Desde Alemania,
Cheo Morales H.
Frankfurt a.M.- Alemania.
¡Norte oscuro, aguacero
seguro!
Provengo
de un país largo, larguísimo, donde casi cualquier parte
del territorio es el Sur. Recuerdo que en mis estadías en el
Norte, por allá en Antofagasta o Arica, todos me decían
el "sureño", a pesar que venía tan solamente
de Valparaíso; bueno, cuando me encontraba en el Puerto (Así
llamamos a Valparaíso, o bien, Perla del Pacífico) la
gente hablaba de los sureños, no importa que estos fueran tan
sólo de Rancagua o de por ahí, de Colchagua, no más!
Imagínense de los que verdaderamente son sureños, como
por ejemplo de Puerto Montt o Punta Arenas, a estos, a veces le llamaban
los "australes", o sea, más sureños todavía.
Desde
que tengo noción de las cosas de la vida y, entre éstas,
de la geopolítica y las culturas de los seres, siempre me ha
llamado la atención esta división natural de las cosas,
las gentes y las ideas. Y no estoy hablando de la división
de las clases sociales, aunque si podría ponerme a pensar que
en el fondo algo de sentido tiene escarbar en el baúl de la
Historia, ya que por conclusión la naturaleza se encargó,
en su creación de la división de los hemisferios, pero
fue el hombre quien acentuó la distribución de las pertenencias.
Mucho a ido a dar al Norte y muy poco al Sur. Si hasta en la física
se hace tabla rasa del Sur. Y en los sistemas de navegación
y otros aparatos de la ciencia, entre éstos, la rosa de los
vientos, la brújula, el compás, etc., apuntan siempre
hacia al Norte, como si todos tuviéramos que ir hacia allá
y dejar el Sur a nuestras espaldas. Cosa curiosa, muchas cosas de
mis raíces he ido dejando de lado, mi memoria repleta de recuerdos
amontonados sin orden alguno, producto del desorden de los años,
muchas cosas, pero de lo que no he podido olvidar es el interés
de todos de estar siempre mirando hacia el norte. Increíble,
los autobuses, los trenes, las carretas, los animales, estoy por pensar
que hasta los insectos también, entran todos, a cualquier parte,
por el Norte y salen por el Sur. La lluvia viene por el Norte, lo
mismo el viento (menos en verano), las ideas liberales, el progreso
y los grandes cambios. El Sur siempre ha sido sinónimo de humedad,
de días aciagos, de atraso, de esclavitud y de lucha permanente,
sorda, lenta, pero existente.
La primera vez que vine
por estos lados, para vivir en una zona geográfica que no es
el Sur, y que tampoco es el Norte, caminando por las calles de la
urbe me di cuenta que por primera vez había perdido la orientación.
Y esto no me ocurría solamente a mí, sino que a todos
los sureños, de cualquier parte de nuestra América (a
lo mejor a los de otros continentes también), que no sabían
dónde estaban parados. Un día, de esos de inviernos
en que la claridad comienza mucho después del desayuno y termina
antes que nos dé sueño, un amigo de mi propia lengua
y costumbres, me dijo, a modo de requerimiento: sabes, compadre, hace
días que me estoy preguntando pa' donde está el Norte;
estoy más perdido que el teniente Bello. Yo, para salir del
paso y no confesar mi ignorancia, le contesté: "al contrario
del Sur", por supuesto! - ¡Gracioso!, me dijo. Mira, para que
sepas, continúe, Hamburgo está para el Norte y Munich
está en el Sur, y nosotros estamos en el centro. Me dejáis
donde mismo, replicó, y cambiamos de conversación para
no darle más vueltas al asunto. Nos pusimos a conversar de
política, y sin querer regresamos a nuestro punto de partida
y sin intención tocamos eso de nortinos y sureños, de
ricos y de pobres, de frío y caliente, de verde y agreste,
etc. Al final quedamos en que las asperezas entre Este y Oeste habían
pasado de Guerra Fría a guerra tibia y solapada, pero que al
menos todos hablan de esto, pero ¿quién pone sobre el tapete
las diferencias del Norte opulento
y las miserias del Sur? Cada vez somos menos los que nos paramos bajo
la lluvia para ponernos a cavilar sobre la dirección del Norte
o del Sur.
