Santiago de Chile.
Revista Virtual.

Año 6
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 67
Noviembre 2004

 

YA ESTÁS EN MACONDO, ABRÁZAME
(García Márquez en el ojo de la lengua española)

LOS DUDOSOS MILAGROS DEL MERCADO

 

ANTONIN ARTAUD,
de la mano de Dios
(el vidente encadenado)


Por
Rolando Gabrielli

Antonin Artaud

Qué locura, Antonin Artaud

entrando por la ventana blanca de mi pieza

un día de este verano que recién se inicia.

Nada en él era extraño desde que acható su nariz

sobre uno de los vidrios.

Tenía en sus manos una de esas ramas

que se dejan ver una vez descorrida la cortina.

Algo desdibujado el rostro, pero a la manera de su andar,

sin confundir el pie derecho con el izquierdo

y con la misma rapidez del descorrer de una cortina,

Antonin Artaud, Antonin Artaud,

fueron sus únicas palabras.

(Rolando Gabrielli, del libro De estos y otros sueños)

Leí joven a Antonin Artaud. Lo que tuve a mano. En una época alucinada. La poesía se respiraba al término de mi adolescencia. Entraba por el Otoño melancólico, sufriente, colorido, amarillo rojizo de Georg Trakl, las largas piernas victorianas, amorosas, primitivas, adivinadas, carnalmente seductoras, de la poesía de Pablo Neruda. Rimbaud, Baudalaire, Verlaine, Lautreamont, ponían alas a los sueños, a las victorias callejeras, las madrugadas plomizas, sangrantes de soledad real y a los días lujuriosos de aventura poética. Sábanas sin cuerpos paredes con nuestros propios oídos jardines como altares y domingos largos de avenidas empapadas de hojas huérfanas. La poesía: huella y cicatriz. Las noches se sienten infantiles, uno ogro azul de ojos tristes mora desde una ventana amarilla que mira con los ojos del Otoño, se sube a los destellos de un sol glorioso. Artaud, el vidente encadenado, miraba el paisaje, pero el suyo era su propio interior, la lámpara fragmentada de su vida, la luz caía como un coágulo en su desdibujado rostro, definido ya por un mal caricaturista.

En el balance de los otoños y primaveras, del ruinoso verano perdido, se turnaban las horas nostálgicas, Rilke, Rosamel del Valle, Esennin, Bécquer, García Lorca, Eluard, Vallejo: nostalgia, dolor, amor. Rubén Darío no estuvo y no sé por qué, sólo vagamente en el salón de clases, las páginas escolares, una estatua en el Parque Forestal. Los clásicos españoles, desde luego, en los secos textos estudiantiles, al fragor de las lecciones, en el idioma de la letra con sangre entra. Lecturas apasionadas, recitales furtivos, conversaciones a la salida de la universidad, en sus predios, parques, buses, calles, noches y días. La poesía es el pan. La poesía es el aire, el cuerpo del delito. La ventana con luz propia. La lámpara ciega que nos hace ver verdaderamente la luz en el túnel.

La poesía es la poesía, carne, humedad, el alba, el verso cae como el rocío al alba, sin tiempo, en la vida. Y en una esquina ya estaba Nicanor Parra, del brazo de la joven poesía. Lejos del Olimpo que pre-fabricaba, a imagen y semejanza de un nuevo Dios. Fuimos amigos en sus grandes momentos de derrota y optimismo, días de un escenario en formación. El antipoeta subía a la montaña rusa. Con un pie en Washington y otro en La haba, sonreía en Pekín, en ese entonces.

Fui testigo de sus antipoemas, el nacimiento de los Artefactos, de la lucha diaria, obsesiva, delirante, apasionada, terminal, del poeta y su cuaderno por hacer una nueva poesía de cara a la realidad que sus ojos veían, que sus sueños soñaban. Nicanor demolía el establecimiento y a eso había venido de San Fabián de Alico a la capital.

§ Los magníficos derrotados

Había humo, cordillera, vaho, Santiago sucio de amor y de floreciente esperanza, era el marco mapochino, en flor, íntimo, candorosamente democrático, cargado de su poesía natural, subterránea, de Norte a Sur, y la Mistral estaba en estas oraciones poéticas del diario vivir, en el subterráneo del subconsciente, pero latente. Teillier, Lihn, en la amistad y la poesía, vivos: los magníficos derrotados. Rolando Cárdenas, tan austral como Chiloé, tan Chileno como el Sur que le calaba las nostalgias, el primitivo espacio de algún comienzo, siempre donde parten las raíces. Un cocktail completo con Carlos de Rokha para alucinar, alucinar. Y Parra vino a convivir con los odiosos plátanos orientales y a producir su propia asfixia dentro del mundo poético chileno y del habla castellana. A Parra, lo que es de Parra.

