Santiago de Chile.
Revista Virtual.

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 57
Diciembre de 2003

 

....EN UNA ESTACIÓN DEL METRO.....

MUNDO CANNE

BANDONEÓN AZUL

 

CRAWFORD: CRÓNICA DE UN AMOR IMPOSIBLE

Desde Panamá, Rolando Gabrielli

Cindy UNO

Yo me enamoré de Cindy Crawford cuando la vi por
primera vez en una valla en la avenida España en
Panamá. No enseñaba gran cosa. Su imagen estaba
asociada al tiempo. A nuestro tiempo y época. No sólo
un símbolo top de la pasarela mundial. Era algo más
que conjugaba con el misterio, glamour, su pasada de
granjera. La valla nos daba de frente cuando
cruzábamos en automóvil la transitada avenida. Me
gustaba ver caer su silueta en el ocaso. Siempre nos
permitía un poco más el denso y estresante tráfico. La
Cindy C. se encargaba de refrescarnos los minutos de
soledad tropical frente al timón. Sudábamos los que no
teníamos aire acondicionado por cuenta de la humedad
de Ciudad de Panamá y la Cindy. Pero agradecidos al
fin de una hembra tan fenomenal con su lunar y
kilometraje global rodando.
En las tardes, a la hora del crepúsculo, en el ocio de
la ciudad y de manera espontánea, se me ocurrió un día
y después lo convertí en un vicio. Sí, me subía al
paso peatonal, un sitio sin gracia, en el Centro
Comercial Concordia, que parte por el aire la avenida
en dos, para ver de más cerca a la Cindy. Se me
agrandó la imagen como en cinemascope.

Pantalla ancha, la Cindy y yo. Ahí me la soñaba. Le
disparaba besos imaginarios como palomas. Siempre
sonreía. Tan linda la Cindy, supongo que los recibía
con agrado y algo acostumbrada al éxito protegido del
sol y de la lluvia, compartía las horas muertas con la
Cindy. Tan cerquita de ella como podía. El paso
peatonal es un pasillo muy concurrido. La gente lo usa
para cruzar la calle y salvar el pellejo de los
buseros y taxistas. Es una odisea cruzar la Vía España
y, a cualquier hora, un riesgo mortal. A veces,
hipnotizado yo, suspendido, aproximándome tanto que
creía que la tendría para mí esa noche, no sentía los
codazos y empujones que me daban los que cruzaban el
paso peatonal como buseros. Cuando el sol me daba de
frente al mirar el horizonte. Me cubría con una
revista de National Geographic en español que siempre
cargaba. Y trataba de que la naturaleza me devuelva al
menos en el papel algo de confort. Y me concentraba en
la Cindy.

La lluvia, nada me impedía, darle un vistazo,
recorrerla de horizontal a vertical y viceversa, por
los cuatro puntos cardinales. La imaginaba bajo la
nieve. Una delicia. La soñaba de mil maneras y me
llamaba mucho la atención su reloj pulsera. Era
propaganda. La leyenda de la valla me impactó desde un
inicio.. My Choice, junto a un Omega. Vaya, valla, es
un Omega.

Cindy DOS

Después de un tiempo, llegó una orquesta al centro
Comercial. Un dúo más bien. Es que eso del órgano
parece la expresión de una multitud. La depresión
económica trajo la música. Un colombiano y un
ecuatoriano."El frío de mi cuerpo pregunta por ti. Y
no sé donde estás."
Yo seguía firme, clavado frente a la Cindy C. Fiel,
hogareño, soñador, discípulo del amor. Mi valla
querida. Impresionantemente serena, juiciosa,
conmovedoramente inmóvil. Nada la sacaba de sí, como a
esas mujeres modernas, ni los bocinazos: Cindy C.
Imperturbable. Esos aguaceros que manda Noé en la
estación lluviosa, ni fu, ni fa. Ella permanecía
abstraída en su gesto natural. Un día me encontré con
que habían pintado el muro donde me apoyaba como si
fuera un mirador. Todo de azul. me gustó, pero decía:
"cuidado, pintura fresca" Me mantuve distante todo el
tiempo y no dejé de mirar a la Cindy, aunque a un
medio metro más de distancia.
El murito no puede con la lluvia del trópico y el
viento la empuja hacia donde uno permanece. Un día de
esos negros, que uno sabe que vienen lluviosamente
mojados, llegué con un plástico y me hice un sombrero
hechizo, como de la legión francesa. Pero cuando
pasaban, me decían "¿que hace ese español, el
italiano?". Nadie me vio como un legionario, como me
hubiese gustado a mí. La gente tiene sus ideas. Nadie
se las cambia.Yo me veía como un legionario perdido en
el trópico.

