Santiago de Chile.
Revista Virtual.

Año 6
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 64
Agosto 2004

 

POETAS DEL SUR

DESPUÉS DE NERUDA: ¿QUÉ?


EL MANO A MANO DE FRIDA KAHLO

 

Por Rolando Gabrielli

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México ha sido capaz de casi todo a lo largo y ancho de su historia, siglos de realidades, máscaras y sueños, una aventura arrancada de su garganta, de la viva presencia de sus muertos.

Aventura y misterio conjugan México, como la Gran Noche Triste de Hernán Cortes, el puente trazado hacia la conquista, fundación y modernidad. Nació de la esperanza de la muerte y del dolor que hasta hora le recorre los huesos, las vértebras, al dolor mexicano, que se mezcla con el canto, los ritos inacabados de su colorido ataúd.

México fue capaz de fundar una ciudad sobre las aguas y hacer la primera gran revolución mundial y ser también un mural de innovadores coloridos y formas desérticas, humanas, gravitantes, rojas, ceñudas, dolientes, apasionadas, suspendidas en el grito. México se seguirá pariendo hasta el final de sus días. Le crecerán calles, brotarán personas, agua, se desmoronarán a pedazos edificios, seguirán brotando su negra tierra, mares, el desierto seguirá creciendo en su encierro, el DF se descolgará los hijos de las entrañas, sacarán sus raíces los pies de México, un volcán apagará la historia que continúa bajo las entrañas de sus propias cenizas húmedas de espanto.

El cuerpo se corrompe, supura, asfixia, y sigue caminando montado en la reconstrucción, reciclaje de sus restos, en el colorido ambiguo de su ser, amputado se eleva como un ángel por la ciudad hacia su propio infierno. Es rojo, es infierno, pero es la luz del pueblo, la llama de un altar popular sin iglesias, vagamente celestial, endemoniado en su máscara, porque México es un lucero frente a un espejo, un plato que se desborda frente a la luna, pez de sus aguas, la rota cañería de la noche azteca, claramente azul, vívidamente luctuosa, infantilmente soñada.

Es un gran texto olvidado, una prosa manchada en sangre, esa copla huérfana, ausente, arrastrada por las calles como el cuerpo de San Fermín. Un toro renace de la arena sangrante, otro ya es carne de la muerte, orejas y rabos de una misma piel, herencia dormida de una baraja inútil, ciega. México que le pisa el misterio a la vida, le afloja las caderas a la muerte, es su clavo sangrante, se contornea como un volantín, su cometa de estrellas azules, infinito. Está pariendo México bajo el vientre de la ciudad húmeda, sin fronteras, que ninguna noche contiene, ningún mediodía detiene, ni nada paraliza, algo que no es semilla, la multiplica y devora, la transforma en amante de la muerte, con su espejo rojo y negro, su gabán verde, descubre su imagen en el polvo de sus muñecas, en la utilería de su pasado, un águila que duerme en sus ojos, en la nariz del amanecer vuela.

México es un lujo, un pavo real que se devora asimismo, un gigante que se arranca los ojos, un duende que se alimenta de moscas de colores, un príncipe que habita en una casa de aserrín, y vuelve el ogro que lo devora con sus pinceles a colorear el mutilado esqueleto del dolor, la semejanza de la vida y la muerte, la risa, el colmo de la felicidad, la historia como un cuajarón de sangre que arranca de los sueños de Pancho Villa, Benito Juárez y Emiliano Zapata. ¿Cuántas estrellas tiene México? ¿Quién le bajó el firmamento a México y de paso le abrió los bolsillos a los pícaros?

Frida Kahlo, un ángel desarmado por los dioses, forma parte del México total, ese que arrastra el viento y las acuarelas, los andamios, sueños de acantilados, agita los brebajes de un demonio benigno, es lectura solitaria de Pedro Páramo, una historia inmensa asesinada por un millón de noches, bajo el sacrificio del sol y el aroma de unas flores frescas de indefinida textura. Hace 50 años, un 13 de julio, a la temprana edad de 47 años, dejó este mundo Frida Kahlo, reafirmando en sus últimas palabras no sólo la expresión de sus deseos, sino la voluntad de su irrenunciable amor.

