Tres
Escritores Tartamudos
Gonzalo
León
Chileno
1998
Tres amigos
que no se veían muy a menudo quedaron en juntarse aquel lluvioso
27 de agosto. A minutos de las siete de la tarde ninguno de ellos
había llegado a la cita en aquel bar. Llovía a cántaros,
y en las calles todos corrían para guarecerse.
-¿Qué
lluvia, eh? -comentó el mozo al dueño del local.
-No me imagino
un clima más adecuado para hoy.
-¿Por qué
lo dice, jefe?
-No lo sé
realmente... Pero algo me dice que éste es el clima ideal para
lo que va a suceder acá.
-¿Otra vez
con sus presentimientos?
Mientras el
mozo soltaba una tímida sonrisa, el dueño de aquel bar
enarcó sus cejas y aclaró:
-Lo que yo
tengo no son presentimientos. ¡No! Lo que a mí me sucede es,...
no sé si tú has tenido esta sensación, ¿no? Bueno...
Esa sensación de haber vivido un acontecimiento dos veces.
El mozo acercó
su rostro al de su jefe y le dijo con una risita burlona:
-¿Hablamos
del inconsciente, de Freud y esas patrañas?
"¡Desde luego
que no!", enfatizó el dueño del local, y tras cartón
una figura alta, envuelta en gotas de lluvia, entró al bar.
Sin sacarse su abrigo se sentó en la única mesa que
tenía un cartel que decía "RESERVADO" y llamó
al mozo con la mano.
-¿Ves, estúpido?
-le dijo el dueño al mozo-. A esto me refería. "Esto"
ya comenzó.
Llovía
y Sergio estaba en su departamento, poniéndolo todo patas para
arriba, buscando por aquí y por allá unos malditos papeles,
unas anotaciones hechas por él mismo hacía un tiempo
no muy lejano.
Ya había
lanzado al suelo casi todos sus papeles y lo mismo había hecho
con los libros de su pequeña biblioteca, cuando de pronto,
en medio del desorden, algo se le reveló. "Por supuesto,...
¡en la cocina!" Sin dudarlo, Sergio se precipitó a la cocina,
cuando el reloj de pared que allí había marcaba las
siete y cincuenta minutos de la tarde.
En el bar,
un hombre bajo y regordete entraba con su impermeable empapado.
-Hola Pato,
¿esperas hace mucho? -dijo.
-No -contestó
Pato con indiferencia.
Leonardo se
sacó entonces el impermeable, lo colgó en un gancho
de bronce colocado en la pared y se sentó.
-¿Está
bueno el whisky? - le preguntó a Pato.
-No preguntes
idioteces. Mira que el clima no está para eso.
-Tienes razón
-admitió Leonardo sin intimidación alguna-. Bonito el
día que escogimos para esta reunión. ¿Y Sergio?
-Tú
sabes cómo es él.
-Sí,
lo sé. -Y pegando un fuerte grito, Leonardo llamó al
mozo.
-Sí,
señor.
-Quiero una
botella de cabernet sauvignon y una tabla de quesos.
-¿Algo más?
Leonardo meneó
la cabeza y luego la dirigió hacia donde su amigo, quien daba
el último sorbo a su vaso de whisky. Algo en Patricio no estaba
bien.
-Hoy murió
mi viejo -comentó Pato de repente.
Y ante el comentario,
Leonardo quedó atónito, y su rostro se llenó
de asombro y compasión,... y cierta incredulidad también.
-Yo siempre
pensé que tu viejo había muerto hacía tiempo,...
digo, como no hablabas de él, era lógico pensarlo.
Las palabras
de Leonardo sonaron como a disculpa, por lo que Patricio tuvo que
aclarar unas cuantas cosas.
-Mi viejo,
como ves, estaba vivo. ¡Siempre estuvo vivo el muy conchadesumadre!
-El mozo llegó con el pedido de Leonardo justo para escuchar
el garabato-. No, no me refiero a usted. ¡Ah! Y otro whisky, por favor.
Cuando el mozo
se retiró un extraño silencio envolvió a aquellos
amigos, pero sólo duró hasta que Leonardo probó
los quesos.
-¡Pero estos
quesos están pasados! ¡MOZO! ¡¡MOZO!!
-Sí,
señor.
-Estos quesos
están pasados. Mire, incluso algunos tienen partes verdes.
-Discúlpeme,
pero esos quesos son así.
-Pues a mí
no me gustan. ¡Llevéselos!
-Está
bien.
Y cuando el
mozo se iba, masculló "si no le gusta el buen queso, le llenaré
la tabla de puro queso gauda. ¡Ignorante!"
-¿A qué
hora murió tu padre?
-Temprano,
en la madrugada. O al menos a esa hora me avisaron.
-Madrugador
el hombre -bromeó Leonardo-. ¿Sabes dónde vivía?
-Antes sí.
Cuando era niño; pero hace tiempo le perdí la pista.