Y poco me faltaba, en verdad. Había leído a Camus,
Sartre, visto a la Bardot, la nariz -es en serio- de
De Gaulle cuando visitó Chile. Había estudiado seis
años francés y me escribía con una parisina, que me
envió diez hebras de su cabello color miel. Aló
Santiago, Ici París. Conocía a Rimbaud, Verlaine,
Billón, los clásicos de todo principiante, aspirante a
poeta maldito. Por las tardes era otro el público el
que pasaba por el paso peatonal, y valga la
redundancia. Las mujeres con sus uniformes grises de
oficinas bancarias o supermercados. Muy puntuales en
sus salidas para tomar el bus y dirigirse a sus casas
en una travesía de más de una hora. El paisaje siempre
estaba dominado para mi ojo por la Cindy C., pero se
estaba llenando de grandes avisos: Se Alquila. Que
palabrita para decir, estoy vacío, ocúpeme, me
ofrezco, si tiene dinero soy suyo.
Al lado del local, una de esas oficinas con una gran
sonrisa de servicio bancario. Ahí llegan las
colombianas como hormigas para enviar sus dólares a
Cali, Popayán, Santander, Medellín, ganados en su
batalla diaria, cuerpo a cuerpo con los panameños.
Nadie, le digo a Cindy, competirá contigo. No me verás
en esa esa. Entretanto, el bolero de la Plaza
Concordia inundaba todo. Una palma enana al centro de
un patio de luz definía la vigencia del trópico y poco
a poco iba creciendo la música caribeña, ritmo
pegajoso, de un solo aire: "La negra tiene
tumbao....". Como quisiera decirte algo/ algo que
llevo aquí adentro, esta es tuya Cindy, digo que me
escuchas...quiero que estés conmigo como un final de
cuento. Como quisiera decirte cuanto te quiero.

Cindy TRES

Estaba de lo mejor viéndote Cindy C. Cálida, abierta,
posesiva y profesional, vaya , en la valla. La puesta
de sol del solitario. Recogida en tu espléndida
sonrisa, llena de mi ausencia, tus recias compactas
copas, blindada aún por detrás, en tu aurora perfecta,
cubierta en el claro atardecer de marzo.
Ciertamente, me llegabas como un escopetazo en la
sien. Pólvora de estos ruines días cargados de pétalos
vilmente ilusorios, tú que estallas en la pequeña
sombra vacía.
Paraguita del desierto, chinita, clavito de olor,
copihuito, paletita de helado, globito, terroncito de
azúcar, río pequeñito, volcancito, nubecita, sur
azulito, besito de almendra, arrocito con leche,
monedita de plata, viento que me lleva como un agujero
a tu pecho.
Siento que alguien me pone un paracaídas color
naranja, se ajustan los tirantes firmes al cuerpo, una
gran sonrisa atraviesa el horizonte, el sol se está
escondiendo, vamos a viajar, sopla, sopla suavemente.

Icaro súbete a estas alas.

BANDONEÓN AZUL

Rolando Gabrielli


....EN UNA ESTACIÓN DEL METRO.....

Rolando Gabrielli

Estas historias fueron escritas para ser contadas.El
autor aconseja que sean leídas en el Metro de
cualquier capital mundo, mientras se viaja hacia algún
destino. La Palabra, siempre tiene un paradero.Quizás
algunos lo ignoran.Probable, pero es un error.El
lenguaje es algo más que una sortija biene puesta en
algún lugar de la mano de la mujer amada.Me parece, y
estoy seguro que detrás de cada pasajero, existe una
historias y en cada tren una velocidad que nosostros
mismos imponemos. La vida es un tren.La palabra, un
andén, pero también un bumerang, el pañuelo que no se
sostiene. Partida y regreso.
estos relatos mínimos de cien palabras, fueron
escritos hace meses para un concuros en Chile, donde
fui amrguinado por perteneces a la XIV Región, espacio
geográfico, fantasma, una invención de la egolatría
expansionista chilena o un sueño inconcluso.La vida es
un cuento largo, prosa para decapitar sueños o
construirlos.Todo el mundo tiene derecho a un
Epitafio. El capitán general, sin embargo, escribió
por los de muchas personas, con imperdonables faltas
de ortografía.La vida es un río, sin embargo. Nos
bañamos una y mil veces, en sus aguas, distintas,
parecidas,corrientes que van y vienen.Amigo lector,
estas historias son tuyas, te pertenecen, porque tú
las escribiste con tu propia sangre, que es la tinta
del mañana.

ROLANDO GABRIELLI

EN UNA ESTACION DEL METRO
Aviso, esto es un plagio.Toda Estación es un punto de
partida o de llegada. Quien viene, se va. Un adiós o
un encuentro en el abrazo. Una estación se contsruye
para estar y pasar, sólo ser en ambas vías: partida y
regreso. Una Estación es un punto (para) circular. Un
bumerang sobre ruedas suspendidas en la fricción del
magneto. Y viene el plagio. "En una estación del
Metro/El aparecimiento de estas caras entre el gentío,
pétalos mohosa, negra, rama". Pound.

El fantasma del WEB
La Mujer llega a una Estación del Metro. Se le ve
volada.Ojos que son ventanas sin vidrio.Pajaritos.Está
vacía, ella, y la Estación.El pelo le combina con el
viento y su traje arrugado como una mano de guagua,
cuando sale del agua fría. Se le acerca un
Inspector.Alto, lleno de vida, parece que tiene los
pies en la tierra.-El tren ya partió, Señora, -Cómo
sabe que vine a subirme al tren. Se sienta, abre su
maletín y enchufa su laptop.Mira fijo al Inspector, y
le dice, ahora voy a viajar.