En ese gran aluvión de poesía caía sin paracaídas, Antonin Artaud con su mirada de alcachofa despeinada, y pienso que ya estaba en el limbo, tierra de nadie, en su propio pellejo, desafiaba la existencia de su sombra. Se había desandado el gran iluminado. Sus números no buscaban sumar ni restar, su abecedario era mudo, dormía sobre una escalera sin peldaños, su ruptura venía de fábrica, y lo que le rodeaba, lo asumía como un paisaje que no le pertenecía, porque su ruido era interno, estaba en el mismo, era su propia circular polea. Una mente pasional, cruel, infantil, bella, inocente, buena, definieron algunos a Artaud, y él estaba lejos de toda definición o explicación de sí mismo, aunque confesaba que sufría de una espantosa enfermedad de la mente: “mi pensamiento me abandona en todos los peldaños”. Confesaba además en una carta a Jacques Riviere, en la simpleza de su complejidad, un hecho elemental para cualquier, que estaba en constante búsqueda de “ su ser intelectual”, pero no en su caso era un profundo pozo de dudas, abandonos, un apetito de inaccesibilidad de su propia mente, el infernal bloqueo, desmembramiento y necesidad de fijar las formas por difusas que fueran ante el temor de perder el pensamiento.

Las desgarradoras palabras con que se refiere a la materia, “confección” de sus poemas, rechazados por Riviere para una posible publicación, son más que conmovedoras por su honestidad”: las cosas que le presenté constituyen los jirones que he podido recuperar de la nada completa”. Artaud no reniega de su poesía, ( no los he impugnado, son sus palabras textuales) y promete enviarle una plaquette ya editada: Tric Trac del Cielo y un libro intitulado: Las Doce Canciones. Riviere no cierra las puertas y cree que aún le falta control sobre sus pensamientos y se trata de una búsqueda. La correspondencia, que ha cumplido 80 años el mes de junio pasado, es importante para conocer el pensamiento de Artaud y refuta a su interlocutor: nos e trata, dice, a una falta de ejercicio, “sino más bien a un hundimiento central del alma. , a una especie de erosión esencial a la vez que fugaz, del pensamiento, a la no posesión pasajera de los beneficios materiales de mi desarrollo, a la separación anormal de los elementos del pensamiento.”

Poeta, lo que te preocupa
nada tiene que ver con la luna;
la lluvia es fresa,
el vientre está bien.

Mira cómo se llenan los vasos
en los mostradores de la tierra.
La vida está vacía,
la cabeza está lejos.

Un mazo de cartas flota en el aire
alrededor de los vasos;
humo de vinos, humo de vasos
y de las pipas de la tarde.

Son fragmentos de su poema Noche, que retratan “sus estados (mentales) de ánimo”, su manera de reflejar el pensamiento interior que le rodea, devora, calza como un traje apretado, que inútilmente podrá despojarse hasta el final de sus días. No necesitas un muro de palabras para exaltar tu verdad, le dice Rene Char en un poema: Ni las volutas del mar para ungir tu profundidad, Ni de esta mano febriciente que nos rodea la muñeca, Y suavemente nos conduce a derribar un bosque. En donde el hacha son nuestras entrañas. Artaud no pidió avales ante la vida. La suya, arrinconada en el aire, asida entre sus propias inútiles fronteras, rompiente en el insomnio cotidiano de sus días, pujaba por vivir y morir, ser, se desdoblaba en una carretilla rumbo al precipicio. Y aún así, lo intentó, unía sus fragmentos dolorosos hechos carne. Hombre de teatro, (El Teatro y su Doble) fue su propio escenario, a pesar de sus brillantes ideas en su visión del drama, cuyo objetivo era atacar los sentidos del público-espectador.