-¿Pero al menos
sabes si vivía aquí, en Valparaíso?
-Creo que no.
A él nunca le gustó Valparaíso.
-¿Y qué
ciudad le gustaba a él? -insistió Leonardo.
-No lo sé.
Ya te dije que era un conchadesumadre. Y eso es lo único que
sé de él.
Y ante la irritación
de Patricio, Leonardo decidió cambiar de tema.
-¿Hablaste con
Sergio?
-¡Que andai`
preguntón hoy día!
-Bueno, bueno,
pero ¿hablaste hoy con él?
-No. Hablé
ayer con él.
-Qué
bien.
-¿Y se puede
saber por qué está bien?
-Porque siempre
que se le recuerda un compromiso, no lo cumple.
-¡Ah, de veras!
-exclamó Pato-. Sergio es un tipo muy raro.
En su departamento,
Sergio, en medio del desorden de su cocina, recordaba una conversación
que había sostenido con Leonardo. "¿Sabes? A veces tengo la
sensación de que estás en otro nivel de realidad." Caminando
por entre aquel caos, Sergio se preguntaba si "ese nivel de realidad"
al que se había referido su amigo era superior, inferior o
sólo distinto. Y cuando estaba en esto, instintivamente observó
su reloj de pulsera y sólo ahí recordó. Inmediatamente
se precipitó hacia la primera chaqueta que encontró,
luego cogió un paraguas, y cuando se peinaba nerviosamente
frente al espejo, ubicó mentalmente los malditos papeles. "¡Qué
torpe! Cómo no lo pensé antes", se dijo al momento de
revisar un bolsillo de la chaqueta que tenía puesta, en donde,
doblados, descansaban aquellos papeles.
Al salir de
su departamento eran las ocho y media de la noche, y todavía
llovía.
Una parte de
la lluvia hecha hombre pareció entrar al bar como una verdadera
borrasca. Pato que estaba sentado con una vista privilegiada para
observar quién entraba o salía, vio aproximarse a aquella
figura con mucha decisión hacia su mesa.
-Hola Pato;
hola Leo.
-¡Sergio! -dijo
Leonardo al darse vuelta y verlo todo mojado.
Sergio se sacó
la chaqueta y llamó al mozo. Tiritaba de frío.
-No te parece
que habría sido una buena idea si hubieses abierto el paraguas
-apuntó Pato, quien ya iba en su tercer vaso de whisky.
-¡Bah! No me
di ni cuenta que no lo había abierto -sonrió el aludido,
y luego se sacó su chaqueta y se sentó.
-Ves Sergio,
a cosas como ésta me refería cuando te dije la otra
vez que estabas en otro nivel de realidad.
Tras las palabras
de Leonardo, llegó el mozo y preguntó:
-¿Qué
va a ordenar el señor?
Pero Leonardo
detuvo a su amigo para proponer:
-¿Qué
te parece si pedimos una botella de merlot?
Sergio lo miró
de soslayo y repuso con seriedad:
-¿Y por qué
no mejor dos?
-¿Dos? Me parece
bien.
-¿Eso no más?
Leonardo no
respondió. Sólo dirigió su vista hacia Sergio
y le preguntó en voz baja:
-¿Tienes dinero?
-¿Dinero? No
sé, ¿por qué?
-Para pagar,
¡¿para qué más?!
Sergio revisó
sus bolsillos: su chaqueta, sus pantalones.
-No -anunció
calmadamente-, no tengo ni uno. Pero ¿supongo que tú me prestas?
-Está
bien -contestó Leonardo con resignación-, yo te invito.
-¡Excelente!
-exclamó Sergio con felicidad-. ¿Y? -preguntó mirando
a Patricio.
-¿Y qué?
-replicó el aludido.
-¿En qué
estaban?... Vamos, vamos, continúen. Hagan como si yo no existiese.
Pato entonces
miró a Sergio con furia y le dijo:
-¡No seas estúpido!
-Oye, pero
a ti ¿qué te pasa? -replicó Sergio, muy ofendido por
la actitud de su amigo.
-Nada. Murió
su padre -le explicó Leonardo.
Sergio se quedó
perplejo.
-¡¿Tienes padre?!
-exclamó-. Yo pensé que él había muerto
hace años,... cuando naciste o algo por el estilo.
-Pues, como
ves, hasta ayer estaba vivo.
-¡Qué
lata! Espero que al menos tengan la delicadeza de no involucrarte
en esas típicas actividades de familia que siempre se hacen
cuando un pariente cercano muere.
-Ya es tarde
-apuntó Pato-. Hoy almorcé con dos medias hermanas que
en mi vida había visto.