Encerrados,
por años, en las fronteras de nuestro propio Sur nunca nos
ha preocupado en demasía si el de al lado es nortino, del Este
o el Oeste. Nos da lo mismo. Decimos, todos los seres humanos somos
iguales, vengan de donde vengan. ¡Qué más da! Pero esto
ocurre cuando todos somos casi iguales, y no es así en las
zonas en que todos son diferentes. Un día pasaba por el centro
de Madrid y un rallado mural me llamó la atención: "¡Sudacas,
fuera de España!" Llegué a pensar que se trataba
de algún equipo de fútbol extranjero que llevaba este
tan pomposo nombre, y que no gozaba de las simpatías de los
locales. Cuando me enteré de qué iba el asunto me di
cuenta que se trataba del más puro, desquiciado y geográfico
odio racial. Entonces entré en razón de que los sureños
por estos lados, y en otros lados también, somos muy poco apreciados,
queridos y aceptados. Para ser franco tanto en los Estados Unidos,
como en los países ricos de Europa, el Japón, etc, ser
"sureño" es ser un Ser diferente (por el color de
la piel, por las -malas- costumbres, lenguaje, etc..); es como si
viniéramos de otro planeta. Muchas veces nosotros mismos ayudamos
a fortalecer este abismo debido a nuestras propias flaquezas y vacíos,
producto de nuestro propio desarrollo y las secuelas y las divisiones,
ya no geográficas, sino producidas por el propio ser humano,
o sea, por nosotros mismos.
Y para continuar,
en otros países, como en Alemania, a los sureños nos
llaman "Kanaken", que en lengua germánica no significa
otra cosa que "canallas", simplemente. A los italianos,
con su cultura de miles de años, le llaman despectivamente
"itacas", tal como les puso por nombre Ulises en uno de
sus viajes por el mediterráneo, según la leyenda narrada
por Homero. Pero si en la misma Italia, la opulenta Norte llama a
sus sureños "terrones", para no dejarles de recordar
su condición de simples campesinos.
Pese a todo, los
sureños seguimos con nuestra porfía de mudarnos al Norte,
con la idea fija de conseguir progreso económico y bienestar
social. Los nortinos (de Europa, por supuesto), añoran el Sur,
especialmente durante las estaciones estivales; por lo tanto, según
mi visión del mundo, tanto los de arriba como los de abajo
nos necesitamos mutuamente.
Mientras los del Norte
viajan al Sur sin mayores problemas y por tiempo corto, sin tener
que esconderse de las policías de aduanas ni de fronteras;
los sureños viajamos al Norte con el corazón en la mano,
muchos lo hacen como polizontes en el fondo de las cubiertas en barcos
con banderas de dudosa procedencia, en chalupas en las que más
seguro es cruzar el Estrecho a nado (marroquíes que viajan
a España), chilenos que entran a Europa y los Estados Unidos
disfrazados de marinos mercantes, de estudiantes o, simplemente, de
turistas pobres, ya que ni siquiera cuentas con los 500 dólares
mínimos, que exigen para entrar en calidad de turista. Los
hay muchos que entran como artistas del folclore andino. Estos últimos
provienen principalmente del Ecuador.
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Los recursos energéticos están
distribuidos desigualmente. Los paises industrializados emplean
el 90% de toda la energía disponible, mientras gran parte de
los habitantes de países en desarrollo deben conformarse con
la "energía de subsistencia". Su búsqueda de combustible ocupa
una cantidad enorme de tiempo y trabajo, y causa grandes daños
a la vejetación.
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Se me hiela el corazón
cuando veo a nuestros indígenas andinos cruzando las plazas,
en las estaciones del Metro o caminando al trotecito lento por las
calles de las urbes del Norte como si estuvieran en los mercados de
Ayacucho o en Vilcabamba, solos en su soledad andina mascando el chicle
a cambio de hojas de coca, cargando mochilas y sacos que contienen
chalecos fabricados con la lana de guanacos, llamas y de otros rumiantes,
de esos pocos animales que van quedando en las faldas del hemisferio
Sur. No hace mucho vi a una familia sureña que salía
desde una de las bocas del Metro de París. Todos iban vestidos
muy a la europea, pero uno de ellos me llamó la atención,
y era que vestía una camiseta del Colo-Colo. Salía del
metro como quien viene saliendo
del Estadio Nacional después de un buen partido de fútbol.
¡Qué cosas!
Tampoco me ha sido raro ver a una colombiana batirse entre la vida
y la muerte en un hospital de un país del Norte. En la vagina
guardaba no sé cuantas bolsitas de cocaína pura, la
que iría a parar al mercado nortino de las drogas. A otro,
también sureño, como no, se sintió mal, a más
de diez mil metros de altura, en un avión, debido a que una
bolsita se le había reventado en el estómago. Este no
tuvo suerte, y terminó enterrado en tierra de nadie, sin que
en el Sur supieran más de él. Esta es la suerte de ser
pobre, traficante y, para rematarla, sureño.
No hace mucho una
viejita chilena, que la había traído su hijo para que
conociera a sus nietos, de pelos tiesos y rubios, entre conversaciones
y pelambres me dijo: "puchas, me gustaría que mi hijo
se cambiara más al norte, ya que aquí en el Sur hace
mucho frío". No le quise decir que aquí es todo
lo contrario que en Chile. El Norte con un frío de muerte y
el Sur con una calor que da vida. Me quedé pensando..