Frida desde sus siete años fue marcada por su destino trágico, desgarrado, doloroso, pero compensado por su vitalidad, convicciones, su amor a la vida, talento, su irrenunciable manera de enfrentar el mundo. De la temprana poliomielitis hasta que el destino la arrancó de la superficie con un accidente que cambiaría su vida de por vida, un 17 de septiembre de 1925. Tenía sólo18 años. Se le partió la vida, pero Frida la recompuso, siguió, armó sus pedazos, y articuló un nuevo mundo con sus carnes, huesos, sentidos, pintó, pintó, pintó la vida con sus máscaras, pasiones, visiones, untó de formas y colores su nuevo mundo, mujer, en definitiva, de entregas múltiples. Su recurso fue la pasión, el arte de vivir la vida, y siempre participó con ella en un mano a mano.

Frida se vivenciaba en la tela, con autorretratos, la materia, decía, que mejor conocía, y era también un acto que practicaba con la soledad, prisionera de los corsés, del dolor que le paría el alma. Frida pudo tener dos o tres períodos claramente diferenciados en su vida de pintora, empujados por las circunstancias, pero su destino o desatino era ser Frida Kahlo, algo que un lienzo no podía retener, porque el mito está en toda su corporalidad, la mexicanidad de su existencia. No dejó de ser una referencia de sí misma, el espejo real de sus convicciones, la denuncia de sus estados de ánimo, el mundo de sus quejas y contentaciones, la vigencia del fracaso, no como una aceptación, sino una manera depurada, abierta, de recrearlo en sus convicciones más íntimas. Frida fue su propio planeta independiente, degollado cada amanecer, saturado de la atmósfera que le impuso el destino, nunca negoció nada para sí misma, nunca traicionó su esperanza y yo diría que hay una extraña fidelidad en sus actos, en sus trabajos, en su militancia con la Kahlo. No renunció al andamio corporal, humano, espiritual, que la sostenía, se transformó en su propia religión, un estilo personal de época y cargo su humanidad, vocación social, de artista, al México de su tiempo y que le tocó, vivir, gozar y sufrir. Su pintura es el color de la vida, del dolor, de sus trasgresiones, profunda mirada interior, de la contemplación de la Kahlo por la Kahlo, se desnuda, corporaliza para todos nosotros hasta nuestros días. Es la Frida hasta los tuétanos y si bien fue la mujer, amante, la huérfano, el soldado, la pasión, el arbitrio, un pájaro de lujo iluminado, del reconocido muralista Diego Rivera, no fue su apéndice, ni vivió de sus méritos, floreció por sus propias agallas frente al lienzo y la vida. Rivera, como me dijo Silvia en una postal que me envió con una pintura de la Kalho de Rivera, desnuda de espalda, fue mezquino, "muy poco para ella", son sus palabras exactas. Y es cierto, el tiempo lo ha reafirmado en el mito del ave fénix Frida Kahlo, no sólo por unas ventas millonarias que superan los cinco millones de dólares por uno de sus cuadros, sino por lo que significa para México, la pintura y las mujeres en el siglo XXI.

Frida es libertad, liberación, ella es libérrima absoluta, lo llevaba en sus genes, su pasión era ser Frida. Asumió a sus propios costos, la pasión de su libertad, su entrega, su compromiso político y amores y desamores, y siempre en un retorno hacia Diego Rivera, como si el círculo de su vida cerrara inevitablemente en el muralista. Están todas las confesiones a lo largo de su vida, en palabras, gestos, actos, en la pintura, en el remolino de la vida Kahlo, su amor por Rivera, caballo difícil de ensillar y encasillar.

