Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 6
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 66
Octubre 2004

“La Perra Brava” en Escáner Cultural
(Parte
2 de 3)


EL 68, LA GENERACIÓN DE LA CRISIS

 

Desde México, César Horacio Espinosa Vera

En México, como en otros lugares del mundo, la década de los 70 comenzó en 1968. De los acontecimientos de esa fecha datan gran parte de las circunstancias, los problemas y las perspectivas que se vivirían en el país a lo largo de la siguiente década. Y que influyeron decisivamente al final de los años 90, para culminar con el resultado de las elecciones del 2 de julio del 2000 con la derrota del viejo partido oficial, tras 70 años de permanencia en el poder.

Al cumplirse 30 años de aquel hito, considerado por muchos el "parteaguas" de la historia contemporánea de este país, también se cumplió el término establecido por convención para el periodo de una generación; esto es, los nacidos en aquellos años han transcurrido toda su existencia inmersos en una realidad de crisis: son, cabalmente, la Generación de la Crisis .

En otro enfoque, desde su óptica, el historiador Enrique Krauze considera como miembros de la generación del 68 a quienes nacieron entre 1936 y 1950. En conjunto serían los protagonistas de ese cajón de sastre conocido como "política cultural" post 68 , sobre todo si nos limitamos a verla desde el ángulo de las personalidades, los gestos y los grupos .

En los años 60 se daría la "explosión culturalista", como la llamaría entonces Carlos Monsiváis en su papel ya de principal culturólogo mexica. Expone que a l proceso de la cultura mexicana lo modifican la televisión y la Revolución Cubana, la revolución del pocket book y el elepé, el rock y los adelantos de la moral sexual, la explosión demográfica y la crisis del socialismo, elementos que corroían y volvían anacrónico el imperio de la alta cultura; "y, sobre todo, el crecimiento demográfico incontrolado que rehace a diario el concepto de nación. Frente a eso, la cultura media toma la palabra y atiende las necesidades decorativas y biográficas de la pequeña burguesía".

Los 60, si bien con las disparidades extremas del desarrollo desigual, vivieron una cierta prosperidad: el salario no era mucho pero la inflación tampoco, por lo cual era admisible que las familias se "endrogaran" para comprar el radio, la licuadora y -faltaba más- la televisión nuestra de cada día (motejada ya entonces -Monsi dixit - como la "caja idiota").

A resultas de la versión nativa del keynesianismo, anticipada en el artículo 27 de la Constitución Política mexicana con su enfoque intervencionista sobre la propiedad y la vida económica de la nación, se escenificó el llamado "milagro mexicano", el desarrollismo o crecimiento con estabilidad a partir de un gasto público que produjo "comaladas" de nuevos millonarios pero mantuvo un cierto equilibrio, amén de la aplicación del modelo de sustitución de importaciones apoyado en una recalcitrante protección a los industriales contra la competencia externa, que se mantuvo contra viento y marea hasta principios de los años 80.

Se presenciaba también en los 60, fincado sobre la "paz social" impuesta por el monopolio político y la férrea represión ante toda disidencia, un barrunto de Estado "bienestar" dotado con un seguro social para la fuerza laboral, de viviendas y hospitales para los burócratas, de precios de garantía para los campesinos y de una CEIMSA-Conasupo para el creciente consumo popular. Fuerzas que a su vez pasaban a engrosar el frente corporativo-paternalista del llamado PRI-Gobierno y la base clientelar del "voto duro" que lo convertía en una aplanadora en todos los comicios electorales (sin contar a los "alquimistas" del voto y todo el aparato oficial al servicio del partidazo ).

Los años 60 comenzaban, por una parte, desgarrados por la represión militar-policial a los sindicalistas del magisterio y los ferrocarrileros, a finales de los años 50 y principios de los 60, pero también con la esperanza que significaba el triunfo de la revolución cubana. La apetencia y el consumo de la cultura tendrían como telón de fondo el galopante proceso de urbanización, cuando se invertía la relación demográfica rural-urbana en el país; la Ciudad de México emprendía a grandes trancos su elefantiasis actual y el automóvil ya enturbiaba sus cielos, todavía transparentes una década atrás.

