Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 50
Mayo de 2003

 


Columa a cargo de Marcela Rosen


Adriana Monsalve Varas, Chile
Juan Maal (Sebastián), colombiano en República Dominicana 



 
VALDIVIA, CIUDAD DEL SUR DE CHILE Y LA HISTORIA DE SU PRIMERA

FÁBRICA DE CERVEZA
 

Adriana Monsalve

¡ Qué bueno fue llegar a Valdivia!

Como casi la mayoría de mis vacaciones, tomé los pasajes a

último momento. En verdad, la agencia de viajes lo consiguió

para mi como atención especial - eso me dijeron al menos-.

Como haya sido, partí de mi casa en el tiempo preciso antes de

empezar a morder todo el aire que me rodea y me rodeaba.

Valdivia es una bellísima ciudad fluvial al Sur de mi país. En su

costanera, invitan a navegar lanchas sencilla y otras de dos o

tres cubiertas.

Muy antigua, fundada en la segunda mitad de los años 1500,

le dieron ese nombre en homenaje a don Pedro de Valdivia,

conquistador de Chile.

Ciudad a orillas del agua, es bañada por el río Cale Calle, que

en lenguaje mapuche, sus habitantes nativos a llegada de los

hispanos, significa : río, río, o bien río muy grande y de

abundante agua. Valdivia esta rodeado de islas, algunas de

ellas unidas al continente por puentes como el Cruces que une

la ciudad con la isla Tejas.

Para no seguir describiendo el paisaje en forma aburrida, sólo

les contaré que en tiempo de los españoles fue una ciudad muy

codiciada por los piratas ingleses, lo que obligó a fortificarla.

Estos fuertes aún permanecen: algunos completamente

originales, otros reconstruidos. Les aseguro que es

impresionante visitarlos : imaginar la dura vida llevada por los

soldados . Todos los fuerte tienen su cárcel correspondiente.

Los piratas jamás pudieron entrar en la ciudad defendida por

el triángulo formado por los fuertes Niebla, Mancera y Corral.

Llegué con mi grupo al hotel El Castillo en la localidad de

Niebla. El hotel es una acogedora casa estilo alemán - Valdivia

recibió a colonos alemanes acogidos por el gobierno de Chile

en el siglo IXX - , y la ciudad es construcción de ellos en gran

parte, y aunque recuerda su pasado español, la influencia

germana es grande. Ya les contaré más adelante la historia de

su fábrica de cerveza.

llegamos de noche y al día siguiente me sorprendí el ser

despertada por un sol esplendoroso que desmentía el nombre

del lugar, Niebla. Supimos entonces que Niebla había sido uno

de los oficiales de don Pedro de Valdivia y no el clima del

entorno. Esto nos provocó un equívoco: cercano a Niebla está

Corral y una localidad llamada Amargo, y al frente, la isla

Mancera. Corral y Mancera, también recuerdan el apellido de

algún personaje, pero cuando preguntamos quién había sido

Amargo, la cosa cambiaba. Nunca hubo un señor Amargo, pero

sí unos arboles cuyo fruto lo eran; las madres cuando sus hijos

les pedían - deben tener un aspecto exquisito - ,

invariablemente les contestaban: ¡ No! Amargo. Y la palabra

prevaleció como nombre.

El río Calle Calle, haciendo honor a su significado mapuche, es

tan grande que le han dado tres nombres: Valdivia, Cruces y

Calle Calle. Todo él es navegable, y créanme que dejé mi neura

en esas aguas gozando del sol en las proas o popas de las

lanchas. Algunos pasajeros viajaban en la cubierta interior

completamente techada y cerrada con vidrios. Los compadecí

por no aprovechar tanta belleza que se nos brindaba.

Durante el terremoto de 1960, con caracteres de cataclismo, el

mar entró hasta Niebla y ahí se quedó, por lo tanto entre la gran

variedad de fauna acuática y alada, se pueden ver lobos

marinos pidiendo su alimento en los embarcaderos pesqueros,

o nadando en medio de cisnes de cuello negro en tanto por el

aire van las bandadas de bandurrias, gaviotas y pelícanos

dedicados a la pesca. En el agua se ven los restos de un barco

hundido en esa ocasión, que no ha sido removido, quedando

como atractivo turístico y recuerdo de aquel horror.

