Santiago de Chile.
Revista Virtual. 
Año 1
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 7.
12 de Julio
al 12 Agosto 
de 1999.

  LOS "SUREÑOS"

Desde Alemania,
Cheo Morales H.
Frankfurt a.M.- Alemania.

¡Norte oscuro, aguacero seguro!

Provengo de un país largo, larguísimo, donde casi cualquier parte del territorio es el Sur. Recuerdo que en mis estadías en el Norte, por allá en Antofagasta o Arica, todos me decían el "sureño", a pesar que venía tan solamente de Valparaíso; bueno, cuando me encontraba en el Puerto (Así llamamos a Valparaíso, o bien, Perla del Pacífico) la gente hablaba de los sureños, no importa que estos fueran tan sólo de Rancagua o de por ahí, de Colchagua, no más! Imagínense de los que verdaderamente son sureños, como por ejemplo de Puerto Montt o Punta Arenas, a estos, a veces le llamaban los "australes", o sea, más sureños todavía.

Desde que tengo noción de las cosas de la vida y, entre éstas, de la geopolítica y las culturas de los seres, siempre me ha llamado la atención esta división natural de las cosas, las gentes y las ideas. Y no estoy hablando de la división de las clases sociales, aunque si podría ponerme a pensar que en el fondo algo de sentido tiene escarbar en el baúl de la Historia, ya que por conclusión la naturaleza se encargó, en su creación de la división de los hemisferios, pero fue el hombre quien acentuó la distribución de las pertenencias. Mucho a ido a dar al Norte y muy poco al Sur. Si hasta en la física se hace tabla rasa del Sur. Y en los sistemas de navegación y otros aparatos de la ciencia, entre éstos, la rosa de los vientos, la brújula, el compás, etc., apuntan siempre hacia al Norte, como si todos tuviéramos que ir hacia allá y dejar el Sur a nuestras espaldas. Cosa curiosa, muchas cosas de mis raíces he ido dejando de lado, mi memoria repleta de recuerdos amontonados sin orden alguno, producto del desorden de los años, muchas cosas, pero de lo que no he podido olvidar es el interés de todos de estar siempre mirando hacia el norte. Increíble, los autobuses, los trenes, las carretas, los animales, estoy por pensar que hasta los insectos también, entran todos, a cualquier parte, por el Norte y salen por el Sur. La lluvia viene por el Norte, lo mismo el viento (menos en verano), las ideas liberales, el progreso y los grandes cambios. El Sur siempre ha sido sinónimo de humedad, de días aciagos, de atraso, de esclavitud y de lucha permanente, sorda, lenta, pero existente.

La primera vez que vine por estos lados, para vivir en una zona geográfica que no es el Sur, y que tampoco es el Norte, caminando por las calles de la urbe me di cuenta que por primera vez había perdido la orientación. Y esto no me ocurría solamente a mí, sino que a todos los sureños, de cualquier parte de nuestra América (a lo mejor a los de otros continentes también), que no sabían dónde estaban parados. Un día, de esos de inviernos en que la claridad comienza mucho después del desayuno y termina antes que nos dé sueño, un amigo de mi propia lengua y costumbres, me dijo, a modo de requerimiento: sabes, compadre, hace días que me estoy preguntando pa' donde está el Norte; estoy más perdido que el teniente Bello. Yo, para salir del paso y no confesar mi ignorancia, le contesté: "al contrario del Sur", por supuesto! - ¡Gracioso!, me dijo. Mira, para que sepas, continúe, Hamburgo está para el Norte y Munich está en el Sur, y nosotros estamos en el centro. Me dejáis donde mismo, replicó, y cambiamos de conversación para no darle más vueltas al asunto. Nos pusimos a conversar de política, y sin querer regresamos a nuestro punto de partida y sin intención tocamos eso de nortinos y sureños, de ricos y de pobres, de frío y caliente, de verde y agreste, etc. Al final quedamos en que las asperezas entre Este y Oeste habían pasado de Guerra Fría a guerra tibia y solapada, pero que al menos todos hablan de esto, pero ¿quién pone sobre el tapete las diferencias del Norte opulento y las miserias del Sur? Cada vez somos menos los que nos paramos bajo la lluvia para ponernos a cavilar sobre la dirección del Norte o del Sur.

