Santiago de Chile. 
Revista Virtual. 
Año 3   
Escáner Cultural. El mundo del Arte. 
EDICIÓN ESPECIAL
nº 11
Enero de 2001. 

ESTUDIOS DE HISTORIA DE LA CULTURA

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ (1648-1695)
O LAS TRAMPAS DE SER MUJER.

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge

 

"(...) la mejor manera de hacer imposible la comprensión de una
figura histórica es arrodillarse en su presencia".

ERMILO ABREU GÓMEZ1.

DISCUSIÓN INICIAL.

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ.

¡Qué se puede decir de nuevo sobre Sor Juana Inés de la Cruz, cuando existe un libro como el que escribiera Octavio Paz, sobre esta excepcional mujer!2 Creemos que mucho, a partir de lo que él nos dejó encaminado. Pero no es lo nuevo aterrador lo que aquí nos interesa, sino la profundidad de la reflexión que el estudio de la vida y obra de esta mujer puede provocarnos. Octavio Paz nos dejó un buen trecho de terreno abonado, para internarnos en la amplia gama de posibilidades que la presencia de Sor Juana Inés de la Cruz evoca en la historia de la cultura occidental. El panorama de la investigación heredado es tan vasto, así como rica fue la producción intelectual de la monja, y las ambiciosas aspiraciones que se hallan en su lírica y su pensamiento. Este tomó varios rumbos, y nosotros en esta ocasión, vamos a tratar de escuchar a la mujer, lo que fue capaz de decirnos, lo que no nos dijo, y aquello que apenas nos insinuó. Recordemos que en ella los silencios son de una gran importancia3, puesto que transmiten el significado que los espacios vacíos del poder dejan sin expresión concreta. Por eso a veces resulta más útil tratar de comprender lo que no se dice, que aquello que se verbaliza con estridencia.

En esta oportunidad vamos a tratar de aclararnos algunas cosas, sobre todo cuando junto al trabajo de Paz, existen otros con perspectivas analíticas diferentes y también muy prometedoras. Alguien podría argumentar que la vida personal de una monja debe ser muy aburrida, ya que escasamente ven por encima de los muros de sus conventos. Bueno, esas son las cosas que queremos averiguar: ¿qué tan lejos pudo ver Sor Juana Inés de la Cruz por encima de esos muros? ¿Hasta dónde llegó su visión? ¿Qué vio, cómo lo vio, cómo lo entendió y cómo verbalizó lo visto? Porque su mirar se sale de las codificaciones al uso. Por más que queramos con simpleza clasificarla como una poeta barroca4, debemos dejar claro que su mirar se produce desde América, donde el Universo adquirió otra textura, después de la conquista, de tal manera que el barroco aquí debe ser estudiado y comprendido de forma diferente. Esas son las diferencias sobre las que queremos escribir y reflexionar en este ensayo.

Nuestra autora felizmente tiene una obra importante, no sólo nos dejó poesía sino también prosa, lo que nos hace el trabajo más fácil. Poesía y prosa son parte de un cosmos literario que la escritora quiso legarnos y nosotros vamos a ponderar el impacto que nos ha producido tal legado.

El problema es que se han cometido muchos errores de apreciación y de contexto, para llamarlo como les gusta a los norteamericanos. Errores que Abreu ha encontrado en trabajos de autores de mucha monta, tales como Menéndez y Pelayo, cuando la considera una simple prolongación del esteticismo barroco español del siglo XVII, y sostiene que la monja es una discípula acrítica de Góngora5. Con Abreu también anotemos que las ediciones de las obras de Sor Juana han sido muchas, pero que sólo el siglo XX le ha hecho real justicia. Sin mencionar que en el siglo XVIII casi no se habló de ella6. Sus obras dejaron de publicarse después de 1725.

Con este artículo seremos obedientes a la tradición crítica y analítica de este siglo, al poner el énfasis en el estudio y discusión de tres obras esenciales para el buen entendimiento de su labor poética y reflexiva. Nos referimos a La carta Athenagórica, La respuesta a Sor Filotea de la Cruz y Primero Sueño. Debemos dejar claro que no presumimos de ser expertos en los trabajos de esta brillante mujer, pero sí de ser lectores atentos y curiosos de lo que sucede en el mundo de la cultura, sobre todo cuando ésta es producto del quehacer de las mujeres, y más aún cuando se trata de una latinoamericana. Organizaremos nuestro trabajo entonces en torno a cuatro ejes temáticos:

1. El México de Sor Juana Inés de la Cruz.

2. La teología del silencio.

3. ¿Cómo se era mujer en el siglo XVII sin perder la cabeza?

4. La vigilia de los sueños

EL MÉXICO DE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ.

Veamos lo que dice Octavio Paz en su obra clave sobre Sor Juana, con relación al México que ella vio y al que tenemos hoy:

"En el siglo XVII Nueva España era una sociedad más fuerte, próspera y civilizada que Nueva Inglaterra pero era una sociedad cerrada no sólo al exterior sino al porvenir. Mientras la democracia religiosa de Nueva Inglaterra se transformó, al finalizar el siglo XVIII, en la democracia política de los Estados Unidos, Nueva España, incapaz de resolver las contradicciones que llevaba en su seno, estalló y, en el siglo XIX, se desmoronó. Con sus restos hemos construido nosotros, sus descendientes, los mexicanos modernos, nuestra morada. El paso de la sociedad tradicional a la moderna se hizo en los Estados Unidos de un modo natural.: el puente fue el protestantismo. El dilema que se presentó a los criollos mexicanos al otro día de la Independencia era tal vez insoluble: la continuidad condenaba a la nación a la inmovilidad y el cambio exigía la ruptura brutal, el desgarramiento. Continuidad y cambio no eran términos complementarios como en los Estados Unidos sino antagónicos e irreconciliables. México cambió y ese cambio fue un desgarramiento: una herida que aún no se cierra"7.

¿De qué manera gravita la figura de Sor Juana Inés de la Cruz en esta historia que nos cuenta Paz? Porque resulta que el siglo XVII es un siglo muy mal conocido en la historia de América Latina, y nuestro autor siempre ha tenido desacuerdos serios con los historiadores de su país por algunas de las afirmaciones que ha hecho, muy mal sustentadas documentalmente. Esto, sin parar mientes en las valoraciones políticas o culturales, que no siempre podemos compartir.

Sin embargo su propuesta es útil, porque nos da una excusa para aproximarnos al mundo de Sor Juana Inés de la Cruz en un momento de crisis importante para el desarrollo del imperio español.

Decíamos que el XVII en América Latina es un siglo que presenta problemas para ser estudiado con propiedad, debido en gran parte a que, entre 1588 y 1660, es decir, entre el momento de la destrucción de la armada española por los ingleses y los inicios de la crisis de las monarquías europeas, América se ha convertido en el botín por el que se desangran la mayoría de los mercaderes del momento y por supuesto sus monarcas. Entonces, la larga crisis que en realidad es el Siglo de Oro en España, se traduce en un reforzamiento de los controles peninsulares sobre sus colonias, lo que las convierte en caldo de cultivo para las rebeliones y los alzamientos, como sucedería en México hacia fines del XVII.