La adquisición del tocadiscos (la infaltable "consola" de todo hogar que se respetara) ampliaba las opciones del melómano y para todos los gustos, en tanto que la oferta de títulos se multiplicaba en las librerías y la Universidad Nacional comenzaba ya a quedar chica en su ghetto del Pedregal de San Ángel. En la segunda mitad de la década se iniciaba la reseña cinematográfica permitiendo que nos asomáramos a las máximas audacias del cine universal, sin dejar de lado todavía por un buen tiempo los afanes de la censura oficial y la eclesiástica.

Al principio de la década eran aún muy escasos la lectura y el conocimiento del marxismo en la Universidad Nacional, pero inevitablemente la influencia de la revolución cubana y su vuelco al marxismo-leninismo abrió aquí el interés agudo de los universitarios. Por su parte, los partidos comunistas latinoamericanos surcaban con extrema morosidad la transición poststalinista.

Se incubaba el 68, conjuntamente con el crecimiento del público cultural que obedecía, entre otras razones, a factores como la movilidad social impactada por el relativo avance de la enseñanza media y superior, que modificaba la relación de la sociedad con la cultura y las humanidades. Si bien muchos de los estudiantes no terminaban sus carreras, de cualquier modo se modificaba socialmente la percepción de la cultura. Lo cual venía acompañado por una incipiente reproducción masiva de bienes culturales, que los hacía llegar a los supermercados y parecían desvanecerse las grandes distancias entre la alta cultura y la cultura popular.

Hacia fi nales de los 60, acicateada por la crisis de Praga y ante la emergencia del eurocomunismo y su vertiente latina -Italia, España, Portugal-, se ve aparecer en México el brote de una "nueva izquierda" que empezó a influir de manera importante entre algunos intelectuales de la llamada Generación del 68 , como Carlos Monsiváis y Carlos Pereyra, el primero de ellos proveniente del grupo que en los tempranos sesenta dio en llamarse La Mafia , junto con Juan García Ponce, José Emilio Pacheco, Luis Guillermo Piazza y varios más.

Durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, apunta Monsiváis, las actividades de la cultura de élite se confinaron a sus reductos habituales: Bellas Artes, la UNAM y su aparato de Difusión Cultural, los homenajes, grandes exposiciones y conciertos de temporada; alguna fosa vacía en la Rotonda de los Hombres Ilustres, la Academia de la Lengua, el Colegio Nacional, el Fondo de Cultura Económica. Los pintores informalistas de La Ruptura impondrían su ley, en tanto que los Interioristas daban sus primeros pasos; tendría lugar el escándalo de Confrontación 66, escenificado por Raquel Tibol y David Alfaro Siqueiros. A la altura de 1968, signado por la Olimpiada en este país tercermundista y la matanza del 2 de octubre, el panorama local mostraba la existencia de un público multifacético y exigente para la cultura, atento a los signos de la modernidad.

El echeverriato: las "cien flores"

El presidente de la República que entró al poder en 1971, Luis Echeverría Álvarez, quien fuera secretario de Gobernación y uno de los responsables de la masacre de Tlatelolco, durante su campaña electoral y a exigencia de los estudiantes en la Universidad Nicolaíta de Michoacán guardaría un minuto de silencio por los caídos del 2 de octubre. Con ello provocó una crisis política en el partido en el poder, el PRI, que casi acarreó que fuera reemplazado como candidato de este partido; ya en la presidencia, liberó a la mayor parte de los dirigentes del movimiento estudiantil a cambio de exiliarlos al extranjero y proclamó su política de "cien flores" -populismo-maoísmo a la mexicana- con la llamada "apertura democrática".

A l arribar al poder Echeverría decide atender a los intelectuales prestigiosos, eminentemente por razones políticas ante el declive de los mitos de la revolución mexicana y la abismal crisis de legitimidad del régimen político; se aumenta el presupuesto a la cultura y se auspicia el desarrollo tumultuoso de las universidades públicas. Entre 1970 y 1975 la UNAM registró el incremento más alto de matrícula de toda su historia (108.28%), mientras el aumento presupuestal también fue extraordinario (349.83%).

Las relaciones entre el poder político y los representantes de la intelectualidad y el arte en los siguientes 20 y 30 años constituyen la parte visible de la política cultural predominante, regidas por la integración de grupos-revistas-partidos-de-notables que se han disputado y distribuido la hegemonía del poder cultural-artístico hasta principios del nuevo siglo, cuando siguen aún en el candelero (y en el presupuesto) aunque hoy el marco gubernamental panista-foxista se muestra por demás pantanoso.

