Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 54
Septiembre de 2003


EMILE DUBOIS

EL ENIGMÁTICO ASESINO DE VALPARAÍSO


Por: Rúbila Araya

La importancia de sus víctimas y la alevosía sus actos lo convirtieron en el más temido de su tiempo, pero su misteriosa personalidad y la tela de dudas que cubrió los acontecimientos en los que estuvo envuelto, hicieron de él uno de los criminales más atractivos de la historia

Cuando Valparaíso, -hoy lleno de visitantes deseosos por disfrutar los atributos que hace poco lo convirtieron en un patrimonio de la humanidad-, vivía sus episodios más añorados de prosperidad. Cuando la escena estaba dirigida por el progreso, y sus protagonistas eran exitosos empresarios, que desde lejos habían venido a asentarse en la ciudad… un enigmático personaje se incorporó al reparto, provocando temor y revuelo popular, y poniendo en jaque la existencia de estos renombrados hombres de sociedad.

Es el ya casi mítico Emile Dubois, quien en su tiempo se convirtió en un tema común en la opinión pública, al parecer, no sólo por el número de sus víctimas, sino más bien, debido a la posición social de éstas, ya que, probablemente, si se hubiese tratado de pobres y simples ciudadanos, la conmoción causada en los medios de comunicación de la época y el interés del sistema judicial por resolver el caso, no habría sido tal.

“Un nuevo asesinato ha venido a agregarse a la larga lista de los crímenes alevosos de que en el último tiempo se ha hecho víctimas a personas conocidas del vecindario de Valparaíso...

…Es así este crimen la repetición de los demás de que han sido víctimas personas de posición en Valparaíso y que por desgracia, han quedado sin esclarecimiento y sus autores en la más completa impunidad”. (El Mercurio, 8 de septiembre de1905).

Pero más allá de la connotación social que pudo haber dado aún mayor realce a los actos atribuidos a Dubois, hubo un factor determinante en la consecución de su popularidad y en el hecho de que hoy sea uno de los asesinos más famosos de la historia criminal porteña, y por qué no decirlo, nacional, éste es su extremadamente atractiva personalidad, la cual queda en evidencia en las muchísimas crónicas que se escribieron a su respecto y las declaraciones dadas por él mismo, publicadas en esos años por el diario El Mercurio.

Los crímenes por los que se responsabilizó a Emilio o Emile Dubois, -ya que nunca se confesó culpable, ni se comprobó su participación en todas las muertes-, fueron el de Ernesto Lafontaine, el único cometido en Santiago, ocurrido en marzo de 1905 en su oficina de calle Huérfanos; el del comerciante Reinaldo Tillmanns, el cuatro de septiembre del mismo año; el del ciudadano alemán Gustavo Titius, el 14 de octubre de 1905; y el del francés Isidoro Challe, dueño de una tienda en calle Condell, el 14 de octubre de 1906. Pero fue un acto fallido el que hizo caer a Dubois en manos de la justicia, una tarde de junio de 1906, cuando un conocido dentista de apellido Davies, en la puerta de su domicilio de Plaza Aníbal Pinto, puso resistencia a un individuo, que al ver malogrado su ataque, emprendió fuga por calles Melgarejo, Blanco y Errázuriz, para ser finalmente capturado y llevado a la comisaría.

El aprehendido declaró ser Emilio Dubois Morales, “injeniero en minas” (nótese la ‘j’, estilo ortográfico de la época), quien de inmediato fue vinculado con la saga de asesinatos y se puso a disposición de la justicia. Su verdadera identidad nunca estuvo del todo clara, decía a veces que era colombiano de padres franceses, y otras, se identificaba como un ciudadano francés llamado Luis Amadeo Brihier Lacroix, hijo de José Brihier y María Lacroix.

En una crónica aparecida el 16 de junio de 1906 en El Mercurio, a propósito de su detención, se lo describe como “de estatura mediana y contestura bien organizada. Bigote y perilla rubia y peinada hacia atrás. Su mirada y frente denotan altivez y audacia (…) pedía dinero prestado, valiéndose de mentiras más o menos hábiles a muchas personas, y había adquirido entre no pocos la fama de petardista”.

A partir de las primeras informaciones sobre Emile, el personaje comienza a crecer con las historias cada vez más fantásticas que le atribuyen a su trayectoria, convirtiéndolo desde ese entonces en toda una leyenda.

“Su personalidad, a medida que se van acumulando detalles sobre ella, va adquiriendo tintes más enérjicos. Se le cree autor de un asesinato alevoso en Oruro; de haber asesinado a los señores Lafontaine, Tillmanns, Titius y Challe, y, por último, autor de otro crimen en el sur del país, adonde llegó como colono. Ha sido jefe revolucionario en Colombia. Ha estado en África, en Europa, en Arjentina…

El misterio que aún rodea a los crímenes que vinieron sucediéndose en Valparaíso, le da todavía mayor carácter de personaje de novela”. (El Mercurio, 3 de julio de 1906).

El indicio que terminó por inculparlo, fue un reloj Waltham que había pertenecido a Lafontaine y que con el nombre de Luis Brihier, habría empeñado en la agencia “La Bola de Oro”. El proceso a cargo del juez del crimen de Valparaíso, Santiago Santa Cruz, fue implacable, y ni el indulto que su abogado pidió al presidente Pedro Montt y que el Consejo de Defensa del Estado le negó por una mayoría de nueve votos, lo salvaron. Emilio Dubois fue condenado a muerte por el homicidio de Ernesto Lafontaine.

Durante su espera en la cárcel de Valparaíso, ocurrió el terremoto del 16 de agosto de 1906, debido al tumulto y destrozos corrió el rumor de que el peligroso criminal se había fugado, por lo que “se dio orden de hacer un rejistro, encontrándosele debajo de unas latas completamente transformado, y abrigado con un poncho. Además, se había afeitado la pera, para desfigurar el rostro. Los grillos y las esposas habían sido limados. Interrogado en el acto, contestó que un compañero de prisión le había proporcionado un poncho y un sombrero y que había hecho limaduras; pero que no tenía intención de fugarse”. (El Mercurio, 25 de agosto de 1906).

Dubois permaneció entre rejas hasta su ejecución, la cual se llevó a cabo no sin que el día anterior el reo contrajera matrimonio con Úrsula Morales, la madre de su hijo. Se cuenta que la madrugada del 27 de marzo de 1907, minutos antes de cumplir su fatal sentencia, Emile tuvo un conmovedor último encuentro con su familia; posterior a eso, Úrsula se retiro a una casa cercana a la cárcel, desde donde se escuchaban sus desgarradores lamentos, simultáneamente, en la entrada del recinto, su inocente pequeño recibía contento las monedas que por lástima le daban los asistentes al macabro espectáculo.

El que casi cien años después se convirtiera en un popular santo milagroso, ya en el banquillo de fusilamiento, se negó a que fueran vendados sus ojos y se dirigió a los curiosos presentes, diciendo: “Se necesitaba de un hombre que respondiese de los crímenes que se cometieron y ese hombre he sido yo. Muero, pues, inocente por no haber cometido yo esos crímenes, sino porque esos crímenes se cometieron. Ejecutad”. (Emile Dubois, en El Mercurio, 27 de marzo de 1907).

 

 


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