Es muy válida en consecuencia la reflexión que hace Paz sobre la distinta textura que tendría el siglo XVII para los latinoamericanos y los norteamericanos. Pero el costo de dicha reflexión es que se queda atorada en la comparación, y terminamos haciendo la historia de aquello por lo que somos diferentes y no la historia de nosotros mismos que es la nos interesa. Estaríamos atrapados en el lugar común en el que hemos estado por siglos: apreciar nuestras grandezas y miserias a partir de las que tienen lugar en los Estados Unidos. En América Central por ejemplo, nuestra ignorancia del siglo XVII es bastante significativa.

Sor Juana Inés de la Cruz vino al mundo en un momento en que las cosas y los hombres están cambiando mucho en América. Y los cambios no son el resultado directo de lo que está aconteciendo en España, sino, en gran parte, producto de la riqueza y del progreso que se dejan sentir de forma diferencial en los distintos estratos de la sociedad mexicana. Los levantamientos que tienen lugar en la década de los noventa, son premonitorios de los que vendrán a todo lo largo del siglo XVIII no sólo en México, sino también en el resto de la América española.

Pero en Nueva España, la cultura, reflejo noble y crítico de los conflictos de los hombres, ha llegado a unas alturas, alcanzadas con dificultad en otras latitudes de esta América, que ya se está hartando de la expoliación de que es víctima. No fue en vano que los centros administrativos y económicos del imperio español en América eran el foco de las revueltas que sacudían a todo el siglo XVIII, a partir de un cúmulo de fracasos y frustraciones enardecidos desde la segunda parte del siglo XVII.

Eran años tristes y tormentosos aquellos de las postrimerías del siglo, puesto que en el Norte del país los indios se levantaban violentamente contra las misiones cristianas. Los piratas en la costa hacían de las suyas, y los insurgentes en el interior y la capital generaban cierto estado de inseguridad en los sectores sociales más poderosos de la sociedad mexicana. El tráfico de mercancías se vio afectado en serio, las carreteras fueron dejadas a la buena de Dios, por lo que permanecían enfangadas una buena parte del año, y la carestía de los productos básicos hacían más virulentas las recurrentes protestas sociales. Los indígenas resucitaron algunas de sus viejas prácticas rituales de inmolación de personas para conjurar la crisis8. El Virrey Conde de Galve, temiéndo por su vida, abandona el palacio, atropellado por la multitud, y se esconde en el convento de San Francisco. El 8 de junio de 1692, los edificios del Cabildo y del Archivo del Estado eran reducidos a cenizas por la multitud embravecida. La rebelión fue reprimida de manera cruel y violenta. "En el ardiente verano de ese año se podían ver diariamente flagelaciones públicas, degollaciones, procesiones expiatorias, pasando frente a las iglesias cerradas. Las enfermedades se propagaban, cortejos fúnebres interminables pululaban a través de la ciudad, y muchos de los admiradores, amigos, hermanos conventuales y parientes de Sor Juana, perecían. No era extraordinario que bajo tales impresiones, renunciara a toda fruslería exterior; a sus estudios, joyas, figulinas, y regalos con los cuales la sociedad cortesana la había colmado; y aun al más amado consuelo de su celda, su quita pesares, es decir, su biblioteca compuesta de 4000 volúmenes; sus instrumentos astronómicos y musicales, todo eso lo entregó al obispo de México, para que lo vendiera y repartiera entre los pobres el importe recolectado"9.

El siglo XVII en América plantea problemas de mucha monta al investigador de la historia de estas latitudes, porque es un siglo que es al mismo tiempo filtro y cristalización de los mejores y peores elementos de la herencia española. El XVI es el de la fractura, aquel en el que el imperio español abre la enorme herida que aun hoy sigue siendo motivo de amores y desamores para la investigación historiográfica latinoamericana más revolucionaria. El XVIII es el de la larga crisis del poder monárquico y el ajuste de cuentas por parte de una burguesía que no alcanza a reconocerse a sí misma. En el tránsito se ubica un barroco tardío, el latinoamericano, que es a la vez síntesis y expansión de los aciertos del Siglo de Oro y de las premoniciones del siglo de las luces10.

Es que resulta muy complejo trabajar con los grandes haces de causas y efectos que integran la textura histórica del siglo XVII. En él confluyeron las frustraciones, la violencia y toda la brutalidad de la conquista y los inicios de la colonización. Para la población indígena fue el momento en que tomó cuerpo la realidad de que su pérdida de indentidad era irreversible. A todo lo largo del siglo XVI la labor genocida fue tan completa que casi podríamos calificarlo como el siglo de la "larga perplejidad". El colapso demográfico y cultural fue tan completo que sería en el siglo XVII cuando emergerían con timidez las primeras señales del desastre11. El XVIII fue el de la cosecha, el de las grandes rebeliones como la de Túpac Amaru en Perú en 178112.

La que sería la monja jerónima Sor Juana Inés de la Cruz entonces nacería en un siglo de transiciones, de procesos sincréticos y de mimesis cultural, tanto así que hoy más que nunca todavía lo estudiamos y tratamos de entenderlo, puesto que el siglo XX ha sido el de las grandes preguntas y también el de las grandes respuestas. Por eso es que hasta este siglo la monja recibió toda la atención y el interés debidos a una intelectual de su talla13.

El siglo XVII es un siglo silencioso para las mujeres, es el momento en que vuelven a experimentar las peores expresiones de la opresión masculina, cuando después del capítulo renacentista, que parecía anunciar algún grado de flexibilización de preeminencia racionalista, han de volver a la cocina, al fregadero y a la maternidad. En América la situación es más grave, porque al lado de la condición de ser mujer, las nuestras tuvieron que tolerar también la discriminación por su signo étnico, su procedencia social y económica, y sus actos de fe religiosa.

El intercambio atlántico, como lo llama la historiadora norteamericana Peggy Liss14, prueba en el caso de Sor Juana, que el cruce de influencias culturales, económicas y políticas, debe ser desagregado, según el buen decir de los economistas, porque de lo contrario, podríamos vernos en el caso de afirmar con contundencia dogmática que Nueva España no era una colonia, sino una especie de protectorado de la corona española en esta parte de América15.

La conquista y colonización de los nuevos mundos, definieron a cabalidad el porte que tendría la relación entre Europa y las Américas. Resulta extemporáneo entonces que a raíz de la investigación reciente alguien venga y nos diga que alguna de las colonias españolas en América, no fue concebida con dicho talante. Sin embargo, intentaremos comprender la afirmación de Paz a la luz de que el sincretismo que detectamos en el siglo XVII, encuentra en una personalidad como la de Sor Juana Inés de la Cruz, el vehículo más lúcido del intercambio cultural que tiene lugar entre América y Europa, cuando paradójicamente quienes hacen posible el mismo son las órdenes religiosas y algunos curas rebeldes que encuentran espacio para recoger parte de la herencia que la revolución científica en Europa transfiere a las Américas, la mayor parte de las veces vía contrabando16. Aún está por investigarse la envergedura real del "contrabando intelectual" que tuvo lugar hacia la América española durante el siglo XVII.

El siglo XVII en América española, en términos culturales, fue del predominio de los curas. No sólo eran dueños de una porción decisiva de la riqueza que aquí se producía, sino que también eran los amos y señores de la cultura que aquí se generaba. Ellos decidían qué estaba bien y qué estaba mal, en una sociedad para la cual tales cuestiones no competían sólo a la moral, sino también a la política y a la ideología en general, definida por sus claros perfiles, no teológicos, sino de acuerdo con la religiosidad más convencional, la de confesionario.

