Santiago de Chile. 
Revista Virtual. 
Año 2   
Escáner Cultural. El mundo del Arte. 
EDICIÓN ESPECIAL
Nº 7
Septiembre de 2000. 

ESTUDIOS DE HISTORIA DE LA CULTURA

ISABEL I (1533-1603)
O LA DIOSA LUNA DEL RENACIMIENTO INGLÉS.

¿Qué necesidad hay de que una reina
haya existido para llorar
sus desdichas?
VICTORIA OCAMPO 1.

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge

DISCUSIÓN INICIAL.

ISABEL I (1533-1603).

Alguien podría preguntarse, ¿qué tiene que decir un latinoamericano sobre una de las reinas más brillantes de la historia inglesa? O tal vez, ¿de dónde le viene este interés por asuntos tan ajenos a su historia regional particular? Más aún, ¿qué puede decir de nuevo sobre un tema tan bien estudiado e investigado por expertos europeos, norteamericanos y hasta japoneses?

La respuesta a todas esas preguntas juntas es sencilla. Durante varios años estudié en Inglaterra, y el énfasis de tales estudios fue el imperialismo inglés durante el siglo XIX en América Central2. Al mismo tiempo, mi interés por el papel jugado por las mujeres en el desarrollo de la civilización hizo que fuera muy natural fijar mi atención en una figura como la reina Isabel I. De tal manera que, no tiene nada de extraño que un historiador, un humanista latinoamericano, quiera aportar algo a la comprensión de un reinado decisivo para el desarrollo de la civilización europea y occidental en general. Así, nos resultará mejor y más fácil entender el proceso de conquista y colonización de lo que será después América Latina. Y desde la perspectiva martiana una tarea de este porte es perfectamente legítima, como ya lo probó nuestro gran escritor mexicano Carlos Fuentes3.

En ningún momento pretendemos hacer grandes descubrimientos, o decir cosas completamente novedosas. Es una intención más bien modesta la que tenemos. Puesto que bien puede sostenerse, sin temor a error, que Isabel I es la reina que, al continuar la labor iniciada por su padre, Enrique VIII (1491-1547), introduce a la nación inglesa en la modernidad, esta última signada por criterios expansionistas que es necesario para nosotros describir y comprender lo mejor posible, desde el momento en que el descubrimiento y la conquista de los nuevos mundos permiten definir el perfil de la ideología imperial que se está configurando por aquellos años4.

Lo mismo sucede con la "invención" del océano. Por siglos, los griegos hablaron fundamentalmente de mares, lagos y ríos, y sólo muy poco teorizaron sobre los oceanos, si es que alguna vez lo hicieron en serio5. Resulta que es durante el Renacimiento, y a raíz de los grandes descubrimientos hechos por los portugueses, los españoles y los chinos en los siglos XV y XVI que el concepto de océano se vuelve un problema no sólo para los geógrafos y cosmógrafos de la época, sino también para políticos, diplomáticos y monarcas de le Europa renacentista6.

La batalla, entonces, contra el imperio español, encabezada por Inglaterra desde la derrota de la gran armada española en 1588, treinta años después de que Isabel I fuera coronada como monarca indiscutida de todos los ingleses, es en esencia el triunfo inicial de una ideología imperial sobre otra, la cual en gran medida, reposa sobre la utilidad práctica de la manipulación de conceptos nuevos tales como el de océano. No olvidemos que para la época existe todo un mercado negro sobre información geográfica y cartográfica que a veces moviliza precios por cartas de navegación y datos geodésicos realmente escandalosos7. En ese aspecto, la reina inglesa sabe abastecerse de la información requerida y paga bien, sin importar de dónde proceda. Se trata, como veremos, de una mujer de negocios, que sabe su oficio y no se detiene ante convencionalismos morales o religiosos para darles a sus súbditos la riqueza y la ubicación internacional que su nación requiere y necesita, en vista de que españoles, portugueses y franceses tienen lo que ella desea.

Pero antes, fue necesario realizar algunas reformas internas que hicieran más expedito el camino hacia la gloria imperial que sus rivales internacionales ya tenían. Por eso nos acercaremos a la Inglaterra isabelina desde cuatro ángulos fundamentales:

1. Isabel I: la mujer que supo ser reina.

2. Isabel I: la mujer del Renacimiento.

3. Isabel I: empresaria y diplomática.

4. Isabel I: fundadora del imperio británico.

ISABEL I: LA MUJER QUE SUPO SER REINA.

Isabel I de Inglaterra (1533-1603), hija de Enrique VIII y Ana Bolena, fue coronada en 1558 después de una ácida controversia sobre el problema de la sucesión del hombre que había ejercido una larga y conflictiva influencia en el desarrollo político y cultural de la Inglaterra de finales del siglo XVI. Convertirse en la heredera de Enrique VIII, después de que su hermano estuviera seis años en el poder, sin grandes alcances en su gestión, fue el detonante que produjo los cambios más trascendentales en la vida personal de Isabel y del pueblo de Inglaterra8.

Nosotros, como humanistas interesados en los asuntos relacionados con los inicios de la modernidad, bien podríamos preguntarnos en qué forma nos beneficia comprender a la reina Isabel I de Inglaterra y a su reinado, para tener una percepción más acabada del papel jugado por las mujeres en el Renacimiento, y en particular, para estructurar un tratamiento más crítico de la ideología imperial que está tomando forma por aquellos años.

Creemos que es imposible hablar de imperio español, francés e inglés por separado, como si se tratara de unidades desarticuladas con poca vinculación práctica y teórica entre sí. Los esquemas y plataformas ideológicos de las propuestas imperiales que vienen configurándose desde la segunda parte del siglo XV, forman parte de un proceso más amplio, la expansión y globalización del sistema capitalista, sin el cual resulta muy difícil poder decir algo sobre la competencia económica, mercantil y cultural que tiene lugar entre España, Francia e Inglaterra en la época de apogeo del Renacimiento europeo. El Renacimiento y los "siglos dorados" en esos países está en relación directa con el crecimiento y consolidación del sistema capitalista, y de su clase social más conspícua y progresista, la burguesía.

Para un latinoamericano entonces, una figura como la de Isabel I Tudor, puede tener dos posibles dimensiones de análisis: 1-la puramente biográfica, en cuyo caso nos quedamos con el sesgo en esencia anecdótico, útil tal vez para quienes se sienten atraídos por los aspectos de pureza intelectual de la historia política de la Europa moderna; y 2- la que permite ubicar a la gran mujer contra el telón de fondo de la formación de uno de los imperios decisivos para comprender el proceso de crecimiento y desarrollo de la clase social que haría la revolución industrial en Inglaterra, la burguesía mercantil, protestante y dispuesta a la tolerancia cuando sus propias contradicciones se lo permitieran9. Son precisamente esas contradicciones las que sedujeron a Marx por más de veinte años, y las que permiten en gran medida hacer un balance del papel jugado por la hija de Enrique VIII en el despegue del capitalismo inglés.

¿Hubo alguna vez algo que pudiera llamarse Renacimiento femenino? ¿Existió realmente un Renacimiento inglés? Pues bien, Isabel I Tudor con sus acciones nos ayudará a contestar esa pregunta. Porque, ¿estarían las mujeres más capacitadas para la intriga política que los hombres? La reina inglesa recibió una educación sumamente esmerada y cuidadosa. El sistema educativo era excepcionalmente grave y pesado para cualquier niño. En ocasiones el día lectivo empezaba a las cinco de la mañana y concluía al caer la tarde10. Sin embargo, la reina fue educada con los mismos principios que regían la educación de cualquier niño de su época; con la disciplina y la rigurosidad que definían a los de su clase. No sólo aprendió francés, italiano, español, flamenco y galés, sino que también tenía una extraordinaria competencia en latín y griego, sin mencionar su enorme capacidad de lectura, que incluía tres horas diarias de historia11. Leía con soltura y fluidez a escritores como Sófocles, Tito Livio, Cicerón, Isócrates, Cipriano y Melanchton, además de practicar la música y poseer una caligrafía de absoluta belleza y perfección, que un experto italiano la ayudó a desarrollar. Rara vez otros escribieron por ella. Siempre asumió las labores de gobierno de forma muy personal.

