Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 7

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 73
Junio 2005

LOS PEORES ENEMIGOS
DEL ARTE Y EL PENSAMIENTO

Por : Martín Riva

Los peores enemigos del arte y el pensamiento seremos siempre los propios artistas y pensadores; si logramos que nuestro comportamiento sea el adecuado, al menos el comportamiento de aquellos que dirigen el arte y el pensamiento, el resto de los enemigos, imposibilidades e inconvenientes que ahora hacen arduo, lento o erróneo el desarrollo del arte y el pensamiento, no serán, muchos de ellos, demasiado nocivos o peligrosos, y ninguno resultará indestructible. Aunque nuestro comportamiento sea el adecuado, siempre tendremos que considerarnos como los peores enemigos pasivos o al acecho. Desde que se tiene conocimiento de la existencia humana, aquellas personas que están capacitadas para pensar y crear, han modificado el universo, real o imaginario. Ya no es tiempo de culpar a los Estados, necios, vulgares, enemigos del arte y el pensamiento, pues es posible llegar al gobierno de ese Estado, o bien, hacer inútiles sus políticas necias y hostiles. El avance de las tecnologías, la facilidad de comunicarse, la posibilidad de movilizarse, reunirse, y hasta de huir o esconderse, son muchas. Tampoco es imposible conseguir el dinero y los recursos necesarios para desarrollar el arte y el pensamiento. Además, ciertos Estados se ocupan o quieren ocuparse para que el arte y el pensamiento crezcan. Por otro lado, es claro que si alguna vez el poder era unilateral, es decir, que lo tenía el Estado, ahora se trata de varios componentes que luchan por decidir. En muchos casos, las políticas de un Estado para con el arte y el pensamiento ni siquiera son corruptas ni hostiles, sino bien intencionadas aunque obtusas. Tampoco hay que culpar a los que no disfrutan o no comprenden o no les interesa el arte y el pensamiento. No todos podemos crear y pensar, o percibir esas creaciones y pensamientos.

No creo que crear y pensar tenga mayor valor que repetir y hacer. El que ocupa su lugar es tan grande como el más grande. Por eso, mientras los artistas y pensadores continuemos delegando o postergando el desarrollo del arte y el pensamiento, seguiremos siendo nuestros peores enemigos activos. Nosotros deberíamos dominar el mercado del arte y el pensamiento.

No siempre la demanda produce la oferta. No siempre hay que ceder o aceptar el discurso de los otros. El mercado del arte y el pensamiento, mayoritariamente, está ofertando y vendiendo lo feo, lo vulgar, lo obtuso, lo ajeno al arte y al pensamiento, pues, entre otras cosas, cree que es la única manera de aumentar o mantener sus ingresos económicos. Pero esto es un error; es un error de mercado y un error social, político, ético, etcétera. La gente puede acostumbrarse a consumir otras cosas. Los beneficios de un mundo civilizado son innegables; los perjuicios de un mundo como el que tenemos, también lo son. Lo que sucede es que hay que renovar el concepto de civilización (cuando algo se agota hay que renovarlo); lo que se ha aceptado hasta ahora como civilización. Esta modificación tiene en el arte y el pensamiento un eje central. Para una persona que puede crear, que puede pensar, que puede también repetir y hacer, y, por supuesto, amar o matar, ve como bárbaros a aquellos que no alcanzan ni siquiera a lo mínimo para ser una persona civilizada, según el presente y viejo concepto. Mientras se esté cómodo con lo viejo será difícil, no ya cambiar, sino buscar lo nuevo. Lo nuevo suele despertar objeciones. Quizá sea bueno que así suceda. Creo que hay que buscar el deseo para poder encontrarlo; creo que hay que actuar para tener la posibilidad de gozar.

No hay duda de que mientras sea posible avanzar en lo que creemos mejor, y mientras se pueda mejorar algo, habrá que mejorarlo, pese o gracias a todo. Tal vez el arte y el pensamiento nos puedan ayudar. Tal vez sea favorable que los artistas y pensadores comiencen a dirigir, a hacer algo, además de producir sus obras; no tanto para estar comprometidos con la sociedad (aunque esto no estaría mal o estaría bien), sino para que, inicialmente, su propia obra pueda favorecerse. De lo contrario, los discursos que acostumbran a promulgar (quejas, opiniones), ya sea para sí o para otros, con respecto a cómo hacer para que el arte y el pensamiento se desarrollen, no tendrán demasiada validez, pues nadie está obligado a ayudarlos, es decir, si quieren que les vaya mejor, hagan algo propicio (dejé de incluirme porque nunca lo estuve, era sólo un recurso retórico). Ante la pregunta de qué es lo propicio, habrá que reunirse a pensar, a probar actos concretos; dudo que desde el aislamiento se vaya a publicar una serie de libros que favorezcan a la literatura; dudo que desde el aislamiento se pueda hacer un programa de televisión o de radio, que, más o menos, tengan que ver con el arte y el pensamiento; dudo que desde el aislamiento se puedan realizar muestras, dictar clases, leer poemas en público, hacer y dialogar sobre y a partir de lo que nos interesa.

 

 




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