Desde Costa
Rica, Rodrigo Quesada Monge 1
Hace unos días la editorial de la Universidad Nacional
de mi país, unas de las varias universidades estatales
de Costa Rica, me publicó un pequeño libro sobre
este empresario norteamericano. Con él suceden cosas
muy interesantes, porque la gente en general y el lector medianamente
informados conocen algunos datos, pero los detalles de su historia
personal y empresarial son casi totalmente desconocidos. Eso,
posiblemente, se deba a que, como ocurre con la mayoría
de los mitos, éstos vienen al mundo plagados de distorsiones
y mal formaciones que no dejan ver en realidad lo que significan
y el propósito de su paso por este planeta.
Keith, el empresario norteamericano tan ligado a la historia
empresarial y financiera de los estados centroamericanos, y
de algunos del Caribe suramericano, fue ese tipo de hombre
de negocios con que el proceso expansionista de los Estados
Unidos, durante la segunda parte del siglo XIX , adquirió sentido
y concreción histórica. En nuestro libro, hemos
querido rescatar no sólo los aspectos personales más
notables de este decisivo personaje de la historia centroamericana
y costarricense en particular, sino también la textura
específica de sus empresas y sus actividades financieras
en la región.
Porque si hay alguien en la historia del imperialismo de la
segunda parte del siglo XIX que lo caracteriza y lo define
con inusitada precisión ese es precisamente Minor Cooper
Keith. Fundador de la United Fruit Company en 1899, junto a
otros socios igualmente interesados en estos menesteres, el
empresario norteamericano entró en la historia económica
y empresarial de Costa Rica, cuando el banano empezó a
ser un artículo de exportación importante para
los mercados norteamericano y europeo, en los inicios de la
década de los setentas del siglo XIX.
La audacia con que el hombre logró articular la producción
de bananos, la construcción de ferrocarriles y la creación
(y deformación) del sector exportador de los países
centroamericanos, es ejemplar por cualquiera de los lados que
se la mire. Deseosos de contar con ferrocarriles para sacar
su producción cafetalera de la manera más expedita
posible hacia el mercado mundial, los estados centroamericanos,
todavía con serios problemas financieros heredados de
la dominación española, encontraron en el capitalismo
británico una fuente de crédito importante con
la cual financiar dicha expansión comercial.
Los préstamos empezaron a llegar en grandes cantidades
durante los años setenta y ochenta, con lo cual, el
endeudamiento externo creció inexorablemente. Keith,
fue en esta coyuntura, un enlace ineludible entre los inversionistas
ingleses y los estados centroamericanos. Tanto así que,
para 1884, tales contactos habían posibilitado que negociara
tierras, muelles, líneas férreas y fuerza de
trabajo con el afán de hacer crecer el sector exportador
de estos países.
Los contratos que obtuvo durante esos años, por parte
de los gobiernos centroamericanos, son un ejemplo excepcional
de la poca visión política y económica
de los grupos dominantes en estos países, puesto que,
solo en Costa Rica por ejemplo, se hizo dueño del 10%
del territorio nacional, junto a una serie de concesiones inauditas
en manos de un solo individuo, con las cuales prácticamente
llegó a ser dueño de los sectores más
productivos de este país al iniciarse el siglo XX.
Keith llegó a controlar no sólo los ferrocarriles
de Costa Rica, y la producción bananera de Centroamérica
y el Caribe, sino también, los mercados municipales,
las líneas navieras que transportaban el banano hacia
los puertos norteamericanos y europeos, la compra y venta de
productos manufacturados, los tranvías, la electricidad,
el agua, los seguros contra incendios, y grandes extensiones
de tierra dedicadas a la explotación de aceites y a
la cría de ganado. En suma, pocas veces será factible
encontrar en la historia económica y empresarial de
América Central un empresario con tal nivel de control
político y financiero.
Se casó en Costa Rica con la hija de uno de los más
connotados expresidentes, y al final de sus días amasó una
fortuna de unos 30 millones de dólares que todavía
no se sabe a las manos de quién fue a parar. Como bien
lo anota su biógrafo más destacado, la historia
de América Central durante la segunda parte del siglo
XIX es imposible de comprender sin la figura fascinante y a
veces siniestra de Minor Keith. Él fue también
responsable de haber traído al istmo centroamericano
una importante cantidad de trabajadores chinos, negros, españoles
e italianos, con los cuales atendió no sólo sus
plantaciones bananeras sino también la construcción
de los ferrocarriles.
Estos trabajadores llegarían más tarde a jugar
un papel decisivo en el nacimiento del movimiento obrero centroamericano.
Su herencia sería impugnada por primera vez en 1934,
cuando la huelga bananera de ese año le hizo ver a la
infausta United Fruit que su historia había llegado
al límite. A partir de ese momento el desarrollo de
la producción bananera en la región adquirió otras
connotaciones y evidenció el nivel de involucramiento
de los empresarios norteamericanos en los asuntos políticos
internos de estos países, como sucedería tristemente
en Guatemala durante el golpe de 1954, claramente financiado
por la CIA a favor de las inversiones bananeras controladas
por los extranjeros.
En esta historia, entonces, la presencia de Keith es indubitable,
puesto que la historia política de América Central
durante la primera parte del siglo XX, sólo tiene sentido
a partir del momento en que comprendamos mejor qué sucedió con
nuestros países a lo largo del siglo XIX, y en particular
con las inversiones ferroviarias y bananeras controladas por
el empresario norteamericano. Sin él es seguro que dicha
historia hubiera sido diferente.