Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 5
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 47
Enero / Febrero 2003 .

EXPLORATRICES

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

I

Rara vez uno se encuentra con algún escritor que le cuente o le hable de lo que podríamos llamar "mujeres viajeras", "exploratrices" como las llama bellamente una escritora norteamericana, Mary Louise Pratt, en un excelente ensayo sobre libros de viajes y transculturación. El asunto no es tanto la clase de viajes que sean capaces de hacer, sino el nivel de compromiso con que ellas saben emprenderlos.

Cuando desde la segunda parte del siglo XVIII la historia de Occidente está cargada de viajes de todo tipo hacia toda clase de sitios, el espectador imparcial y apasionado al mismo tiempo se encuentra con la sorpresa de que la gran preocupación entre las manos de estos viajeros, varones, son esencialmente las clasificaciones. Las mujeres parecieran tener menos esta clase de obsesiones pero las sustituyen con otras no menos absorbentes: la observación etnológica y no meramente aquella, tantas veces practicada por los hombres, que tiene que ver con la observación de valles, montañas, lagos y picos.

El balance entre observación y clasificación, manifiesta haber dejado indiferentes a los hombres quienes, estuvieron más interesados en el nivel de participación que cada una de esas actitudes demanda. Pareciera más imperial la clasificación. La observación, contemplativa y nada transformadora, se redujo entonces a una "visualización" de los problemas y angustias de los "otros", sin que en ello vaya nada que tenga que ver con la beligerancia de las llamadas "damas de los pantanos", las esposas de los viajeros que entregaron sus vidas en el descubrimiento de las fuentes del Nilo, por ejemplo.

II

Estas "exploratrices", mujeres como Mary Kingsley, Alexandra Tinné y Florence Baker, estuvieron siempre vigilantes de que lo observado nunca las remontara como mujeres, con todo lo que ello implicaba para la sociedad victoriana. Ser viajeras, observadoras, emocionales y portadoras de la "elegancia de los pantanos" las puso al lado, pero nunca en sociedad cómplice e improductiva, de unos hombres exploradores que se sentían con el derecho de clasificarlo todo y a todos. Incluso de "reinventar América" como se decía que había hecho el Barón de Humboldt.

III

La invención de los viajes, viajes interiores, viajes físicos, viajes alrededor de la casa y de los patios, viajes al bar, a la tienda, viajes a la cama, tienen en el quehacer de las mujeres una serie luminosa de grandes enseñanzas. Las mujeres saben viajar y, por ello, resulta tan fácil ignorar siempre dónde están realmente. Quien crea que los viajes de Virginia Woolf eran una forma de estar en el mismo sitio, está rotundamente equivocado. Los viajes de la gran Carrington, de Jane Austen, las hermanas Brönte o Susan Sontag son viajes al punto de partida, donde se encuentran con una renovación constante de sus preocupaciones más espirituales.

IV

Los hombres viajamos también, pero siempre obsesionados por la idea de la clasificación. "Las exploratrices" han hecho del viajar una experiencia a lo más profundo de la sensibilidad y las emociones, donde están no están atadas por la clasificación. El afán clasificatorio de Linneo, Darwin, Humboldt o Moravia, solo para mencionar algunos nombres de individuos preocupados por los detalles clasificatorios de todo lo que veían y ven, queda muy atrás de la observación activa y beligerante de nuestras queridas "exploratrices", quienes, por otro lado, en algún momento, pudieran haber estado más angustiadas por el color de la piel de los seres humanos observados y sentidos con quienes se codearon en sus viajes hacia la quietud.

En sus viajes, las mujeres observan para contener las emociones. Los varones clasifican para ignorarlas. El grueso de los materiales sobre libros de viajes tiene esa virtud o ese defecto. Debido a su ambición por llamar ciencia a sus obsesiones clasificatorias los hombres se olvidan de los seres humanos. En la gran obra de clasificación del varón de Humboldt, cuentan más las plantas, los ríos, las montañas y los sistemas políticos que las personas. Y cuando aparecen están tan bien articuladas al paisaje que desaparecen como individuos. Un problema que la Ilustración del siglo XVIII nos heredó. ¿Habremos superado en algo tal herencia?


1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.

Si usted desea comunicarse con Rodrigo Quesada Monge puede hacerlo a: histuna@sol.racsa.co.cr
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