En la Nueva España del siglo XVII, las mujeres principales tienen un confesor privado, un consejero que cuida por la salud espiritual de aquellas vinculadas con los círculos más estrechos del poder colonial. Las materias del corazón y la cabeza, la razón y la pasión, no podían ser dejadas al libre arbitrio de seres humanos considerados frágiles y vulnerables como las mujeres17. Estas divisiones afectivas y mentales, más bien establecidas por el poder de los hombres, que por la naturaleza o la sociedad misma, aún con todas sus manías jerarquizadoras y discriminatorias, no pasaron desapercibidas para nuestra ilustre monja.

Era presuntuoso y arrogante hacer preguntas. La estructura del poder, con todas sus ramificaciones y sus instrumentos para el buen ejercicio de los hombres, no era cuestionable. La aceptación debía ser sumisa y silenciosa. Cuando a Sor Juana se le ocurrió hacer preguntas, terminó silenciada de la manera más tosca y brutal a que podía acudirse en aquellos días, tratándose de una intelectual de sus quilates: se le prohibió leer y escribir18.

Pues bien, este será el eje de nuestra reflexión: la verdadera dimensión de ese hecho, prohibirle leer y escribir a una mujer sabia y talentosa, porque en algún momento, de forma irónica y velada, se le ocurrió cuestionar a la maquinaria del poder eclesiástico, controlado en esencia por hombres. Tres años después de tan infame decisión la mujer moría. Algunos dicen que se dejó contagiar por la peste. Otros que murió de sufrimiento y soledad; o tal vez debido a la peor de todas las enfermedades imaginables: el silencio.

LA TEOLOGÍA DEL SILENCIO.

Para empezar esta parte de nuestro ensayo, veamos lo que nos recuerda Octavio Paz: "La teología tuvo en el siglo XVII la misma función polémica que las ideologías sociales y políticas en el siglo XX: la disputa por la interpretación de un pasaje de las escrituras era la forma en que se manifestaban los pleitos de intereses y las querellas de personas"19. Si la forma de conciencia social hegemónica en este siglo es el cristianismo, desprenderse de ella, para ver desde afuera cómo funcionaba y qué fisuras tenía, era una tarea ingente para quienes se atrevieran. Sor Juana Inés de la Cruz corrió el riesgo, y con su acción nos abrió un surco que todavía no acabamos de cruzar20.

La monja, antes que por cualquier otro interés, se veía atraída por los asuntos de la razón; era, en el más estricto sentido del término, una intelectual. La teología, en tanto que "corpus scientiarum" tenía que haberle llamado la atención, pues su curiosidad era imbatible, en lo que concierne al poder de hacer las preguntas correctas. Ya lo decíamos, las mujeres no preguntan indicaban los inquisidores. Sobre todo después de que la Contra-Reforma Católica las envió de nuevo a la cocina. Juana Ramírez, como se conoce también a nuestra monja, ya que las mujeres acostumbraban utilizar el apellido de sus madres en el siglo XVII; o Juana de Asbaje por parte de padre, no tenía más opciones que el matrimonio o el convento, una oferta que la precoz adolecente atendería a regañadientes21. Como todo lo demás en su vida; más cuando se trataba de verdades aprendidas y no siempre bien digeridas.

Su gran problema, en una sociedad de dureza jerárquica, con roles sociales bien asignados y casi sin posibilidades de realización personal para las mujeres, era que se le ocurría opinar y discutir sobre temas que nadie pensaba podían ser de interés femenino. Sabemos que aprendió a leer y escribir muy temprano; a los tres años dicen algunos de sus biógrafos como el padre Calleja22. "Estudiar era su religión" dicen otros23. Pero el estudio estaba reservado para los hombres y por lo tanto era considerado increíblemente subversivo en manos de las mujeres, cuando lo poco que lograron avanzar en el Renacimiento les fue arrebatado dizque para bien de ellas mismas.

Como fue educada y atendida en casa de un abuelo que tenía muchos libros, en un momento importante de su infancia, cuando sólo contaba con ocho años de edad, las disciplinas académicas, el latín, y otros esfuerzos del espíritu no le resultaron amargos. Su poesía se resiente de eso, de efectismo, de artificiocidad, tanto así, que algunos autores no la consideran en realidad una poeta24. Es que sus preocupaciones racionalistas no siempre encajan bien con las estructuras formales del gongorismo, el conceptismo o la compleja poesía de Góngora (1561-1627), Quevedo (1580-1645) o Lope de Vega (1562-1635). Reconocida como una discípula crítica de estos tres grandes poetas del barroco español, Sor Juana Inés se sirvió de sus enseñanzas estilísticas con el único propósito de expresar sus ideas más profundas sobre Dios, el hombre y la condición de las mujeres en su tiempo.

Se quejaba con frecuencia de que ni en el convento tenía paz para estudiar y escribir, en un medio que había llegado a volvérsele estrecho y asfixiante en virtud de su doble condición de mujer e intelectual. Sus lamentos de que carecía de interlocutores que la pudieran igualar tal vez suenen presuntuosos y cargados de una vanidad intolerable, pero es muy cierto también que se la llegó a conocer en Europa mejor que en Nueva España misma, esa que Paz decía que no era una colonia sino un reino más de la corona española.

De tal manera que cuando la mujer polemiza, debate e ironiza sobre los convencionalismos racionalistas de algunos prelados, que se suponían más iluminados e inteligentes que ella, lo hace con la conciencia plena de que está sola, de que nadie, en caso de ser reprimida, como sucedería, estaría de su lado al final. Desde la más oscura celda de su convento de las Carmelitas Descalzas primero, y de las Jerónimas después, Sor Juana Inés de la Cruz supo que estaba sola.

La teología del silencio que se le aplicó a Sor Juana, nos hace recordar a Giordano Bruno (1548-1600), a Copérnico (1473-1543) y a Galileo (1564-1642), ejemplos superiores de la independencia de pensamiento en un mundo controlado por la superstición y el cepo. El silencio del convento, elección libre hecha por la monja, no dejó de estar sujeto a los despreciables avatares de la vida cotidiana. Pero los intentos del obispo de México por callarla no tienen que ver tanto con los mecanismos operativos del poder estructurado, sino en el fondo con la misoginia que vertebra a la mayoría de las religiones estatuídas. Es decir que el hecho de ser mujer, es una razón más para que el silencio produzca resultados tangibles cuando la iglesia pontifica sobre la condición sexual de las personas. Hasta esas profundidades de pensamiento crítico se atrevió a llegar Sor Juana. No sólo en teoría sino también en la práctica, ya que, si es cierta su presunta homosexualidad, hizo saltar en pedazos la constitución moral y física de los muros de su convento y de su comunidad religiosa25.

Nos encontraremos autores que la acusan de neurótica, de andrógina, de sufrir el complejo de castración, de irreverente, irrespestuosa e insolente, porque se le ocurrió expresar su opinión sobre un tema, que desde nuestra perspectiva actual, nos parece baladí e intrascendente26. Creemos más bien, que el nudo de la segregación a que fue sometida, no está en el tema mismo como en la persona a la que osó contradecir y corregir.