Lo importante es no frivolizar a Frida, objetivizarla, o repasarla con el guante blanco aséptico, que disecciona al personaje, la obra, su vida, su amor por Trostky, la gastronomía, México, la palabra, porque ella, si bien es todo eso y más, fue una pintora surrealista, intimista, peculiar, lo más parecida siempre a Frida Kahlo. Esa es su carta de presentación. La Kahlo por la Kahlo.

 

POETAS DEL SUR

Por Rolando Gabrielli

El visitante curioso, ávido de aventuras y saberes, deslumbrado por la geografía de Suramérica, encuentra en la poesía, en los poetas del Sur, en la palabra, lo secreto, profundo, misterioso, la vida y la muerte, sus gentes, la huella invisible del pasado y el futuro, un presente rotundo, marcado de antemano.

Grandes poetas como las vastas, infinitas tierras, océanos, paisajes sin límites, desiertos, valles, selvas con ríos nacidos de montañas nevadas eternamente, pueblos remotos, caminos que parecieran ignorar las distancias y el tiempo. Música y canto, también en los caminos cortos, encerrados entre álamos, quebradas escondidas, fiordos, huellas del salitre, sal, cerros verdaderos disparates contra el cielo cayéndose de la mano de Dios. Grandes abismos, fosas marinas, límites desconocidos, un recodo inexplicable hacia la felicidad y la muerte. No hay límites en el Sur y ahí acaba el mundo, que nunca termina. Fin de mundo, la mano alzada de un niño en el pizarrón de La Patagonia, donde el abecedario arma un nuevo mundo con faltas de ortografía, pero lleno de esperanzas.

Pero el Sur no sólo es el Sur-Sur, donde la invicta geografía se asocia al silencio, sino también sus ciudades, -las pesadas puertas de sus anchas, anónimas avenidas, y sus callecitas, donde vuelves viejo amor: Lima, Montevideo, Santiago, Buenos Aires, Quito, Asunción, y el tiempo que es un largo río trasnochado de tiempo y más tiempo. El Sur es un río, un largo y renovado camino, un viejo y renovado poema, un aire que respiramos y no sabemos por qué, cuándo, ni cómo, el Sur existe.

Poetas de grandes avenidas, como carreteras, ciudadanos de la palabra, apóstoles urbanos, en el altar ignorado de las ciudades cosmopolitas, dueños de ruinas, infelicidades, de calles que arrancan desde sus vísceras, atormentados por la vida, presentes en lo cotidiano, fieles creyentes del futuro, insomnes transeúntes de una noche enteramente fugaz. Quizás sólo se proponían juntar estrellas, apacentar las ovejas del tiempo, dormir distraídos frente a la luz de una luna que vela por todos nosotros. Siempre expulsados por algún dios, casi eternamente recogidos por la miseria. Poetas incorregibles por la mano de Dios. Tierras alzadas por la palabra, náufragas, islas, toda palabra es viajera y en el Sur es verbo.

El Sur es un hábito, una manera de ser, hablar, sentir desde luego, mirar, un ombligo largo el de Chile, ancho y plano de Argentina, pequeño círculo, bisagra, Uruguay, y ahí se cierra el Cono Sur, una Caja de Pandora del Fin del Mundo, tierras traicionadas en no pocas ocasiones, atmósfera secreta de rosas y espinas. Andino el paisaje a su alrededor, anillo alto, nevado hacia las estrellas, la Cruz del Sur, solitaria lámpara encargada de la noche del Sur, de sus lejanías, de un tiempo documentado por los antiguos dioses mapuches. El Sur existe como tú en mi memoria, como Vos que no sos olvido. Una llama nace en la orilla de los caminos, fuego es la tierra y un río la sueña al otro lado de un puente invisible.