En algunas partes de zonas cercanas es tanta la cantidad de

gaviotas, que el nombre del lago Cau Cau, siguiendo la

gramática de los antiguos pobladores indígenas, significa :

gaviota, gaviota o abundancia de gaviotas.

Nuestro itinerario de viaje fue apretado: nos despertaban a las

seis de la mañana para iniciar los paseos del día, muchos de

los cuales no volveré a tomar en una segunda visita. Son

lugares muy lejanos, y para acceder a ellos se deben hacer

demasiadas horas en bus.

Chile es muy largo, y la belleza se encuentra a la vuelta de la

esquina. No tiene sentido viajar kilómetros y kilómetros con el

afán de conocerlo todo en un día cuando se puede hacer en

ocasiones diferentes.

Valdivia es fluvial y allí está su belleza: visitar en lancha sus

alrededores inmediatos, - declarados santuario de la naturaleza

-, para empaparse de ella. Además está lo histórico, mantenido

cuidadosamente en pie. Algo fue desbastado por el cataclismo,

pero los torreones españoles en el centro mismo de la ciudad y

los fuertes, fueron respetados por el violento sismo y maremoto.

 

La fábrica de cerveza valdiviana

 

Situada en el centro de la ciudad, es fábrica, sala de ventas y

museo. Actualmente es la Cervecera Kaunstman, pero en sus

primeros tiempos fue Adwanter.

Su vida empieza al poco tiempo de la llegada de los colonos

alemanes a la zona, - quienes fueron invitados a Valdivia por el

gobierno chileno a secar y plantar pantanos selváticos -, y que

de paso fabricaron cerveza. Mejor dicho Carlos Adwanter se vio

urgido a hacerlo por la amenaza de su esposa: " og me haces

elg cergvezo, og me degvuelvo a lag Alemania". Así fue que para

complacer a su media naranja en sus ansias de libar su néctar

favorito, - y que también debe haber sido el suyo -, empezó con

sus tímidas plantaciones de cebada, y al tiempo ponía frente a

su Frida, las primeras, riquísimas y rubias cervezas.

A más de un amigo debe haber invitado a beberlas en las

tertulias familiares de esas tardes de lluvias interminables,

porque de a poco aumentaron los toneles fabricados, viéndose

en la necesidad de vender parte de las cosechas por la

incapacidad de volumen de su cónyuge y amigos para beberla

toda.

La fábrica se iniciaba así en forma comercial, y fue tanto el éxito

de ventas que tuvo entre los alemanes y los pocos chilenos

residentes, ansiosos de libar, que pronto se empezó a

murmurar que Carlos Adwanter tenía pacto con el demonio.

El alemán, después de haber lanzada una de sus germánicas

y roncas carcajadas, decidió seguir el juego de sus vecinos, y

en la etiqueta de la siguiente partida de la poco alcohólica

bebida, pintó disimuladamente la cara de don Sata, haciéndola

ver casi desapercibida. Luego, en las siguientes producciones

se fue envalentonando con la figurita, y la aumento de tamaño

en forma progresiva, hasta que en una de las últimas, aparece

el diablo, con enormes cuernos, su cola característica y típica

apariencia de chivo, sentado a horcajadas en un barril,

guardando entre sus peludas piernas el delirante contenido. En

otras, el placentero demonio, se recuesta en el barril.

Todas estas figuras se exciben el museo de la fábrica, en una

hermosa serie de grabados.

Creció la población de la ciudad y la cervecería debió hacerse

más grande, por lo que se produjo la sociedad con su

compatriota Kaunstman, cuyo nombre aparece en los actuales

envases.




LA TERCERA VEZ

Sebastián  

La vi por primera vez tarde en la noche, entreverada entre un heterogéneo grupo de vendedores de flores, aguacates y limosneros de distintos pelambres, en la esquina de la Lincoln con Sarazota.  Mientras esperaba la luz verde del semáforo se me acercó al carro para que la llevara a dar una vuelta, esa era la tarjeta de presentación, al notar mi falta de interés me pidió que le regalara cinco pesos y se los di pero tomando precauciones;  el vidrio lo bajé solo lo suficiente para que pasara la moneda evitando así cualquier posibilidad de contacto físico.

 

Al rememorar el conjunto de sucesos tuve que aceptar  que  nunca la vi como a un semejante, siempre como una degradada mutación con rango equivalente al de cucaracha o lagartija.