El célebre Padre Jesuíta Antonio Vieira (1608-1697), respetado en toda Europa como una autoridad en el pensamiento teológico, confesor de la reina Cristina de Suecia, y uno de los más reputados oradores con que contaba la iglesia católica por aquellas fechas, se encontró de repente bajo la mira de una "humilde monjita" en el remoto Virreinato de Nueva España, que se atrevía a corregir algunas de sus afirmaciones sobre ciertos padres de la iglesia prestigiados de intocables27. Lo curioso de esta historia, es que parece que el padre Vieira no se dio cuenta del debate que habían suscitado sus sermones, y a la monja le publicaron sus reflexiones sobre los mismos sin su autorización28. Al fin y al cabo, es tan evidente que los involucrados en la discusión tenían intereses muy concretos, que a veces nos resulta inaceptable la ingenuidad con que se maneja. Se trataba de silenciar a la monja, y de ensalzar la autoridad indiscutida del jesuita.

Pero cuando una mujer tiene la osadía de reflexionar sobre el libre albedrío, todas las fronteras de lo permitido y lo tolerado terminan violentadas y a esa persona debe devolvérsela al redil. Reclamar ese derecho ante Dios era todavía una mayor transgresión del espacio concedido a una mujer, puesto que su condición psicológica nos decían algunos escritores, no le permite visualizar con claridad dónde está la diferencia entre bien y mal29.

En la célebre Carta atenagórica (digna de la sabiduría de Atenea-1690), notable crítica a los sermones del padre Vieira, no molesta tanto la agudeza, solidez y claridad con que se discuten las tesis del respetado jesuita, sino el argumento de que el gran beneficio que le hace Dios al hombre, es darle libre elección sobre sus actos, y que, entre menos se sienta su presencia, es todavía mejor , puesto que así, le quedan al hombre todas las posibilidades abiertas para la construcción personal de su destino30. Esas son algunas de las "finezas" de Dios.

Pero, como señalaba con mucha sabiduría el gran poesta inglés Robert Graves (1895-1985), algunas mujeres tienen la desgracia de ser portadoras de los tres grandes poderes de la divinidad: la inteligencia, la belleza y la soledad. El sentaba a Sor Juana al lado de dos de las grandes poetas-mujeres de la antigüedad: Safo de Lesbos (600-560 AC) y Liada de Corkaguiney, quienes se atrevieron a ser ellas mismas. Osaron elegir. El delito está en la elección, un tema que no se ha enfatizado con suficiente fuerza. Ni aún en el erudito trabajo de Menéndez y Pelayo, muy preocupado por los aspectos formales de los trabajos de la monja, y por descubrir si era poeta o no. Lo mismo podemos decir de ensayos similares de Gerardo Diego, el ilustre bardo de la generación del 27 en España, de Amado Nervo, de Xavier Villaurrutia, de José Gaos, y otros más que sería muy tedioso enumerar a plenitud31.

Sor Juana Inés de la Cruz es una mujer sola, y su soledad es, triste paradoja, el medio en que se desenvuelve como poeta de la inteligencia, en que sufre, llora, se autocritica y se resiente de ser objeto de tantas atenciones banales y de circunstancia. Algunos ensayistas insisten en que su poesía sigue teniendo una gran vigencia en el presente. No estamos muy seguros de eso, pero sí hay algo en que a los historiadores nos resulta muy útil, y es debido a su potencia para explicarnos las circunstancias en que vive la monja. Para Menéndez y Pelayo Sor Juana es una poeta mediocre (comentario muy discutible), de una mediocridad que el historiador de hoy encuentra valiosa porque, si está interesado en ciertos aspectos de la cotidianidad del siglo XVII, un siglo difícil como hemos anotado varias veces, en el lenguaje y los temas de su poesía hallará testimonio cierto de las preocupaciones de una mujer encerrada, con su inmensa soledad entre las cuatro paredes de un convento en el que se suponía se enclaustraban para atemperar aquella. "Historiar" esa soledad es en realidad la difícil tarea que le espera al historiador, no tanto medir las cualidades literarias de la obra de Sor Juana, algo que ya demostró con amplitud Octavio Paz.

La soledad conduce al sueño, a la ensoñación, y al final, a la toma de conciencia de que se está en total desventaja frente al poder estructurado de la sociedad colonial, una sociedad en que los mecanismos opresores de la ideología tienen una potencia tan bien articulada que con dificultad podemos ignorar en el momento de hablar y reflexionar sobre el colonialismo y el imperialismo, como objetos de estudio historiográfico. A este respecto Octavio Paz anota: "Su suerte de escritora castigada (la de Sor Juana) por prelados seguros de la verdad de sus opiniones nos recuerda a nosotros hombres del siglo XX, el destino del intelectual libre en sociedades dominadas por una ortodoxia y regidas por una burocracia"32

¿Cómo se era mujer en el siglo XVII sin perder la cabeza?

En el siglo XVII, para tener intereses académicos y realizar alguna obra de valor, una mujer tenía que asumir roles masculinos. Pero ya vimos, en un ensayo anterior publicado en esta misma revista, que a la reina Isabel I de Inglaterra no le fue muy bien tampoco en ese sentido, pues incluso en el lenguaje cotidiano las personas, los varones sobre todo, tenían problemas para definir a la reina-rey que los gobernaba. Y veremos más adelante, que también con el reinado de Victoria (ESCÁNER CULTURAL No.24), así como sucedió con Hashepsut hace miles de años en el antiguo Egipto (ESCÁNER CULTURAL No. 23), las mujeres tenían que cortarse el pelo, verstirse como varones, hablar como ellos, y razonar como tales.

La extraordinaria Virginia Woolf (1882-1941) con su novela Orlando (1928) sistematizó la ambigüedad desconcertante que nos produce la androginia de ciertas personas vinculadas con la cultura y el poder en Occidente33. La Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691) (publicada después de muerta la monja-en 1700), constituye una larga reflexión autobiográfica sobre los comentarios que el obispo Manuel Fernández de Santa Cruz (Sor Filotea) le hiciera después de la publicación de la Carta atenagórica, y recoje asímismo los más íntimos momentos de análisis sobre lo que significaba para Sor Juana la tarea intelectual34. Hay en ella una aguda y sostenida argumentación sobre el derecho de las mujeres a ser educadas, sin que por ello se deba perder la identidad sexual, pero parece que el ejercicio constante de las presiones del poder, representado por diversos figurones del catolicismo mexicano, hicieron su mella en la voluntad de la monja, y de ahí emergen una serie de contradicciones de suma importancia para entender sus reales intenciones, como intelectual y como mujer.

Sus nutridas referencias a mujeres brillantes de la historia (Hipatia entre muchas otras) no constituyen el despliegue erudito de alguien que busca un espacio para respirar en la academia, sino que son el ejemplo arriesgado de una mujer que se ha atrevido a opinar sobre materias consideradas privativas de los hombres. A Sor Juana se le llama la atención porque lee y reflexiona mucho sobre asuntos profanos, y muy poco sobre temas sagrados, pero es evidente la contradicción cuando al atreverse a hacerlo sólo se buscó silenciarla.

