inhibía la transición hacia un capitalismo con
una democracia liberal, o incluso hacia un socialismo, que todavía
no probaba su salud en otro terreno que el de agrupaciones obreras,
principalmente europeas.
En el tenor indicado,
la Revolución Mexicana, como revolución primera del
siglo, es cardinal. Su propio carácter se resiste a habitar
un molde único. La diversidad de fuerzas que la habían
compuesto le dan, también, un término inusitado e
imposible de roer tajantemente. Acaso pueda advertirse una sola
e inmediata convergencia: su oposición hacia el totalitarismo
de la antigua dictadura, lo que implica el impulso de la vía
democrática para el país. También implica el
planteamiento práctico de las fuerzas y actores partícipes
de los cambios profundos de una sociedad hacia la democracia. Como
toda revolución, impone encrucijadas más allá
de los campos que ataja inmediatamente.
En el terreno del
arte la obra plástica y gráfica es el síntoma
posiblemente más visible de todo el espectro de transformaciones
estéticas. Así como en los niveles políticos
se erigían los rostros nuevos de los sujetos históricos
que emergían en medio de las amplias transformaciones, en
los terrenos culturales se configuraban las distancias con el periodo
de la dictadura del porfirismo, tejiéndose con esto un nacionalismo
cuyas derivaciones fueron ambivalentes. Epoca de rupturas, construcciones
y reconstrucciones, la sucedánea a la Revolución Mexicana
dio las condiciones de posibilidad no sólo para la ruptura
con el edificio artístico del periodo oligárquico,
sino también para plantear nuevamente las relaciones del
arte con el Estado naciente y revolucionario, así como la
discusión sobre su naturaleza popular, o sus vínculos
con los fenómenos populares.
El caso de las artes
visuales es, como se ha mentado, el más contundente. Si bien
antes de la Revolución el modelo a seguir por la mayoría
de plásticos y gráficos mexicanos era la producción
académica francesa, exiliando cualquier aire nacional de
su pintura especialmente, ya con la Revolución se empezará
desde la baldosa negativa de la crítica hacia los alcances
estéticos de tales obras. Se encuentra no sólo una
burda proyección hacia lo europeo, trabajado en general con
llano aliento y parcos avances en la técnica, más
bien fríos e insustanciales, sino una vinculación
orgánica o espontánea, formal e informal, directa
e indirecta, con los aires del porfiriato. Esto es, se encuentra
en tales construcciones artísticas visuales un tácito
planteamiento de las relaciones con el Estado. Con ello puede ya
entenderse que la discusión sobre las vinculaciones entre
arte y Estado no son correspondientes con exclusividad al periodo
ulterior al triunfo revolucionario; lo que paso en este último
periodo fue simplemente que se alumbraron, y acaeció el silencio
apócrifo en donde se desenvolvía tal vinculación.
De ahí que el Dr. Atl llegue a la Academia de Sn. Carlos,
la máxima escuela de pintura en esos tiempos, y escriba en
un papel pegado a la puerta: La revolución también
se hace con ladrillos. Se veía, pues, la ruptura con
la antigua plástica como condición sine qua non
para la revitalización de las artes visuales, especialmente
por fungir como un pilar cultural de la aristocracia en el periodo
dictatorial.
El panorama de entonces
se definió como ruptura con la dictadura, lo que le confería
al arte visual de aquel tiempo un carácter complementario
a la revolución. En parte, esa actitud no fue sólo
revolucionaria en el intrínseco sentido de la transformación
en el arte, sino también en el haz global de todas las transformaciones
sociales quebrantadoras del viejo orden, y aspirantes de un modelo
social más justo y menos marginal, bajo las esferas de la
democracia. Esto ya imponía una opción por el Estado
naciente de la revolución antes que por cualquier otra fuerza,
especialmente las diseñadas en esferas académicas.
Entonces, la formalización del llamado "arte de Estado" sólo
es la vicisitud espontánea de esta dirección antípoda
a la dictadura y el arte arcaico que especialmente la pintura cobró
en aquellos días.
Independientemente
de las relaciones con el Estado, el arte visual se pluralizó,
adquirió proporciones de dinamismo más intenso en
la forma y en sus aportes. En la técnica, ha sido el proceso
en que México ha corrido con pasos más grandes y firmes.
Las temáticas y las significaciones tanto en la plástica
como en la gráfica son delineadas convergiendo con el potencial
de los sujetos históricos que se forman en la actividad de
la transformación social. En cierto sentido se rompe con
el status del artista como ser privilegiado al margen de
lo que ocurre en su mundo. Lo que hizo el mercado en la modernidad
europea aquí lo realizó el avasallamiento revolucionario
de las clases sociales en lucha.
La estampa popular
y el grabado, son muestras tanto del avance técnico como
de la pluralización del ejercicio artístico. Esta
pluralización tiene un doble sentido, a saber: primero, como
ruptura con la soberanía de la pintura. Si antes de la Revolución
se consideró que la pintura era lo más plausible en
las artes visuales, ya en ese periodo se entiende la relación
no jerárquica entre escultura, pintura, grabado, dibujo....
.
El segundo sentido
de tal proceso de pluralización se define en la configuración
de lenguajes ad hoc hacia el mundo, en el más estricto
sentido de planteamiento de la obra contra lo unívoco, aun
si los resultados concretos de este proceso no significaran, sin
más, un avance positivo y absoluto. Por ejemplo, las primeras
obras de Orozco, al pastel, apresan la vida nocturna de burdeles,
cantinas y otros lugares sórdidos ante el purismo del arte
en tales tiempos. Independientemente de todos los sentidos que éstos
trabajos conllevan, debe destacarse que constituyeron un reto no
sólo negativo, ya que al tejer su propia visión plástica
y gráfica, también estaba lanzándose proyectivamente
hacia una transformación estética. Toda transformación,
especialmente de índole estética, sólo puede
expresarse atendiendo a su valor de vida cardinal: la pluralidad.
Otra muestra la
da el mismo Dr. Atl en su estudio de las formas y el color en el
paisaje. Paralelamente Rivera teje una simbología cara a
lo precolombino. Más tarde vienen nombres diversos como Alva
de la Canal, Fermín Revueltas, Xavier Guerrero, Jean Charlot,
Roberto Montenegro y, ante todo, David Alfaro Siqueiros.
Los casos de Rufino
Tamayo (con las problematizaciones que se imponen al mencionarlo
como parte de esta transformación) o los de Alfredo Zalce
y Leopoldo Méndez vuelven a afirmar lo anterior.
De este doble proceso
de ruptura con la esterilidad de las formas plásticas y gráficas
de la academia del siglo XIX y de elaboración de una propuesta
heterogénea de artes visuales nacionales posteriores a la
revolución, en el llamado Renacimiento mexicano, surge la
pintura mural moderna o el movimiento muralista mexicano.
Sin necesidad de
extraer todas las problemáticas, significaciones, implicaciones
y consecuencias del muralismo mexicano pueden clarificarse un par
de cuestiones. En primer lugar, su intención de ingresar
a un vasto haz de situaciones políticas de forma activa:
el arte reconociéndose a sí como una pieza de transformación
integral del hombre y de la realidad en general.
Pero todavía
podría esto conseguirse de diversas formas, y no específicamente
por medios murales. La explicación a esto se desprende de
otras latitudes. La primera de ella puede ser una búsqueda
de medios y valores análogos a los forjados en el clasicismo.
Siqueiros en numerosas ocasiones manifestó que el muralismo
mexicano se insertaba en la historia de la plástica como
un intento por restablecer los valores perdidos después del
Renacimiento. Consideró que era el tercer intento; los otros
dos habían iniciado con David, finalizando en Ingres, y con
Cézanne, finalizando en Picasso, respectivamente. Con esto,
el muralismo queda definido dentro de una problematización
no sólo correspondiente a la historia de México y
su Revolución, sino frente a la historia mundial de la plástica,
principalmente desde 1700, aproximadamente, hasta 1921, fecha en
que se publica el Llamamiento a los plásticos de América,
y de aquí hasta nuestros días.
También se
menta la necesidad objetiva del muralismo, ya que no sólo
surgió de necesidades de la subjetividad histórica
que se conformaba del periodo de transformaciones políticas
y sociales, sino en los terrenos del desarrollo de los diversos
lenguajes objetivos en el arte figurativo. Así, el muralismo
quedó enmarcado en su momento presente y en la historia general.
En segundo lugar,
una consideración histórica guía la producción
plástica hacia la opción por el muralismo.
La modernidad europea
había removido vestigios pesados en gran parte debido a la
acción del mercado impuesto por las nuevas condiciones de
producción, así como el cambio de papel que jugaron
las nuevas clases sociales. El capitalismo invalidó a la
vieja sociedad feudal como medio de validación del mercado
como su pilar estructural fundamental. Al ser éste su institución
central, la sociedad capitalista dirige tendencialmente todos sus
pasos hacia la serie de parámetros que el mismo mercado impone,
razón por la cual el arte vivió un desplazamiento
vital de su papel social.
No era novedoso
el hecho de que el mercado hubiera plagado de sus criterios a las
antiguas condiciones de producción artística, de la
misma forma que el muralismo no se revela como la primera ocasión
en que el artista nota tal hecho de peligro ante su práctica
creativa. Ya Baudelaire había lanzado la saeta de la belleza
contra el tedio de la vida moderna, la disolución de lo humano
en el spleen de la burguesía, caracterizada por sumir
al mundo en la fealdad funcional. De ahí la postura de l´art
pour l´art.
Con el muralismo
se atiende por vez primera, de forma objetiva, a las relaciones
de la producción artística hacia el mercado que había
erigido la modernidad bajo la égida de los lineamientos burgueses,
en un contexto latinoamericano, posterior a una dictadura. Tal atención
no es lineal porque las condiciones específicas del mercado
en la sociedad en donde el muralismo moderno emerge son ambivalentes.
Esto es así porque la encrucijada, producto de la etapa revolucionaria,
transforma el mercado en múltiples direcciones, al no ser
éste llanamente una institución económica.
Como sea, se emprende una visión del arte en cuanto praxis
diversa de la producción de bienes materiales pero no desligada
de la producción.
Se hace posible
con esto un análisis en los términos del destino de
la obra en el mercado del arte, lo que da como resultado el status
de mercancía que se le ha impuesto a la práctica creativa.
En el terreno concreto de las artes visuales esto se objetiva de
forma estricta en la obra plástica de caballete. Porque los
medios mecánicos de multireproducción del grabado,
la estampa, la litografía, entre otros, imponen otras condiciones
para su desenvolvimiento en el mercado. Pero es en los muros en
donde se quebranta el mercado privado del capitalismo como soberano
en la circulación de la obra artística en su vehículo
mercantil.
Hay aquí
una primera acotación que debe realizarse. El muralismo no
tomó la tarea del esteta por cuanto no renuncia a la circulación
de la obra en la sociedad. Alcanzó a leer que en una sociedad
dirigida en sus globales rasgos por el mercado, no había
producción que tuviera la opción de no concatenarse
ni remotamente con tal realidad. Simplemente se realizó la
distinción entre aceptar la objetividad del mercado e integrarse
a él desde un mero ángulo funcional. Es en este punto
en donde el mural moderno logra percibir la capacidad de un "mercado
civil", orientado por una demanda distinta a la del mecenazgo particular
hacia la plástica.