Tanto por compartir, que el olvido borra la oferta de la naturaleza y los sueños, del desafío de Ser. Altiplano, Altiplano. Tierra de afonía, altura sin piso, doblemente la llama encendida corre y muere. Indio Sur, sin hojas, sin árbol, sin tiempo, sin voz ni voto, simulacro del paisaje arrodillado. Son peones, fichas sin tablero. Un montón gigante de imposibilidades, viven en las esquinas del tiempo, mendigos de un sol que adoraron sus antepasados. La noche va boca abajo baila con sus cigüeñas rotas, las cabezas ciegas, podridas de los poderes fácticos, ensangrentada la plata, humillada, el vino agrio que se detiene frente al desierto. No pises el largo tiempo de la noche, extranjero. No hay comienzo ni fin. ¿Dónde está la punta que nace y muere? ¿Quién anduvo por el último camino? ¿Qué río murió bajo los suaves remos del viajero? ¿Qué montaña no se extiende un poco más hacia la derecha o la izquierda? Tu pie, mi pie, el paso de los antepasados se vuela con el aroma del Canelo en la noche. No duermas que esta será noche de espadas y corazas, de una cruz vengativa. Se siente el desembarco de las bestias, su sudor en el tupido follaje, el temblor de la arena bajo los cascos de los caballos, la mueca oxidada de la muerte. El viento nació para vencer y también las huestes de Caupolicán y Lautaro.

Poetas del Sur que desayunan con la palabra frente a una ventana, gris o soleada, -paisaje real- pienso en el Conde de Lautreamont (Isidore Ducasse), que le sopló un hombro a Dios; en Pablo Neruda, dueño y señor del amor y la materia, los crepúsculos y los muelles del alba desesperados; Jorge Luis Borges, el Hacedor de sueños y esquinas porteñas con sus orillas ciegas, el ascensor suspendido en la noche insomne (Oriente y Occidente); César Vallejo, dolor humilde de la vasija humillada, de la espuma y el todavía; y la Mistral, Lucila Godoy Alcayaga, de tanta desolación, viajera que cargó con los muertos de Chile y el polvo de la ignorancia de una época despiadadamente mediocre. Un valle, sólo un valle, que los cerros encierran.

Y vamos ordenando la Casa de la poesía Sureña, Vicente Huidobro, con un pie en la tierra y otro en las estrellas, dejó que el pájaro de la noche volara con su propia luz; (los puntos cardinales son tres: Norte y Sur) Pablo de Rokha, en la infinita tragedia del ángel caído; Nicanor Parra, individuo imaginario, presente -pasado- futuro, y Gonzalo Rojas, que no llegó primero, sino vino después y está con nosotros. Hay más poetas entre la tinta y la sangre, en el país del largo pétalo: Angel Cruchaga, Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Anguita, Arteche, más atrás Carlos Pesoa Véliz, después, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Oscar Hahn, Armando Uribe, Arce, Efraín Barquero, Carlos De Rokha, Rolando Cárdenas, David Rosenmann-Taub, Gonzalo Millán, y todos los que vienen con los bolsillos rotos llenos de estrellas y sueños, la humedad invicta de la palabra cuando comienza a nacer.

El Sur que sabe de lo que hablo y de estos misterios, Juan Gelman, bandoneón porteño, con Martín Fierro de José Hernández, Borges y la ciudad eterna, Lugones, Enrique Molina, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo, Roberto Juarroz, y tantos más, en el vicio inexcusable de la palabra, que es raíz, camino, identidad. La palabra porteña, desgarrada en el tango, la poesía del movimiento, convertida en dolor- consuelo, anécdota, olvido, sueño, simplemente la vida. Sur...paredón después / Sur...una luz de almacén. Cielo Sur, Mar Sur, Tierra Sur ... Desde Uno de tus patios haber mirado/las antiguas estrellas,/desde el balcón de la sombra haber mirado/esas luces dispersas/que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar. Es El Sur de Borges .