"La hija del Rey", o Lady Elizabeth como le gustaba al pueblo británico llamarla, era una mujer pendiente de los más mínimos detalles de su imagen pública y privada. Con ella, el Renacimiento inglés adquirió nombre de mujer. Por eso es fácil también hablar de Renacimiento inglés, porque algunos autores dudarían de si algo así existió alguna vez12. Basan sus argumentos, entre otras explicaciones, en la tesis de que Enrique VIII y su hija, al mismo tiempo que sacan a Inglaterra de la Edad Media, conservando algunos componentes de fuerte textura feudal, la introducen en la Edad Moderna, modificando otros aspectos que ya preparan la llegada del capitalismo. Esa naturaleza transicional pareciera no estar presente en el Renacimiento italiano o alemán, de mayor profundidad pagana, y de fuerte arraigo racionalista13. Por ejemplo, no es posible comprender el desarrollo capitalista británico sin la revolución religiosa que tiene lugar en ese país, no sólo por las posibles razones personales que puede haber esgrimido Enrique VIII, sino también porque ella hizo posible un margen de tolerancia que las clases adineradas, no necesariamente terratenientes, requerían para que sus negocios adquirieran legitimidad. En ese proceso la desposesión de la iglesia y de las órdenes monásticas católicas en Inglaterra tuvo un fuerte impacto sobre el diseño que iría a tener el régimen territorial de ahí en adelante, y que en parte explica lo que bien puede llamarse una revolución agraria con perfil religioso14. Si algo supo hacer maravillosamente bien Enrique VIII, y que sería continuado con igual talento por su hija, fue granjearse el apoyo de los sectores más poderosos de la burguesía de las ciudades y del campo, siempre dispuestos a comprar las propiedades que la monarquía Tudor estaría arrebatándole a los circulos vinculados con la iglesia católica en Inglaterra, un tesoro que le hizo posible al rey más adelante la construcción de una marina capaz de enfrentar a la todopoderosa marina española.

Esa alianza entre la monarquía, la burguesía y los terratenientes, fue un componente decisivo para entender los trasiegos parlamentarios que se dieron en Inglaterra hasta aproximadamente 1590, y en parte explican también la política exterior contra el imperio español. Pero además, se encuentra en la base misma de la revolución inglesa del siglo siguiente15.

Isabel I supo ser una excelente negociadora y también probó con amplitud que tenía mucho talento para la intriga. No debemos olvidar, como bien nos lo recuerda el ilustre historiador italiano Alberto Tenenti, que "los ingleses se ilustraron mucho más como corsarios (piénsese, por ejemplo, en Hawkins o en Drake, quien además efectuó una circunnavegación del globo entre 1577 y 1580) que como colonizadores de los otros continentes" 16. Se requería entonces, tener ésto perfectamente claro para que la política exterior, sustentada sobre todo en el pillaje y el saqueo de los barcos españoles y de los tesoros americanos, se convirtiera en una plataforma sobre la cual reposara una monarquía cuya punta de lanza en el proceso de expansión y consolidación capitalista la constituía la destrucción del poderío comercial español. Isabel I fue entonces una reina que se dedicó tiempo completo a esta tarea, en una época en la cual las mujeres podían actuar en política con el mismo nivel de rigurosidad que los hombres, sobre la base de que su sexualidad se difuminara considerablemente. La androginia de que se ha acusado a mujeres como Isabel I o Juana de Arco, sólo nos recuerda, dicen algunos, que estamos en presencia de grandes inteligencias depositadas en el cuerpo incorrecto17. Se trata entonces de que mujeres como las ya mencionadas pueden ejercer sus talentos siempre y cuando su sexualidad no se haga demasiado evidente. Con una educación diseñada para varones, Isabel I recibió el trato de educadores que la prepararon para cargos y calidades que se suponía serían privativos de los hombres, pero que a la larga, éstos tuvieron que hacerse de lado ante la avasalladora inteligencia y sensibilidad de la reina18.

Pareciera entonces que se nos razona de la siguiente manera: resultó muy competente y dinámica, porque fue una mujer que recibió educación de hombres. Es decir, se establece una relación falaz entre la inteligencia de la reina y el sexo de la educación que recibiera. Aparte de que bien pudiera argumentarse que la reina fue tan capaz que supo desenvolverse con soltura en un mundo controlado y diseñado por los hombres. Y se terminó comportando como un varón debido a todo ello. El humanismo renacentista con frecuencia olvidó que la inteligencia carece de perfiles sexuales. No en vano el humanismo feminista que se inició con la generación posterior a Petrarca, había prácticamente desaparecido en el siglo XVII, y fue reemplazado por la danza, el tejido y el dibujo. Sólo unas pocas y aisladas mujeres continuarían con aquella tradición, como fue el caso de Sor Juana Inés de la Cruz en México, según hemos escrito en otro momento19.

Pero el hecho de que "la reina fuera una mujer", según se decía en su época, no dejó de ser un dispositivo político útil para una monarca dispuesta a todo con tal de lograr uno de los propósitos fundamentales de su reinado, la consolidación de la unidad nacional de su país. Isabel I se vio involucrada en distintas contiendas políticas, mucho antes de ser coronada, y la supuesta debilidad de su sexo fue siempre un recurso para lograr avances importantes en un mundo regido por hombres esencialmente. Aún su hermana, María Tudor (1516-1558), quien gobernó durante algunos años, después de la muerte de Enrique VIII, cuando intentó restaurar el poder católico en Inglaterra, se vio seducida por las artimañas políticas y emocionales de Elizabeth. Tanto así que, le hizo creer a María, una reina católica vehemente y disciplinada, que estaba a punto de convertirse al catolicismo y que asistía a misa con regularidad20.

Oportunamente, María Tudor murió de cáncer en 1558. Pero los momentos que pasó en prisión la que sería Isabel I de Inglaterra, a causa de supuestas acusaciones por su involucramiento en algunas revueltas campesinas en contra de la reina católica, le sirvieron de mucho para precisar con toda claridad quiénes estaban de su lado, y quiénes no. Curiosamente durante todo el período que duró su confinamiento, Elizabeth nunca perdió el apoyo de su gente, y aunque algunos de sus más valiosos allegados fueron al final ejecutados, como les sucedería a los setenta campesinos de la revuelta dirigida por Tomas Wyatt (1503?-1542), a la que hicimos referencia unas líneas atrás, la mujer tuvo la sabiduría y el buen sentido común como para que, cuando fue coronada reina de Inglaterra, nombrara algunos de sus consejeros más cercanos entre aquellos que hubieran servido también a la reina anterior21. Otros de sus hombres fuertes llegaron a ser el típico ejemplo del empresario inglés, sólido y pragmático que produciría el capitalismo de la revolución industrial dos siglos después. Pero los que se adelantaron a su hora, como Sir William Cecil (1520-1598), tuvieron en Isabel I a una reina con un exquisito y bien desarrollado sentido del progreso. Todo ello producto sobre todo de la educación que la mujer hubiera recibido. A eso nos referimos a continuación.

ISABEL I: LA MUJER DEL RENACIMIENTO.

En 1678, la rica veneciana Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, llegó a ser la primera mujer en la historia cultural de Occidente, capaz de obtener un doctorado en filosofía por la Universidad de Padua. Soltera, y con treinta y dos años de edad, la monja, miembro de un convento benedictino, tuvo que enfrentar el problema que le ocasionaría a la Iglesia Católica su total incompetencia para otorgarle un doctorado en teología a una mujer. Superado en parte el conflicto, la nueva doctora en filosofía se enfermó y murió seis años después22.

El caso de Lucrezia no fue el único, al menos en lo que compete a la realización de estudios superiores por mujeres procedentes de las clases adineradas de la Europa mediterránea y noratlántica. Pero como decíamos líneas atrás, para finales del siglo XVII las mujeres ya han perdido el importante espacio que el Renacimiento les concedió, más por razones de orden político que puramente culturales o sexuales. Estos dos últimos vectores deben tomarse en cuenta para explicar las acciones de las mujeres en la vida social y económica, y no tanto para comprender en toda su complejidad el ejercicio del poder, que pasó indefectiblemente a manos de los hombres. Pero una corte como la de Isabel I de Inglaterra, en tanto que centro aglutinador de todas las acciones, visibles e invisibles, del poder monárquico en ese país, facilita una mayor comprensión de acciones similares ejercidas en otras cortes europeas. No estamos diciendo que la coronas española, francesa, sueca y rusa funcionaran de acuerdo con los mismos mecanismos, lo que estamos tratando de argumentar es que, mientras que en esas otras monarquías el poder absoluto lo ejercen los hombres, en Inglaterra lo ejerce una mujer23.