Si el cuadro elaborado
en pequeño formato se inserta al mercado con una valoración
externa, con la simple utilidad de fungir decorativamente al momento
de su apropiación, esto es, desembocando en una instancia
exclusiva y particular, el arte monumental es una producción
que atiende a otros criterios, toda vez que su apropiación
individual se hace imposible. De esto se extrae que la crítica
a la producción artística regida y regulada por un
mercado privado, que sólo se dirige a la apropiación
particular y que impone una naturaleza parcamente decorativa a la
obra, deviene cimiento para la legitimación de un planteamiento
público para el arte.
El problema es que
tal arte público se conecta necesariamente con el mercado,
por cuanto de éste último emana el sustento estructural
que financia su producción. El problema entonces es el tipo
de demanda que apuntará tal institución, ya que también
se encuentran aquí problemas mayores como la función
misma del arte y la valoración de éste, en sus acepciones
objetivas.
Se formula en este
contexto la emergencia de un "arte de Estado". Los términos
suelen ser excluyentes, en realidad, pero la situación histórica
posterior a la Revolución Mexicana facilitaba la ilusión
de establecer un nexo entre la producción artística
y las funciones del Estado en el entendido de que los términos
serían positivos. Esto se comprende en dos vertientes fundamentales.
La primera de éstas
se deriva de la "naturaleza del Estado", según la interpretación
de los partícipes del arte monumental mexicano. Si el Estado
naciente devenía de un proceso revolucionario, representando
su prolongación mediante los edificios institucionales correspondientes,
principalmente jurídicos, y el muralismo se entendía
como un ejercicio no sólo artístico sino también
político, de formas revolucionarias y contenidos críticos,
entonces parecían estar sentadas las bases para que soldara
tal relación orgánica. Así pareció concretarse
tal planteamiento cuando en 1922, el entonces Secretario de Educación
Pública, José Vasconcelos, extiende la invitación
a Revueltas, Siqueiros, Orozco y Rivera para pintar los muros de
la Escuela Nacional Preparatoria. También se llegó
a entender con esto que el muralismo cumplía, en lo fundamental,
un potente papel en la educación masiva que se requería
para consolidar el proyecto revolucionario.
La segunda vertiente
era precisamente la de un mercado alentado por el Estado a partir
de encargos. Se presuponía que el carácter revolucionario
del Estado implicaba que este mercado regulado por él se
erigía en las condiciones de un servicio al arte público
como parte integral de la marcha revolucionaria hacia la democracia.
Mercado social se llamó a esta indeterminada empresa que
se inició con resultados de valía distinta, según
los casos específicos.
Pero todo cimiento
endeble deviene en edificios de fines ruinosos. Por ello, la ambigüedad
del planteamiento de un "arte de Estado" limitó en cierta
medida al arte monumental revolucionario que se estaba proyectando.
La falta de minuciosidad en la elaboración de un haz amplio
de conceptos y categorías fue la base de tal problemática.
Ejemplos de ello son nociones como "ideología", "arte público",
"artista civil", "propaganda". También puede decirse que
en algunos casos específicos no se consideró en toda
su magna naturaleza la relación de enriquecimiento que pudo
venir de ejercicios de caballete, o del arte abstracto, por citar
algunos casos.
Finalmente, lo que
más influiría al respecto es la conclusión
misma de la revolución. Esta no significó en ningún
punto un proceso proyectivo compartido entre sus diversos gestores
compactamente. Delimitar su carácter ha sido tarea aún
pendiente. La diversidad de fuerzas que participaron de tal proceso
histórico plantea una base problemática al Estado
naciente, ya que por más que éste deseara conciliar
programáticamente los alientos de todos los actores revolucionarios,
la definición de su propia naturaleza estaba necesariamente
imposibilitada para asumirse en la neutralidad, y desde este ángulo
continuar con los avances sociales y económicos de desarrollo
del país.
Al respecto, Vicente
Lombardo Toledano, dijo lo siguiente.
El Estado mexicano
acepta la división de la sociedad en oprimidos y opresores;
pero no quiere considerarse incluido en ningún grupo. Considera
necesario elevar y proteger las condiciones actuales del proletariado,
hasta colocarle en situación semejante a la del capital,
en la lucha de clases; pero quiere mantener intacta su libertad
de acción y su poder, sin sumarse a ninguna de las clases
contendientes, para seguir siendo el fiel de la balanza, el mediador
y el juez de la vida social.
Desde este punto
inician varios de los problemas del Estado mexicano derivado de
la Revolución de 1910, que se tornan graves y se multiplican
con la marcha del tiempo, generando una dictadura de partido de
más de siete décadas.
Cuando el Estado
mexicano trata de formular su fáctica neutralidad ya está
tejiendo su esencial carácter. Las mismas fuerzas que van
ocupando la administración del aparato legislativo, el judicial
y el ejecutivo ya son índices fehacientes de la marcha definitoria
de aquel. En realidad, pese a que su carácter está
altamente marcado por una tendencia de búsqueda institucional
de la igualdad social y el favorecimiento de las capas populares,
el Estado comienza a perfilarse como un aparato de desarrollo
del capitalismo nacional, y con ello de una clase capitalista
mexicana.
Así, los
gobiernos comienzan a develar sus tareas dentro del espectro de
un desarrollo capitalista con acentos reguladores en cuanto a lo
social. Se abre con esto una primera ruptura con el movimiento de
la pintura mural moderna, pero velada por discursos oficiales que
mantenían las posturas revolucionarias fundamentales.
En este tiempo no
sólo se dan las condiciones para que se genere una clase
capitalista nacional, sino se abren las puertas para que las fuerzas
que habían llegado a tomar el poder del Estado se agruparan
en una clase política enquistada burocráticamente
bajo el sello de la demagogia, a partir de un populismo incipiente.
Esto se ve con claridad meridiana después de 1940, fecha
en que termina el sexenio de Lázaro Cárdenas, quien
impulsó una política de masas fortísima, sin
poder evitar un ejercicio de caudillismo presidencial fuerte.
Es aquí realmente
en donde las relaciones de la pintura mural y el Estado mexicano
se volatilizan y no sólo se diluyen, sino tienden hacia la
exclusión recíproca.
Si el lenguaje que
los primeros intentos de plantear a partir de la pintura mural un
movimiento colectivo y social de plástica posterior a la
revolución estaba intensamente influido por los iconos propios
del triunfo sobre la antigua oligarquía, dada la situación
específica en la historia nacional, en la etapa de ruptura
de las relaciones con el Estado no llega a recrearse creativamente
dicho lenguaje, ni puede renovarse con el vigor que se requería.
Este es el primer hecho que implica una sustracción de fuerzas
en tal movimiento, aunque, paradójicamente, su valía
internacional se extendía.
Por ejemplo, las
numerosas escenas de campesinos triunfantes, relacionados con el
Estado revolucionario, aboliendo los viejos poderes de la aristocracia,
el clero, entre otros, podían justificarse cuando el Estado
apenas se fundaba con miras hacia la continuación institucional
de las tareas revolucionarias democráticas y de preocupación
por la igualdad social. Pero una vez que la burocracia, bajo el
epíteto de "la familia revolucionaria" (como los tildara
Abel Quezada, el caricaturista político más importante
del siglo XX mexicano), cobraba su avasallante carrera, tales imágenes
continentes de un lenguaje plástico sintético, narrativo
y pretendidamente crítico, perdían su objetividad
y no pasaban de ser construcciones acordes con el planteamiento
subjetivo de la izquierda. Incluso corrían un peligro mayor:
fungir como tentáculos del pulpo demagógico que animaba
las prácticas del partido que se perfilaba ya como partido
único, por lo menos prácticamente.
La renovación
del lenguaje mural fue nuevamente múltiple. Muchos de los
antiguos muralistas abandonan sus tareas para emprender producción
personal sólo en formato pequeño o mediano, pero ya
no con monumentales dimensiones. Otros, siguen insistiendo en las
agotadas formas del inicio del Renacimiento mexicano, lo que implica
un desgaste deleznable para la plástica nacional. Algunos
más emigran hacia ejercicios cada vez menos figurativos,
al tiempo que unos más empiezan a plantear nuevamente las
relaciones entre un realismo integral y la abstracción.
Los resultados son
variados, pero se da un doble hecho. Por una parte, ciertas propuestas
logran adquirir un vigor no sólo decoroso, sino de mayor
potencialidad y carga de valores a los del primer intento. Puede
observarse esto, por lo menos, en dos de "los tres grandes", es
decir, en Orozco y Siqueiros.
El caso particular
de Diego Rivera es ambiguo. Por una parte, desarrolla una estilización
que cada vez detalla más los aportes técnicos de la
pintura mural. Pero, por otra parte, en su búsqueda de simbología
plástica para la renovación del arte monumental, adopta
perspectivas francamente pobres, con relación a otras líneas
de su propia producción. Su acusado "folclorismo" es una
prueba de ello.
Por el momento,
lo sobresaliente es que el distanciamiento entre el Estado y los
muralistas no se efectuó con un rigor mínimo por parte
de los pintores. Por ejemplo, no se tuvo el cuidado de plantear
la definición de un "arte de Estado". Esto hizo que tal enfriamiento
de relaciones no comprendiera un enriquecimiento general, sino aislado.
Como se trató de un movimiento, globalmente puede estimarse
su resultado como negativo. Pero en cuestiones artísticas
e históricas no puede hablarse de un progreso lineal, por
lo que debe descartarse ver un proceso de este tipo en los términos
de avance o retroceso.
Además, poco
dice el hecho de que entre el Estado y tal movimiento se tensarán
las posiciones, ya que el arte no es reflejo del nivel político.
Si bien está condicionado por éste, también
mantiene un margen autónomo que es el que lo hace posible.
La pregunta es, en este caso, ¿cuáles habían sido
las condiciones que impidieron al muralismo seguir desarrollando
sus lenguajes? Al encontrar tal respuesta también se acariciará
la claridad en su terreno diametralmente opuesto: ¿Cuáles
habían sido las causas de que el muralismo no supiera integrar
su propio desarrollo de forma vigoroso, sino en una debacle tendencial?
La primera pregunta
sí debe alumbrarse históricamente, mientras que la
segunda depende del escudriñamiento sobre cuál era
la lectura del momento histórico por parte de los muralistas.
Si las condiciones de distanciamiento con el Estado presentaban
conflictos de soporte material, como los espacios, los financiamientos,
entre otras cuestiones que sin duda alguna no pueden ser soslayadas
como secundarias, en el segundo caso pesó siempre la antigua
noción de "arte de Estado", forjada en la ambigüedad.
Siqueiros supo ver que el movimiento de la pintura mural había
llegado a un momento de estancamiento, así que inquirió
de formas variadas fórmulas particulares y relativas para
bordear tal momento grisáceo. Este intento, no obstante,
estaba profundamente centrado en la técnica, en los elementos
materiales de realización plástica monumental, en
la sistematización de problemas sobre un realismo integral
en la historia de la plástica universal..... , pero no planteó
las necesarias autocríticas sobre el esquema de un arte social
relacionado con el Estado en los términos que se habían
sugerido con antelación.