Alejandra Pizarnik, gaviota azul, degollada por su propia mano, anclada en el coágulo de la noche, inclina la cabeza de trigo del Sur, le abre un margen al poema. Mira la página en blanco, bajo sus pies en París, junta con sus largos dedos la noche, el sueño deshidratado, un hilo negro que mece el tiempo, minutos de arraigo y abandono, la balanza inútil de la aurora, un pájaro picotea el cuerpo, el poema es ala y nido, tiene casa en ti amigo lector.

Mario Benedetti, en la bisagra del Plata, Juana de Ibarbourou, telón de fondo y el Conde de Lautremont, Isidore Ducasse, montevideano, que cambió la poesía con Los Cantos de Maldoror . Quizás el más oscuro y luminoso pa (i)saje poético de un nuevo universo en el lenguaje de la poesía, enigma, temblor, príncipe negro de las letras. Un feroz, inmortal aullido. Su única esperanza, morir con el verbo. Se sopló en el aire a los 24 años de edad. Un pasaje siempre inédito, entre Montevideo y París, la mano que aló el viento de la poesía.

Perú, Vallejo que le dijo al poema en cholo, a la palabra, el verbo, todavía,-intraducibles espumas- César Moro, José María Euguren, Carlos Germán Belli, y los jóvenes que vienen bajando y subiendo el verbo por los senderos ruinosos del Perú. La piedra rueda, hermano y es verbo.

Está retratado el Virreynato con su boato, el sacrificio de la sangre, la catedral erguida entre la arena, el polvo de Lima, camino del Inca que crece en millares de pies, el sol más alto que la luz del hombre, nadie alcanza el sueño de los habitantes del Cusco, la piedra es lo único seguro en la sombra. Una momia virgen santifica las nieves eternas. La cruz se lleva al Inca, pieza de oro del Reino de España, y lo baña con las sagradas escrituras de la muerte. La muerte es un lujo dorado, una pieza maestra del conquistador. Dejó para siempre la palabra araucana. Muchos más recogieron la raíz de ese verbo ensangrentado, húmedo, vital.

Extraño fenómeno este de la poesía chilena, la más al Sur del Sur austral, el confín del fin, y el verbo viene de la araucanía, con el paje real Alonso de Ercilla y Zúñiga, poeta de la guerra, del canto, del testimonio de la conquista y del reconocimiento del terco conquistado inconquistable.

La palabra se hizo tormento, y no hubo estación que no trajera dolor, el precio de más de tres siglos de guerra, corriendo la sangre por el Sur de un río sin fin. Roja la huella invasora.

En esas tierras salvajes, arrinconadas por el tiempo, la geografía y la sobre vivencia, se originó Chile, Chili, fin de mundo, el último ruido del planeta, el hondo suspiro de una araucanía que se niega aún a morir. Respira el Canelo y la Araucaria aún se yergue en los acantilados, en algún risco olvidado del Sur, donde afortunadamente no llega la mano del hombre. Viajera la palabra en el Sur del verbo crece bajo esos troncos que silban con el viento las canciones ordinarias de esos días sin tiempo.

Bajo una piedra del Sur, nace un poeta chileno. Es una frase tan antigua como los versos de Petrarca. Hijos de una loca geografía, herederos del dolor y la felicidad, que marcan a un mismo tiempo esas tierras atormentadas por el hombre y la naturaleza, pero también dotadas del comienzo del paraíso. Dios que no tiene sueño, duerme en el Sur.

En La Patagonia nació el viento. Duermen las estrellas más azules que la eternidad. La tierra acomoda sus largas piernas, se dobla y encoge los hombros en las noches. Cruje el silencio natural de la geografía. La noche se siente principio. El tiempo tiene cuerpo. Las aguas se juntan, ni tan calladas ni tibias, próximas así mismas, puras, torrentosas, bautismales. Chocan los océanos, los canosos glaciales miran impertérritos el paso del tiempo, el hielo es un rostro antiguo, elegante, olvidado de todo

maquillaje, es su propio esplendor, la transparencia del alba. Bosques, dormitorio del silencio, de lengas, ñires, amancay y guindos, de la luz y el espacio, el principio que no es vacío, sino el ciclo que la noche y el alba comparten el día a día.