El Renacimiento, en tanto que gran puerta hacia la era moderna, es al mismo tiempo una síntesis hecha con notable maestría por los intelectuales herederos italianos y centro-europeos de las tradiciones greco-latina y medieval. Será imposible tener una visión más o menos amplia del desarrollo de la razón en la cultura occidental sin tender un puente entre el Renacimiento y la Ilustración, puesto que ambos movimientos culturales realizan su síntesis dialéctica con la revolución francesa y preparan la llegada definitiva del racionalismo occidental, que alcanzará expresiones superiores en el idealismo alemán del siglo diecinueve, y también nos llevará a profundidades siniestras como con el nazismo del siglo veinte24.

Hacia donde estamos apuntando es a llamar la atención del lector en el sentido de que, si quiere encontrar en Isabel I a una reina perfectamente coherente, lúcida y decidida, puede llevarse una desagradable sorpresa. Se trata de una gran política, y como Juana de Arco o Caterina Sforza son mujeres que habitan un mundo lleno de contradicciones, de altibajos y frustraciones de tal calibre que muchos de los grandes líderes del siglo XX se encontrarían totalmente desamparados, sobre todo cuando en el presente se opera tanto con las certezas25.

Isabel I es una reina indecisa, inconsistente, llena de dudas, con una inteligencia que, a pesar de haber sido fuerte y disciplinadamente bien educada, abunda en preguntas para las cuales no tiene respuestas. Pero también supo hacer buen uso de tantas incertidumbres juntas, y sacó provecho de las mismas cuando su pueblo le hizo ver que creía en su total infalibilidad. Sin lugar a dudas, si se tiene interés en estudiar el desarrollo del imperio británico, dos son las reinas que hacen del cuadro algo atractivo y seductor, una es Isabel I y la otra es Victoria (1837-1901).

Sin embargo, la primera tuvo que gobernar en un mundo de hombres donde la racionalidad femenina era inaceptable. Pocos fueron los hombres, para esta época, que hicieron algo por fomentar y posibilitar el desarrollo de la inteligencia y la sensibilidad femeninas. El caso de Tomás Moro y sus hijas es en ese respecto algo sencillamente excepcional26. El tomó su tiempo para educarlas y abrirles los ojos sobre el mundo de la cultura, la política y las pequeñas intrigas de la corte.

Pero Isabel I hizo algo más durante su reinado: utilizó con gran habilidad los espacios vacíos del poder dejados por las asimetrías que las intrigas de los hombres producían en el tejido social, cuando se enfrentaban unos contra otros por obtener sus favores, y los llenó con su presencia. Es difícil encontrar en la historia política de Occidente de los últimos quinientos años, alguien tan preocupado por proyectar la imagen que su gente quería que le dieran. En Isabel I tenemos los primeros indicios de un monarca imperial interesado por jugar con habilidad y acierto con las necesidades de redención que tenía la nación inglesa en su momento, y sobre todo con los afanes de mitos y superstición de la gente sencilla.

La "reina virgen", que nunca tuvo hijos, que se vestía como varón cuando se trataba de arengar a sus hombres al momento de hacer frente a los españoles en altamar, o que discutía de política con insolencia y brutalidad con sus consejeros más íntimos, es la típica monarca que produjera ese momento tan ambiguo y tan rico, como todo capítulo transicional en la historia de la cultura, que fue el Renacimiento.

Isabel administra los muchos palacios, castillos y casas de descanso que le dejó su padre, decide sobre las comidas y las bebidas que consumirá cotidianamente la corte, tiene control sobre los jardines, los parques y las calles de las ciudades de su reino (rara vez salió de Londres o su periferia), y finalmente a nadie se le permite meterse con su vida privada. Con una enorme capacidad de enamorarse, la mujer era portadora de una celotipia avasalladora, de tales proporciones que con frecuencia ponía bajo prisión a los funcionarios que osaran casarse sin su consentimiento.

Las guerras de religión que asolaron a Europa durante el siglo XVI y parte del XVII no fueron en realidad un gran problema para Inglaterra como ya sabemos. El Renacimiento inglés produjo un tipo de intelectual para el cual el humanismo era ante todo una actitud, y no simplemente un adorno arquitectónico, escultural o plástico. Es por eso que algunos sostienen que el Renacimiento inglés está incompleto27. Sin embargo, en eso radica el efectivo sentido político de nuestra reina, puesto que siguiendo muy de cerca a su padre, supo desviar en su favor los conflictos que protestantes y católicos pudieran haber tenido en su momento. Nunca, y ésto lo enseñaban con énfasis los humanistas ingleses, la intolerancia fue permitida de parte de alguna de las corrientes religiosas de la época, cuando la independencia política de la corona estaba en riesgo.

Isabel I, la única reina que tuvo el poder absoluto durante el Renacimiento, alcanzó a manipular tan bien la ambigüedad que la procedencia de su reinado generaba entre los políticos de la época, que incluso hasta las aristas religiosas de su condición sexual fueron explotadas con aspiraciones ideológicas. Lo que venimos sosteniendo hace rato es que pocos monarcas desde el Renacimiento tuvieron tan claro el propósito real de su función civil. Aunque esta categoría es una invención de la revolución francesa, lo civil adquiere cuerpo a partir del momento en que el hombre común y corriente es considerado sujeto de opiniones políticas e ideológicas. Isabel ya lo consideraba como tal, cuando apelaba a sus mitos, supersticiones y convicciones para sustentar su imagen pública, que no necesariamente su imagen política, fraguada y pulida al interior de palacio.

El impacto que la figura andrógina de la reina produjo entre los intelectuales varones de la época, queda muy bien reflejada en las representaciones que se hacían de las obras de Shakespeare, cuando era indistinto que mujeres u hombres asumieran los roles principales. Estaba visto que hasta el más grande dramaturgo del Renacimiento inglés tendría algo que decir sobre la confusión que le producía la anti-natural condición de una reina-rey al frente de su país. Y así lo dejó claro en su obra SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO 28.

A la reina le encantaba que sus pintores la representaran como amazona (la mujer guerrera), Astrarea, Deborah o Diana, perfiles míticos del poder de la mujer. No podía ser de otra forma, puesto que si humanistas como Moro creían ciertamente en las virtudes de la inteligencia y la sensibilidad femeninas, otros consideraban una maldición que las mujeres tuvieran el poder en sus manos. Hombres como John Knox (1505-1572), o Jean Boudin (1530-1596), a partir de una misoginia a todas luces estructural, condenaban con fiereza y ceguera cualquier posibilidad que la mujer pudiera darse a sí misma para practicar la cultura y la política.

Constantemente Isabel hacía indicaciones claras y precisas de que ella no quería casarse porque ya lo estaba con su país, Inglaterra. En las frecuentes ocasiones que alguno de sus funcionarios insistió en el tema, se le hizo ver que su heroica virginidad era un asunto más de santa que de mujer, puesto que era muy conveniente que su pueblo creyera en una monarca limpia, quien consideraba que los secretos del sexo eran para los hombres y mujeres comunes y corrientes y no para una reina ungida por Dios.

Isabel I de Inglaterra tuvo a su lado a hombres realmente brillantes. Políticos, empresarios, diplomáticos, hombres de armas y artistas que no dudaron un segundo en adorarla de una manera muchas veces demencial. Desde consejeros geniales como John Dee, el ilustre matemático y astrólogo para quien en las estrellas estaba escrita la grandeza del futuro de la reina, hasta empresarios y bucaneros del calibre de Walter Raleigh o Francis Drake, quienes metieron a la reina en negocios tan turbios pero tan productivos como para que hoy nos resulte muy difícil comprender su reinado sin ellos, fueron hombres que al menos en un momento inicial se acercaron a ella con el afán de poseerla como mujer.