Todo arte tiene
una función y toda creación se inserta en la totalidad
social, cumpliendo diversas funciones. Éstas no se moldean
tan sólo por la voluntad que el artista proyecte. Ante todo,
elementos de orden político, económico, religioso.....,
y de índole versátil, se perfilan detallando relaciones
y contenidos no advertidos de la obra. Por ello, el muralismo, al
plantearse como arte dentro de una política revolucionaria,
no está fabricando una función; sólo reconoce
una capacidad de toda obra artística y decide hacerle frente
con direcciones críticas. Así, el arte monumental
cumplía varias funciones sociales. Una de ellas era la de
tornar visibles las relaciones sociales en su nivel esencial, lo
que entrañaba el hecho de oponerse al fetichismo social que
impera en el capitalismo, y que se manifiesta esencialmente como
fetichismo de la mercancía.
La pintura mural
moderna tejió su amalgama de recursos en este ángulo.
Pero el fetichismo en el capitalismo no fue representado críticamente
tanto en su nivel económico como en el político. Varias
de las obras de los distintos muralistas apuntan hacia estos hechos
de ruptura con el fetichismo político de las sociedades cerradas.
Su modo de presentación fue a menudo "positivo", como triunfo
de las grandes clases alienadas sobre una serie concreta de coacciones.
Otras veces diseñan a partir del muralismo una narrativa
histórica, añadiendo significados a figuras simbólicas
del pasado mexicano, que se insertaban en otras redes significativas
ante el propio presente. Así los murales de Rivera, o todos
aquellos en donde David Alfaro Siqueiros emplea sintéticamente
a Cuauhtémoc.
Puede, con esto,
decirse que el muralismo, a pesar de vivir una transformación
negativa en las condiciones que lo hicieron posible, y que mutaron
después en trabas de su propio curso, tenía las circunstancias
históricas todavía dispuestas para dibujar su razón
de ser. Después de todo, el mercado privado del arte no ha
fenecido ni ha alterado positivamente sus dinámicas, de la
misma forma que la necesidad de que el arte asuma sus funciones
sociales en una manera directa aún es tarea vigente. Pero
de aquí no puede desprenderse que el muralismo estuviera
plenamente saludable. Las condiciones para la emergencia de algo,
no hacen que tal cosa exista, sin más, o que exista en proporciones
netamente plausibles.
Si el muralismo
se planteó como arte de Estado y no medió después
las debidas explicaciones críticas al romper con tal institución,
era obvio que no sólo su desarrollo se viera inhibido, sino
sus propias formaciones de recursos para su realización.
Incluso su tarea creativa en el nivel de la objetivación
dejaría filtrar este problema.
En este panorama
surgen las nuevas generaciones de pintores que todavía optan
por la vía monumental, pero que cada vez guardan más
distancia, subjetiva y objetiva, es decir, política y cronológica,
con la Revolución Mexicana y su Estado, paulatinamente más
lacerado por clientelismo, métodos verticales, presidencialismo,
corrupción, impunidad, demagogia, corporativismo..... .
Roberto López
Moreno, en su poema Morada del Colibrí, plantea cuatro
generaciones de muralistas. A pesar de que gran parte de ellos deben
ser ampliamente discutidos en su inclusión como artistas
públicos monumentales, especialmente desde la segunda generación,
se mencionan los siguientes:
Xavier Guerrero,
Roberto Montenegro, Dr. Atl, Fernando Leal, David Alfaro Siqueiros,
Ramón Alva de la Canal, Jean Charlot, José Clemente
Orozco, Fermín Revueltas, Diego Rivera, Carlos Mérida,
Carlos Orozco Romero, Emilio García Cahero, Máximo
Pacheco.
Pablo O´Higgins,
Alfredo Zalce, Jesús Guerrero Galván, Juan O´Gorman,
Julio Castellanos, José Renau, Rufino Tamayo, Raúl
Anguiano, Francisco Zúñiga, José Chávez
Morado, Leopoldo Méndez, Antonio Pujol, Aurora Reyes, Fernando
Castro Pacheco, Miguel Covarrubias, Jorge González Camarena.
Manuel Rodríguez
Lozano, Vlady, Fanny Rabel, Arnold Belkin, Federico Silva, Pedro
Coronel.
José Hernández
Delgadillo, Leopoldo Flores, Mario Orozco Rivera, Adolfo Mexiac,
Benito Messeguer, Guillermo Ceniceros, Francisco Moreno Capdevilla,
Leticia Ocharán.
A estas cuatro generaciones
representadas en cada uno de los párrafos, habría
que añadir a todos aquellos jóvenes que hoy se están
formando, y que acaso tengan como maestro más directo a Ariosto
Oteo, quien lleva ya algunas décadas realizando pintura monumental
en México y otros países.
La indagación
sobre las condiciones que impidieron el desarrollo del muralismo
en la dirección de sus recursos estéticos debe plantearse
no de forma unitaria, sino atendiendo a la producción de
cada una de estas generaciones con acuerdo al contexto histórico
en el cual se desarrollaron. Lo que sí puede señalarse
como constante, comprobándose cuantitativamente por el número
de nombres que se incluyen en cada párrafo, es que cada generación
está más alejada del planteamiento mural. Tal alejamiento
no sólo se debe a la cantidad de una producción de
nivel plausible, sino al entendimiento mismo de la esencia de tal
propuesta estética. Porque, no como contraste sino como prueba
de ello, puede observarse que los murales se incrementaron numéricamente
hablando, pero la gran mayoría de éstos se reducía
a la ejecución de ciertos ejercicios plásticos pobres
sobre paredes, pero ya sin la concepción integral de lo que
debe ser la pintura mural. Este hecho ha coadyuvado, aún
sin ser la causa única ni la primordial, para que el muralismo
se declare por todas las voces como espectro abandonado, de tonos
pretéritos.
Además, la
historia de la pintura no sólo puede advertirse como una
historia de tendencias catastróficas. Así como numerosos
plásticos no entendieron bien las funciones que debía
cumplir la pintura mural ante las transformaciones del Estado y
ante el destino que había adquirido la revolución,
otros tantos se preocuparon por dotar de elementos varios al lenguaje
muralista.
Una prueba de ello
se deja apreciar en la vasta obra de José Hernández
Delgadillo, el más notable integrante de la generación
cuarta en los términos de la creación monumental,
con una obra de más de ciento setenta murales, además
de esculturas de grandes dimensiones, y, obviamente, obra de formato
pequeño o mediano.
La cuarta generación
de muralistas se reúne alrededor del segundo lustro de los
años sesenta, y de forma más particular en 1968, bien
en los márgenes nacionales, bien en los tenores internacionales.
Los grabados de Mexiac, los collages, las pinturas y algunas tintas
de Ocharán, así como la obra mural de Hernández
Delgadillo, son testimonios vivos de tal época de persecuciones,
del ambiente del genocidio y el terror de Estado.
En estos momentos
estalla el punto de plenitud visible de tensión entre la
producción artística en general, y plástica
en particular, y el Estado, cuyo carácter había sufrido
un viraje no sólo tangencial respecto de sus propios orígenes.
La distancia que antes se había delineado progresivamente,
encontraba aquí su catalizador máximo, dejando definitivamente
unas relaciones ya no sólo de alejamiento, sino de divergencia
activa, en franca oposición.
No quiere decir
esto que el dos de octubre de 1968 marcó la definitiva ruptura
entre Estado y arte; ésta se había dado con cierta
anterioridad. Lo que significa el dos de octubre, con todos sus
muertos, todos sus desaparecidos, torturados, exiliados, perseguidos
y presos políticos, entre otras muchas cosas, es que el Estado
se circunscribe tan sólo al contexto del desarrollo del capitalismo
nacional, pero a costa de abandonar por completo su perspectiva
social heredada de las aspiraciones democráticas de 1910.
Significa, también, que las clases excluidas, junto al conjunto
de la sociedad civil, tienen la capacidad de gestionar una organización
sustancial y autónoma, que puede mellar en lo fundamental
la dirección administrativa, judicial y legislativa de los
poderes de la clase política; así mismo, puede socavar
la legitimidad de un aparato de Estado con su marco legal específico,
fungiendo como posible base de legitimación de otros procesos
alternos en la construcción de la democracia, desde las conjunciones
para las acciones civiles de resistencia, hasta las discrepancias
con rostro armado, aspirantes a ejercer una nueva revolución
fundacional.
Paralelamente, lo
anterior quiere decir que las posibilidades de un "arte de Estado"
quedan enterradas. Cualquier intento que planee insertarse dentro
de las políticas estatales de aniquilación de la disidencia
no alcanzará jamás el estatuto estético del
arte, sino de una formación discursiva oficial cuya función
se reduce a la legitimación de una práctica específica.
Estas formaciones discursivas bien podrían contaminarse de
elementos artísticos, especialmente en sus formas, pero distarían
a pesar de ello de emprender una verdadera obra.
Al configurarse
un arte que trabaja su contexto político en divergencia con
el Estado se está planteando colateralmente la naturaleza
del arte frente a su lugar en la sociedad civil, y sus funciones
que antaño se agruparon bajo el antiguo tono de "humanismo
en el arte" o de "arte humanista".
Esto constituye
el segundo núcleo disperso de señales para contextualizar
la propuesta plástica, estética, del más importante
muralista de la cuarta generación. José Hernández
Delgadillo desde un principio opta por el arte monumental como una
obra de triple posibilidad, a saber: por sus desarrollos plásticos
como arte superior a las limitadas condiciones que impone el caballete;
como medio de creación bajo los signos de la crítica
al romper con el apoderamiento privado de la obra, así como
al establecer una temática tratada con una postura de rebeldía;
y por último - last but not least- como forma de incorporación
de la vida comunitaria en el proceso de creación, al integrar
parte de la producción mural a las tareas concretas de diversos
movimientos bajo el eje de la protesta contra un sistema social
dado y, por esta vía, la integración de los militantes
o simpatizantes de tales movimientos al instante de la concreción
plástica.
No es, desde luego,
el único muralista que surge del 68. Mexiac, Orozco Rivera,
Ocharán, y todos los demás también participan
de esta forma de arte público. Pero la persistencia de Hernández
Delgadillo hacia el mural es superior a la de los demás,
lo que le ha permitido una obra más amplia, incluso desde
el mero punto de vista cuantitativo. Por ejemplo, Leticia Ocharán
realiza tan sólo dos murales, y lo hace ya en una etapa más
avanzada de su obra. De hecho, los temas políticos, como
la masacre de octubre, se filtra desde mucho tiempo antes en su
obra plástica y gráfica, con dimensiones medianas
y pequeñas.
La diferencia entre
Hernández Delgadillo y los otros estriba en que para éste,
la obra de formato pequeño es complementaria a su producción
mural, que resulta lo cardinal en su proyecto de más de cuatro
décadas, mientras que los demás (quizá excluyendo
el caso más sugerente y problemático de Orozco Rivera)
tendieron más hacia otras formas creativas como el grabado,
el dibujo, la pintura, la escultura.... .