 

Blanca,  de corto y áspero pelo negro y  facciones ordinarias, joven y con buen cuerpo, pero aunque sonreía,  en sus ojos no había brillo, se notaban apagados por el peso del denso cansancio de una cotidianidad colmada de  excesos y desventuras.

 

No se veía limpia, vestía una franela blanca y un ajado pantalón de un indefinible color oscuro;  las gastadas y descoloridas sandalias de cuero dejaban al descubiertos unos anchos y descuidados pies,  y en el instante que se tomó en agarrar la moneda aprecié  unas manos de uñas sucias y partidas y gruesos  brazos con pequeñas marcas y cicatrices de arañazos y quemaduras;  fruto  de la violencia del medio en que se desenvolvía. Solo Dios sabría con cuantos hombres había estado hasta esa hora de la noche.

 

Varios meses después me la encontré nuevamente; estaba sentado en el MacDonal´s de la misma esquina, mas o menos a la misma hora;  salía  presurosa del baño del restaurante;  tenía la misma vestimenta, la misma franela, el mismo pantalón y las mismas sandalias,  el aspecto era el mismo, salvo que un poco mas agotada y sin brassier debajo de la franela, se le marcaban claramente un par de redondas toronjas coronadas por sendos oscuros pezones, pensaba que exhibir la mercancía le aumentaría la clientela. Podría haber estado lavándose o bebiendo la impotable agua de Sto. Domingo, en todo caso la cara y las manos las llevaba húmedas todavía.  Se asomó cuidadosamente antes de salir por la puerta que daba a la Sarasota; afuera estaba  casi el mismo heterogéneo grupo;   lo único destacado era la extraña elegancia del cojo, un limosnero de una sola pierna que  a esa hora de la noche se paseaba muy erguido como un extraño canguro.  Vestía saco y corbata, cual maestro de ceremonias y la bota que le sobraba al pantalón la lucía  doblada y engrapada al cinturón a un lado de la cadera.

 

Me cambié de mesa para poder observar mejor desde el lado interno de uno de los amplios ventanales de vidrio que daban a ese lado de la esquina, tenía curiosidad en ver como trabajaba, pero la cotidiana y trágica comedia comenzó a ser protagonizada por un nuevo personaje;  desde la bomba de gasolina ubicada en la esquina del frente, un policía mediante una autoritaria seña le exigía a la muchacha que se le acercara;  al instante un instintivo pero sincronizado movimiento de autoprotección  de los demás desechables, la dejó sola y expuesta en la mitad de la avenida;  miró en dirección de la otra esquina, la de la Plaza Universitaria, buscando inútilmente la mas mínima posibilidad de escapar, pero para los como ella, nunca habían milagros disponibles, en la caseta que hacía de parada de autobuses, estratégicamente ubicado un segundo policía con su mano derecha sobre la culata del arma de dotación, le cerraba esa última oportunidad.

 

Optó por la vía del diálogo, arriesgarse a un eventual acto de rebeldía podía representarle una paliza con resultados impredecible, un brazo fracturado o en el mejor de los casos contusiones que la dejarían en cama por varios días.

 

Altivamente se dirigió casi trotando al Policía que la esperaba en la bomba de gasolina, con quien se enfrascó en un dialogo lleno de exagerados gestos y espavientos, el hombre exigía y la chica  lloraba, pero nadie intervenía; la inflexibilidad de la ley a ese nivel era absoluta,  no admitía disculpas ni atenuantes y  prontamente el peso de la fuerza inclinó la balanza a favor del opresor;  con la mano que le quedaba libre, la otra se encontrada presa del policía,   sacó unos arrugados billetes del bolsillo trasero de su pantalón y sin contarlos se los tiró a los pies.

 

No habían pasado ni dos minutos cuando apresuradamente la vi entrar nuevamente en dirección al baño y salir con un inusual gesto de satisfacción en su rostro mientras se guardaba en el bolsillo trasero un pequeño fajo de billetes.

 

No la volví a ver sino hasta la semana pasada, esta vez en horas de la tarde,  en la misma esquina de Lincoln con Sarazota;  solo disminuí un poco la marcha de mi automóvil, pero la reconocí al instante, la misma franela blanca, el mismo pantalón oscuro, calzaba  una sola de las gastadas sandalias de cuero; la otra se encontraba abandonada a un lado del caído y ensangrentado cuerpo.

FIN.

 

 

SEUDONIMO: SEBASTIAN

jmaalb@hotmail.com



 
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Marcela Rosen
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