El Sastre trabajólico

Un sastre llega de apuro a una Estación del Metro.
Huye de la rutina. Camina sobre una almohadilla llena
de alfileres, y no es fakir. Da la impresión, sin
saber, que no dará puntada sin hilo.Podría haber
participado en la Revolución Francesa con Robespierre
a la cabeza, con todas las bastillas que ha tomado.Va
solitario arreglándose las solapas negras, entrando al
andén. Se siente perseguido por maniquíes. Las manos y
las risas son de seda. "Esto es un plagio, se dice.
Voy camino al desastre". Se sube al tren, saca un
metro de su vestón, y se pone a tomar medidas.

ESTACION TERMINAL
Llegó como un rocket a punto de estallar. La cabeza
caliente, en proceso de combustión. Santiago ardía en
llamas en distintos puntos. Gente, personas anónimas y
conocidas pierden la vida inexplicablemente. Un ciego
perseguido por la historia invisible, oliendo a
pólvora, los talones desplegando del piso, el aire una
densa cortina de humo. Se da cuenta que sólo lleva un
radio batería y va sonando entre sus dedos: "Estas son
mis últimas palabras". Despierta, lee, en un periódico
recién voceado, 11 de septiembre de 1973,y ya sabe que
no bajará en ninguna Estación.

MUNDO CANNE

Rolando Gabrielli

Bagdad, que era una ciudad de leyendas, fantasías y de
un inmortal pasado, hoy suena a gruñido de oso. En
cualquiera de sus calles babilónicas, recortadas por
el tiempo, pasillos, la muerte visita al invasor y le
decapita sus sueños y les recuerda que Bagdad es una
ciudad que tiene memoria, el encanto del principio.
Cuando la impunidad muere, lo hace con lujo y
detalles, de rodillas sin proponérselo, en el
cómplice paseo de una mañana o el atardecer, en el
mediodía de los tiempos. No tiene hora ni espacio, la
sombra avanza en la frontera del silencio. Veo a lo
lejos un turbante amarillo, fuera de estación, en la
curva fatal de la pesadilla iraquí, del invento inglés
a este paisaje celestial cargado de misiles.
Irak inventó el primer rostro de la mujer, vivió la
leyenda del diluvio, nos puso a soñar con Las Mil y
una Noches, y de vez en cuando nos frota la lámpara de
la imaginación de Aladino, en su maravillosa
historia. Ciudad nunca extranjera de su pasado,
enemiga de conquistadores, sepultura del viento y las
arenas.
La incertidumbre, un presente fatal cargado de un
futuro lleno de sombras, la muerte circunvala en los
alrededores de Bagdad, en la profundidad de sus
calles, y en todo Irak, es territorio levantado en
armas ante el invasor. Qué paisaje de terror puede
construir el hombre y cavar su propia fosa en pleno
mediodía.
Dos hermanas que no superan los 15 años, dos niñas,
fueron acribilladas en las proximidades del aeropuerto
de Bagdad por soldados norteamericanos, cuando venían
de recoger leña, de acuerdo con un reporte de la
agencia EFE española, que ya había informado de la
muerte de siete agentes secretos españoles, y que días
atrás había informado al mundo de la muerte de 17
caribineri italianos, aunque todos los días divulga la
muerte de soldados estadounidenses.
Volátil esponja de sangre se ha transformado el
territorio iraquíe para las tropas occidentales de
ocupación. Lo único eral es que la muerte viste
uniforme. Todo es posible, en medio de la oscuridad,
del sigilo, la trampa, de la noche alada de los nuevos
tiempos. Ficción y realidad juegan sus tramposas
cartas a orillas del Tigris y el Eufrates. Son
viejos nuevos tiempos, pero de inéditos tienen la
sorpresa de cada día. Viajamos en un albur contaminado
de sorpresas, camino que destapa su propia Caja de
Pandora.
La muerte es horrorosa en cualquier hora y lugar. No
importa que vista de seda. Su maquillaje le hace
inútilmente dependiente de la vida .Un último sorbito
de oxígeno. Unos centímetros sobre el epitafio. Un
paseo bajo un tibio sol primaveral. La muerte es un
asunto de todos, nos mira y sonríe. Suele esperarnos a
la vuelta de la esquina.
Promoverla, es un trabajo innecesario, va Contra
Natura, un gasto inútil, verdaderamente mortal. Las
cosas pueden reconstruirse, inclusive las joyas de la
cultura llegan a tener réplicas. El cuerpo humano es
irrepetible, por ahora, aunque se clonee. Ese otro no
es el otro. Las guerras, en cambio, clonan la muerte.
El hombre es su propio laboratorio de terror. En vez
de cuna, construye su ataúd. No sabe que la muerte es
cosa de vivos.


Rolando Gabrielli
 
Rolando Gabrielli
es Periodista y Escritor chileno

Si desea escribirle puede hacerlo a:
panaglobal@hotmail.com

Actualmente vive en
El Dorado, Panamá

 

 


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