§ La Vidriera del amor y Carta a la Vidente

Surrealista y expulsado de ese movimiento, viajó a México- al país de los Tarahumanas, y a Dublín, Irlanda, desde donde regresó deportado enfermo para ser internado en asilos casi por una década. Son datos dispersos, que conforman su vida, un mundo real inexistente quizás, para alguien atrapado en su mente, nunca resuelto pero extremadamente vivo, consciente de sus propias certezas, dudas y consideraba que tenía una “imaginación estupefacta”. Aún así, en medio de sus aullidos, de sus continuos desencuentros con su cuerpo, de su confesada “inexistencia y desarraigo”, Antonin Artaud nos dejó su palabra personal, íntima, propia: sus aerolitos mentales ene l fulgor de la noche, verdaderamente incandescentes. Poesía, teatro, su visión del mundo, su vida, su excepcionalidad: la confesional mirada de un vidente. Se sabía rodeado de infranqueables paredes, y pedía desgarradoramente que le dejaran cos sus “nubes apagadas con mi inmortal impotencia, con mis disparatadas esperanzas”. Sentía su pensamiento desmoronarse, de una palabra que le llegaba a materializarse, acosado por una auto fragmentación, liviano de tierra, materia, asido en la nada. Escaló sus propias escarpadas, inalcanzables montañas, se comparaba con un árbol: Este árbol y su estremecimiento/ bosque sombrío de llamados,/de gritos, /se come el corazón oscuro de la noche. Y dejó raíces el trapecista del aire.

Dos textos me llamaron siempre la atención de Artaud: La vidriera del amor y Carta a la Vidente. Mágicos, personales, la intimidad de su sello. Los conservo en una edición plateada de Tusquets Editor, de 1971, con su rostro que no quiere ser rostro, más bien la presencia del olvido. Murió sentado al pie de su cama, y fue sorprendido por el jardinero de la clínica, que le llevaba el desayuno. Murió a sus propios deseos: no quería hacerlo acostado, ni ser visto. Hasta el final de sus días mostró su total independencia. La mirada en el limbo. La expresión de que todo pudo ser en vano. Pero en La Vidriera del amor, habla de su pasión por una criada de taberna, la que ubica en el escenario que Hoffman nos describía. “Yo la quería reverberante de flores/ con pequeños volcanes aferrados a las axilas, y en especial la lava como almendra amarga que estaba al centro de su cuerpo erguido.” Así inicia el texto y describe el objeto de su pasión de hombre solitario. Veía en esa vidriera “una arcada de cejas bajo las cuales pasaba todo el cielo, un verdadero cielo de violación, de rapto, de lava, de tempestad, de rabia...” Y yo la amaba, relata, y la somete a su verbo agresivo, despojador de cuerpo y alma, al describirla, como mísera crapulenta criaducha. , que pasaba platos, limpiaba el local, hacía las camas, barría las habitaciones, sacudía los doseles y se desvestía de frente a su buharda, como todas las criadas de todos los cuentos de Hoffman.” Castiga su amor, y él mismo vivía, dice, dormía en aquella época, en un lecho lastimoso cuyo colchón se levantaba cada noche, se arrugaba ante el avance de ratas que los reflujos de malos sueños desatascan, y se aplanaba con el sol naciente. Mis sábanas olían a tabaco y a morgue, y a ese olor nauseoso y delicioso que revisten nuestros cuerpos cuando nos ponemos a olfatearlos. Eran verdaderas sábanas de estudiantes enamorados. Artaud describe en el texto la imaginación de su pasión: “La veía a través del cielo, a través de las vidrieras hendidas de mi habitación, a través de sus propias cejas, a través de los ojos de mis antiguas amantes y a través de los cabellos amarillos de mi madre.” Pero Artaud busca encajar su sueño con la realidad, el mismo lo dice, que no bastaba estar abocado con la resonancia oscura de las cosas y oír hablar del volcán y revestir el objeto de mis amores con todos los encantos y con todos los engaños con que se vincula el amor. Había que hablarle, concluye. Y entonces, Artaud abre la ventana, y descubre un mundo fantástico como un tablero de ajedrez donde los peones le decían: no la busques ahí. “Y en el cielo se veían unos ángeles de pies niquelados. Así que dejé de mirar la ventana y de esperar ver a mi criadita querida”Siguen sucediendo cosas, al decir de la descripción de Artaud: todos los platos del mundo empezaron a rodar y los parroquianios de todas las fondas del mundo salieron en la persecución de la criadita de Hoffman; y se vio pasar a la criada corriendo como desesperada. Hoffman venía de tras con un paraguas. Se abre la tierra y aparece Gérad de Nerval. Le recomienda comérsela en una ensalada, porque su mujer, dice. Hoffman lo empuja a definir: al grano, le dice. Y Artaud, responde que no se atreve. Lewis, otro personaje de la escena, le dice que la obtendrá transversalmente. Por el momento es ella quien me traspasa, replica Artaud y reflexiona sobre el amor” Lo lograrás cuando dejes de pensar en ella, porque el amor es oblicuo, la vida es oblicua, el pensamiento es oblicuo y todo es oblicuo. El poeta comienza a apropiarse del sueño, de la ilusión, de la imagen real, comienza a fabricar puentes de molicie, “una inefable plasticidad” y siente que sus senos estallan en la frente y la tiene cerca sentada a la criaducha: Toda el agua de su axila/ No vale lo que al ciruela/ de sus temblores de amor. Era una visión que culminaba felizmente en brazos del amor. “Fue el amor como mar, como el pecado, como la vida, como la muerte. El amor bajo las arcadas, el amor en el estanque, el amor en un lecho, el amor como la yedra, el amor como macareo. El amor grande como los cuentos, el amor como la pintura, el amor como todo lo que es”.

