Por:
Marisol
Ortiz Elfeldt
Mis
viejos de nuevo están peleando. Mi papá llegó furioso de la oficina
y agarró a mi mamá a garabatos porque según él la casa no estaba limpia.
Yo, que he estado estudiando para los exámenes, la vi hacer el aseo
y las camas; cocinar y lavar la ropa además de ordenar todo lo que
dejan desordenado mis hermanos. Como soy el más callado y el que menos
problemas doy, me quedo en mi pieza y ni se dan cuenta si estoy. Pero
ahora, me siento realmente cansado. Mañana tengo el examen de física
y no puedo concentrarme con todos los gritos y los portazos. Al escuchar
los sollozos de mi mamá se me aprieta el pecho y me duele el estómago,
quisiera ir y ayudarla pero la última vez mi viejo me pegó con la
escoba y en el suelo me aturdió. Fue peor. Mi mamá salió en mi ayuda
y él casi la mató a golpes. Ahora me quedo en la pieza mejor.
Nicolás
deja el cuaderno sobre la cama y posa sus grandes y expresivos ojos
castaños en la ventana. Afuera, el sol aún brilla y el viento mece
las ramas de los árboles que se ven justo en ese lugar. Los gritos
de su padre resuenan en sus oídos, y el llanto ahogado de su madre
se cuela por las rendijas de su alma. Lágrimas suaves brotan de sus
ojos en una faz inexpresiva, se diría que casi vacía. Vacía como siente
su vida en esa inmensa soledad. Esa sensación universal de una existencia
de abandono, de separación, de la falta de sentido, de la falta de
una parte. Lentamente, su mirada recorre la habitación. Observa los
diplomas anuales de mejor compañero, de Progress in English, de las
Olimpíadas de Ciencias. Del techo cuelga el invento con el que ganó
la Feria de Tecnología de una universidad basado en los bocetos de
Leonardo Da Vinci. Sobre la cómoda de madera, varios trofeos de los
campeonatos de ajedrez ganados, una foto con su mejor amigo y algo
más escondida, una de sus padres en la casa de Algarrobo. Sonreían.
Se detiene en ella preguntándose hace cuanto tiempo que esas sonrisas
habían desparecido de sus rostros. No se acordaba.
-
¡Nico! - su hermana mayor golpeó la puerta y lo sacó de sus pensamientos.
-
Pasa - dijo él - con voz neutra.
-
¿Cachai la mala onda? - su rostro mostraba molestia e impaciencia.
- Justo ahora que quería pedir permiso para ir al concierto que hay
en la Guay. Ni cagando me van a dar, ¿qué creís tú? P'ta la weá -
típico que se ponen a pelear cuando quiero salir, siempre es la misma
cuestión. Estoy hasta aquí - llevó su mano a la frente.
Salió
sin decir nada más. Nicolás queda con la mirada impávida viendo la
puerta semiabierta. Era típico de su hermana llegar a su pieza, descargarse
e irse. Nunca le ha preguntado qué le pasa a él con estos conflictos
ni espera respuesta a sus preguntas. Siente un hueco en su cuerpo.
Los gritos han bajado de intensidad y se desvanecen los sollozos de
su madre. Toma nuevamente su cuaderno e intenta leer. No puede. Los
gritos ya no se escuchan, pero él los tiene grabados en su mente y
ahí permanecen. A veces los logra apagar poniéndose los audífonos
y conectando el discman con Limp Biskit, Korn o Eminem a todo
volumen, pero aún así no se borran del todo. Pero al menos la música
ayuda, es un buen escape. Su corazón se sobresalta cuando siente
los pasos de su padre subiendo la escalera. Quiere levantarse e ir
a cerrar la puerta, pero no alcanza a reaccionar a tiempo. El rostro
desencajado de su progenitor ya ha aparecido pateando la puerta entreabierta.
Como un toro furibundo, respira casi jadeando, los ojos pequeños y
la piel enrojecida de tanto gritar entra con las manos en las caderas.