Pero la reina siempre tuvo conciencia de que un matrimonio con cualquiera de ellos hubiera significado por encima de todo su más completa anulación como reina y como persona independiente. Se trata de una independencia proverbial, que viene definida no tanto por la solidez de sus convicciones religiosas, culturales y políticas, sino porque supo moverse con soltura y combatividad en un mundo lleno de contradicciones, creadas y fomentadas por las pequeñas obsesiones de los hombres y su maniática preocupación por el éxito y el poder. Con serias dificultades, abrumada por las dudas y la indecisión la mujer logró escamotear las tormentas que el escenario político de su tiempo, perfilado en esencia por los hombres, le había heredado. Pero cuando tuvo que arriesgarse supo hacerlo. Sus negocios con hombres como Raleigh y Drake así lo prueban, según veremos en el apartado siguiente.

ISABEL I: EMPRESARIA Y DIPLOMÁTICA.

En los inicios de la era moderna, el capitalismo probó que las coronas europeas eran un gran negocio. Monarcas como Carlos V y Felipe II de España, Francisco I de Francia y Cristina II de Suecia, o Catalina II de Rusia, nos hicieron ver que en los asuntos de la corte, la vieja concepción del origen natural del poder monárquico, tenía un fuerte ingrediente pragmático y materialista.

Las coronas imperiales de la Europa de aquellos años no eran asunto de una sola familia, o de una sola persona. Ellas estaban articuladas como verdaderas empresas, en las cuales, no siempre quienes aparecían como reyes o reinas eran en efecto quienes ejercían el poder real. Tal es el caso de Carlos V, en cuya elección como emperador estuvieron involucrados los hombres más ricos del momento. O, en el otro extremo de este tipo de negocios, está también el matrimonio de María Tudor, la hermana mayor de Isabel, con Felipe II de España.

Resulta que el imperio español, fuente y motivo de la más profunda frustración del resto de las coronas europeas, estimula también la envidia y una acendrada codicia de parte de piratas, bucaneros y aventureros extraordinariamente enriquecidos al calor político y financiero de aquellas. En los albores del capitalismo moderno, una monarquía como la inglesa le muestra al mundo que es posible hacer negocios con aventureros del calibre de Sir Walter Raleigh o de Sir Francis Drake, con el título de nobleza otorgado por una reina muy impactada por la belleza física de ambos personajes. A la reina inglesa le gustaban mucho los hombres bellos, y criticaba con dureza los defectos físicos de quienes los padecían. Ella, no reconocía en sí misma los suyos, siempre andaba a la búsqueda de los halagos de sus afeites, sus ropas, sus joyas, su condición física y espiritual. El hambre de aprobación era abrumador en la reina de Inglaterra. Pero ella era también un excelente "hombre de negocios".

La venta de mapas, información cartográfica, cartas de navegación y rutas comerciales era un negocio extraordinariamente lucrativo, en vista del estricto control que el imperio español ejercía sobre la información que sus funcionarios manejaban con relación a las colonias, los mares y los emporios donde estaban sus fuentes de abastecimiento más vitales.

Los primeros y más grandes navegantes de la era moderna, como los chinos y los portugueses, fueron siempre muy cuidadosos de que la información disponible fuera lo más precisa que se pudiera, puesto que los riesgos eran enormes cuando estaban involucradas muchas personas en las empresas organizadas con activa participación de las monarquías correspondientes29. Estos son los casos en los que uno puede empezar a hablar de "monarquías geográficas", para las cuales los criterios oceánicos eran decisivos. Sin lugar a dudas, no obstante, la única monarquía que reúne a cabalidad estos parámetros, es la monarquía española30.

Otros poderes de la época intentaban arrebatar esa dominación a los españoles. La reina de Inglaterra encabeza la lista de los ambiciosos y de los arriesgados en este tipo de empresa. Para ello, la mujer no se anduvo con escrúpulos y estableció todo tipo de lazo financiero y comercial que fuera oportuno para darle a su país la clase de poder económico que ambicionaba.

La conquista y el descubrimiento de los nuevos mundos era una empresa, con todo lo que implicaba esta idea. Lo mismo sucedía con la construcción de imperios al estilo de los que levantarían España, Francia, Inglaterra y Rusia. Casi siempre en este tipo de proyectos estaban implicadas una gran cantidad de personas, vinculadas con distintas clases de actividades. Los reyes y las reinas entonces, no eran sino más que socios también de planes y esquemas de inversión con características regularmente multinacionales31. A todo lo largo de su reinado y de su dominio imperial la familia de los Habsburgos fue capaz de montar verdaderas redes empresariales, en las cuales tenían puesto su dinero desde los hombres más ricos del momento, como los Fugger, hasta el más humilde de los pequeños accionistas, belgas, holandeses, italianos, españoles, húngaros, austríacos y alemanes32.

Dicho tipo de empresas dependía en gran medida de la información a la que se tenía acceso. Un notable mercado negro, que cubría una parte importante de las grandes ciudades italianas del Mediterráneo, se había venido articulando desde la segunda mitad del siglo XV, con fácil acceso a las rutas seguidas por las flotas españolas, los cargamentos, nombres de los oficiales, de los empresarios, diplomáticos y políticos involucrados33. Mucha de esta información fue adquirida por algunos de los hombres más cercanos a Cristobal Colón, en burdeles, tabernas y ciculos clandestinos especializados en suplir a los navegantes y comerciantes de la época con los detalles más seguros sobre el movimiento de las flotas españolas, desde y hacia sus colonias en América34.

Su Majestad Isabel I de Inglaterra, no quiso estar al márgen de este dinámico comercio y también participó activamente en el tráfico internacional de información, en el cual los venecianos, florentinos, genoveses, napolitanos y holandeses mantuvieron el liderato por muchos años35.

La reina de Inglaterra creía como muchos en su momento, que las riquezas del mal llamado imperio español, era suficientes para que muchos otros participaran también de un botín cuya procedencia moral nadie se paraba a discutir36. Por eso, cuando así lo consideró necesario, entró en lazos y negociaciones mercantiles con individuos que tarde o temprano la meterían en serios conflictos, como veremos. Uno no sabe si atribuir sus errores en este renglón a "ingenuidades de mujer", o más bien a la audacia de quien se atreve a correr riesgos en un momento en el cual toda tarea de este tipo era tarea de pionero. Nos inclinamos más bien por la segunda opción, porque si de algo no puede acusarse a Isabel I es precisamente de ingenuidad.

El despliegue de habilidad diplomática, y el talento para la intriga que siempre demostró a todo lo largo de su reinado, nos hacen sostener sin lugar a dudas que estamos al frente de una virtuosa de las artes del buen "maquiavelismo", o del cinismo como fundamento de la política. Así nos lo prueba la ordalía en la que se vio metida cuando su prima María Estuardo (1542-1587), reina de los escoceses, quiso hacerse también con la corona de Inglaterra. Los grandes errores personales de la reina de Escocia, como su matrimonio, y las sospechas nunca aclaradas de su posible complicidad en el asesinato de su esposo, no hicieron que Isabel cambiara de opinión sobre la importancia de sostener y fomentar la lealtad de María Estuardo. La historia de ésta, repleta de anécdotas rocambolescas, nunca hicieron mermar ni un ápice el respeto que le tenía la reina de Inglaterra. En los intersticios del chantaje, el soborno, el oportunismo y el crimen, la reina tenía espacios para preocuparse por su imagen personal, sus vestidos, sus maquillajes y sus fiestas en las que a veces se consumían hasta 600, 000 galones de cerveza37. Isabel sacaba tiempo para arreglar matrimonios, como el de la misma María Estuardo, nombraba sus consejeros, se peleaba con ellos, se preparaba para hacer la guerra con Francia y España, y finalmente se besuqueba con su eterno enamorado, Sir Robert Dudley, Conde de Leicester (1532?-1588)38, con quien no sabremos a ciencia cierta haya tenido una relación estable y con proyectos concretos.