Los entresijos, dimes y diretes y recomposiciones de tal poder cultural los veremos aquí a través de los seguimientos hechos por José Agustín (1992 y 1998) y por Jaime Sánchez Susarrey (1993), autores de las escasísimas fuentes historiográficas del periodo, el primero de ellos independiente y el segundo adscrito a lo que fuera el grupo de Octavio Paz.

En 1972, u no de los primeros éxitos de la política cultural de Echeverría fue la adhesión del novelista y ensayista Carlos Fuentes. Entonces se definieron completamente las opciones: Fernando Benítez, en declaraciones al diario Excélsior , propondría que el dilema de México era "Echeverría o el fascismo", y unos meses más tarde Carlos Fuentes afirmaba que sería un "crimen histórico" dejar aislado a Luis Echeverría. Con ello, Benítez y Fuentes provocaron una fuerte conmoción y una polarización de las huestes intelectuales.

En esa tónica, a partir de 1972 el debate teórico-político se dividía en dos corrientes: la que se definía como "nueva izquierda", seguidores de Revueltas y hermética a la vieja guardia comunista, por un lado, y por otro la de los intelectuales conocidos como "liberales" (por lo demás muy ajenos a las vertientes "roja" y jacobina de la Reforma y la Revolución mexicana). Los dos bloques, existentes hasta nuestra actualidad, aunque con algunas variantes y reajustes sexenales , se dividieron en corrientes y publicaciones definidas: el suplemento La cultura en México, primero, y la revista Nexos , al final de los 70, los primeros; las revistas Plural (primera época, con Octavio Paz) y Vuelta , los segundos, y su actual heredera universal: Letras Libres , de Enrique Krauze.

El suplemento La cultura en México, cuya dirección había pasado de Fernando Benítez a José Emilio Pacheco y luego a Carlos Monsiváís, en los setenta cambiaba de enfoque: menos interés por la creación literaria, especialmente la nacional, y mayor énfasis al ensayo, la crónica y la crítica en todas sus formas. A su vez, señala José Agustín, el nacimiento de Plural de ningún modo daría crédito a su nombre y pronto integraba una mafia compuesta por Gabriel Zaid, Enrique Krauze, Alejando Rossi, José de la Colina, Ulalume González de León, Julieta Campos, Salvador Elizondo y Juan García Ponce ( et al ).

Se registró una tercera posición, con efectos en la posterior política de partidos: en 1972, después de la masacre del "Jueves de Corpus" y con el atisbo de apertura democrática que decretó Echeverría, mucha gente llegó a entusiasmarse ante la perspectiva de una presunta nueva unión política que congregaría a personajes como Heberto Castillo, uno de los líderes más importantes del movimiento estudiantil de 1968; Demetrio Vallejo, del movimiento ferrocarrilero de 1958, que en ese año fue liberado de la cárcel junto con Valentín Campa, y escritores como Octavio Paz y Carlos Fuentes. Sin embargo, como se recordará, ni Fuentes, que ocupó un cargo diplomático, ni Paz continuaron con ese proyecto.

Por su parte, Octavio Paz, Gabriel Zaid y luego se sumaría Enrique Krauze, dentro de un típico absolutismo intelectual rayano en los partidos de notables decimonónicos, plantearon instituir un núcleo de lo que llamaron trabajo intelectual independiente , orientado a la crítica y, en el papel, a impulsar el pluralismo y la democracia en México. No se unieron al "Príncipe" pero disfrutarían durante décadas de ricas prebendas y tajadas de publicidad por parte del acertadamente calificado como "ogro filantrópico": el erario administrado por el poder público.

Eran los tiempos de lo que se conoció como el jet de redilas de intelectuales que acompañó a Echeverría en una de sus giras. " A través de Juan José Bremer, secretario particular de Echeverría, y de Guillermo Ramírez, director en funciones del Fondo de Cultura Económica, más de cien científicos, investigadores, poetas y narradores, subieron en un DC-8 de Aeroméxico y enfilaron rumbo a Buenos Aires" (José Agustín).

Al margen de las candilejas intelectuales y artistosas , a principios de los años setenta se había roto categóricamente la posibilidad de una alianza estratégica con el Estado para la mayoría de la generación del 68, tras la masacre de aquel año . Los grupos más radicales consideraban que la represión del movimiento estudiantil no dejaba más alternativa que la construcción de una organización político-militar con capacidad de encabezar el cambio revolucionario socialista.