Encerrados, por años, en las fronteras de nuestro propio Sur nunca nos ha preocupado en demasía si el de al lado es nortino, del Este o el Oeste. Nos da lo mismo. Decimos, todos los seres humanos somos iguales, vengan de donde vengan. ¡Qué más da! Pero esto ocurre cuando todos somos casi iguales, y no es así en las zonas en que todos son diferentes. Un día pasaba por el centro de Madrid y un rallado mural me llamó la atención: "¡Sudacas, fuera de España!" Llegué a pensar que se trataba de algún equipo de fútbol extranjero que llevaba este tan pomposo nombre, y que no gozaba de las simpatías de los locales. Cuando me enteré de qué iba el asunto me di cuenta que se trataba del más puro, desquiciado y geográfico odio racial. Entonces entré en razón de que los sureños por estos lados, y en otros lados también, somos muy poco apreciados, queridos y aceptados. Para ser franco tanto en los Estados Unidos, como en los países ricos de Europa, el Japón, etc, ser "sureño" es ser un Ser diferente (por el color de la piel, por las -malas- costumbres, lenguaje, etc..); es como si viniéramos de otro planeta. Muchas veces nosotros mismos ayudamos a fortalecer este abismo debido a nuestras propias flaquezas y vacíos, producto de nuestro propio desarrollo y las secuelas y las divisiones, ya no geográficas, sino producidas por el propio ser humano, o sea, por nosotros mismos.

Y para continuar, en otros países, como en Alemania, a los sureños nos llaman "Kanaken", que en lengua germánica no significa otra cosa que "canallas", simplemente. A los italianos, con su cultura de miles de años, le llaman despectivamente "itacas", tal como les puso por nombre Ulises en uno de sus viajes por el mediterráneo, según la leyenda narrada por Homero. Pero si en la misma Italia, la opulenta Norte llama a sus sureños "terrones", para no dejarles de recordar su condición de simples campesinos.

Pese a todo, los sureños seguimos con nuestra porfía de mudarnos al Norte, con la idea fija de conseguir progreso económico y bienestar social. Los nortinos (de Europa, por supuesto), añoran el Sur, especialmente durante las estaciones estivales; por lo tanto, según mi visión del mundo, tanto los de arriba como los de abajo nos necesitamos mutuamente.

Mientras los del Norte viajan al Sur sin mayores problemas y por tiempo corto, sin tener que esconderse de las policías de aduanas ni de fronteras; los sureños viajamos al Norte con el corazón en la mano, muchos lo hacen como polizontes en el fondo de las cubiertas en barcos con banderas de dudosa procedencia, en chalupas en las que más seguro es cruzar el Estrecho a nado (marroquíes que viajan a España), chilenos que entran a Europa y los Estados Unidos disfrazados de marinos mercantes, de estudiantes o, simplemente, de turistas pobres, ya que ni siquiera cuentas con los 500 dólares mínimos, que exigen para entrar en calidad de turista. Los hay muchos que entran como artistas del folclore andino. Estos últimos provienen principalmente del Ecuador.

Los recursos energéticos están distribuidos desigualmente. Los paises industrializados emplean el 90% de toda la energía disponible, mientras gran parte de los habitantes de países en desarrollo deben conformarse con la "energía de subsistencia". Su búsqueda de combustible ocupa una cantidad enorme de tiempo y trabajo, y causa grandes daños a la vejetación.

Se me hiela el corazón cuando veo a nuestros indígenas andinos cruzando las plazas, en las estaciones del Metro o caminando al trotecito lento por las calles de las urbes del Norte como si estuvieran en los mercados de Ayacucho o en Vilcabamba, solos en su soledad andina mascando el chicle a cambio de hojas de coca, cargando mochilas y sacos que contienen chalecos fabricados con la lana de guanacos, llamas y de otros rumiantes, de esos pocos animales que van quedando en las faldas del hemisferio Sur. No hace mucho vi a una familia sureña que salía desde una de las bocas del Metro de París. Todos iban vestidos muy a la europea, pero uno de ellos me llamó la atención, y era que vestía una camiseta del Colo-Colo. Salía del metro como quien viene saliendo del Estadio Nacional después de un buen partido de fútbol.

¡Qué cosas! Tampoco me ha sido raro ver a una colombiana batirse entre la vida y la muerte en un hospital de un país del Norte. En la vagina guardaba no sé cuantas bolsitas de cocaína pura, la que iría a parar al mercado nortino de las drogas. A otro, también sureño, como no, se sintió mal, a más de diez mil metros de altura, en un avión, debido a que una bolsita se le había reventado en el estómago. Este no tuvo suerte, y terminó enterrado en tierra de nadie, sin que en el Sur supieran más de él. Esta es la suerte de ser pobre, traficante y, para rematarla, sureño.

No hace mucho una viejita chilena, que la había traído su hijo para que conociera a sus nietos, de pelos tiesos y rubios, entre conversaciones y pelambres me dijo: "puchas, me gustaría que mi hijo se cambiara más al norte, ya que aquí en el Sur hace mucho frío". No le quise decir que aquí es todo lo contrario que en Chile. El Norte con un frío de muerte y el Sur con una calor que da vida. Me quedé pensando..


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