Este reinado, como el de otros muchos monarcas de la época, presenta la particularidad de que parece haber sido construido en base a un juego de espejos en el que siempre sale perdedor el pueblo simple y llano. Se le ofrece una imagen y se le da otra, o cuando mucho, el tratamiento emblemático de la corona hace que en la iconografía cortesana las imágenes pierdan, entre otras cosas, su sexualidad. De aquí el enorme esfuerzo que hacía Isabel I para sostener una coherencia razonable entre sus decires y sus quehaceres. Cuando se hizo correr el rumor de que uno de sus socios principales en el negocio del tabaco era Sir Walter Raleigh, el secreto a voces recorrió todo el reino, pero al mismo tiempo fortaleció considerablemente su negocio. En estos casos, la reina es una máquina de progreso, y por lo tanto, no puede darse el lujo de tener pasiones o intereses personales. Sus discusiones y desacuerdos con María Estuardo, iban en ese sentido, ya que para la reina de Inglaterra era muy importante la imagen que se proyectaba, un elemento que se ha convertido de curso corriente en la práctica política contemporánea.

ISABEL I (1533-1603).

Cuando los complots y las intrigas se hicieron más intensos, con notable intensidad durante el apogeo de las guerras de religión en Francia, hacia la segunda parte del siglo XVI, las monarquías europeas, y en particular la inglesa, se sintieron muy amenazados. Pero uno nota que, una reina como Isabel I, trata de crear a nivel interno una red de lealtades fundamentales, sustentadas en la concesión que se les hacía a sus amigos de la nobleza, de monopolios comerciales, tierras, liberación de impuestos, y acceso a la información mercantil, que le facilitaban mantener una simpatía tirante con monarcas poderosos y sobre todo muy varoniles, como el francés o el español, quienes con una constancia soberbia mantenían vigilancia y cuidado sobre todas y cada una de las jugadas de la reina inglesa. Ésta se había vuelto un enemigo feroz y un aliado indiscutido, cuando se trataba de hacer frente a las amenazas del imperio español, siempre al acecho de lo que estuviera sucediendo entre las monarcas inglesa y escocesa.

"La empresa de construir Inglaterra" según decía la reina, a quien algunos (como Sir Walter Raleigh) llamaban Cynthia o la Diosa Luna, por su constante presencia y luminosidad en los momentos más difíciles del desarrollo de la nación inglesa, era un tema que se discutía y un proyecto que se construía en comunidad, no unilateralmente39. A Raleigh, por su parte la reina lo llamaba "Water", para evocar su gran dominio sobre las aguas. Pero también se había llegado al extremo de sostener que el cuerpo de la reina no le perteneceía, era propiedad del estado. De tal manera que incluso sus períodos menstruales eran materia de preocupación civil. Lo que revela hasta qué punto los asuntos personales y de la monarquía se cruzaban.

Para ello, cada vez que la reina y sus más fieles servidores descubrían un complot, como el que organizaron algunos varones escoceses para reinstalar a María Estuardo en el poder, la soberana les pagaba despojándolos de sus riquezas y transfiriéndolas a quienes los hubieran descubierto. Igualmente, ésto provocaba una especie de paranoia de palacio, mediante la cual cada uno vivía vigilante de los movimientos del vecino, puesto que el botín con frecuencia era muy generoso40. La cosa se complicaba si por ejemplo, como insistía la reina de los escoceses, se ignoraban tratados y compromisos firmados con la reina de Inglaterra. Uno de esos tratados fue el de Edinburgo de 1559, por el que la reina de Escocia (católica ferviente ella misma) se comprometía a no reinstalar el catolicismo en su reino, a que su hijo Jaime VI fuera educado en Inglaterra, y a no aspirar a la corona de esta última hasta que Isabel hubiera muerto41. Un tratado así estaba diseñado para amarrar las lealtades de los varones de Escocia, a fin de que se limitaran las posibilidades de invasión por parte de España o de Francia, aliados cautelosos pero consistentes de los monarcas escoceses. Y de esta manera la reina de Inglaterra, lograba protegerse las espaldas. Pero cuando este tipo de compromisos entre "caballeros" se rompían o se violentaban, la reina de Inglaterra sobre todo era despiada y cruel, tanto así como para que aquellos involucrados terminaran en la más absoluta pobreza, el hambre, el desamparo y el ostracimso totales.

Por eso es difícil comprender la política exterior diseñada por la monarca inglesa durante su reinado, si no tenemos presente que los acuerdos firmados con ella eran compromisos de vida omuerte. Así había sido originalmente articulada la plataforma diplomática inglesa por Enrique VIII, su padre, y así continuaría hasta la revolución del siglo XVII, cuando se sometió a revisión el criterio de poder absoluto del monarca, y entonces los compromisos perdieron su carácter de pactos de sangre, es decir, su perfil medieval42.

María Estuardo fue finalmente decapitada en 1587, y el funcionario que ejecutó la orden fue castigado y humillado por Isabel I, en virtud de que la mujer-reina-rey sufrió un largo y tormentoso proceso hacia la decisión final, después de que se descubriera la participación de la reina escocesa en el complot para asesinar a la de Inglaterra. Isabel I exigía una lealtad absoluta, muy semejante a la que esperaba de sus súbditos el personaje de la historia de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas. Se trataba de una lealtad, cuyo contenido ideológico y potencial político venía medido no por la obediencia que se le mostrara a la reina en sus decisiones más descabelladas, sino porque la reina partía de la base de que se le debía lealtad al trono, a la corona, a los emblemas más preciados de la institucionalidad inglesa43. En este caso, el amor que se le proporcionara a la reina, estaba en proporción directa al nivel de integridad logrado por la misma para articular los componentes más desperdigados de la unidad nacional. Así resulta muy fácil sostener la tesis de que la reina Isabel I es quien supo imaginar con más certeza en la realidad, lo que significaba la monarquía para identificar a cabalidad la idea de lo nacional en los orígenes mismos del Estado absolutista británico. La confrontación con otros poderes extranjeros como el español o el francés, evidenciaba la necesidad de la monarquía inglesa por amacizar los fundamentos, detrás de la reina Isabel I claro está, sobre los cuales reposaba el poderío cultural, económico, social y político de la nación inglesa.

Cuando finalmente la armada española fue destruida en 1588, la idea de unidad nacional se vuelve operativa y permite explicar con solvencia las supuestas acusaciones de tiranía que alguna vez enturbiaron las decisiones tomadas por Isabel I, ya fuera para deshacerse de los barones que complotaron contra ella en algún momento44, o para decapitar a la reina de los escoceses acusada de otro complot cuya fachada religiosa se expresa en la ejecución política de la independencia del pueblo de Escocia45.

La capacidad de negociadora, talentosa y fuerte, que tuvo durante su reinado Isabel I no está en discusión. Ya fuera con la nobleza, la iglesia, la burguesía mercantil o incluso con los piratas al estilo de Sir Walter Raleigh, sus negociaciones siempre llevaron el signo del vigor y la vitalidad. Sin temor alguno para la intriga, con el fin de defender su trono, Isabel I se vio involucrada en la toma de decisiones que tradicionalmente le habían pertenecido a los hombres. En un período en el cual las mujeres no podían siquiera actuar en el teatro (puesto que los papeles femeninos era asumidos por varones)46, la presencia protagónica de Isabel se yergue con una magnificencia cuyo valor sólo podría ponderarse a través del hecho de haberse atrevido a fortalecer la institucionalidad monárquica. Es decir, su creencia en ella nos permitió razonar, sistematizar y combatir mejor las expresiones más acabadas del absolutismo. Sin los excesos del poder monárquico con Isabel I nos veríamos en problemas para poder explicar el parlamentarismo burgués de la revolución que tiene lugar en el siglo siguiente.

Por eso es que, en el apartado siguiente hablaremos, para concluir este capítulo, sobre la reina Isabel I como fundadora del imperio británico. Ella requirió de una enorme disciplina de trabajo, mucha dedicación a la tarea de saber escuchar, y una gran capacidad ejecutiva que, aunque producto del dolor y la indecisión, la hicieron en un momento llegar a ser la reina más odiada de Europa, sobre todo después de haber eliminado a su rival más bella e inteligente, María Estuardo de Escocia.

ISABEL I: FUNDADORA DEL IMPERIO BRITÁNICO.

Sería en verdad sencillo empezar sosteniendo que el imperio británico fue construido a partir de dos componentes coyunturales: 1-la creación de la unidad nacional, que terminó girando alrededor de la monarquía después de la eliminación de María Estuardo en 1587, y 2- la derrota de la armada española en 1588, que puso el control del comercio marítimo en posesión de los ingleses de forma incuestionable. Sin embargo, creemos que algunos otros ingredientes deberían ser añadidos a esta explicación, si queremos tener un panorama menos materialista y sí un poco más cultural del desarrollo de la construcción del imperio durante el reinado de Isabel I.