-Lo siento,
viejo, ¡no sabes cuánto lo siento! Yo pasé por lo mismo
cuando una tía abuela, una vieja a quien no conocía,
agonizaba y me obligaron a verla morir. Recuerdo que cuando me aproximé
a su lecho ella me agarró con fuerza mi mano y murmuró
quién sabe qué. Era un 18 de septiembre, y afuera se
preparaba chicha en una pileta (estábamos en un campo en Limache);
y para fermentarla los niños que por ahí andaban, y
que yo no conocía, defecaban en ella. ¡Era asqueroso! Después
que la vieja murió, comimos un asado y mi viejo bebió
de esa chicha. Es más; casi todo el mundo bebió de esa
chicha.
Pato y Leonardo
se miraron pasmados con la historia contada por su amigo y a lo único
que atinaron fue a reírse a carcajadas.
-¿Qué?
-repuso entonces Sergio-. ¿Acaso dije algo gracioso? -Y tras cartón
se unió a las risas, y sólo vinieron a parar cuando
el mozo llegó con las dos botellas de merlot.
El mozo abrió
ambas botellas, se retiró, y luego, Pato haciendo referencia
a una hermosa mujer que había en el bar -y que estaba acompañada
por un tipo con aspecto de pelmazo- dijo:
-Creo que la
conozco.
Sergio, sin
disimulo alguno, recorrió el lugar con la vista.
-¿A esa colorina?
Es bonita -comentó.
-¿La habías
visto antes? -preguntó Pato.
-¿A quién?...
¡Ah! A ella. No, ¿por qué?
Tras la conversación,
Leonardo comenzó a reír de nuevo. Tanto que se puso
a toser.
-Les cuento
-dijo Sergio, cuando Leonardo ya se hubo recuperado-. ayer hice un
cuento,... ¡bah!, me salió verso -rió al final.
-¿De qué
se trata? -preguntó Pato con desinterés, pues seguía
mirando a "la mujer de sus sueños", y preguntándose
a cada momento si la conocía.
-Se trata de
tres escritores tartamudos que se juntan a debatir de literatura y
de todo en general. -Sergio se interrumpió para servirse más
vino-. Lo más gracioso de todo es que, como los tres son tartamudos,
no pueden pronunciar las "c", las "k", las "p", en fin todas las letras
fuertes, porque para ello necesitan que la lengua se retraiga; pero
como ellos son tartamudos y precisamente de eso se trata la tartamudez,
los diálogos resultan ridículos. ¿Entienden?
-¿Investigaste
con un fonoaudiólogo, acaso? -preguntó Leonardo.
-No, con una
fonoaudióloga y con una miga suya, que es muy tartamuda y MUY
RICA.
-¿Es colorina?
-interrogó Pato.
-No, es morena,
¡una morenaza!
-¿Quién:
la fonoaudióloga o la amiga? -terció Leonardo.
-¡Hablo en
serio! -dijo Sergio para llamarle la atención a su amigo.
Pato, al enterarse
que la amiga tartamuda de la fonoaudióloga no era colorina,
se volvió hacia "la mujer de sus sueños". Sergio se
percató de ello y, como él quería capturar la
atención de todos, le preguntó a Patricio.
-¿Y lo querías?
-¿Me hablas
a mí? -dijo Pato distraídamente.
-Te preguntaba
si lo querías.
-¿A quién?
-A tu padre,
¡a quién más! -exclamó Sergio.
-Ya le dije
a Leonardo que él era un conchadesumadre.
-¿Pero lo querías?
-insistió Sergio tercamente.
-No, no lo
quería -respondió Pato.
-¡Entonces
brindemos!
-En eso estamos,
¿o no? -dijo Pato.
-Sí,
¡SALUD POR EL CONCHADESUMADRE DE TU VIEJO! -exclamó Leonardo.
-¡SALUD! -brindaron
todos.
Bebieron y
bebieron, vino, sólo vino, y cuando ya todos estaban bien ebrios
Sergio preguntó:
-¿Les gustaría
que les leyera el cuento de los tres escritores tartamudos? Lo tengo
aquí en la chaqueta. Antes de venir para acá, pensé
que lo había extraviado; pero no, lo encontré, estaba
en esta chaqueta y yo el muy güeón dejando la grande en
todo el departamento, dejando todo hecho un asco, sin ningún
orden. Bueno, ¿quieren que se los lea?
-No -respondió
Pato secamente.
-No estamos
para cuentos. Estamos ebrios.
Y en la barra,
mientras estos tres escritores tartamudos conversaban lo mejor que
podían, el dueño le decía al mozo:
-Ves que tenía
razón.
-Son muy tartamudos,
¿no es cierto? Le juro, jefe, que me fue muy difícil no reírme
de ellos.
-Bueno, al
menos no han armado ningún "jaleo" como lo había presentido.
Y cuando el
mozo estaba a punto de replicarle al dueño que lo que él
tenía sí eran presentimientos, la luz se cortó
y los tres tartamudos aprovecharon la ocasión para huir sin
pagar la cuenta. En medio de la terrible lluvia, los pocos transeúntes
y automovilistas podían ver a tres tartamudos totalmente ebrios,
bailando y cantando como Don Lockwood (Gene Kelly) en "The singer
in the rain".