Los Poetas del Sur, desde sus hondos caminos, lo dijeron casi todo, y aún siguen nombrando a las cosas, cantaron a la vida y a la muerte, diversos en la fluida, atascada geografía del verbo, más que nombres, el hilo de una misma madeja, la tela en el telar de la poesía.

La poesía en el Sur no es un lujo, le pertenece al hombre y a la naturaleza, forma parte de las cosas, arrinconada también por los medios, sobrevive en un tren antiguo que busca con desesperación un andén donde descansar para seguir su ruta la mañana siguiente. Entra a un bar en Nueva York 11, Santiago de Chile, cuando el Sur está lleno y bajo el plomo de la prosa impune del Capitán General. En el Bar Unión de la City mapochina, un segundo hogar para Rolando Cárdenas y Jorge Teillier, poetas del Sur, de Chiloé y la araucanía, forasteros del Santiago ensangrentado, rumiaban la poesía de la sobre vivencia, instalados en el Sur del poema. La ciudad goteaba por sus cuatro costados, una lluvia roja lágrimas de azufre en los mesones de los bares, poesía sudada en la negra primavera del 11 de septiembre, el Sur crujía sin música de bandoneón. La acera del frente, la cité, la calle desvencijada sin transeúntes, esos atardeceres pálidos, crepusculares, viudos, huérfanos casi de hospicio. El Sur que era fruta, flor fresca, mostraba sus pálidas, enlutadas mejillas de espanto. Se creció la noche en el día. El río arrastró cadáveres. La muerte desayunaba cuatro veces al día. Ningún sueño más horroroso que la realidad.

El Sur son tantas cosas. Ninguna de ellas, como todas juntas. El parrón, la higuera, la que pasa tan cerca del corazón que te siembra primaveras. El Sur es un verso simple, lluvioso, amigo, la guitarra, el aromo en la buena primavera, el vino ronco como el zarpazo tibio de un puma, un frío que empuja las costillas más afuera, tú que compartes el pan frente a la cordillera nevada. Siento un tren que recorre mis venas en las noches, debuto en una larga tempestad como un maquinista sobre rieles, que arrastra una ciudad gris, de anchas caderas, matriarcales formas de nieve, bautizada por terremotos, poetas desamparados, aluviones de palabras con sus noches negras verdosas de un violeta insomne delirante que atraviesa el tiempo Sur con sus violines rojos, caballos de invierno, otoños que se dejan amarillos, intactos, veranos azules, islas sin nombre, la nieve que viene volando los Andes con su Cóndor plateado. Un andén duerme a esta hora cerca del solitario riel y yo no estaré. La mariposa sabe de belleza y cuan corta es la vida, azul el mar verde, la copa se alza y cae invicta la noche más allá, al Sur de los copihues. Alguien canta a lo lejos.

 

SUR

La nostalgia patea con sus cuatro patas tiernas

y no tiene furia el tiempo en la bestia,

una cicatriz tatuada en el cuerpo cojea,

vacila una noche sin estrellas,

hunde el pasado en su agujero negro,

la cabeza y los ojos y el ombligo

de dos caras respira gemelo en ti mujer.

El Sur es tu puerta húmeda,

sólo ábrela.

r.g.

DESPUÉS DE NERUDA: ¿QUÉ?


Por
Rolando Gabrielli

Se acabó la fiesta del gran fiestero . Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Cien años, el joven Neftalí cruza Temuco, 1921 en la palabra poesía, Santiago crepusculario, Maruri 513 y la leyenda de un Sur lluvioso, melancólico, remoto, no se detendría hasta el fin de sus días.

A sus cien años, el Vate retornó a sus raíces en gloria y majestad. Fiesta nacional, mundial para la poesía, un respiro frente a la farándula, al dorado vicio de la banalidad, ese toque mágico de la estupidez mediática.

