Ojeando un libro de Juan Cameron (con una sugerente “zona femenina” dibujada en su cubierta), el lector, que en este minuto es escribiente, detecta ciertas claves significativas en la poesía chilena de los 80, que a 19 años de su publicación, son merecedores de estas tentativas.
Al poeta porteño lo he visto declamar en ciertas ocasiones y también he trabado ciertas palabras con el que, por cierto, no creo que dejen de ser solo anécdotas camino al baño del recinto. Pero al ver su inmediatez de poeta, me permito pensar en el proceso purificador y errático de la poesía. He leído de los orígenes literarios de Cameron, su amistad con Juan Luis Martínez (también las fieras anécdotas de “Poesía a golpes” en la revista “La Vida Breve” de la Sociedad de Escritores de Chile, filial Valparaíso) y no puedo dejar de sentir una identificación de códigos que no son para nada intelectuales. Este señor es un poeta bohemio (imagino) que ha viajado mucho como para quedarse enredado en los tropiezos de las tabernas. Bastante he aprendido de las caricias de la embriaguez, pero también he sabido de las circunstancias enriquecedoras. Es así como recuerdo la obtención del libro Cámara Oscura (Ediciones Manieristas, 1985) adentrándome en lo que el llama el oficio de hacer y deshacer estas imágenes hasta Paraíso Vano, hermoso texto arraigado desde la punta del muelle Barón hasta los cerros de Valparaíso. Ya sabemos: ascensores, escaleras, pero no las mismas “deste” ojo: “Pero tú tú vas tú vas / en ascensor & no te alcanzo / me canso en el oficio de ser sólo fragmento / sin oro sin vasija / ni greda entre las ruedas dentadas del camino” (Ascensor Florida). Me pregunto como llegó este libro a manos del librero que me lo vendió en el persa Bio-Bio.
Debo decir que Juan Cameron nace en Valparaíso en 1947 y que ha publicado una decena de libros como: Perro de Circo (1979), Apuntes (1981), Cámara Oscura (1985), Ascensores porteños/ Guía práctica (1999) y Jugar con la palabra (2000), entre otros. Y que ha vivido en Argentina y Suecia. Pero no pretendo encaminar la ruta de esta columna hacia el paseo ciego del groupie. Solo una reseña, un recuerdo, la imagen del navío que veo deshacerse, por completo, desde un balcón.
Ahora que he escrito de lo que deseaba, corrijo el texto, observo nuevamente el dibujo de la cubierta, termina el triste julio y mis amigos me preguntan de que escribo, y yo les cuento que de Juan Cameron, hoy domingo, al atardecer.