La cruenta mordacidad que la monja tuvo que enfrentar de parte de las más altas autoridades eclesiásticas mejicanas, refleja una misoginia visceral que es fácil rastrear en los más sublimes testimonios bíblicos. Esto en realidad no sorprende si pensamos que la superioridad del intelecto de Sor Juana no es el resultado de su estricta disciplina de estudio, sino de una condición natural ineludible que desconcierta a prelados hambrientos de creer que la inteligencia es el véctor fálico de la creación de Dios.

Junto al esfuerzo escandaloso que tuvieron que hacer algunas de las otras mujeres ligadas con Sor Juana, el rastreo mítico que elabora la monja cumple el propósito de ejemplicarnos cuál es el futuro que les espera en un mundo articulado para que los silencios sean más amplios que las sonoridades de la sabiduría. Su madre analfabeta, capaz de hacerse cargo de la hacienda que le dejara su esposo, y al frente de la educación y el cuidado de seis hijos ilegítimos todos, le permiten a la monja percatarse de que las labores de la inteligencia y del espíritu irán aparejadas de manera inevitable con los tiestos de la cocina, el tejido de los vestidos y las vanidades personales. De tal forma que, entre el convento, el concubinato, la prostitución y el matrimonio las opciones primera y última reflejan las verdaderas proporciones de la soledad ciclópea en que las mujeres se desenvuelven.

Ellas viven, como nadie más, las profundidades más asertivas del poder, porque su condición social y sexual particular las obliga a los manejos derechos algunas veces y muy retorcidos otras, para sobrevivir su perenne estado de "necesidad". Así lo expone Gerda Lerner en su maravilloso trabajo: "La sociedad humana se divide en dos sexos: el varón, racional, fuerte, que tiene la capacidad de procrear, con un alma y apto para gobernar; y la mujer, pasional e incapaz de controlar sus apetitos, débil, que sólo aporta la materia en el proceso de procreación, sin alma y destinada a ser gobernada. Y puesto que así son las cosas, la dominación de unos hombres sobre otros queda justificada si se les atribuye a los últimos las mismas cualidades que a la mujer"35.

A todo lo largo de la historia entonces, es condición básica de la explotación tener y desarrollar cualidades de mujer. Tanto los esclavos de la antigüedad clásica, como los trabajadores del capitalismo industrial, han tenido que ser débiles, irracionales, y destinados a ser gobernados. Así lo indicaban con lúcida claridad Aristóteles (384-322 AC) y Jeremy Bentham (1748-1832). Habría que anotar bajo esa luz que Octavio Paz olvidó mencionarnos que Sor Juana Inés es la primera mujer en la edad moderna que se atrevió a reflexionar sobre esa "debilidad"(social) particular de todos los seres humanos bajo las mismas condiciones de opresión36.

El amor por el conocimiento y los amplios afanes académicos de Sor Juana la hacen un caso excepcional en la historia occidental, porque en la Respuesta ella nos deja ver junto a sus preocupaciones temáticas, sus disquisiciones metodológicas, teóricas e instrumentales para la construcción de ese mismo conocimiento que tanto la afanaba. Recordemos que cuando se le prohíbe estudiar, este también un caso único en la historia intelectual de Occidente, ella decide deshacerse hasta de sus instrumentos científicos y matemáticos. Las cuestiones prácticas no le eran ajenas y en su defecto la simple observación metódica le salvó el trance.

Son muchas las mujeres que ella menciona, dignas representantes de la historia intelectual que nos insinúa. Por otro lado, nos deja entrever, el oprimido por asuntos de conciencia, a la larga, no sufre opresión por la sola y objetiva razón de su sexo, sino, y ésta es una de las grandes ironías del poder, por la forma en que el "otro" lo percibe. Si te perciben como diferente eres fácil víctima de quienes ejercen el poder, porque la diferencia puede ser un elemento subversivo al interior de estructuras que fueron concebidas para la permanencia y la homogeneidad. Y el gran atrevimiento de Sor Juana fue demostrar que nada es permanente en lo que concierne al poder.

Sor Juana trató de sostener una vida conventual regular y rutinaria, proyecto difícil en una comunidad tan cerrada y donde su celda era una especie de academia, a la que asistían constantemente sus compañeras para consultarla sobre todo tipo de materia. Cuando a los diecisiete años fue sometida a una especie de confrontación ante varios académicos, especialistas en las más diversas disciplinas, el prestigio de la monja creció tanto que, aún en Europa, aquellos maestros con los que sostenía una correspondencia importante, no acabaron de asombrarse y de preguntarse cómo hacía para tener tal nivel de desarrollo intelectual en un medio tan limitado y lleno de mutilaciones.

El volumen de correspondencia que Sor Juana sostiene con los académicos europeos es sorprendente porque es premonitorio y muy moderno37. Uno de los elementos más notables que nos trae consigo la revolución científica en Europa, es haber abierto la posibilidad del intercambio y de la socialización de los descubrimientos, de las lecturas, de las publicaciones, corriente sobre la cual Sor Juana cabalga con solvencia y autoridad. Ignoramos si fueron algunas de las virreinas, supuestas amantes suyas, quienes le facilitaron esos libros, o los instrumentos de los cuales hace tanto alarde, pero de lo que sí estamos ciertos es que nadie en América tenía contactos académicos de tales alcances. Para mayor abundamiento, nos resulta irrelevante la sexualidad de la monja, puesto que, tratar de explicar su sabiduría y sus contradicciones, a partir de sus opciones de alcoba es hacerse eco de un tipo de psicología que lo quiere deducir todo desde las pulsaciones de la entrepierna. Los errores que se han cometido con este tipo de óptica nos han llevado a poner el énfasis más en la misoginia del obispo de México (que no debe ser subestimada), antes que en la amplitud y profundidad de la estructura de poder que el hombre representa. Sin que haya posibilidad de que ambas órbitas de análisis sean factibles, nos parece que la figura de Sor Juana es tan rica y tan compleja, que puede resultar degradante privilegiar uno de los dos tipos de enfoque.

Compartimos con Paz la aseveración de que la actitud de la mujer está repleta de contradicciones, pero también suponemos que la tirantez de su escenario no dejaba espacio más que para sobrevivir escamoteándo, hoy sí mañana no, los embates del poder de la iglesia. Es muy posmoderno criticarla, pero a la larga las conclusiones son ahistóricas. Lo mismo se desprende de llamarla "la primera feminista de América"38.