§ Atado a su mente, atado a sus visiones

Este es Artaud, dueño de sus recursos, visiones, temores, fantasías, de un mundo propio y alucinado. “Comprendí al ver a Artaud que tenía ante mí a un ser excepcional, de la misma raza que un Baudelaire, Nerval o un Nietzche, dijo el Dr. Toulusse a su esposa. Ya tenía a cargo su salud fragmentada, sometida las curas, electro-schocs, drogas y encierros hospitalarios. Después e todo, Antonin Artaud se consideraba un producto de sus obras y no de su madre. Algo inconcluso, inacabado, como sus textos fragmentados, y que él mismo refería, explicaba, divido en estancos sus asideros interiores. Un enfermo mental, dijeron muchos, facultativos, poetas, gente. Sus críticos de siempre. Nacería en Marsella , cinco años después de la muerte de A. Rimbaud, también acaecida en ese puerto francés. Héctor Manjares, un antologuista mexicano de su obra, apunta certeramente cuando cita a Jerzy Grotowski, quien sostuvo que la lección de Artaud es su enfermedad. La desgracia de Artaud es que su enfermedad, la paranoia, difería de la enfermedad de nuestro tiempo. La civilización está enferma de esquizofrenia, que es la ruptura entre la inteligencia y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Y la sociedad no podía permitir que Artaud sufriera de otra enfermedad. No en vano Artaud sostenía que un hombre se posee por escampadas, y aun cuando se posee, no se alcanza del todo. En medio del desarraigo, de sus largas noches empantanadas de sí mismo, Artaud tuvo tiempo para la polémica sustancial, para definir posiciones, dejar un nuevo escenario para el teatro moderno. “El surrealismo murió del sectarismo imbécil de sus adeptos, sentenció. Lo que queda es una especie de montón híbrido al que los propios surrealistas son incapaces de ponerle un nombre. Rechazó el surrealismo, acusó Artaud, porque no le permitía comprometerse consigo mismo, a ser fiel a su impotencia. Los consideró vocingleros en el vacío. El surrealismo, definió Artaud, finalmente: siempre ha sido una insidiosa extensión de lo invisible, el inconsciente al alcance de la mano.

La vida es arderse con las preguntas, decía el poeta de la Mente. Aspiraba a hacer un libro que trastornara al hombre. Donde nunca hubiese consentido ir. Una puerta simplemente encajada en la realidad. Permanezco, admitió en Fragmentos de un diario del Infierno, durante horas con la impresión de una idea, de un sonido. Mi emoción no se desarrolla en el tiempo, no se sucede en el tiempo. Los reflujos de mi alma están en perfecto acuerdo con la idealidad absoluta de la mente. Yo estoy definitivamente del lado de la vida, advertía, quien pendía de un hilo de la maneja infinita que se tejía en su mente. Nunca se quedó a medias en sus confesiones más íntimas y personales. Y de sus textos, me agrada la Carta a la Vidente. Se siente desnudo, dice ante la Vidente, pero no le teme a su saber, aunque se siente con su alma sucia, desgarrada. Y aún así, la siente más cercana que a su madre. Él ve a la Vidente a través de sí mismo, y su carta es la escritura de su sombra, la huella olvidada del futuro, pero la evidencia de lo que Artaud ve en sí mismo. La protección del Oráculo, al investigador del destino, como la Vidente, a la Madame que le parecía tan bonita como cualquiera de las mujeres de las que espero el pan y el espasmo, y que me alcen hacia un umbral corporal. Usted no tiene límites, a ojos de mi mente, le dice, ni bordes, es absoluta y profundamente incomprensible. Lo horrible, Madame, advierte Artaud con su videncia real, está en la inmovilidad de esas paredes, de esas cosas familiares, en la familiaridad de los muebles que la rodean, de los accesorios de su adivinación, en la indiferencia tranquila de la vida en la que usted participa como yo.