Dentro de esta obra,
el mural cobra un triple espacio. Puede decirse que uno de ellos
es su funcionalidad política e histórica, al fungir
lo mismo de herramienta de crítica contra la marcha de la
clase política que de testimonio del presente e investigación
de los valores que se generaron en el pasado a partir de las transformaciones
que se operaron por la acción de núcleos sociales
en lucha.
Un segundo espacio
de la producción mural estaría integrado a una doble
amalgama creativa. Por una parte sería la forma de relacionar
la indagación de los valores plásticos de la creación
del caballete con las formas mayores de arte de todos los tiempos.
En sus murales, así, se reúnen elementos encontrados
hacia la proyección del dinamismo monumental como para la
elaboración del detalle técnico que requiere el caballete.
Por otra parte, el mural es la posibilidad de emprender una investigación
técnica de los elementos plásticos heredados con la
marcha del tiempo, pero sujetos a su renovación en las concretas
propiedades del muro.
En tercer lugar,
el muralismo ocupa un espacio, en la obra de Hernández Delgadillo,
como impulsor de realidades comunitarias. Se ha dicho que varios
de los murales que este pintor realizó, los concibió
en medio de las madejas orgánicas de movimientos civiles
de los oprimidos. Su tarea era, antes que estética, solidaria.
Su proyecto era el de integrar a la gente a la producción
del mural, lo que incumbía a los fines civiles libertarios
de dichos movimientos, toda vez que su producción plástica
terminó siendo patrimonio de la colectividad de la resistencia.
En síntesis,
para Hernández Delgadillo el muralismo se convirtió
en una triple posibilidad, a saber: política, estética
y comunitaria. Estas tres vertientes posibles no pueden dividirse
de forma tajante; en el lugar en donde Hernández Delgadillo
plantea un mural transportable producido en la jornada de lucha
en el seno de las comunidades, está integrándolo desde
formas críticas hacia su propio presente. Primera y tercera
posibilidades se conectan de forma irrecusable. Al requerir de la
forma trabajada plásticamente, su segunda posibilidad de
ser se suma a las anteriores.
Sin embargo, deben
delimitarse estas tres áreas con el fin de establecer los
alcances y límites de las perspectivas que Hernández
Delgadillo aborda en sus murales. Ante todo, deben alumbrarse todas
las críticas partiendo de su condición estética.
Menester es acudir
al tratamiento de su terreno político y comunitario para
llegar ulteriormente a su plano estético, el más importante.
Dentro de los dos mencionados ángulos se encuentran parámetros
suficientes para valoraciones múltiples. Inicialmente debe
distinguirse que el hecho de que el pintor insertara la producción
misma y no sólo el producto, la obra, en el seno de la actividad
comunitaria conlleva un cuestionamiento al ser mismo del arte, en
sus procesos más esenciales. El arte inició cumpliendo
funciones específicas dentro de una comunidad, las mismas
que han cambiado cuando la vida comunitaria transforma sus elementos
de existencia. Cuando la comunidad emigra de su presente hacia el
trazo de su propia historia, lo hace animando un nuevo planteamiento
sobre la creación. Por lo mismo, el único territorio
del arte es el que se configure con acuerdo a la estructura de la
vida comunitaria misma. Todo artista posee un material que adopta
de la comunidad, pero lo transfigura e impone no sólo una
nueva manera de existencia para el material original o primitivo;
también genera otro que pervivirá en la comunidad,
como parte integral de la misma, hasta adoptarse de forma más
general. Pero la descripción del circuito entre obra y comunidad,
tal como está aquí, es muy general y ciertamente se
podrá antojar como lineal. Porque acaso en la comunidad indeterminada
pueda caber tal situación, pero las ciudades de la modernidad
imponen ritmos diferentes a las nociones mismas de "actividad",
"comunidad" y "arte".
Parece ser que el
muralista Hernández Delgadillo ha proporcionado material
para pensar en lo anterior. Incluso ha resuelto en lo particular
su propia perspectiva. Al integrar los procesos de la vida comunitaria,
en el estricto marco de grupos civiles en resistencia, se toma una
opción por una función artística de transformación
de la vida en la comunidad. Se vuelve así a la función
más primitiva del arte, siempre y cuando por primitiva se
entienda original, inicial, fundamental.
Esto incrementa
su valor por cuanto el proceso capitalista de las sociedades actuales
diluye todo signo comunitario, además de aislar el arte.
Tal afirmación puede parecer extraña ante la realidad
de los medios de comunicación con alcances masivos inusitados.
Mas a pesar de ello el tratamiento de tales medios es cada vez más
hostil al arte.
Empero, las consideraciones
al respecto no influyen en el nivel cardinal de la obra. Son colaterales
juicios que coadyuvan a emprender el análisis de lo fundamental,
pero no aprehenden la esencia del asunto a tratar.
Lo mismo ocurre
con su temática política. En Hernández Delgadillo
se encuentran elementos ambivalentes, ya para tomar como plausibles
sus tratamientos temáticos, ya para guardar la distancia
necesaria en torno a esto, al notar ciertas flaquezas.
Si las primeras
etapas muralistas intentaron entenderse como un "arte de Estado",
el periodo que engloba la producción estética de este
pintor debe ser definida como "arte civil", mas es preciso que se
entienda por civil el término diferencial a la clase política,
al Estado mismo. Esto es, un arte ejercitado desde las fronteras
de la sociedad civil, en el conjunto de sus acciones transformadoras.
Aquí es en donde algunas pistas se tornan nebulosas.
Debe iniciarse por
desechar la noción de "arte político", ya que comprende
una tautología, o peor, un pleonasmo. Todo arte es político
porque es imposible separarlo de la vida de la comunidad ante la
cual surge, así como imposible es diluir su relación
con diversas fuerzas que generan los ejercicios del poder. Con Cézanne,
por citar un caso, puede entenderse que pintar una manzana no es
justamente una vaga inclinación de la forma en sí
misma. Lo claro es que la crítica no viene desde la alegoría
directa a una situación de lucha contra un marco establecido,
sino a partir del cuestionamiento de la misma realidad, sea cual
sea el punto exacto en donde las preguntas se dirijan, o bien, las
críticas se ejerzan.
Lo que es imperioso
es delimitar los elementos estéticos de los elementos ideológicos
en una obra. Esto no es estéril. Sirve para ubicar cada componente
en su topología adecuada, evitando invalidar una posición
estética por sus contenidos ideológicos, o emitir
ditirámbicas alabanzas a una obra sólo por la coincidencia
ideológica que pueda establecerse con la misma. Para parafrasear
a Gide: "el mal arte está lleno de buenas intenciones".
Hernández
Delgadillo no siempre es riguroso en este punto. El hecho de que
algunos de sus murales nacieran en la agitación de las protestas
masivas se tradujo, en algunos casos concretos, en la perdida del
arte en el cuerpo de la propaganda ideológica. Esto es un
peligro dado que puede derivar en la confusión de la función
misma del arte. A partir de esta ambigüedad puede encerrarse
la obra estética hacia las necesidades de la vida política,
lo que es deplorable. El largo curso histórico aporta los
más variados casos para constatar la anterior afirmación.
Para este pintor,
la libertad es el centro nervioso del arte. De ser así, la
creación debe impedir toda subordinación. Cuando se
entrega a la lucha masiva corre el peligro de moldearse en posturas
oficiales, entendiendo lo oficial como lo acorde con el consenso
de quienes resisten.
En contraste, si
el artista aspira a participar de la resistencia civil, de la lucha
contra los ejercicios de poder totalitario, requerirá entender
que el único proceso es el de la crítica. Es aquí
en donde Hernández Delgadillo encuentra sus dones más
precisos pero también algunas de sus más claras limitaciones.
No es inusitado que los más acentuados defectos se conjuguen
en la misma plaza en donde las más pulidas virtudes descansen.
Es lo que pasa con su trabajo: él entendió la crítica
dentro de la plástica de forma natural con una precisión
que a veces fue unilateral. Esto es así por cuanto criticó
formas concretas de opresión, represión, exclusión.....,
pero no ejerció la crítica, por lo menos no de la
misma manera, hacia quienes estaban a su lado, en esos procesos
combativos, que solían estar llenos de vicios demagógicos,
burocráticos y autoritarios, a pesar de que forjaran fisuras
en la historia, caminando hacia la libertad. O cuando llegó
a plantear este tipo de críticas siempre fue sumido en la
actividad política, mas no a partir de su creación.
Con todo, este terreno
ha servido para mostrar la dignidad de José Hernández
Delgadillo no exclusivamente como ser humano solidario y generoso,
sino también en su concepción de la historia como
subjetivación del mundo a partir de la dignidad que constituye
el desarrollo de la vida humana, en comunidad. Esto acusa que, para
este muralista prolífico, el arte mismo es un proceso de
dignificación de lo humano, lo que lo sitúa no sólo
en los álgidos rieles de lo deseable, sino de lo necesario.
La proyección del arte como medio de lucha por la vida, contra
las bestiales consecuencias del capitalismo, es un elemento que
debe heredarse sin ninguna reserva.
Pero estas mismas
cualidades y estos mismos límites no pueden comprenderse
en su real magnitud sino abriendo la pupila hacia los contornos
estéticos de su obra. Dado que se está juzgando una
propuesta artística, sus elementos anteriores deben medirse
con relación a sus gestos creativos.
La estética
que propugna en su obra de caballete lo mismo que en sus murales
se cobija en la categoría de lo trágico, lo que no
la deja exenta de otras líneas, de volúmenes épicos,
u otros. Si puede decirse que en José Revueltas se puede
encontrar un marxismo trágico hablando de literatura, puede
decirse que este pintor presenta lo propio en la plástica.
La figuración humana emprendida por Delgadillo a menudo adopta
perfiles dolientes. Su retrato de la realidad es dramático:
su dramatismo es realista. En sus obras se alberga habitualmente
el rostro dual del abatimiento conviviendo con la esperanza activa.
Desde esta postura, Hernández Delgadillo trabaja los elementos
subjetivos de su obra con maestría. Posiblemente sólo
pueda acotarse que la renovación interna de tales elementos,
en ciertos periodos, no fue justamente tan consistente.
Pero estas verdades
no acuden aisladas al terreno de la composición. Las trabaja
en su dibujo, que es algo de lo más sobresaliente en él.
Esto por su ubicación del espacio y las formas. Realmente
es fértil su comprensión de la dimensión, aun
si varias veces sus murales suelen ser planos, como el viejo arte
precolombino. Creo que en este punto se acerca más a Orozco
que a los otros dos maestros fundadores del arte monumental del
Renacimiento de la pintura mexicana. Sus líneas curvadas
dan un trazo coherente, sencillo y espontáneo. Por ello sus
murales no alcanzan una estilización muy acabada, aunque
esto no constituye ningún defecto estructural de su trabajo.