Neruda regresó como la figura emblemática, totémica, mítica de la poesía chilena. Moros y cristianos oficializaron al poeta y pasearon por Chile y el mundo como un Buda de la suerte. El poeta frotó la lámpara de su poesía en Carahue, Santiago, Rangún, Madrid, DF, Capri, Buenos Aires. El amor y la materia, fue la materia de su poesía.

Más universal y chileno, como su poesía, el país vivió la atmósfera nerudiana. Un lujo en estos tiempos banales, mediáticos, esquizofrénicos, época-mercado, que un poeta muerto hace treinta años, convoque tantos sentimientos, pasiones, y una nación del Sur, concite la atención del mundo a través de su figura y obra. El poeta está más vivo que muerto, deja atrás a los ratones encantados como Hamelín con su música.

Más allá de la retórica, de la canonización, de las medallas, del poeta franquicia, ícono indiscutido de la chilenidad, están los 80 años de la residencia poética de Neruda en la tierra. Ha permanecido lo sustancial, un verso no metálico, de madera.

El poeta sé auto calificó generoso de amores y lo fue. Allí escarbaron urracas y aves carroñeras. También lo fue en amigos y adversarios. Vivió intensamente, se exilió después de ser expulsado del Senado de Chile y murió perseguido por los militares, el 23 de septiembre de 1973. Murió sin cumplir su sueño, de levantar la casa de los Poetas en Cantalao. Una especie de "fábrica para escribir poesía" Es una tarea pendiente aún de la Fundación Neruda. ¿Si se le sigue pidiendo rendición de cuenta al poeta que ya no está para responde, por qué los vivos no se responsabilizan de sus compromisos, además por un mejor y más humanitario Chile?

El poeta, desnudado para su centenario, porque también algunos hicieron fiesta con su vida personal, se brindó en vida y en muerte en cuerpo y alma al pueblo de Chile, su gente, y no dejó por fuera ni a las hilanderas de Isla Negra.

Desmesurado amante de la vida, rompió con la regla del afecto a cuenta gotas. Ningún escritor famoso, exitoso, chileno, actual, ha contribuido a nuestras letras, a Chile, en vida y muerte, como pablo Neruda. No han promovido un mísero taller para los jóvenes escritores ni han abierto las puertas del exterior para los inéditos, desconocidos, o de quienes ya cuentan con una copiosa obra.

En este centenario, el país confraternizó alrededor de la palabra de Neruda. Es probable que muchos hayan consultado sus libros en algún rincón de Chile y del mundo.

Ya es usual escuchar en el extranjero a visitantes que Chile cambió. No sólo el país, sino los chilenos. De gris afable, solidario de los 60, al silencio desconfiado, escurridizo, a partir de 1973. Otro Chile tu cielo azulado. ¿País de altas torres y techo de vidrio, en medio d e las arenas movedizas?

Si Neruda estuviera vivo se habría pronunciado sobre todos los temas sociales concernientes al futuro de Chile. No se consideraba un poeta Topo o Avestruz.

La sangre pareciera coagulada en el Chile Actual. Una enfermera nos espera en cada estación del metro. Mide el smog que cada chileno lleva entre ceja y ceja, y les recomienda un día frente a la Cordillera de los Andes. A los sin recursos, les regala una fotografía del macizo andino que ya no se ve con sus nieves eternas desde las calles de Santiago.

La poesía es un paisaje interior, íntimo, se carga individualmente, no se requieren mayores recursos que la imaginación.

Desde hace muchos años sabemos que la Poesía es un artículo ni siquiera sospechoso. Un producto no comercial, un bien en realidad, como lo es, intransferible.

Bien o mal, la Poesía existe.

Y esperamos que el homenaje a Neruda y su poesía, nos e haya quedado en el corazón de las manzanas frente a La Moneda, como una fruta prohibida, la pecaminosa Poesía, expulsada del Paraíso terrenal.