 


YA ESTÁS EN MACONDO, ABRÁZAME
(García Márquez en el ojo de la lengua española)

Por Rolando Gabrielli

A SC. , a quien prometí hacerla feliz

MACONDO ES UN camino mágico en la literatura del idioma castellano. Patria mítica, origen, fuente, narración vivida, corazón del realismo mágico del autor colombiano de Cien Años de Soledad.

La fábrica de un sueño real se instaló en esas pocas calles de un pueblito centrifugado por las bananeras, polvoriento, olvidado en su rutina fantasiosa, dormido en la siesta costeña colombiana.

Ya es historia referencial en la gran literatura universal, un molino de viento que arrastra sus propias aguas y aspas soleadas.

Ese era Aracataca, transformado por  Gabriel García Márquez en Macondo, nombre que tomó de una finca bananera ubicada a orillas del río Sevilla y es la prolongación familiar de su infancia feliz, de la Colombia profunda, agotada en sus muertes sucesivas, a las que asiste la historia como un mero accidente.

"Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".

El mito nació con " Cien años de Soledad " y fue la Editorial Sudamericana de Argentina, que lo puso a rodar con buen olfato cuando el colombiano era un ilustre desconocido. Un desesperado y feliz indocumentado de la fama que estaba por llegar: vivía su historia circular, como todo escritor, desprendido de la contingencia, atado al árbol genealógico de su escritura. Por sus orejas y sobre el cuerpo salían y crecían al mismo tiempo que la piel, las historias que la realidad le copiaba al realismo mágico y viceversa.

¿Un fabulador inagotable o un copista de la realidad colombiana? Ambas cosas, porque Colombia es un cuento de nunca acabar. La historia que se hace chicle en belleza y violencia, una orquidea por una lápida.

La historia editorial está plagada de anécdotas, la mayoría no tan felices, más bien infelices, inenarrables, que darían para mil años de soledad. Una edición que ahora es de colección, ya que nació con una falla de portada además, para hacer crecer el mito en el hallazgo de lo curioso.

García Márquez es actualmente y desde hace décadas el autor más vendido en idioma castellano, recitado por Bill Clinton, amado y odiado en partes iguales como suele ocurrir con un escritor de excepción, además periodista de religión.

Cuando los escritores están vivos y coleando forman parte de sus libros y se les ubica en cuerpo y alma, para defenestrarlos hasta de sus antepasados, de la propia piel, de los huesos que calzan su humanidad.

Gabo, como le llaman sus amigos, es un mito, el único capaz de poner a difariar a la Real Academia Española y de Argentina. Su sólo nombre llama a capítulo a los hijos del Quijote y motiva discusiones, un revuelo de la a hasta la z, como en efecto ocurrió recientemente.

Un vendaval de opiniones, acusaciones, recriminaciones, ajustes de cuentas, dichos, dimes y diretes, alejados de lo académico, más próximo de lo anecdótico y totalmente kafkiano y macondiano, que es mucho decir, soplaron los cuatro vientos sobre García Márquez, que dijo lo que no dijo, y que nunca iría a la Argentina.

Mis dudas más que razonables, el Nobel no es novel en materia política, ni es largo de lengua, porque no se va de lengua fácilmente en público, ni con la ilustrada Academia.

Su único intento fue: que se escriba como se pueda en materia de ortografía, una especie de sublevación gramatical que no agradó a la Academia; saltaron las ilustradas señorías y el idioma castellano volvió por sus viejos fueros, acomodó sus pesadas tildes, las z, la mudez exagerada de la h y la s que silba de risa en la selva suave, sutil, hembra de silueta perfecta.

Y me supongo que entre sus nostalgias guarda un pedazo de Buenos Aires, como efectivamente contó hace unos días. A la Reina del Plata no se le puede dejar de querer fácilmente y menos olvidarla, y si se le odia, es con placer como a una mina amada hasta los tuétanos por sus calles, anchas avenidas e infinitos parques. Pero siempre arrastra nostalgia la City porteña.