Acaso pueda decirse
de su trazo en las formas que no se ve alentado tanto por su trabajo
en la referente a la aplicación del color, salvo en sus murales
posteriores al segundo lustro de la década de los ochenta,
en donde se ve un progreso sólido. El dinamismo de sus formas
en el muro tampoco es lo más brillante en él, dado
que el espectador activo no es tomado en cuenta con la misma maestría
que, por ejemplo, se ubica en Charlot y principalmente en Siqueiros.
Pero, a cambio de esto, tiene una facultad clara para entender el
dinamismo interno del muro, lo que le permite una composición
más que exacta, por ejemplo, cuando consigue darle profundidad
a sus formas curvando el espacio plano, en una técnica curvilínea
aplicada acertadamente.
En cuanto a la relación
de las formas y el espacio con la aplicación del color, no
hay en Hernández Delgadillo un solo rostro. Pocas producciones
han sido tan injustamente mal leídas. A este pintor se le
señaló con ecos más que insistentes que no
evolucionaba intrínsecamente en sus cualidades plásticas.
Sin embargo, esto no es del todo cierto. Posiblemente su figuración,
emprendida desde su dibujo, ha sido compacta, pero ha tenido avances
más que sustanciales en otros terrenos, lo que da a su obra
un avance consistente. Y su mismo trazo figurativo ha tenido saltos
internos positivos.
Su aplicación
del color es también una notoria vertiente de su propia evolución.
Si se comparan sus primeros murales con El Hombre Nuevo hacia
el Futuro (1989), por poner un ejemplo, se verá que su
posición en torno a los nexos operativos de la aplicación
del color con la construcción de las formas, y su posibilidad
espacial, ha tenido una importante marcha, que en varias ocasiones
ha partido de la autocrítica estilística.
En esta última
obra se emplean elementos técnicos que enriquecen, definitivamente,
su pintura mural. Para iniciar, debe considerarse que se trata de
un mural de forma semicircular. Sus críticos, reducidamente
colaterales, jamás han aclarado este punto. ¿Se percibe en
esta obra semicircular una división espacial de composición
lineal? O bien: ¿subordina el color como relleno de las formas?.
La misma simbología
que emplea en el mural es síntoma de las facultades de Hernández
Delgadillo. Sin perder la figuración humana, despliega su
fuerza, su impulso emocional de las formas plásticas, trabajados
sobre el amarillo y el azul como ejes. Fuego, parece decir el conjunto
de color que tiende hacia la calidez cromática. Esto nace
en el extremo izquierdo del mural, desde donde se ven inmediatamente
los puños alzados, formando un fragmento de circunferencia,
un tanto irregular, que han sido frecuentes en su producción,
adoptados desde la actitud típica de la manifestación
civil de protesta. Estos se extienden y no hace falta nada más
para apreciar en ellos una actitud épica. Derivan del primer
elemento humano, oscuro, que sostiene sobre su mano derecha la cuchara
del constructor, como alegoría de la edificación del
humano, y la edificación del universo a partir de lo humano.
Lo envuelve por la espalda la fuga de los mismos tonos cálidos,
mientras presenta una flexión hacia el centro del semicírculo,
en donde están reunidos los caracteres alegóricos
del trabajo crítico de este mural, que pronuncia las opciones
clasicistas del pintor. Del mismo lado que sostiene la paleta hay
otra figura humana poco más difuminada, cuya presencia a
partir del color es más tenue, y que dirige su mano hacia
el rostro mortuorio precolombino que también ha fungido como
constante en la obra del pintor. Una mano, a la altura abdominal
de esta última figura, asoma empuñando una hoz, como
instrumento del trabajo que vivifica al mundo mismo y que genera
al hombre.
Del otro lado de
la figura humana que se ha tomado como punto de partida se halla
otra, cuya disposición espacial de composición es
parecida en magnitud, y en forma, al constituir otro medio circulo
paralelo al de la primer figura. En contraste con su cuerpo oscuro
van sus cabellos rojos, con modulaciones en el amarillo y el anaranjado.
En sus manos también descansa la herramienta del trabajo,
y alcanza a otra figura humana, también formando nuevamente
una parte de circunferencia - ahora la parte inferior- pero de un
tono menos oscuro, tendiendo más hacia el fuego trabajado
con los colores cuyo eje es el rojo. Esta figura humana no muestra
su espalda con dirección hacia su rostro en perspectiva,
como las otras, sino que se muestra en una perspectiva lateral mostrando
sus bruces, con profundidad en su arqueo y oscilación. Las
figuras acusan un movimiento hacia el centro, en donde los trazos
de la constelación se dejan ver. Las figuras parecen ser
mujeres, con dos excepciones: la que le sigue paralela a quien empuña
la cuchara de construcción y ésta última que
está habitando el fuego. Posiblemente también la figura
más tenue del lado izquierdo se perfile como masculina. Por
lo demás, la manera en que los rostros están delineados
hace pensar que se tratan de construcciones femeninas. Así
también la cuarta figura, empezando a contar desde la parte
inferior izquierda del mural, o la segunda empezando a contar por
el extremo inferior derecho, cuya forma es más vertical,
rompiendo la composición del semicírculo pero sin
ser propiamente recta. Su pierna derecha, la única visible,
sobresale semicircularmente, pero con otra dirección que
la mantenida por las figuras que le anteceden, mientras que su tronco
es más recto, hasta llegar a sus dos brazos que convergen
en un lápiz, en donde se pinta la historia y la lucha de
la humanidad.... Finaliza una última mujer tendida de bruces,
con dirección descendente, y totalmente recta y vertical.
Su rostro vuelve a ser penetrado por modulaciones coloristas hacia
lo cálido. Todo se conecta en el fuego. Las llamas son líneas
comunicantes de composición. El contraste va hacia los colores
fríos, con el eje del azul. Es una simbología del
universo detallada en un manejo de los colores vertiginosa y versátil.
No es una aplicación plana y directa. En algunos casos el
color determina la forma, mientras que en otros está supeditado
a aquella. Pero, en todos los casos, la forma define la dirección
del color, comprendiendo el movimiento del muro, y el color despliega
el volumen de la forma, le da dirección, profundidad, contraste,
y le hace perder todo lo que de otra forma sería parcamente
plano.
Desde el vértice
histórico y estético, este trabajo de Delgadillo,
de hecho todos los realizados especialmente después de 1985,
o los que pueden encontrarse en Estados Unidos de Norteamérica,
conforma una basta experiencia de enriquecimiento para la plástica,
y el muralismo en especial.
Esta comprensión
de las relaciones entre color, forma, dirección, espacio,
movimiento...., habla de un realismo en Hérnández
Delgadillo; el realismo integral que Siqueiros había analizado
desde 1967, y aún antes, desde el doble punto de vista técnico
e histórico. También habla de las búsquedas
críticas en este realismo la contundencia de su simbología,
al igual que su planteamiento histórico, su concepción
estética de las formas críticas, su manera concreta
de relacionar su práctica mural hacia la resistencia civil,
y otras cualidades más.
Conviene señalar
algunas proporciones en el gesto múltiple del citado realismo
y, ulteriormente, ver en qué forma la praxis artística
de Hernández Delgadillo se compenetra con dicha cuestión.
Debe seguirse a
David Alfaro Siqueiros para horadar sobre los problemas de este
realismo integral como base de la plástica. Inicialmente
es menester abandonar la identificación entre el carácter
realista de una obra pictórica con su función descriptiva,
exclusivamente refleja, reducida a copia de un hecho objetivo. Realismo,
en este sentido, no debe ser un concepto extraído a partir
de una posición objetiva de representación mecánica
de una realidad. Aceptar esto sólo es posible a condición
de una previa restricción de la realidad a la apariencia
física. Esto es, el realismo entendido como copia de lo real,
aspirando a la mayor fidelidad posible, tiene necesariamente que
plantearse la realidad en su más primitivo aspecto físico,
exiliando de ésta a la subjetividad. Las preocupaciones impresionistas,
por adherir un caso al problema, de la vibración de la luz,
tendrían que ver, según este esquema, con algo no
sólo distinto al realismo, sino esencialmente antitético
respecto del mismo. Realista sería la copia de un objeto
iluminado, mas no los fenómenos visuales de la luz en su
relación con otros elementos de la realidad; tampoco las
significaciones que esta luz pueda tener para la subjetividad importarían,
ni otros problemas de vital importancia plástica, estética,
psicológica, etcétera. Para volver al ejemplo anterior:
lo que en Cézanne podría ser considerado como realista
no es el grado de identidad entre la manzana real y la que él
pinta, sino el descubrimiento de la construcción de tal forma
en sus adecuadas proporciones objetivas, en su implicación
sensual emotiva, en su constructivismo, entre otros aportes que
él heredó.
Abandonar esta estrecha
noción sobre el realismo implica problemas. El primero de
ellos es el hecho de elaborar un catálogo infinito en donde
se homologarían lo mismo los frescos renacentistas que las
pinturas rupestres, los avances abstractos y en realidad toda la
historia de las artes visuales. Para atajar este conflicto hay que
entender previamente las razones que motivan la consideración
de los valores plásticos dentro de un realismo. Un inicio
acertado sería la comprensión de que la intención
es distinta a la de dotar una clasificación. Porque lo que
resulta imprescindible en la taxonomía deviene vacuo en la
crítica artística. Aún más: los intentos
de erigir clasificaciones y nomenclaturas en el arte son tropiezos
frecuentes pero de agudas limitaciones, toda vez que tienden hacia
la generalización, uno de los peligros más impetuosos
para la comprensión de cualquier fenómeno estético.
La piedra cardinal
de las reflexiones de la historia de las artes visuales como una
búsqueda realista se anima a partir de un hecho más
general: la postura sobre la función del arte, así
como su correlativa necesidad. Lejos de detallar el análisis
sobre este punto debe decirse que, independientemente de la solución
que se proponga en torno a cuál sea la función del
arte, no puede escaparse a ninguna postura el hecho de que el arte
es un producto cultural, de una comunidad, estructurado a partir
de las posibilidades que la historia humana presenta. Esto señala
que el arte cumple necesidades humanas que son concretas por cuanto
surgen y fenecen históricamente, pero de la misma forma son
indeterminadas, dado que no son inmutables ni universales. La universalidad
del arte reside precisamente en este hecho, al ser inflexiblemente
relativo. El caso es que tal pluralidad no puede excluir una búsqueda
de la naturaleza humana, siempre y cuando no se entienda ésta
dentro de un panorama propio de una teleología, sino como
todo lo que se presenta en la vida humana. No significa esto que
el arte sirva para explicar los fenómenos que acontecen en
la humanidad ya en su historia global, ya en casos individuales
especiales. Lo que se revela es que cualquier hecho humano es susceptible
de tratamiento estético. Y todavía algo de mayor contundencia:
que todo hecho estético implica, de una u otra forma, un
problema humano. El arte no trata de resolver estos problemas; su
tarea es distinta a la de proporcionar soluciones. Incluso se queda
en ocasiones varias en el terreno de la interrogación, aunque
esto ya involucre y revele su facultad problemática respecto
a todo lo humano.