Muchos, con sus discursos oficiales, premiaciones arbitrarias, amañadas, con la elaboración de antologías personales, quienes le niegan la edición al libro y a la poesía, relegan al Arte Mayor de la palabra, al tranvía del olvido, al cuarto de la tía loca de la casa.

No olvidemos que la prestigiosa, reputada y poderosa en ese entonces editorial Ercilla, se negó a publicar el Canto general de Neruda. La Mistral editó sus primeros libros en el extranjero: Estados Unidos y Argentina. Losada fue el editor de Neruda.

¿Después de Neruda, la poesía seguirá siendo un ruido lejano del tren lastrero del maquinista Reyes? ¿Poesía que va ala mar y es el morir?

Después del festival nerudiano, con el Premio Nacional de Literatura, se probará el temple de ánimo y la transparencia del jurado. Fallo difícil, pero debe ser una legítima decisión ante la obra y nada más.

¿La originalidad de Hahn?

¿Lo cotidiano, la mesa de cada día, el ser de las cosas de barquero?

¿La trascendente intrascendencia de Armando Uribe Arce?

Los tres tienen méritos suficientes. Poetas de una larga, consagrada y reconocida trayectoria de la poesía chilena y castellana.

A Barquero lo conozco y es mi amigo. A Hahn y Uribe Arce, sólo los he leído. No hay duda que son representantes de lo mejor de nuestra poesía. Poetas ya entre dos siglos, parte del tronco poético y en la ruta de Neruda, la Mistral, Huidobro, De Rokha, Parra, Gonzalo Rojas etc.

Es curioso, cuando menos, ser curioso y preguntarse: ¿ Por qué un país como Chile tiene tantos y buenos poetas? Jaime Concha, acucioso crítico de la obra de Neruda y Huidobro, se preguntó un lejano 22 de febrero de 1973 en uno de esos coloridos cuadernillos de la editorial Quimantú, de la colección Nosotros Los Chilenos .

¿Qué significa que un pueblo pobre y subdesarrollado como Chile pueda darse el lujo de tener poetas?

Premonitorias, fatales palabras. menos de siete meses después, el Tata Riggs, capitán General de Chile, guillotinaría miles de libros de Quimantú, quemaría otros tantos, cerraría diarios, apagaría la luz de Chile. Nada personal quizás contra la poesía, que no leía ni entendía, pero si contra Neruda.

En sus memorias, el Vate anotó palabras de vidente, que ya nadie recuerda.

Volodia Teilteiboin, en su ensayo biográfico intitulado Neruda, reveló que 11 día antes del golpe militar de 1973, Neruda fue visitado en Isla Negra por el Secretario General del Partido Comunista del Chile, Luis Corvalán. Neruda estaba inquieto por los acontecimientos políticos. Corvalán lo calmó:

"Puede haber un golpe. Pero a ti pablo, no te tocarán. Eres suficientemente grande para que se atrevan a hacerlo."

Te equivocas, respondió con calma Neruda, García Lorca era el Príncipe de los gitanos, y ya sabes lo que con él hicieron. La historia le dio la razón.

En país se fracturó y la convivencia nacional se hizo polvo. 17 años de soledad. Un país para los muertos, torturados, desaparecidos. Los exiliados se quedaron sin país. Y otro país para los dueños de Chile.

Neruda recorrió Chile de Norte a Sur y viceversa. Como un gran albatros, como un poeta, senador, candidato a la presidencia, como chileno. Sintió la historia bajo al suela de sus zapatos y caminó con ella.

Aprendamos de esta historia, la nuestra, la que corre en el telón de Chile.

 


Rolando Gabrielli
 
Rolando Gabrielli
es Periodista y Escritor chileno

Si desea escribirle puede hacerlo a:
panaglobal@hotmail.com

Actualmente vive en
El Dorado, Panamá

 

 


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