Los ingredientes adicionales a los que nos referimos pueden ser dos más: 1- el aspecto ideológico-cultural que soporta los despliegues de poder que hace la monarquía inglesa en manos de Isabel, y 2- el papel jugado por algunas figuras esenciales en ese sentido, como es el caso de la misma reina, y de algunos otros personajes dignos de mención por haber llegado a ser el apoyo cierto de la monarquía, en ese proyecto de engrandecimiento material y cultural de la nación inglesa, a costa del enfrentamiento y de la destrucción de otros rivales con un proyecto imperial idéntico.

"El período isabelino" no es llamado así por una motivación frívola o porque los historiadores ingleses de la monarquía estén tan preocupados por una cuestión "nominalista" (ponerle nombre a todo) que no se les escape nada a lo que no hayan bautizado como creían conveniente. Si el asunto fuera simplemente de nombres o calificaciones este apartado de nuestro ensayo bien podría rematarse en cuestión de unas cuantas líneas. Pero el término "período isabelino" es un poco más rico de lo que las palabras evocan respecto a la mujer que le da justificación.

En el momento en que la invasión española se vuelve más tangible que nunca, la reina no se ahorra ni un solo esfuerzo para obligar a los ricos, a los cortesanos, a los nobles y a la iglesia a participar en el proceso de enfrentar la amenaza. Intentos anteriores de formar una alianza con Francia, a través de posibilidades de matrimonio (con el Duque de Anjou) no cuajaron sobre todo por la reticencia de la reina de pasar el mando a su eventual consorte. La guerra comercial contra España forzó la imaginación de la reina para cobrar impuestos, hacer préstamos a bajo interés, reunir hombres, adquirir armas y atraer a los mejores estrategas militares de que podía disponerse, pues el asunto llegó un momento en que dejó de ser sólamente comercial y se tornó en una cuestión nacional.

Isabel paticipó activamente en la convocatoria militar, reunió a sus hombres, los arengó con pasión y fuerza, incluso se atrevió a dar consejos militares, cuando nadie le prestaba atención. Esto la volvió ante los ojos de su pueblo en la principal motivación para hacer frente a los supuestos agresores españoles. Más aún cuando Inglaterra se estaba involucrando cada vez má en las guerras de independencia que sostenían los holandeses contra la dominación española, y cuando el papado invitaba abiertamente para que los católicos ingleses se rebelaran y se deshicieran de una reina excomulgada y profundamente odiada por los papistas de toda Europa.

La destrucción de la armada española entonces, no fue algo gratuito, producto de la buena suerte o del apoyo de los dioses. La armada inglesa, como ya dijimos páginas atrás, había sido creada por Enrique VIII en vista de la enorme riqueza que pasaba por sus narices traída por los españoles y portugueses desde América, y que terminaba en manos de banqueros genoveses y venecianos. Ellos querían una parte de ese botín y para ello surgieron hombres con la capacidad y el coraje para crear una red de informantes y piratas que mantenían a la reina al tanto del movimiento de las flotas españolas y portuguesas. Hombres como Francis Drake y Walter Raleigh fueron figuras fundamentales en el desarrollo del proceso de destrucción y sabotaje de la estructura comercial montada por los españoles desde principios del siglo XVI. Y es que se veía muy mal que cada vez que Drake llegaba a puertos ingleses con sus barcos cargados de mercancías española robadas, la reina recibiera regalos procedentes de ese botín, y todavía más, terminara cenando con él en su barco, para darle la bienvenida47. Drake también en su momento recibiría como premio una hacienda de más de 40,000 acres en Irlanda por sus dedicados servicios a la reina48.

Pero para recibir este tipo de regalos de parte de Su Majestad, era necesario haber llegado a integrarse efectivamente en el mecanismo ideológico que ella tuvo el talento para articular a lo largo de sus 45 años de reinado. Isabel siempre tuvo temor de que una invasión española tuviera lugar desde Irlanda, puesto que aquí los ingleses eran profundamente odiados, sobre todo por su arrogancia de considerar a los irlandeses un pueblo de salvajes, sin ningún grado de civilización. El agravante era el catolicismo de los irlandeses. Por otro lado, también temía una invasión procedente de Francia a través de Escocia, a quienes también veían como primitivos y muy toscos. Este proceso de visualización de Irlanda y Escocia como reinos de la estupidez y el salvajismo bien podría decirse que son los primeros capítulos del libro sobre colonialismo y colonización que la monarquía inglesa empezaría a escribir durante el siglo XVI y sería continuado de manera profunda y acabada durante el siglo XIX, con la reina Victoria (1837-1901).

Pero al mismo tiempo que el Renacimiento le devuelve a la civilización occidental su instrumento más poderoso para apropiarse del mundo: la razón, le devuelve también su capacidad para destruirlo, utilizando como excusa precisamente a la misma razón. Hasta la llegada de los nazis en el siglo XX será difícil encontrar esfuerzos tan notables como los que se hicieron en el siglo del Renacimiento para justificar "racionalmente" los desmanes colonialistas de españoles, ingleses, franceses e italianos.

En William Shakespeare (1564-1616), Christopher Marlowe (1564-1593), John Milton (1608-1674), Francis Bacon (1561-1626), Edmund Spenser (1552?-1599) y otros, encontramos las justificaciones más elaboradas para que la reina Isabel tuviera el soporte ideológico que necesitaba para atacar y someter a Escocia e Irlanda, y también para legitimar sus guerras comerciales con España. El brazo armado digamoslo así, el instrumento de las decisiones ejecutivas de la reina, para que sus prejuicios culturales e ideológicos se hicieran efectivos eran hombres como Drake, Raleigh, Dudley, Cecil, Walsingham, Hatton, y otros muy vinculados a la maquinaria ideológico-militar que se venía elaborando con esmero y dedicación desde Enrique VIII49.

Uno encuentra en obras como LA TEMPESTAD de Shakespeare (no olvidemos a Rodó) las justificaciones seminales del colonialismo inglés50. Libros y artículos recientes han abordado estos problemas con una perspectiva metodológica y teórica de gran utilidad, puesto que permiten una lectura de ese tipo de obras hasta ahora pocas veces realizada51. Se trata de encontrar la metáfora y describir, analizar y comprender la génesis de la misma desde los textos básicos que la han hecho posible, como instrumento legitimador de la ideología colonialista. Hay autores con los que este procedimiento es muy sencillo, como es el caso de Rudyard Kipling (1865-1936), debido en gran parte a la simpleza de su planteamiento pro-imperialista. Pero con otros no resulta tanto así, puesto que la sutileza y el grado de elaboración ideológica está tan bien logrado, que se requiere de un agudo y laborioso procedimiento de desmonte semiológico para comprender la trayectoria y el objetivo de la propuesta colonialista52.

El panorama se vuelve más complejo cuando al mismo tiempo se incluyen en el juego analítico otros ingredientes, como son la idea de la nacionalidad, la cuestión de género y el valor de las expresiones políticas como la monarquía. Todo ello debería estar articulado a una plataforma que permita hacer lecturas más críticas de obras como DR. FAUSTUS de Marlowe, UTOPÍA de Tomás Moro (1478-1535), o LA TEMPESTAD de Shakesperare. Pero resulta que esta clase de empresas no es simple y requiere de un trabajo sistemático y concienzudo de las obras que se estudian.

Poco podríamos enfatizar la enorme fuerza que tiene la influencia de los geógrafos y los astrólogos para la configuración de la idea imperial en la Inglaterra isabelina. John Dee (1527-1608), a quien hoy algunos recuerdan como un astrólogo extraordinario, ocultista y mago53, debería ser, junto con Walter Raleigh (1552?- 1618), estudiado como uno de los principales ideólogos del imperialismo temprano de los ingleses54. Los trabajos de Dee iban orientados a tratar de demostrar la inevitable perentoriedad de que la cultura inglesa se impusiera al resto del mundo. Partía de la base de que la razón ( pintada en las estrellas) así lo indicaba. Lo curioso de todo ésto es que cuando Isabel asume el poder en 1558, la monarquía no tiene claro ningún proyecto imperialista, colonialista o expansionista al menos. Cosa que sí podríamos decir de la monarquía española.