El realismo integral
que ha propuesto Siqueiros se refiere, según lo anterior,
en su punto más crucial, a la explicación del arte
como recurso del hombre en su vida por el mundo, que incluye necesariamente
un conocimiento sobre él y una transformación del
mismo. Por ello no se limita a reproducir plásticamente una
realidad fundada en supuestos "datos sensibles" (como el color de
un paisaje sin ninguna significación, por ejemplificar el
problema). Su naturaleza más amplia se define esencialmente
por problematizar la vida humana generando otra realidad. Implica
un suceso de creación antes que de representación.
Esta realidad creativa puede desprenderse lo mismo de una base emocional
que de un tratamiento analítico de un problema. Pero como
la misma realidad humana no puede restringirse a un solo elemento.
Este realismo integral no supedita todo a la función cognoscitiva
del arte.
Gracias a Marx,
se sabe que la creación artística es un trabajo peculiar
en donde el hombre se objetiva; en el arte la creación es
concreción de lo humano. Dicha objetivación es doblemente
esencial, a saber: primero, porque considera al proceso artístico
no sólo en el contexto de la subjetividad que encierra, sino
en sus parámetros reales objetivos (esto es, reconoce la
objetualidad en el arte); segundo, porque esta objetivación
no sólo genera el objeto artístico, sino al hombre
mismo, toda vez que éste es posible sólo gracias a
la producción (que no se reduce con exclusividad a los bienes
materiales). Y al tomar en cuenta al arte como trabajo creador,
se impone aún más la serie de consideraciones sobre
el realismo. Porque la cualidad objetiva de la creación artística
se funda en problemas de orden material que sólo pueden ser
resueltos con una clara comprensión de los elementos objetivos
no por sí mismos, sino diciendo relación a necesidades
subjetivas. En otras palabras: el realismo comienza por comprender
que arte es creación de un objeto. Pero, como en toda producción,
se entiende que la creación de un objeto específico
no está aislada de los medios y recursos de dicha creación.
Con esto, involucra problemas físicos dentro de su naturaleza
estética y no como elementos secundarios y extrínsecos.
En segundo lugar,
toma la exteriorización de las fuerzas subjetivas en el proceso
de creación, por lo que el tratamiento de la realidad es,
de hecho, sólo fundado en la misma subjetividad. Así,
todos los aportes emocionales, psicológicos, entre otros,
no pueden ser descartados de este realismo integral, sino comprendidos
en él.
Por ello un cielo
amarillo sobre el Gólgota en el Tintoretto no puede ser desterrado
de este realismo, aunque el cielo real no posea tal color. Esto
se debe a que en tal obra se responden a elementos técnicos
de composición plástica que coadyuvan a la comprensión
de los fenómenos naturales; pero también porque la
figuración entraña significaciones que parten de realidades
subjetivas que deben también ser abordadas para no optar
por un esquema fragmentario, de mecánica repetición,
de imitación directa.
La obra de Hernández
Delgadillo responde a las mareas de este realismo integral por varios
motivos. Puede indicarse, en un principio, el hecho de que no niega
las relaciones de la actividad artística con la situación
política de su contexto. Toma las condiciones históricas
que hacen posible su obra como un problema esencial de la misma.
Con ello le es posible ubicar históricamente su actividad
muralista; esto quiere decir emprender una concepción del
arte en función de sus posibilidades de actividad en esa
realidad histórica o, lo que es lo mismo, de transformación
del mundo como evolución de sus propiedades internas. Si
bien esto ha implicado ciertos problemas, señalados con anterioridad,
también ha dotado de fuerza a su propuesta estética.
Porque en Hernández Delgadillo se cumple, y no ocasionalmente,
un vigor artístico pleno, fundado en la resistencia civil
y la savia más profusa de las aspiraciones democráticas
y libertarias.
También puede
leerse un realismo integral en su propuesta estética dada
la búsqueda de valores plásticos que efectúa
a partir de ella. Al adoptar los principios (fácticos) de
la estética mural mexicana, Hernández Delgadillo asume
su papel en la problematización histórica de los elementos
plásticos en el arte monumental universal. Significa esto
que también su trabajo viene a colación desde una
revisión posterior a los avances visuales del Renacimiento.
De él ha
dicho Justino Fernández, hacia 1962, lo siguiente:
En las obras
de Hernández Delgadillo es evidente un sentido de lo monumental
y cierto clasicismo de fondo, que combina con un expresionismo personal,
lo que parece una contradicción en los términos, pero
que no lo es por la síntesis a que sabe llevar ambas corrientes.
Clasicista por el intelectualismo que tienen parte de sus formas,
por la clara presentación de sus temas sin abigarramientos,
pues una imagen es suficiente para decirlo todo, y clasicista es
el fondo sereno en el que surge una cabeza en que concentra la emotividad
expresionista. La sabiduría del pintor, su tacto, su finura
de gusto, hacen el resto. En ocasiones un velado color sensualiza
las formas. La materia en su pintura es delgada y transparente,
por lo general, cuando no se empeña en texturas pastosas;
maneja las manchas a su antojo para hacer resaltar las formas o
disimularlas, según conviene. El resultado son obras de gran
equilibrio, que cuando alcanzan el punto justo producen la emoción
auténtica, necesaria al arte. Sus gigantes - imágenes
de hombres y mujeres, cuerpos desnudos completos o fragmentados,
con cabezas de extraordinaria expresión, a veces chica, a
veces grandes, con sus rasgos insinuados, descompuestos, y con sus
ojillos minúsculos- significan su interés humanista.
El sufrimiento del hombre va parejo con sus ansias de vuelo y con
el goce sensual. El arte de Hernández Delgadillo es sutil
y provocativo, no obstante su aparente claridad y calma. Sugiere,
más que dice, sus ideas y sentimientos a la perfección.
Que nos recuerda vagamente ciertas formas escultóricas modernas
europeas y, de manera más cercana, a nuestros cráneos
prehispánicos, no es sino prueba de talento y capacidad de
pintor.
Esta lectura es
adecuada y se comprende sólo al concebir tal síntesis
entre términos tan heterogéneos como una búsqueda
dentro del realismo integral. Incluso hay que decir que su manejo
de la mancha tuvo que ser, hasta cierto punto, deudor de varios
juegos ópticos de la pintura abstracta. La actitud propiamente
realista era no desdeñar tales avances sino asumirlos como
rasgos constitutivos de la obra. Dado lo anterior, debe destacarse
que la capacidad en Hernández Delgadillo no es sólo
fuerza emotiva, estilización de las formas sobre un eje plano,
generalmente, o variado a partir de las necesidades del muro y su
movimiento; capacidad es síntesis significativa dentro de
su crítica narrativa, es decir, en su simbología,
al igual que síntesis en el recorrido de los aportes visuales
de las más variadas escuelas, corrientes y estilos de la
pintura moderna y clásica. Conviene decir esto porque habla
de una actitud en el pintor de apertura crítica, jamás
encerrada en el vivac de los dogmas que, en ciertas ocasiones, se
erigieron a nombre del muralismo.
Una tercera razón
que conduce la afirmación del carácter realista integral
en la obra de Hernández Delgadillo debe abordarse al notar
las relaciones que él establece en su pintura mural entre
sus elementos objetivos y sus cualidades subjetivas. Si algo ha
hecho el arte es volatilizar esa división más filosófica,
en cierto punto esquemática, de la realidad humana en objetividad
y subjetividad. El realismo integral, como el de este pintor, da
pruebas de ellos. Realismo en él no significa imitación
exacta de lo real, sino tratamiento artístico de la realidad
a partir de la creación de otra distinta, inclinando su atención
a los problemas humanos concretos, dentro de una sociedad específica.
Así, el pintor destaca rasgos de la realidad con independencia
del hombre, pero no busca la fidelidad de formas como su fin; su
interés habita en la realidad humanizada, y los elementos
técnicos sirven para tratar esta realidad y no para producir
su doble exacto.
De ahí que
Hernández Delgadillo dé un aporte extenso con sus
más de 170 murales y toda su obra de breve y mediano formato.
No sólo es herencia que deba arribar a los puertos de un
posible muralismo en el futuro, o de las propuestas artísticas
que pretendan asumir sus connotaciones políticas. También
coadyuvará a la definición de terrenos artísticos
lejanos del arte monumental. Sus riberas no permiten la reducción.
Sus apuntes desde lo precolombino, su incesante trabajo sobre lo
captado en la realidad de la resistencia civil, su comprensión
de los elementos técnicos relacionados con los componentes
emocionales de la obra, su grandilocuencia sintética entre
varias experiencias plásticas clásicas y modernas,
así como sus posturas en torno al humanismo en el arte, y
un arte civil (no de Estado), contribuyen una de las experiencias
de mayor riqueza en las artes visuales latinoamericanas de la segunda
mitad del siglo XX. De ahí que deban ensayarse diversas miradas
sobre su obra (y su vida), estableciendo los prolegómenos
para un estudio más detallado del lugar de este pintor en
el muralismo nacional, en una de sus últimas etapas, y las
posibilidades que de su propuesta puedan extraerse crítica
y creativamente para animar las futuras propuestas dentro de las
artes visuales latinoamericanas.
José Hernández
Delgadillo, en suma, representa un vital peldaño en la historia
del muralismo mexicano. Esto lo ratifican las palabras de la gran
pintora Leticia Ocharán: Considerado como uno de los artistas
más sólidos y coherentes surgidos en los últimos
20 años en la plástica mexicana, Hernández
Delgadillo permanece fiel a nuestras raíces culturales, y
ensancha sus posibilidades partiendo de ellas, para crear obras
de carácter universal. Los problemas que trata en sus temas
son realidades nacionales que reflejan situaciones similares en
cualquier parte del mundo. Al viajar al interior de la república
es frecuente que los murales de este artista se nos atraviesen prácticamente
en el camino, con su estilo claro, sencillo y vigoroso que los hacen
inmediatamente identificables como de él. Signos plásticos
contemporáneos que alientan al hombre en la lucha revolucionaria,
en las circunstancias necesarias para el cambio social.
Finalmente debe
mencionarse que Hernández Delgadillo tiene los ojos de Apolo
mientras que sus piernas son dionisiacas, como sus puños.
Forma con esto un nudo que comprueba la fuerza del arte como afirmación
total del hombre, tanto más necesario cuanto más se
proyectan signos tortuosos para él. Mas el arte, como el
hombre, surge desde la adversidad. La hostilidad que las sociedades
contemporáneas presentan con respecto a él habla en
torno a la hostilidad de las mismas sociedades respecto del desarrollo
de la vida humana. Las fuerzas de la razón y el impulso vital,
instintivo, reunidos en el arte, son la llave que abre la puerta
para abatir este negativo estado. Esto es posible devolviendo al
arte su impulso comunitario más original, como en el caso
de este pintor que sabe así definir el fundamento de su ejercicio
creativo. Por ello y más su vida y su obra deben ser considerados
universales testimonios del muro y la palabra; férreos testimonios
de imaginación, amor, valor, solidaridad, vitalidad, crítica
y fuerza.....
Jorge Solís
Arenazas
Homenaje a Pepe
José Hernández
Delgadillo ha sido no sólo el artista político más
importante de los últimos 30 años, sino uno de los
mejores hombres de nuestro tiempo. El poder de su arte y el uso
de éste a favor de los obreros, campesinos y estudiantes,
lo convirtió en una figura política nacional al grado
de haber sido seleccionado precandidato a la Presidencia de México
en 1987, cuanod fue nominado por uno de los partidos de izquierda.