Se desataron todas las lenguas con sus fuegos y artificiales lenguajes de pompas fúnebres. Y se le negó una entrada de una invitación que nunca existió al parecer y de un viaje que el macondiano personaje no pensaba realizar. Es imposible desligar al escritor con sus afanes políticos, su amistad con Fidel Castro, con el desaparecido General Omar Torrijos, los sandinistas y las alas volátiles del poder izquierdista que alguna vez existió en el planeta tierra.

Lo ocurrido en torno a la Academia, ya es archivo de la historia, del folletín del disparate verbal. La Casa Rosada tuvo el tino de manejar los hilos macondianos para terminar con el enredo kafkiano y logró que el autor de El Coronel no tiene quien le escriba, viaje en marzo a Buenos Aires, a dictar unos cursos de periodismo, su máxima pasión.

García Márquez ha combatido con firmeza un cáncer algo reciente, de unos años a esta parte. No viaja mucho. Desde que obtuvo el premio Nobel no asiste a condecoraciones. Se le ha visto en actos ocasionales en México, donde reside. El hombre sigue viviendo para contarla. Estaba en los preparativos de lanzamiento de una nueva novela: Memoria de mis putas tristes".
Fue un periodista compulsivo, lleno de historias y magia en su prima juventud, y todo le revoloteaba como mariposas en su estómago. Recalentaba su vieja Royal en un traqueteo que le decía como una metralla A-r-a-c-a-t-a-c-a, y zumbaba el pueblito que le vio nacer sin mayores intenciones que (a) ser otro colombiano.

Leía a Kafka, Joyce, Borges, y escribía una literatura quizás ya escrita, y que estaba en otro subconsciente. El aguzado costeño contaba con su propia lámpara de Aladino. Se auto expulsó de la muy leal Santa Fe de Bogotá, tierra de rolos y cachacos, que nunca le asentaron bien del todo. Una intelectualidad de leva y sombrero y corbata, almidonada hasta en sus esmaltadas uñas de porcelana provincial, y partió con su imaginación a tierra caliente.

Le rondaba un dragón con poderosas lenguas de fuego, que le crecían tres cuartas por noche. Cartagena de Indias, asolada por el coloniaje español y acosada por corsarios ingleses y holandeses, sobrevivió a la pachanga de la muerte, de las fiestas, y dejó crecer en sus calles la melancolía del Caribe imaginario que anidaba en la coraza de Gabriel García Márquez.

Nuevas lecturas, Virginia Wolf, Faulkner, Capote, clásicos griegos, Dos Passos, Vallejo, Neruda, Kierkegaard, Claudel, los clásicos españoles, y esos libros humanos que pululan por Colombia llenos de historias vividas, inventadas, remendadas, recicladas, soñadas, infectadas de realismo visceral, y que el futuro novelista absorbía como un papel secante. Son sujetos encuadernados por la vida. Dasso Saldívar da cuenta de todo esto y más en su notable biografía: El Viaje a la semilla.

En la costa colombiana, García Márquez se hizo escritor esencial y originalmente latinoamericano. Revisó al revés de Borges, las piezas del reloj y armó el suyo con su propia cuerda. Su Big Ben siempre estuvo en Aracataca, reloj de viejo campanario visitado por los ángeles azules que llegaron a la costa macondiana de la mano del viento.

Memoria de mis putas tristes tiene 114 páginas y su autor demoró poco más de tres años en escribirla. Gabriel García Márquez no ha tenido necesidad de hablar de la novela, ya pirateada, y porque su amigo Álvaro Mutis, su viejo corrector y lector, echó el cuento. Barranquilla, Caribe colombiano es el escenario y la historia trata de "un viejo de 90 años que cuenta sus experiencias amorosas presentes", dijo Mutis

El libro será un éxito. Nació bajo el signo fraudulento de la piratería. Ya las calles de Bogotá conocieron de su distribución al margen de la ley. El pueblo quiere leer a Gabo a bajos precios. Las cifras de las ventas piratas son multimillonarias, pero no tanto como la pobreza franciscana de los latinoamericanos. Es difícil ver a un haitiano con un libro de García Márquez en Puerto Príncipe. Y a millones más de Norte a Sur, por Comayaguela, La Pincoya, Arraiján, Chiapas o cualquier barrio insomne de latinoamérica.