Pero la visión de la cultura inglesa como superior y separada del resto del mundo, se sustentaba en tres principios no siempre explícitos en el quehacer de la política y la cultura del Renacimiento inglés: 1-la creencia de que el mundo podía ser medido y nominado, es decir controlado. 2-la creencia de que la superioridad de la cultura inglesa era un dictado divino y que por ello otros pueblos del planeta debían ser sometidos por ella. 3- la necesidad de auto-definirse como ingleses y hombres civilizados superiores, que les permitiera distinguir la inferioridad cultural del otro. Por eso en las obras de Marlowe todos los escenarios de sus obras son ambientes exóticos y extraños para el común de los ingleses. Lo mismo sus personajes, quienes siempre tienen una visión del mundo que no encaja con el concepto de civilización que aquellos manejaban. Es que los españoles ya le habían puesto nombre a casi todo lo que se había descubierto, nombres femeninos sobre todo, lo que explica en alguna medida el cruce que se produce entre colonialismo y género, cuando la colonización es definitivamente una forma de violación. No en vano Raleigh llamó Virginias a sus primeras colonias en América55.

La unión de las coronas inglesa y escocesa en 1603, así como la creación de Gran Bretaña en 1707, después del sometimiento definitivo de Irlanda y Escocia, no son suficientes explicaciones para entender el diseño de la unidad nacional detrás de la idea de la creación de un imperio. Anthony Pagden ha identificado tres diferentes usos del término imperio, todos en tono clásico y todos bien conocidos en la época isabelina. Un primer trazo sería aquel que nos indica que un imperio es un estado auto-suficiente y omni-competente. Un segundo trazo nos dice de un monarca que gobierna de manera absoluta sobre una área determinada. Y un trazo final nos habla de la dominación que ejerce un monarca "cristiano" sobre múltiples áreas geográficas simultáneamente56. Estos tres conceptos tienen su matriz más remota en el ejercicio imperial de los romanos, pero nos sería muy difícil entender la misma idea en la cabeza de Isabel, sin mencionar el escenario histórico que la hizo posible en el siglo XVI inglés, un siglo entre otras cosas definido por la cercanía que existe entre el monarca y sus consejeros, quienes son los responsables de haber arquitecturado una idea todopoderosa y que será ampliada y profundizada en el siglo XIX. No olvidemos que a ciencia cierta los verdaderos interesados en la creación del imperio, los creadores del proyecto fueron los comerciantes, los mercaderes, y los políticos, no tanto la monarquía en sí misma. De tal manera que la cercanía de que hablamos reposa sobre las posibilidades que deja la reina, los espacios que ella abre para que los ricos puedan enriquecerse más fomentando la necesidad de expandirse y explotar otros pueblos y otras regiones. La monarquía isabelina no es simplemente una tiranía, es un haz complejo de factores en los que están articulados la iglesia, la nobleza, la burguesía, la corte y finalmente la reina. En esta ocasión particular, la personalidad de Isabel sobresale por su vitalidad, su visión y su fuerza, no tanto porque haya podido estar por encima de la situación histórica que le tocó en suerte, cosa a todas luces imposible.

El siglo XVI inglés además tiene otra particularidad. A pesar del analfabetismo generalizado que existe en Inglaterra en ese momento, la imprenta va a jugar un papel decisivo para la promoción de los valores imperiales que circulan entre los sectores cultos de la corte. Escribir y leer son actividades que tienen un perfil político e ideológico de enorme potencia y algunos de los consejeros de la reina tienen ésto perfectamente claro. Pero también Shakespeare, cuando en su obra LA TEMPESTAD, nos desarrolla el efecto multiplicador que tienen la lectura y la educación para construir la nación y civilizar a los pueblos "atrasados y primitivos" de otras partes del planeta57. La imprenta facilitó la expansión del circulo de cultores de la idea de imperio. Y la reina compartió la oferta propagandística que le hacía la imprenta, cuando en algunos de los libros de viajes que se publicaban entonces, en el frontispicio, ella aparecía al lado de las diosas griegas que representaban la sabiduría, el poder, la guerra o simplemente las ciencias. Lo que queremos decir es que ninguno de los detalles que podían haber compuesto la construcción de la idea de imperio, fue descuidado por Isabel I.

REFLEXIÓN FINAL.

ISABEL I (1533-1603).

Para cerrar este trabajo creemos conveniente hacer algunas observaciones. La reina Isabel I de Inglaterra es una figura decisiva para entender los inicios de la modernidad en ese país y en el resto de Europa. Lo que significa que con ella se cierra una parte importante de la historia medieval y cristalizan los nuevos elementos que harán posible el despegue del sistema capitalista. A partir de ahí los patrones de crecimiento del sistema mundial en Inglaterra serán imparables y todo ello debido a las gestiones y a la visión sostenidas por una reina que creyó factible la grandeza de su nación. La labor de Isabel I en Inglaterra, ya lo hemos dicho varias veces, nos posibilita una mejor comprensión del reinado de Victoria, varios siglos después. Pero, a pesar del acercamiento "foucaltiano" (siguiendo a Michel Foucault) que podamos hacer de la personalidad de la reina y de la institucionalidad por ella construida, nunca acabaremos de enfatizar el hecho de que la fuerza y la magia de su personalidad fueron ingredientes esenciales en el fortalecimiento de la monarquía, del absolutismo y y de todos aquellos elementos que harían posible las revoluciones burguesas de los dos siglos siguientes.

No queremos entrar en el viejo debate historiográfico sobre el papel del individuo en la historia, ni tanto, otra vez como decía Foucault, en la discusión sobre el sustento psico-social de las estructuras del poder, pero no se puede olvidar jamás que su condición de mujer particulariza el reinado de Isabel I de Inglaterra y lo convierte en uno de los más vigorosos y progresistas de que tenga memoria la historia de Occidente. Durante los 45 años que dirigió los destinos de esa nación, la economía inglesa llegó a convertirse en la más poderosa de Europa noratlántica. Sin ella, el siglo XVII sería un hoyo difícil de explicar. Y el progreso que se produce en el XVIII no nos permitiría comprender los cambios que ocurrirán en el XIX. El desarrollo de la cultura y la civilización alcanzaron en Inglaterra entonces niveles rara vez superados hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918). El estudio del reinado de Isabel I seguirá siendo un requisto clave para asimilar la transformación experimentada por la historia de la cultura occidental durante los últimos quinientos años. Y sobre todo de la mujer.

CITAS.

1 "Lecturas de infancia". En EMANCIPACIÓN DE LA MUJER (Heredia, Costa Rica: Editorial de la Fundación UNA. 1999. Cuadernos del Centro No. 11. Centro de Estudios Generales ) P. 33.

2 QUESADA MONGE, Rodrigo. RECUERDOS DEL IMPERIO. LOS INGLESES EN AMÉRICA CENTRAL (1821-1915) (Heredia, Costa Rica: EUNA. 1998) 460 páginas.

3 FUENTES, Carlos. EL ESPEJO ENTERRADO. (México: Fondo de Cultura Económica. 1992).

4 PAGDEN, Anthony. LORDS OF ALL THE WORLD. IDEOLOGIES OF EMPIRE IN SPAIN, BRITAIN , AND FRANCE, 1500-1800. (Yale University Press. 1995). Hay una versión al español.: SEÑORES DE TODO EL MUNDO. IDEOLOGÍAS DEL IMPERIO EN ESPAÑA, INGLATERRA Y FRANCIA EN LOS SIGLOS XVI, XVII Y XVIII (Barcelona: Península. 1997) 315 páginas. Traducción de Dolores Gallart Iglesias.

5 LEVEQUE, Pierre. LA AVENTURA GRIEGA (Barcelona: Labor. 1967).

6 BOORSTIN, Daniel. LOS DESCUBRIDORES (México: Crítica. 1987).

7 PARRY, J.H. THE DISCOVERY OF THE SEA (University of California Press, Berkeley and Los Angeles. 1974). Existe una traducción al español hecha por Jordi Beltrán : EL DESCUBRIMIENTO DEL MAR (Barcelona: Crítica. 1989).