Ningún otro pintor mexicano, incluidos los Tres Grandes,
podrían vanagloriarse de tanto. Esto fue posible porque utilizó
su arte para empoderar a los oprimidos que nunca eran escuchados.
Él los ayudó a hablar públicamente a través
de los murales que ellos mismos ayudaron a pintar. Con su agudeza
política los ayudó a organizarse. Su cercano amigo,
el poeta Benito Balam, lo describía cálidamente como
el director de la orquesta. Como resultado Pepe fue respetado
y tuvo la confianza de todos aquellos que estaban en la lucha a
lo largo y ancho de la nación. Aquellos que han trabajado
con él conocen sus inagotables esfuerzos a favor de los desposeídos
y han aprendido a amarlo.
Yo recuerdo
haberlo encontrado dormido en el piso de una oficina bajo pesada
cobija, durante la campaña presidencia de 1987. No nos habíamos
visto por algún tiempo, y cuando abrió sus ojos, saltó
poniéndose de pie, me abrazó con calidez y procedió
a llevarme de un sindicato a otro para presentar a su amigo norteamericano
que había escrito sobre él.
Recuerdo que
en una ocasión Pepe me reclutó para ir a mostrar transparecnias
de murales- que habían sido realizados por obreros en los
Estados Unidos y en otros países con la ayuda de artistas
como él- al Sindicato de los choferes de Ruta 100 del cual
era miembro de la junta directiva. Afortunadamente, yo tenía
transparencias de un mural hecho por choferes de autobuses de Londres.
Posteriormente hubo una vívida discusión entre los
miembros del sindicato acerca de las dificultades de realizar arte
político combativo en México o en cualquier otra parte.
Les pareció difícil creer que los trabajadores pudieran
tener acceso a los muros públicos sin permiso de las autoridades.
Delgadillo les aconsejó nunca pedir permiso, sólo
hacerlos y defenderlos tanto como fuera posible. Esto por sí
mismo era una manera de atraer la atención hacia su mensaje.
A mí siempre me maravilló cómo lograba hacer
murales contra el sistema en muros institucionales, especialmente
aquellos de las universidades. Esto nunca hubiese sido permitido
en Estados Unidos.
Recuerdo haberlo
encontrado en Tuxtla Gutiérrez en los ochentas, trabajando
con estudiantes la pared externa de un edificio de aulas en una
Normal, en la cual les había ayudado a organizarse. Nuevamente,
hacía tiempo que no nos veíamos y habíamos
arreglado por correo encontrarnos frente al mural. Cuando llegué
con mi esposa Ruth, encontramos un mural a medio pintar pero no
encontramos a Pepe, sólo había una nota pegada al
muro con maskin tape pidiéndonos que lo esperáramos:
había ido a comprar pintura. Él siempre fue el maestro
de la improvisación, y al rato apareció con sus estudiantes
muralistas. Tanto aquí como en Tuxtla, casi siempre había
alguien con una guitarra y cantando para hacerlo más atractivo
y tener espectadores. Hacer un mural con él era siempre un
"happening". Para entonces yo ya sabía que los mexicanos
siempre estaban interesados en aprender cómo otras luchas
similares podían ser peledas con las armas del arte, y yo
siempre traje transparencias frescas, así que nuevamente
él organizó una reunión para mostrarlas.
A finales de
los 1970´s, me invitó a mostrar mis transparencias a los
paracaidistas en un ejido en las montañas atrás de
San Ángel. Esto era para desviar la atención de las
autoridades mientras él y otros miembros de la comunidad
secaban al "charro" local de ella. Después de dejar el pesero
tuvimos que escalar subrepticiamente en una choza a la otra para
pasar desapercibidos, porque ¿qué hacía él
con un gringo y su esposa en ese lugar? Las pequeñas chozas
de una pieza construidas por los paracaidistas para vivir, estaban
construidas de cartones de leche y otros materiales de desperdicio
que habían reucperado de los basureros. Las diapositivas,
que yo les mostraba a la intemperie, eran de murales hechos por
trabajadores norteamericanos empobrecidos en sus comunidades. Las
situaciones eran similares a la de las mujeres y jóvenes
que observaban las transparencias, pegados unos a otros para refugiarse
del frío de enero. Había cables eléctricos
sobre la tierra para poder echar a andar el proyector, e inicialmente
no teníamos suficiente energía para pasar de una diapositiva
a otra.
Cuando la proyección
terminó y los hombres habían regresado de sus tareas,
hubo una gran celebración - sin licor- en un salón
comunitario que habían construido y que ahora brillaba con
su triunfo. Nunca antes había experimentado tal sentimiento
de solidaridad. Cuando bajábamos, yo miré sobre el
Valle de México y no podía diferenciar entre las estrellas
cintilantes y las luces de la ciudad: no existía un horizonte
para dividirlas. Tuve un intenso sentimiento de que personas tan
diferente como los desposeídos y los intelectuales - un artista
y un académico- podían tener una causa común.
Sentí que todos compartíamos un universo común
y éste tenía que ser ganado y poseído para
que todos y todas pudieran gozar de sus regalos. También
Delgadillo compartía ésta solidaridad y esto lo llevo
a dedicar su vida a esa lucha.
Años
después, yo visité la casa-estudio que él había
diseñado y construido con sus propias manos entre la gente
trabajadora que había sido paracaidista en aquellas montañas
sobre la capital.
La primera vez
que conocí a Pepe fue en 1975 cuando yo estaba de sabático
como profesor universitario. Me quedé en un pequeño
hotelito cerca del parque Sullivan con mi esposa. Un día
caminábamos y me topé con el primer mural de Delgadillo
que había visto. Estaba en la fachada de CLETA, el Centro
de Teatro. Me impactó tanto que entré a preguntar
quién lo había hecho y lo llamé. Cuando nos
encontramos, le conté de mi investigación sobre murales
similares en los Estados Unidos y le mostré diapositivas
de ellos. Él quería que sus amigos las vieran y arregló
una proyección en el teatro. Fue cuando conocí a Benito
Balam que, como José, ha continuado siendo mi amigo cercano.
Pepe ilustraba pequeños libros de poemas de Benito y Benito
recitaba su vívido trabajo en exposiciones de pintura de
Pepe. Como intercambio de mi primera proyección de transparencias,
Pepe me dio la primera acuarela Delgadillo que yo había de
poseer; su título es La lucha, y hasta hoy continúa
colgada en mi oficina.
Durante esa
visita Pepe me mostró el arte público que había
realizado durante los pasados seis años. Como yo entiendo,
Pepe era el hijo de un zapatista - un zapatista auténtico.
Había estudiado pintura desde muy joven y trabajó
en un despacho de arquitectos del DD.F. Ganó de premio una
beca para continuar sus estudios de pintura en Parías en
la Bienal más importante del momento. Durante los 1960´s
su pintura temprana era de fantasmales figuras embrujadas, imágenes
de un sentimiento de angustia personal. Yo las vería después
en el pequeño museo Delgadillo en la Hacienda de Cortés
en Cuernavaca. Algunos han llamado a este arte "existencial", el
arte de la ansiedad, en épocas de amenaza de holocausto nuclear
y opresión política. Pero la introspección
y alineación fueron transformadas por la masacre de Tlatelolco
en la noche del 2 de octubre de 1968, justo antes de los Juegos
Olímpicos. Pepe me contó que había estado involucrado
en el movimiento popular estudiantil durante el verano y tenía
planeado asistir a la manifestación en la Plaza de las Tres
Culturas, donde de hecho su madre y hermanas tenían un departamento
cercano al de él y sus hijos.
El tiempo se fue
volando, Pepe se encontraba absorto trabajando en una escultura
cinética en el sótano del Palacio de Bellas artes,
lugar hasta donde se alcanzó a escuchar la balacera, justo
cuando los estudiantes que llevaban a cabo un mítin pacífico
fueron acribillados por tropas, policía y tanques. Tras aquel
desastre, la terrible verdad estpa siendo finalmente revelada al
mundo ahora. Delgadillo lo entendió en ese momento y le cambió
la vida. En lugar de dedicarse a desarrollar proyectos artísticos
ligados al Estado y a la iniciativa privada o simplemente mantener
su estatus exitoso en el mercado del arte, se convirtió en
un activista político que trabajaba en la consecución
de un mundo verdaderamente democrático y socialista.
Tlatelolco también
transformó su arte. De acuerdo a mi conocimiento el trabajo
clave que demuestra esto fue la poderosa escultura que hizo en el
Centro Residencial Morelos en 1969. Este es un monumento de tres
pisos de altura que se erige en una pequeña plaza con pasto,
que se encuentra en medio de edificios de departamentos. Consiste
de tres piezas: una cabeza más grande que una real, yace
en el pasto con la boca abierta hacia el cielo en un grito; un ataúd
abierto a su lado de forma que en el cuerpo se ve plenamente, y
un brazo gigantesco que se levanta hacia arriba en un gesto de plegaria.
El gesto está ligado al cuerpo por las mismas formas agrupadas
y endurecidas que marcan los músculos y reaparecen en las
ataduras que envuelven el ataúd. El trabajo está realizado
en resinas sobre un armazón. Esta era la protesta y la plegaria
de Delgadillo.
Durante las tres
décadas posteriores utilizó un imaginario similar
en sus murales y en sus pinturas de caballete. Cuando recién
nos estábamos conociendo, me llevó a los murales que
empezó a hacer desde 1973, murales realizados principalmente
en universidades y escuelas técnicas y que posteriormente
haría en sindicatos, tales como el de los electricistas.
Son obras que impactan.
Invitan impunemente
a la agitación. Parecen anuncios espectaculares o carteles
enormes con su color fuerte, plano y sobrio con figuras en silueta.
Yo recuerdo especialmente una en la Escuela de Diseño y Artesanías
en la Ciudadela. A la izquierda, las armas automáticas apuntadas
desde los cascos y hombros encorvados de los militares. En el centro,
cabezas decapitadas de civiles que yacen en la tierra, su último
aliento se levanta de sus bocas abiertas como las volutas de habla
de las pinturas aztecas. A la derecha, los sobrevivientes se defienden
con puños como látigos y con herramientas tomadas
a prisa. No son en realidad más que cabezas y brazos mientras
las espirales indican su movimiento hacia fuera y hacia adentro.
Sus cabelleras están en llamas. Ellos también se conectan
con el pasado adoptando las formas planas de los códices
y semi-cuadradas de los bajorrelieves labrados en piedra de los
Mayas. Es como si las luchas de los indígenas y mestizos
contra los antiguos conquistadores nunca hubiesen terminado.