Puede resultarnos inevitable hablar de un "baile de disfraces" cuando se trata de la relación epistolar que mantuvieron Sor Juana y el obispo Santa Cruz, del movimiento pendular de pesos y contra pesos entre uno y otro protagonista, pero no olvidemos que es ella quien está intentando mantener su cordura y al menos sobrevivir, puesto que el obispo, junto al de México Aguiar y Seixas, o al confesor de la monja Núñez de Miranda integraron una máquina de chantaje ideológico tan efectiva y sádica que al final no le quedó a ella más que ceder39. Sorprende en todo lo que vale su valentía y coraje para mantenerse incólume hasta el final Si eso es feminismo no vemos ningún problema en llamarlo de esa manera, a pesar de los escrúpulos nominalistas de Paz que no enfrentan el verdadero meollo de la cuestión: la modernidad que nos hereda Sor Juana, no tanto con sus escritos como con su actitud. El es muy prudente para reconocerle a la monja dicho legado. Nosotros, que lo somos menos, nos vemos tentados a hablar de mitificación y de la leyenda de Sor Juana, porque resulta que la modernidad hizo posible eso, la encarnación de las leyendas, y tal vez, sólo tal vez, la monja pudiera haber sido la primera40. De hecho es el Renacimiento, la modernidad, el que descubre a Juana de Arco (1412-1431) , por ejemplo. En la Edad Media, como nos sugiere el historiador francés Le Goff, el asunto de las encarnaciones no es posible porque el cielo y la tierra están separados41. O se es un santo, o un hombre. No hay término medio ni mucho menos una síntesis entre ambos componentes. La modernidad, y sobre todo la Reforma, los acercó e hizo posibles las encarnaciones de uno en el otro. La Contra-Reforma visualizó ésto como una herejía y acusó a sus promotores de heréticos y terminó quemándolos en la hoguera. Sor Juana sabía bien que si se atrevía a sostener que el mismo interés merecían la literatura profana que la sagrada, corría el riesgo de que la visitara la Inquisición. El papado era el único enlace posible entre ambos mundos. La soledad de Sor Juana bajo esta luz no sorprende entonces.

Al haberse atrevido a merodear los espacios entre el mundo celestial y el mundo de la carne, la monja tuvo que enfrentar también la rabia de aquellos que se sintieron asaltados, usurpados en su legítimo derecho de proteger tales predios. Los prelados a quienes aquí hemos mencionado tantas veces, no eran sólo hombres llenos de lacras y prejuicios que asombran42, sino también hombres políticos, dispuestos a todo por proteger su cuota de poder económico, social, político y cultural, en un mundo tan bien jerarquizado que si era necesario aplastar a la monja para impedir que la enfermedad se extendiera, ella estaba segura de que así sucedería. Sólo la salvó en parte su precaria relación con ese mismo poder, que la toleró por su investidura y por su inteligencia. Así se nos permite hablar de una derrota y no de una conversión por parte de ella.

LA VIGILIA DE LOS SUEÑOS.

Sostenemos que Primero sueño es tal vez la primera utopía jamás formulada en el Nuevo Mundo43. Las distintas aproximaciones exegéticas que este largo y complejo poema ha provocado de parte de una miríada de distintos autores, mexicanos y extranjeros, muestra con amplitud el interés que la pieza despierta todavía44. Tanta atracción no viene de los valores estéticos o estilísticos que pudiera tener, sino a decir verdad, de los problemas que plantea, su tratamiento de la naturaleza, de la historia humana, y de las aspiraciones que portan en sus corazones los hombres y las mujeres de Occidente.

Primero sueño es una obra escrita con toda la intención de seguir las enseñanzas y descubrimientos formales de Luis de Góngora y Argote, el gran creador del culteranismo barroco español. Anotemos que la poesía de este último es compleja, rica y exultante de colores, temas y formas. Pero es oscura, es de difícil lectura y requiere de parte del lector cierto nivel de cultura literaria, mitológica, iconográfica e histórica. Sor Juana Inés se sirvió de estas pistas trazadas por Don Luis de Góngora, y alcanzó a soñar la fuerza indescriptible de la soledad humana en el universo. Primero sueño es una obra compuesta de cinco partes: la media noche, el dormir, el sueño, el despertar y el amanecer. "Se trata de una composición de una simetría perfecta en torno a un centro: en los extremos, la media noche y el amanecer; el dormir y el despertar, entre los extremos y el centro; en éste, el sueño. Esta estructura resulta reforzada por el número de versos de las cinco partes: 150 la noche, 115 el dormir, 560 el sueño; 59 el depertar; 89 el amanecer. Las descripciones de la noche y del dormir son, sobre poco más o menos, dobles de largas que las del amanecer y del despertar, respectivamente; pero la de la noche guarda con la del amanecer una proporción muy cercana a la del dormir con la del despertar".

"Pero la simetría no es meramente cuantitativa. Es, además, de la siguiente índole cualitativa o espiritual por los temas: en los extremos, los procesos y fenómenos físicos del conticino y el amanecer; entre los extremos y el centro, los procesos fisiológicos del dormir y del despertar; en el centro, el proceso psíquico y espiritual del sueño. Pero la simetría de la composición entraña aún otras más sutiles que se destacan al adentrarse por la textura íntima y móvil del poema"45.

Octavio Paz resume el tema principal del poema de esta manera: "En Primero sueño nos cuenta cómo, mientras dormía el cuerpo, el alma ascendió a la esfera superior; allá tuvo una visión de tal modo intensa, vasta y luminosa, que la deslumbró y la cegó; repuesta de su ofuscamiento, quiso subir de nuevo, ahora peldaño por peldaño, pero no pudo; cuando dudaba sobre qué otro camino tomar, salió el Sol y el cuerpo despertó. El poema es el relato de una visión espiritual que termina en una no-visión. Esta segunda ruptura de la tradición es todavía más grave y radical" 46.

En su ensayo de exégesis Paz logra uno de los balances más lúcidos del célebre poema de la monja 47, y nos permitió una reconstrucción de sus fuentes, lecturas e influencias como pocos autores han logrado. Con él nos asombramos también de la enorme masa de conocimiento que Sor Juana había logrado acumular a lo largo de muchos, silenciosos y disciplinados años de estudio.

Esa clase de saber no lo daba la religión, y su búsqueda llevó a Sor Juana a tocar puntos de una excepcional sensibilidad académica. Por lo que el poema parece estructurado sobre la plataforma de un conjunto de influencias distintas, tan bien articuladas que lo que nos sorprende no es tanto el enorme e incuestionable saber y la solicitud con que la monja lo dispone, sino su extraordinaria lucidez plástica, verbal e intelectual para componerlo con autores que, en manos de otras personas menos bien relacionadas con el poder que ella, hubieran provocado las iras de la Inquisición.

El sueño en este poema no es simplemente una excusa para insinuar otras cosas, porque si algo tiene la poesía de Sor Juana, es su tersa y luminosa franqueza; se trata en realidad, de un poema en el que todo el corpus teórico del saber existente hasta ese momento, es sintetizado y transmitido como una reflexión general sobre las posibilidades de una vida espiritual superior.

Hay diferentes vías de acceso a esa vida espiritual, y las mismas deben ser delucidadas con suficiente precisión como para que los hombres y mujeres que se propongan llegar a ella, encuentren también las formas de solucionar su propia historia. Es extraordinario, porque al mismo tiempo que la poeta nos está planteando, a través de su magnífica erudición, los recursos de que dispone la ciencia para el engrandecimiento de los hombres, a éstos se les invita a que participen en la reconstrucción de su historia, en una odisea de avances y retrocesos hacia la mayor de las glorias posibles: el saber48.

Se trata entonces de establecer los conductos mediante los cuales ese saber va a ser construido. Los viajes espirituales, viajes del alma o viajes astronómicos eran frecuentes en los trabajos de algunos eruditos hacia finales de la Edad Media49. Por lo tanto, es oportuno anotar que Sor Juana, muy vulnerable a este tipo de conocimiento, estuvo también bajo la influencia del pensamiento hermético de creadores como Kircher, Teodidacto, Macrobio y otros. Ella acude a un haz muy rico de imágenes mediante las cuales se compone un recuento de mitos, leyendas, historias y fábulas en las que siempre estará presente el afán de conocimiento50.