Vuelve al amor el Gabo, pasión de palomas en jaula con arrullo del Cantar de los Cantares, la otra cara, dicen, del Amor en tiempos de cólera, una extraordinaria novela del buen amor. Es la última cana al aire de un nonagenario, en el sublime relato psicológico del relato garcíamanezco. La cópula feliz del Edén perdido. "El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo..."

El relojero de Aracataca sigue afinando sus piezas en la silenciosa página en blanco que abre, cuando la lluvia en Macondo aprieta el cielo con sus grandes suspensores negros de lágrimas tropicales y se siente bramar la estirpe leoparda, agrietada de los Buendía, en el infranqueable muro de Colombia. Siempre habrá un rincón, una esquina en Macondo que espera una mejor suerte.

El idioma castellano y la Real Academia Española son los que menos pueden desentenderse de Gabriel García Márquez. El público común y corriente, no lo hace, lo sigue leyendo. No es santo él y su obra de la devoción de algunos. Normal en un mito viviente. Le ha pasado a otros: Pablo Neruda, sin ir más lejos. Jorge Luis Borges, Julio Cortázar. Personajes que rebasan su propia obra. Cervantes y Shakespeare fueron calumniados durante siglos. Kafka pasó literalmente inadvertido en su tiempo y nos kafkió el futuro en su inmortal prosa.

Los envidiosos vuelan en sus propias alfombras, sin magia, intentan tapar con sus dedos aceitosos, mugrientos, el radiante sol del amanecer. Yo los siento como hieden a pescados muertos. Son resistentes como las cucarachas, con su camuflaje perfecto traspasan las puertas, no usan ascensores, ni escaleras, porque siempre están en la cumbre violeta de su mundo cortesano. Dejan entrever en el cortinaje espeso de sus miradas, a una tía solterona con sus trancadas paredes vaginales.

La polémica, en medio del absurdo, favoreció a las tres partes: Gabriel García Márquez, que editará por estos días una novela, a la Argentina que la puso en el centro de la cultura mundial y a la Academia de la Lengua Española con su anfitriona sureña, porque fueron oxigenadas para una mejor batalla de la lengua.

Las lenguas desatadas de los mil demonios cruzaron el Atlántico una y otra vez, de Norte a Sur en las Américas, el horror de la Academia, era que el caldo gallego se le enfriara con el informal niño terrible de Macondo, que indudablemente no viajaría a la eclesial cita del idioma, porque no viaja con frecuencia a ninguna parte. La Academia se reunirá en su III Congreso Internacional de La Lengua, en Rosario, del 17 al 20 de noviembre próximo, con el abecedario real, y entre cientos de invitados, debatirán cosas de la lengua que interesan a 400 millones de hispanohablantes en el mundo.

El castellano nació hace 1027 años y es una lengua que está viva y coleando. Con García Márquez nos nació el Cervantes latinoamericano. Está detenido en el DF. como si lo estuviera en Macondo. Las cuatro calles de polvo, húmedas, sin nombre, atascadas en el caribe colombiano y que un día conocí, cuando la gloria las había rebasado en el tiempo. Patriarca de nieves blancas, sigue pariendo sus libros, como el día que vio a Isabel viendo llover en Macondo. Ese pequeño relato en el 68, me llenó de fantasía, sueños, rutas imposibles, paisajes macondianos inexplicables, que el destino me llevaría a vivir uno y otro día en el trópico.

Divisé errante, muchas veces, en mis viajes la finca Macondo, cruce por el bananal con la sangre obrera, el machete filoso de los sueños, entré también en la violenta Apartadó, en Colombia, cuando silbaban los primeros casquillos del Oeste colombiano, cuando las hembras humedecidas bajaban de la montaña a entrar al golpe de los dados de cuerpos. Vi caer atardeceres y cuerpos como moscas, sucumbir a un pueblo de unas cuantas calles armadas con sigilo en la noche, en sus brillantes mañanas, ese olor inconfundible de la guayaba mezclada de la tan violentamente dulce Colombia. De un bar salía la muerte a cualquier hora con su tufo de adolescente irresponsable, la vaga mirada del deber cumplido, esa satisfacción nunca satisfecha, y ya se va para algún otro lugar. La clientela espera. Ahora, a dormir la siesta, aquí no ha pasado nada, la muerte descansa en paz.