Así surgió una diversidad de grupos armados, entre los que destacaban la Liga Comunista 23 de Septiembre y el Frente Revolucionario Armado del Pueblo, que llevaron a cabo una serie de acciones que comprendieron desde "expropiaciones" bancarias hasta el asesinato de Eugenio Garza Sada, pasando por el secuestro del suegro del entonces presidente Echeverría, Guadalupe Zuno Hernández. Esto desencadenó la ola de desaparecidos que aún no termina de investigarse y la reconocida guerra sucia o terrorismo de Estado contra los insurgentes.

La mayoría de los intelectuales que escribían en La cultura en México no compartían esa estrategia. Consideraban equivocado tanto el diagnóstico como la receta. Planteaban, en contrario, que los actos de violencia significarían un recurso desestabilizador que habría de beneficiar exclusivamente a la burguesía ultraconservadora. O, en todo caso, que los grupos más radicales alimentarían la provocación patrocinada por los sectores duros del régimen y por la policía política.

La vertiente guerrillera y la

Izquierda parlamentaria

Paralelamente, a mediados de los setenta los movimientos de insurgencia sindical y la eclosión de las agrupaciones populares en diversas partes del país representaban un proceso social que postulaba la alternativa socialista en México. A principios de la década nacería Política Popular (conocidos como los Pepes ), cuyos dirigentes provenían de las fracturas del espartaquismo. De los Pepes se ramificaron tres importantes vertientes: el MAP ( Movimiento de Acción Popular ), el MCR ( Movimiento Comunista Revolucionario ) y Línea de Masas, todos ellos con expresiones en diversas zonas del país, hasta desembocar a finales de los años 80 y mediados de los 90 en la guerrilla indígena-religiosa neozapatista.

En gran medida, el resultado de esos movimientos vendría a significar que temas que parecían superados, como el nacionalismo revolucionario o la intervención del Estado en la economía (la "economía mixta" del sistema), ingresaron de nuevo en el discurso de la izquierda. Este episodio es crucial para descifrar el golpe de timón que escenificaron las izquierdas hacia posiciones parlamentarias y reformistas entre los años 80 y 90.

El mismo Carlos Pereyra, que en 1974 definía al gobierno como un régimen bonapartista y que consideraba muy probable que evolucionara hacia posiciones abiertamente autoritarias, sostenía en 1979 la necesidad de que el movimiento popular hiciera alianzas con los núcleos del Estado que permanecían fieles a la Revolución Mexicana, agorero de la futura escisión en el PRI por la Corriente Democrática de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, en 1987, cuyo resultado sería el PRD, el principal partido de izquierda actualmente existente.

El nacionalismo revolucionario sería asumido por la izquierda "parlamentaria" como el verdadero proyecto progresista, la opción viable enraizada en las mejores tradiciones del pueblo y que, en determinado momento, se podría ligar con un programa socialista. Tal convergencia explica que las discusiones acerca de la entrada de México al GATT, en 1979 y 1985, y la consumada nacionalización de la banca por el presidente priísta López Portillo en 1981, encontraran del mismo lado a esos sectores de la izquierda. Valga decir, en favor del proteccionismo y del estatismo.

Los intelectuales del MAP y los que optaban por la vía parlamentaria vieron en la nacionalización de la banca un avance sustancial del proyecto nacionalista y revolucionario. No hay que olvidar que ése era uno de los puntos programáticos de la Tendencia Democrática -obreros electricistas- de Rafael Galván en 1975. Desde tal perspectiva, el Estado, o al menos una serie de corrientes en su interior, no era el enemigo a vencer sino el aliado de las fuerzas populares. Posición casi idéntica a la enarbolada por Carlos Fuentes: el reformismo y el estatismo iban de la mano.

En noviembre de 1977 tuvo lugar la primera escisión del grupo del suplemento La cultura en México , cuando Jorge Aguilar Mora, novelista, poeta e intelectual brillante, escribió un ensayo "duro" sobre Octavio Paz que después publicaría como su tesis doctoral; Monsiváis se rehusó a incluirlo en el suplemento, concitando la irritación de Aguilar Mora, quien contaba con el apoyo de Héctor Manjarrez y Paloma Villegas. (José Agustín)

Todos ellos se encontraban, entre dientes, molestos porque Rolando Cordera, entonces miembro de la redacción (y del MAP), se había incorporado a trabajar como funcionario en la Secretaría de Programación y Presupuesto.