Como toda utopía que se precie de tal, Primero sueño fue diseñado a partir de los pedazos de información que ofrece la realidad. Cada uno de sus pedazos a su vez tiene una procedencia hermética, científica o práctica. Sor Juana los recoge uno a uno y logra armar un "sueño" dentro del que todo es posible. Por eso es fácil sostener que en él se encuentran reunidos todos los grandes pensadores a los que tuvo acceso la monja, y con un propósito racional, mal calificado de arrogante por algunos críticos posteriores, ella realiza la síntesis de la manera que le resulta útil para exponer sus pensamientos más profundos. Se creía que las mujeres eran incapaces de estructuraciones argumentales lógicas y dialécticas. Sostenían algunos que ellas únicamente alcanzaban a llegar al razonamiento descriptivo, jamás al inferencial51.

Si Hipatia fue la primera mujer en destacar en ciencias exactas y naturales, y sus aportes aún se discuten para comprender el desarrollo del pensamiento matemático alejandrino y medieval, Sor Juana surge de igual forma como una mujer cuyas contribuciones seminales al pensamiento utópico aún no alcanzamos a entender del todo. Porque ella nos hereda un problema: la tangibilidad eventual de los sueños poéticos. Esta clase de onirismo lírico tiende puentes con poetas contemporáneos como Rilke (1875-1926) o Eliot (1888-1965), quienes escribieron páginas de gran belleza sobre los "sueños", como hiciera Sor Juana hace tres siglos.

Descubrirnos la capacidad de ensoñación, de permitirnos rozar la piel de la utopía son elementos que hacen de Sor Juana una puerta, como hemos venido argumentando, hacia la modernidad. A partir del momento en que nos fijamos en la realidad natural y social, surgen las utopías, no antes. Esto es muy moderno, y lo es más el gran acontecimiento de soñar con la experimentación entre las manos: ahí están Newton (1642-1727) y Einstein (1879-1955) para probarlo.

La utopía que nos propone Sor Juana es aquella que yace en el umbral de la modernidad: es posible conquistar la vida, el mundo, los sueños, sólo con disponer de la sabiduría suficiente para emprender el camino, a pesar de los obstáculos que el mundo físico y espiritual puedan ofrecernos. Es moderno creer en el poder casi absoluto de la razón, también lo es la nostalgia y la melancolía que produce el extrañamiento de los sueños cuando éstos han estado a nuestro alcance, y nuestra propia estupidez hace que se evaporen. Con ese propósito en mente, Sor Juana acudió a todos los recursos disponibles en su época, y por ello, por atreverse a soñar, terminó derrotada, no en realidad convertida como muchos hubieran querido. La conversión hubiera tenido sabor a defección, a traición de sus ideales, convicciones y esperanzas más entrañables. Y la utopía de Primero sueño no se hubiera dado en ninguna otra parte del planeta. En América tenía que ser.

BALANCE FINAL.

El ejemplo de Sor Juana Inés de la Cruz es un caso clásico en la historia de las mujeres occidentales. En América Latina ella representa el más consumado símbolo de la libertad de pensamiento y de los afanes por conservarla. Entre otras grandes como Flora Tristán, Manuelita Sáenz, Rigoberta Menchú, Eunice Odio y Yolanda Oreamuno, Sor Juana recoge los más ennoblecidos intentos por conservar la vida, física y espiritual, en medios sociales, culturales y políticos controlados por hombres dispuestos a todo por impedir que ellas desarrollen la imaginación suficiente para remontar y atacar las estructuras en las que ellos por su parte se apoyan.

Decía Graves que la soledad de las mujeres intelectuales y artistas es mayor porque ellas carecen de las musas que inspiran a los hombres. Ellas son mujeres y musas al mismo tiempo, lo que imposibilita una inspiración asexuada52. Por eso mismo, la capacidad de formulación utópica de parte de las mujeres es mayor y más fértil que en el caso de los hombres, ya que está matizada con los dispositivos de una imaginación elaborada desde la opresión, el sarcasmo y la humillación masculinas.

La soledad que uno detecta en la historia de Sor Juana, está habitada por los percances del aislamiento que se gesta en el convento. Sus desacuerdos con los prelados a quienes aquí hemos mencionado tantas veces, parecieran haber sido necesarios para que tal soledad tuviera sentido, para que sus enfrentamientos con el poder alcanzaran la expresividad necesaria que los convertirían eventualmente en una herencia cierta y aleccionadora.

Cuando la monja murió muchos se abalanzaron a hurgar en los despojos de su celda del convento de las jerónimas con las que había convivido durante tantos años. Tal vez no a la caza de símbolos divinos dignos de adoración eterna, sino más bien en búsqueda del terror que hubiera quedado en esa celda ante las muchas amenazas que sufrió la monja en vida, de parte del poder eclesiástico. Algo similar le sucedió al obispo de México, pero en su caso lo que se buscaba eran rastros al menos de las riquezas que había acumulado con su célebre prurito "limosneril" como lo llama Paz53. Aparentemente el hombre vivía obsesionado con acumular "caridades", las que parece invirtió muy bien.

Sor Juana es una monja, una mujer, una intelectual que vivió gran parte de su vida llena de miedo. El poder de la iglesia estaba tan bien orquestado que todo tipo de disidencia era fácilemnte detectado y destruido. Lo admirable de la historia de esta mujer es que durante un buen período fue capaz de jugar con las sinuosidades de la represión, hasta que finalmente fue sometida, jamás convertida. Su historia en realidad, es la de muchas personas que por sus opciones sexuales, su condición social o étnica, terminan aplastados por una maquinaria que no ceja un según en perseguir y aniquilar, a quien se le ocurra hacer de su "diferencia" algo atractivo o digno de ser elegido. En este sentido, el siglo XX todavía tiene mucho que aprender del siglo XVII.

CITAS.

1 "Semblanza de Sor Juana Inés de la Cruz". En THE SOR JUANA INES DE LA CRUZ PROJECT (http://www. dartmouth. Edu/¨sorjuana/). P. 2. (De ahora en adelante THE PROJECT).

2 PAZ, Octavio. SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ O LAS TRAMPAS DE LA FE. (Barcelona: Seix-Barral. 1988). 656 páginas.

3 Idem. "Homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz en su tercer centenario (1651-1695)". Revista SUR (No. 206. París, Diciembre de 1951) Pp. 29-40. En THE PROJECT.

4 PALOMO VÁZQUEZ, María del Pilar. " La poesía y la novela en la época barroca". En MENÉNDEZ PIDAL, Ramón (Editor). HISTORIA DE LA CULTURA ESPAÑOLA. EL SIGLO DEL QUIJOTE.1580-1680. (Madrid: ESPASA. 1996) Capítulo IV. Tomo II. P. 444.