8 HIBBERT, Christopher. THE VIRGIN QUEEN. ELIZABETH I, GENIUS OF THE GOLDEN AGE. (Perseus Books, Reading, Massachusetts. 1991).

9 KAMEN, Henry. NACIMIENTO Y DESARROLLO DE LA TOLERANCIA EN LA EUROPA MODERNA (Madrid: Alianza. 1987. Traducción de María José del Río). Cap.8.

10 HIBBERT, Christopher. Op.Cit. P. 27.

11 Idem. Loc. Cit.

12 BENNASSAR, Bartolomé. LA EUROPA DEL RENACIMIENTO (Madrid: Anaya. 1989) P. 78.

13 HELLER, Agnes. EL HOMBRE DEL RENACIMIENTO (Barcelona: Península. 1980) Pp.58-59.

14 HILL, Christopher. THE ENGLISH REVOLUTION. 1640. (Londres: Lawrence and Wishart Ltd. 1976). Pp. 27-44.

15 Idem. REFORMATION TO INDUSTRIAL REVOLUTION, 1530-1780 (Londres: Penguin Books Ltd., Harmondsworth, Middlsex. 1969). Hay traducción española: DE LA REFORMA A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. 1530-1780. (Barcelona: Ariel. 1980. Traducción de Jordi Beltrán). Pp. 81-93.

16 TENENTI, Alberto. LA FORMACIÓN DEL MUNDO MODERNO (Barcelona: Crítica. 1985) P.293.

17 KING, Margaret L. WOMEN OF THE RENAISSANCE. (The University of Chicago Press. 1991) Pp.210-211..

18 Idem. Loc. Cit.

19 Idem. Loc. Cit.

20 HIBBERT, Christopher. Op. Cit. Pp. 39-60.

21 Idem. Loc. Cit.

22 KING, Margaret L. Op. Cit. P. ix.

23 Idem. Op. Cit. Pp.158-159.

 

24 LUKÁCS, Georg. EL ASALTO A LA RAZÓN (Barcelona: Grijalbo. 1976). Capítulo II y página 580.

25 HIBBERT, Christopher. Op. Cit. Pp.113-122.

26 KING, Margaret. Op. Cit. P. 207.

27 BENNASSAR, Bartolomé. Op. Cit. P. 78.

28 KING, Margaret. Op. Cit. P. 159.

29 BOORSTIN, Daniel. Op. Loc. Cit.

30 CHAUNU, Pierre. CONQUISTA Y EXPLOTACIÓN DE LOS NUEVOS MUNDOS (SIGLOS XVI). (Barcelona: Labor. Colección Nueva Clío. 1983) Vol. 26. Capítulo III. Pp. 91-113.

31 WALLERNSTEIN, Immanuel. EL MODERNO SISTEMA MUNDIAL. LA AGRICULTURA CAPITALISTA Y LOS ORÍGENES DE LA ECONOMÍA -MUNDO EUROPEA EN EL SIGLO XVI. (México: Siglo XXI. 1979) Capítulo 3. Pp. 187-233.

32 KENNEDY, Paul. THE RISE AND FALL OF THE GREAT POWERS. ECONOMIC CHANGE AND MILITARY CONFLICT FROM 1500 TO 2000 (New York: Random House. 1987) Capítulo 2. Pp. 31-70.

33 DOUMERC, Bernard. "Un peuple de marins: le Vénitiens". En L´HISTOIRE (Paris, No. 238, Décembre 1999) Pp. 78-83.

34 COLÓN, Cristobal. TEXTOS Y DOCUMENTOS COMPLETOS. Prólogo y nostas de Consuel Varela. (Madrid: Alianza. 1982). Pp. VII-LXII.

35 WALLERNSTEIN, Immanuel. Op. Loc. Cit.

36 PAGDEN, Anthony. Op. Loc. Cit.

37 HIBBERT, Christopher. Op. Cit. P. 107.

38 Idem. Loc. Cit.

39 GRAVES, Robert. LA DIOSA LUNA (Madrid: Alianza. 1994. Traducción de Luis Echávarri.) P.646.

40 HIBBERT, Christopher. Op.Cit.P.181.

41 Idem. Loc. Cit.

42 HILL, Christopher. Op. Cit.1976. P. 60.

 

43 GRUBBS, Pete. "Loyalty as an Elizabethan Practice: Establishing the Queen´s Power" En EARLY MODERN LITERARY STUDIES (EMLS). Conference Materials: Papers and Proceedings. 1993.

44 THE TRIAL OF THE EARLS OF ESSEX AND SOUTHAMPTON (1601). THE ARRAIGNMENT, TRYAL, AND CONDEMNATION OF ROBERT EARLO OF ESSEX. For Thos. Barrett, Sam. Heyrick, and Matth. Gillyflower, 1679. Edited for the WWW by Margaret Pierce Seccara. 1999 (http://www.renaissance.dem.net/trial/index/html.). Es el documento central para conocer del complot organizado por los condes de Essex y Southampton con el fin de asesinar a la reina.

45 HIBBERT, Christopher. Op. Cit. Pp.203-218.

46 A COMPENDIUM OF COMMON KNOWLEDGE. 1558-1603. ELIZABETHAN COMMONPLACES FOR WRITERS, ACTORS, AND RE-ENACTORS. Writen and edited by Maggie Seccara. Spring 1998. 5th. Edition Expanded, corrected, and amended incorporating all previous editions and appendices designed for the WWW by Paula Kate Marnor. (http//www. renaissance.dm.net/compendium/ ).

47 HIBBERT, Christopher. Op. Cit. P. 219.

48 CHEYNEY, E.P. HISTORY OF ENGLAND FROM THE DEFEAT OF THE ARMADA TO THE DEATH OF ELIZABETH (Londres, nueva edición, 1948) Vol. 2. Pp. 129-135.

49 Idem. Loc. Cit.

50 SHAKESPEARE, William. "The Tempest". En THE COMPLETE WORKS (Gramercy Books, New York. 1975) Pp. 1-23.

51 CHEYFITZ, Eric. THE POETICS OF IMPERIALISM. TRANSLATION AND COLONIZATION FROM THE TEMPEST TO TARZAN. (University of Pennsylvania Press, 1997). PRATT, Mary Louis. OJOS IMPERIALES. (Universidad de Quilmes. 1997). HOPKINS, Lisa. "And shall I die, and this unconquered?: Marlowe´s Inverted Colonialism". En EARLY MODERN LITERARY STUDIES (EMLS). 2. 2. Agosto de 1996. Vol. 1. Pp. 1-23. LAKOWSKI, Romuald. "Utopia and the Pacific Rim: The Cartographical Evidence". En EMLS. 5.2. Setiembre de 1999. Vol. 5. Pp. 1-19. KOCH, Marc. "Ruling the World: The Cartographic Gaze in Elizabethan Accounts of the New World". En EMLS. 4.2. Special Issue No. 3. Setiembre de 1998. Vol. 11. Pp. 1-39. CORMACK, Lesley B. "Britannia Rules The Waves?: Images of Empire in Elizabethan England". En EMLS. 4.2 . Special Issue No. 3. Setiembre de 1998. Vol. 10. Pp. 1-20. CAREY-WEBB, Allen. " National and Colonial Education in Shakespeare´s THE TEMPEST." En EMLS. 5.1. Mayo de 1999. Vol. 3. Pp. 1-39.

52 CHEYFITZ, Eric. Loc. Cit.

53 YATES, Francis. THE OCCULT PHILOSOPHY IN THE ELIZABETHAN AGE (Londres: Routledge and Kega Paul Ltd. 1979) Capítulo VIII. Pp. 136-155.

54 CORMACK, Lesley. Op. Loc. Cit.

55 HOPKINS, Lisa. Op. Loc. Cit.

56 PAGDEN, Anthony. Op. Loc. Cit.

57 CAREY-WEB, Allen. Op. Loc. Cit.

 

Rodrigo Quesada Monge (1952), historiador costarricense con publicaciones en varias revistas de América Latina. Tiene nueve libros sobre la historia económica, social y cultural de América Central y del Caribe. Premio Nacional (1998) de la Academia de Historia y Geografía de su país.

 
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