Así, la salida del "primer círculo monsivaísta" seguramente impulsó a que Monsiváis entrara al quite a propósito de unas declaraciones de Octavio Paz a la revista Proceso ; Monsiváis, a despecho de verse calificado por Paz como "hombre de ocurrencias, no de ideas", discrepó en cuanto al papel de la izquierda, defendió sus luchas y planteó su convicción en el socialismo; dijo igualmente que la derecha tenía un proyecto visible: aumentar su poder, desmantelar los avances sociales del estado, reducir las conquistas de los obreros y frenar el desarrollo de la sociedad civil.

La polémica siguió en las páginas de Proceso y con el tiempo abrió dos claras bandas de poder, o minimafias, en la élite intelectual de México. Octavio Paz se fue despeñando hacia un conservadurismo proempresarial, fervientemente anticomunista; el deslizamiento de Paz a la derecha fue aceitado oportunamente por el entonces vigente monopolio televisivo Televisa , que abrió su red nacional para que el poeta expusiera sus ideas, muchas veces lúcidas pero también obsesivamente anticomunistas: la suya era una cruzada con tintes religiosos, como el mismísimo comunismo que tanto denostaba.

Monsiváis, por su parte, consolidó una nueva redacción y todos ellos se instalaron en la revista Nexos y la convirtieron en una nueva mafia o "centro de poder cultural". Poco a poco Monsiváis fue pintando su raya y Héctor Aguilar Camín fue capo de Nexos a partir de la segunda mitad de los ochenta. Durante más de dos décadas, los grupos de Vuelta y Nexos obtuvieron el pleno reconocimiento de la cúpula gubernamental y, por tanto, procedieron a repartirse los más fértiles territorios del erario a guisa de "publicidad", subsidios y, en la actualidad, becas vitalicias.

De regreso a los tempranos 70, hubo una tercera opción. Se trataba de jóvenes de la generación del 68 que optaron por una reforma desde el interior del Estado. En el número 38 de Plural (noviembre de 1974), Carlos Salinas, Manuel Camacho y René Villanueva postularon la necesidad de una nueva inserción de México en el espacio internacional, la renovación de la clase política y el desarrollo de una nueva política económica.

La mayoría provenía de familias cercanas a la esfera gubernamental, pero habían tenido participación en algunos movimientos sociales que les permitía fundamentar las tesis de sus principales textos: " Tríptico de la dependencia " y " Enfoques teóricos sobre los movimientos obreros ", de Carlos Salinas; " El Estado mexicano del futuro " y " Los nudos históricos del sistema político mexicano ", de Manuel Camacho, y " La experiencia mexicana " de René Villanueva.

Su proyecto era el de una reforma desde arriba. Estos jóvenes apostaron a la conquista del poder político. Los tres coincidían en cuatro aspectos básicos: 1) la necesidad de vigorizar la participación de México en el contexto internacional; 2) la renovación de la clase política mexicana; 3) la búsqueda de la identidad de los nuevos actores sociales (grupos campesinos, movimiento obrero y los nuevos movimientos sociales); y 4) la implantación de una nueva política económica.

En los 90, desde el poder, aplicarían estos propósitos dentro de un diseño reformista que cambio de raíz la cultura política del país, aunque de una manera por demás bizarra que fracturaría al viejo régimen pero sin abrir una alternativa política para integrar un nuevo bloque histórico.

 

 

 

César Horacio Espinosa V. Mexicano. Escritor, poeta visual. Fundador en 1963-1964 de los Cafés Literarios de la Juventud y coeditor de la Hoja Literaria Búsqueda . Integrante del Movimiento de Los Grupos, en los años setenta. Desde 1977 forma parte del circuito del arte-correo, del cual promovió una serie de exposiciones y proyectos en México. Creó y ha coordinado las Bienales Internacionales de Poesía Visual y Experimental (1985-2001). Autor de libros y ensayos sobre poesía, arte, política cultural y comunicación.

 



Si quiere comunicarse con César Espinosa Vera puede hacerlo al e-mail postart@prodigy.net.mx

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