5 ABREU GÓMEZ, Ermilo. Op. Loc. Cit.

6 Idem. Loc. Cit.

7 PAZ, Octavio. Op. Cit. 1988. P. 67.

8 VOSSLER, Karl. "La décima musa de México".(1936). En THE PROJECT. Op. Loc. Cit.

9 Idem. Loc. Cit.

10 FUENTES, Carlos. EL ESPEJO ENTERRADO (México: Fondo de Cultura Económica. 1992) Capítulos VIII y IX.

11 KONETZKE, Richard. AMÉRICA LATINA. LA ÉPOCA COLONIAL. (México: Siglo XXI editores. 1971) Tomo 22 de la colección HISTORIA UNIVERSAL SIGLO XXI. Capítulo 4.

12 VALCÁRCEL, Daniel. LA REBELIÓN DE TÚPAC AMARU. (México: Fondo de Cultura Económica. 1996. La edición original es de 1947) Capítulo 1.

13 HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. "Sor Juana Inés de la Cruz". En ENSAYOS (San José, Costa Rica, España: Colección Archivos.) Vol. 35. Pp. 296-315.

14 ATLANTIC EMPIRES. THE NETWORK OF TRADE AND REVOLUTION. 1713-1826. (The John Hopkins University Press. Baltimore. 1983) Capítulo VII.

15 PAZ, Octavio. Op. Cit. 1986. "Nueva España era otro de los reinos sometidos a la corona, en teoría igual a los reinos de Castilla, Aragón, Navarra o León". P.28.

16 HALL, Albert Rupert. THE REVOLUTION IN SCIENCE. 1500-1750 (Londres: Longman Group Limited. 1983). Capítulo 8.

17 FRANCO, Jean. HISTORIA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA (Barcelona: Ariel. 1986) Pp. 27-35.

18 FUENTES, Carlos. Op. Loc. Cit.

19 PAZ, Octavio. Op. Cit. 1988. P. 84.

20 Así lo decíamos en una conferencia nuestra reciente, titulada: DESDE LA MANIGUA. LA INMENSIDAD DE LA ESPERANZA EN AMÉRICA LATINA. CONFERENCIA INAUGURAL. ENCUENTRO REPERTORIO AMERICANO Y LAS REVISTAS CULTURALES. HOMENAJE A JOAQUÍN GARCÍA MONGE. (Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica. Octubre de 1999). P. 1.

21 HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Op. Loc. Cit.

22 Citado por PAZ, Octavio. 1988. Op. Cit. Varias páginas..

23 HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Loc. Cit.

24 Idem. Loc. Cit.

25 FUENTES, Carlos. Op. Cit. P. 215.

26 PFANDL, Ludwig. DIE ZEHTE MUSE VON MEXICO. JUANA INÉS DE LA CRUZ. IHR LEBEN, IHRE DICHTUNG. IHRE PSYCHE. (Munich. 1942). Capítulo V. P. 5.

27 RICARD, Robert. "Antonio Vieira y Sor Juana Inés de la Cruz". REVISTA DE INDIAS. Vol. 11. Nos. 43-44. Enero-Junio de 1951. Pp. 61-87. En THE PROJECT. Loc. Cit.

28 Idem. Loc. Cit.

29 PFANDL, Ludwig. Loc. Cit.

30 DE LA CRUZ, Sor Juana Inés. "Carta atenagórica". En OBRAS COMPLETAS. (México: Editorial Porrúa. 1997) Pp. 811-827.

31 Le sugerimos al lector continuar sus estudios con el valioso banco de datos que aquí hemos venido citando como THE PROJECT, donde encontrará referencias a los autores mencionados y sus ensayos.

32 PAZ, Octavio. 1988. Op. Cit. P. 629.

33 WOOLF, Virginia. ORLANDO (Barcelona: Lumen. 1994).

34 DE LA CRUZ, Sor Juana Inés de. "Respuesta a Sor Filotea de la Cruz". En OBRAS COMPLETAS. Pp. 827-848.

35 LERNER, Gerda. THE CREATION OF PATRIARCHY (Oxford University Press. 1986) P. 305.

36 PAZ, Octavio. 1988. Op. Cit. Pp. 628-631.

37 BALLÓN AGUIRRE, Enrique. "Los corresponsales peruanos de Sor Juana". En LEXIS 21, no. 2 (1997) : Pp. 273-325.

38 BEGGS, Donald. "Sor Juana's Feminism: From Aristotle to Irigaray". En HYPATHIA'S DAUGHTERS: FIFTEEN HUNDRED YEARS OF WOMEN PHILOSOPHERS. Editado por LÓPEZ MACALISTER, Linda. (Bloomington. Indiana University Press. 1996) Pp. 108-127. SCHONS, Dorothy. "Some obscure points in the life of Sor Juana Inés de la Cruz". MODERN PHILOLOGY. Vol. 24. 1926. En THE PROJECT. Loc. Cit. Véanse las críticas que hace PAZ a este tipo de interpretaciones en 1988. Op. Cit. P. 628.

39 BRESCIA, Pablo A. J. "Sor Juana y el padre Vieira: un baile de disfraces". En NUEVOS TERRITORIOS DE LA LITERATURA LATINOAMERICANA. Universidad de Buenos Aires. 1997. Pp. 34-47.

40 BENASSY-BERLING, Marie-Cecile. "La mitificación de Sor Juana Inés de la Cruz en el mundo hispánico (finales del siglo XVI-principios del siglo XVIII)". En REVISTA DE INDIAS 55, no. 205 (Setiembre-Diciembre de 1995) Pp. 541-550.

41 LE GOFF, Jacques. LOS INTELECTUALES EN LA EDAD MEDIA (Barcelona: Gedisa. 1986) Pp.115-153.

42 PAZ, Octavio. 1988. Op. Cit. Pp. 606-607.

43 DE LA CRUZ, Sor Juana Inés de. El Sueño. En OBRAS COMPLETAS. Pp. 183-201.

44 GAOS, José. "El sueño de un sueño". HISTORIA MEXICANA 10. No. 1 (julio-setiembre de 1960). Pp. 54-71. En THE PROJECT. Loc. Cit.

45 Idem. Loc. Cit.

46 PAZ, Octavio. 1988. Op. Cit. P.482.

47 Idem. Loc. Cit.

48 CRUZ, Jacqueline. "Estrategias de ocultación y autoafirmación en El sueño de Sor Juana". REVISTA CANADIENSE DE ESTUDIOS HISPÁNICOS 19, No. 3 (Primavera de 1995) Pp. 533-541.

49 LE GOFF, Jacques. Op. Loc. Cit.

50 PASTOR, Beatriz. "Del círculo a la espiral: claves del pensamiento utópico en la obra de Sor Juana". ANALES DE LITERATURA HISPANOAMERICANA, No. 24 (1995) Pp. 91-129.

51 RUILOBA, Rafael. "Sor Juana Inés de la Cruz, ingrata, indómita y engreída o la batalla entre el saber y el poder". En REVISTA CULTURAL LOTERÍA. No. 407 (mayo-junio-julio de 1996) Pp. 20-43.

52 GRAVES, Robert. Op. Loc. Cit.

53 PAZ, Octavio. 1988. Op. Cit. Pp. 529 y ss.

 

Rodrigo Quesada Monge (1952), historiador costarricense con publicaciones en varias revistas de América Latina. Tiene nueve libros sobre la historia económica, social y cultural de América Central y del Caribe. Premio Nacional (1998) de la Academia de Historia y Geografía de su país.


Si usted desea comunicarse con Rodrigo Quesada Monge puede hacerlo a: histuna@sol.racsa.co.cr

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