La lluvia hoy es parte de mis ojos. Siempre está ahí o en el peor de sus casos, su recuerdo. Siento que mide fuerzas con el tiempo. Es parte de mis venas, de mis huesos, de la planta de mis pies. Las paredes se inundan de su vapor. Todos sudamos con la lluvia y vemos borrarse la selva, el paisaje, el verde hacerse más verde, oscuro, como un lagarto que afina su violín en el bosque. Nadie ríe, pero se siente el crujir del agua, y el tiempo carece de importancia, todo se mueve en una sola dirección, la mirada y los cuerpos flotan. El tiempo es una jaula rota. Alas prisioneras del tiempo. El paisaje es un mar que vuela. Todos somos peces y lo fuimos alguna vez. Te veo desnuda sobre la Eva que sigues siendo. Ya estás en Macondo. Abrázame.



LOS DUDOSOS MILAGROS DEL MERCADO

Por Rolando Gabrielli

El mundo editorial ha llorado lágrimas de cocodrilo entorno a la novela de Gabriel García Márquez, recientemente lanzada al mercado, intitulada: Memoria de mis putas tristes . Su venta bruja en las calles de Bogotá, Colombia, no hizo más que impulsar aún más sus ventas. La piratería reanimó el mercado con ese impagable hechizo de lo prohibido, y la gran jugarreta de los cambios de final y de algunas frases. Todo, y desde luego, la polémica absurda previa con la Real Academia y las lenguas viperinas que detestan al popular Gabo, abonaron para el molino del más exitoso narrador del habla castellana del siglo XX y comienzos del XXI.

La crítica se ha dividido en dos, los aplausistas y detractores, y yo entro por el tercer bando, que estamos ante un escritor que hoy es más oficio que nada, pero un maestro del idioma, de la gracia, la sencillez, que sigue haciendo escuela, sobre todo para los prosistas de piernas cortas, deshuesados, amputados y ampulosos de una falsa imaginación.

Es un juego de la imaginación, del pasado, de la vida, el amor, de los pasajes secretos. que quizás el cuerpo deambuló, son tantas cosas, y para eso, está el lenguaje, la narración, el oficio, la suprema vocación del escritor.

En sólo una semana la novelita de García Márquez alcanzó la friolera de venta de 400 mil ejemplares. Cien años de Soledad , rechazada por los geniales editores de la época, tuvo un tiraje de 8 mil ejemplares en Sudamericana. Y equivale a la otra mancha del Quijote en América latina.

Sólo España compró 225 mil ejemplares, por lo que ya vienen en camino dos reimpresiones adicionales de 100 mil ejemplares más. Y vienen reediciones en Argentina, Chile, Venezuela y Colombia, casa matriz del autor del Coronel no tiene quien le escriba y Los Cuentos de la Mama Grande.

La lectura se hace más fácil en una novela de 103 páginas, presentada con una letra muy cómoda, descansada, con un título impactante que engaña, porque la palabra puta está más que ausente en el interior de la narración, que es muy fina, en el lenguaje del estilista hijo de Aracataca.

GGM es un seductor del lenguaje. Ahí radica su fuerza, la carga poética de su mensaje. Para quienes no conocen Colombia, el trópico, es una aventura aún más fascinante en medio del lenguaje, otras costumbres, una imaginería popular llena de colorido.

Los editores, maravillados por estas ventas, no deben descuidar la literatura ni a otros escritores. El éxito del mercado no es todo. Ya tienen un colchón de ganancias suficientes como para atreverse a editar a inéditos, escritores desconocidos de evidente calidad. Hay mucha basura exitosa en el mercado. Best Seller saturados de banalidad, de flores muertas, palabras acartonadas, lugares comunes, torpes fantasías sin imaginación. La responsabilidad de los Editores sigue siendo grande, importante, decisiva. A veces, esas alianzas con los premios que dan unos jurados venales, terminan con la literatura real. Sin duda, van acomodando en el mal gusto del lector, al compás del tintinear de las cajas registradoras.

Escritores y libros efímeros. Editores, como madrastras de Blanca Nieves, prefieren el aquelarre, que las noches de luna nueva. Que vengan los inéditos, los nuevos, que los viejos sacerdotes no dejen ascender a sacristanes envueltos en los dudosos milagros del mercado.

 


 

 

 


Rolando Gabrielli
 
Rolando Gabrielli
es Periodista y Escritor chileno




Si desea escribirle puede hacerlo a:
panaglobal@hotmail.com

Actualmente vive en
El Dorado, Panamá

 

 


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