Minetras Ruth
y yo viajábamos hacia los Estado Unidos en nuestra vieja
camioneta, nos dimos a la tarea de visitar los colegios y universidades
en las cuales él había pintado con estudiantes: Veracruz,
Xalapa, Fresnillo, Durango, Zacatecas, Monterrey. Casi no existe
lugar en el país en el cual Delgadillo no haya pintado. Sus
murales son reconocibles de inmediato. Algunos se han quejado de
que él no se desarrolló com artista en todos esos
años, lo cual no es el caso, ya que le daba menos importancia
a su evolución personal que al usar formas tradicionales
para las luchas contemporáneas con un perdurable mensaje
de liberación que podía ser legible a todos. Ha querido
hacer un arte en el cual los no calificados, participen como una
forma de empoderarse. Él necesitaba de su ayuda para ejecutar
estas grandes piezas y quería que sus asistentes locales
reconocieran sus propias capacidades, en l trabajo cultural como
político.
Nosotros venimos
con regularidad a México cada dos o tres años, en
parte para mantenernos al día con el trabajo de Delgadillo.
En 1989, Pepe, Benito y sus amigos visitaron el Area de la Bahía
en San Francisco, en donde recibió un número de solicitudes
para realizar murales e hizo programas frente a ellos en los cuales
Benito leía poesía y otro amigo bailaba. Pepe y sus
amigos se quedaron en nuestra casa. Esto sucedió durante
las manifestaciones de los estudiantes Chinos del Movimiento Pro-Democrático
en la Plaza de Tiananmen en Beijing, con ascendente horror vimos
al hombre con la camisa blanca y el portafolio bloqueando calmadamente
la línea de tanques que entraban en la ciudad y después
la carnicería que dejaron a su paso. Esto tuvo una tremenda
impresión en José. Me Di cuenta que estaba reviviendo
Tlatelolco 21 años después y admitió que era
así.
Transformó
nuestra mesa del comedor en un restirador, poniendo una pila de
revistas National Geografic bajo las patas. Y en ella hizo una serie
de dibujos en tinta y en acuarela que describían los sucesos.
Uno mostraba a los manifestantes aplastados bajo las orugas de los
tanques. Otro, que nos dejó, era de una figura que agitaba
los brazos en medio de sus llamas, rayos de reflectores y balas
incendiarias. Lo convertimos en un cartel con las palabras Solidaridad
con el pueblo Chino y él firmó copias en una ceremonia
luctuosa que se levó a cabo en el Teatro de la Sinfónica
de San Francisco a nombre de los prisioneros y masacrados.
Una clara indicación
de su desarrollo desde que comenzó a realizar arte político,
ha sido el elemento decorativo que empezó a ser visto en
sus dibujos y acuarelas de los 1970´s. Finalmente este elemento
lírico de su arte dio fruto en el hermoso mural que realizó
en 1989 en el Teatro de bóveda de media caña de la
Hacienda de Cortés. Esta obra es mucho más rica en
color que ninguna otra hecha antes. Los blancos, rojos y negros
severos, sin modulación de sus trabajos combativos, ha dado
paso a los dorados, azules y escarlatas que gradualmente se profundizan
o abrillantan. Las formas que fluyen, aquellas previamente de cuerpos
en lucha, son ahora poderosos espíritus indígenas
desnudos que traen sabiduría y habilidades a la humanidad
a través del pincel de un artista, del compás o los
instrumentos de un dibujante, la cuchara o un plano astral. Brazos
con puños cerrados todavía indican la necesidad de
la lucha pero esos están al lado, mientras que las imágenes
de la creatividad dominan. El tema ya no es más el reto a
la opresión sino los regalos ofrecidos. Ya no es más
la catástrofe sino la exaltación de la creatividad.
El tituló a este enorme mural semicircular El Hombre Nuevo
hacia el Futuro. Es un clímax a la altura de su carrera.
La última
vez que vi a Pepe fue hace tres años en la Primera Jornada
Mundial de Arte Público y Muralista. Él fue la
principal fuerza motriz para esa conferencia de artistas internacionales
que comenzó en el Palacio de Bellas Artes y concluyó
cinco días después en una fábrica textil, en
Tlaxcala, convertida hoy en balneario. Había sido precedida
por un taller de dos semanas en un colegio en la Ciudad de México
en el que artistas jóvenes y viejos de todo el mundo realizaron
murales transportables. Pepe había dedicado años de
trabajo para juntar a éstos artistas, que vinieron de Italia.
Mostraron diapositivas de su trabajo y discutieron los problemas
y los proyectos en los cuales estaban involucrados. La conferencia
fue el testimonio de su habilidad organizativa y de la amplia estima
con la que cuenta. Fue una inmensa empresa que valió mucho
la pena y que ha sido continuada por otra jornada que se llevó
a cano en octubre pasado en Buenos Aires.
Delgadillo es un
artista-activista de primer orden, que llevó la misión
de los Tres Grandes al final del siglo 20. Él siguió
su ejemplo, no sólo siendo portavoz de los desposeídos
sino también les ayudó para que se convirtieran en
sus propios portavoces y descubrieran sus habilidades para actuar
a nombre de sus hermanos. Él no ha tenido acceso a los recursos
materiales del estado a los que los Tres Grandes tuvieron acceso,
ni tampoco ha contado con el poder de figuras políticas importantes
que intervinieran en su favor. El gobierno no fue muy generoso en
concederle sus muros. Sin embargo, ha contado con el apoyo y la
amistad de otros artistas. Ha sido seguido por aquellos que han
apreciado y han adquirido su trabajo a precios modestos y uno o
dos coleccionistas más substanciales. Sobre todo él
ha ganado el apoyo de los estudiantes, obreros y campesinos con
quienes ha triunfado. Él ha tenido sus propios regalos y
un gran corazón. Aquellos de nosotros a quienes nos ha
dado tanto, continuaremos amando a Pepe mientras vivamos.
Alan Barnett
9 de noviembre
de 2000
***Palabras para
el acto del Instituto de Cultura de la Ciudad de México.
Cronología.
Síntesis.
- Nació en Tepeapulco,
Hidalgo, México, el 7 de enero.
- Inició sus estudios
de pintura en el taller del maestro Antonio Navarrete Tejero,
México, D.F.
- Estudios en la Escuela
Nacional de Pintura y Escultura "La Esmeralda" del Instituto Nacional
de Bellas Artes (INBA), Méx.
- Estudios en la Escuela
Superior de Artes Aplicadas, México, D.F.
1960 Mención
honorífica de la Bienal Interamericana
1961 Premio
Internacional de la Bienal de París
- Dos veces premio adquisición
del Salón de la Plástica Mexicana
- Estudios
en la Ecole Superiure de Beaux Arts, París, Francia.
- Realiza numerosas exposiciones
en México, D.F., diferentes capitales del interior del
país, en Estados Unidos, Exp. 67 Montreal, Canadá,
América Latina, Bruselas, Amsterdam, Madrid, París,
Tokio, Japón.
- Realiza la serie de grabados
(9) Sally Ann, poesía Leopoldo Ayala.
- Ha realizado más
de 150 murales en las principales Universidades, Escuelas
Normales Rurales (Crens), Tecnológicos, Sindicatos y
comunidades campesinas del país.
- En Estados Unidos, ha
hecho murales en San Fernando Valley, Oakland, San José,
Davis y Watsonville, California.
- Mural El Hombre Nuevo
hacia el Futuro. - Auditorio Hotel Hacienda de Cortés,
Atlacomulco, Morelos.
1991 Exposición
Terremoto 85, Salón de la Plástica
Mexicana, México, D.F.
- Realiza carpeta faccimilar
en offset: Terremoto 85
Realiza
dos murales en el centro habitacional Estado de Anáhuac,
Méx., D.F.
Relieve
Tres en el umbral del Siglo XXI, 7° piso Hospital "Dalinde",
México, D.F., Escultura Cinética Nuevo orden
mundial.
- Testigos de nuestro
tiempo, exposición colectiva itinerante de pintura
mural: Oakland, Calif. USA, San José de Costa Rica, Uruapan,
Michoacán, Tepic, Nayarit, Salón de la Plástica
Mexicana, México.
Exposición
individual en el Salón de la Plástica
Mexicana, Méx., D.F.
Realiza
mural transportable Conciliabulo y lucha
Restauración
de murales del autor en la Universidad Autónoma
de Zacatecas.
1995 Exposición
individual en el Salón de la Plástica Mexicana, Méx,
D.F.
Restauración
del mural del autor: Por la democracia, el trabajo
y la soberanía Nacional, Pachuca, Hidalgo
Imparte
1er. Taller Intensivo de Arte Público y Muralismo,
Conjunto Cultural Ollin Yoliztli, México,
D.F.
- Imparte 2do. Taller
Intensivo de Arte Público y Muralismo, Conjunto Cultural
Ollin Yoliztli, México, D.F.
Imparte
3er. Taller Intensivo de Arte Público y Muralismo, en
el Taller de Richard Tetrault, Vancouver, Canadá.
Realización
del libro Dimensiones 70 ilustraciones en aluminografía.
Texto del Dr. Mario González Ulloa.
Exposiciones
individuales: Galería de la Corte, Vancouver B.C.,
Canadá; Universidad Autónoma de Hidalgo (exposición
homenaje); Galería Tonalli, Centro Cultural Ollin Yoliztli;
Salón de la Plástica Mexicana, Méx., D.F.
- Exposición individual
Biblioteca Benito Juárez, México, D.F.
Copresidente
del Comité Organizador de la 1era. Jornada Mundial De
Arte Público y Muralismo, Méx., D.F.
Mural Transportable
Contra la guerra y por la paz 2.40 x 12 mts. Acrílico
sobre lona.
Exposición
Colectiva Internacional de Arte Público y Muralismo,
Centro Cultural Jaime Torres Bodet del I.P.N., México,
D.F.
Relieve
mural Por la vida un canto 2.20 x 6.00 mts. (fragmento)
La medicina
y la vida - cantera- vestíbulo principal Centro Médico
Dalinde, Méx., D.F.
- Relieve mural Por la
vida un canto (fragmento), La madre 2.20 x 4.50 mts.
- cantera- . Centro Médico Dalinde, Méx., D.F.
Relieve
La mujer 2.25 x 2.25 mts. - cantera- edificio
de departamentos, Niágara # 56, Col. Cuauhtémoc,
México, D.F.
Lienzo
Tlatelolco: Libro conmemorativo del movimiento estudiantil
popular de 1968. Poesía de Leopoldo Ayala, fotografía
de Héctor García e ilustraciones del autor.
2000 Homenaje
en el antiguo Palacio del Ayuntamiento por parte del
Instituto de Cultura de la Ciudad de México.
Exposición de murales transportables y obra de
gráfica de cerca de 50 años.
Muere
en su casa de Coyoacán, el 26 de diciembre.
****
Miembro del
Salón de la Plástica Mexicana (en cuatro ocasiones
miembro del Consejo Directivo) y de la Sociedad Mexicana de Artistas
Plásticos, Director de Arte Público del Consejo Mundial
de Artistas Visuales (1993-1997). Presidente de Creadores de Arte
Públio de México A.C. (1995-1998).
Ha ilustrado
periódicos y revistas de trabajadores, libros, portadas de
discos y realizaba el cortometraje Liberación.
Su obra se
encuentra en los museos de Arte Moderno de México, París,
Phoenix, y el Museo Delgadillo, en el Hotel Hda. De Cortés,
en Cuernavaca, Morelos.