Lo mira con desprecio. Nicolás se siente disminuido ante esa tremenda
presencia. Su padre es alto, robusto y además está de pie. El, a sus
quince años, todavía flacuchento y desgarbado, está sentado sobre
la cama. Siente la desigualdad. Los ojos de su padre hacen el mismo
recorrido que los suyos habían hecho sobre los diplomas y los trofeos.
Pero su mirada es implacable cuando se posa sobre el discman que yace
sobre la cama al lado de los cuadernos. De un manotazo, lo agarra
y sin decir más lo estrella contra la pared. El aparato se separó
en partes y quedó hecho añicos en el suelo. No hay palabras, no es
necesario. Se establece la autoridad. De un portazo abandona la habitación.
Nicolás tiembla. Como puede se levanta y recoge lo que queda del artefacto.
Estaba destrozado, él y su discman, él como el discman. Por un momento
agradece que el aparato, al menos esta vez, haya tomado su lugar.
Nuevamente se estremece cuando siente el picaporte de la puerta. -Ha
vuelto- se dice. Al darse vuelta, su madre está parada en el dintel.
Se ha lavado la cara pero el sufrimiento y la tristeza le brotan por
los poros. La mirada de ella recorre la habitación siguiendo el mismo
patrón que su marido y su hijo. Nicolás percibe algo parecido al orgullo
cuando observa los diplomas y los trofeos. Los ojos de su madre brillan
un instante al posarlos nuevamente en él, sólo se entristecen cuando
ve el discman roto en sus manos. En ese momento, Nicolás quiere llorar,
acurrucarse en el seno materno para ser cobijado, protegido. Está
a punto de hacerlo, pero ella da un paso hacia atrás y desaparece
luego de anunciar con voz muy baja que si quiere puede bajar
a comer.
No
quiero comer. No tengo hambre. Como tener hambre en estas circunstancias.
Ahora siento a mi viejo prender la televisión para ver las noticias.
Por lo menos se rompe el silencio tenso que planea en la casa. Tampoco
tengo mi discman, con lo que me costó comprarlo. Ahora voy a tener
que juntar de nuevo plata con la mesada para comprarme otro. Mi hermana
entra a mi pieza y me hace una señal de silencio, abre mi ventana
y se agarra de la tubería y pone un pie en la rama del árbol. Lo hemos
hecho desde siempre. Seguramente se va al concierto. Lo que es a mí
no me quedan ganas de seguir estudiando, voy a ir donde el Toño. Es
medio lejos pero camino no más. A lo mejor me convida un pito para
pasar estas malas ondas. Siempre me anda ofreciendo y yo nunca había
querido, pero alguna vez tendrá que ser la primera. Y en una de esas,
a lo mejor ni vuelvo a esta weá de casa.
BUENAS INFLUENCIAS
Por:
Valeria Gallardo (Periodista)
He
caminado tanto por la sociedad santiaguina de sus calles y rincones
más excepcionales; que me he dado cuenta que soy una persona, socialmente,
conocida e influyente. Influyente de sonrisas diarias, humanas, perfumadas
de saludos. Adorables de energía en la mínima amabilidad de los hombres.
Hoy,
por ejemplo, me encontré con el Ministro de Obras y Aseo Público en
el metro de santiago; quien me señaló que sus gestiones personales
con su amada Amanda Flores, habían sido un éxito rotundo, pues será
padre en agosto próximo.
He
aquí, el futuro, me dijo, _ un nuevo integrante para la sociedad.
Necesitamos de gente más trabajadora para nuestro gobierno, menos
corrupta. Que sea criada y capacitada con tiempo y cariño. Así será
pues mi Rodrigo, futuro pintor en la plaza de armas. Aunque claro,
si él prefiere seguir otro camino yo le entenderé, agregó el ministro
entusiasmado con su idea, que hasta el minuto, va en progreso de la
sociedad chilena. Al retirarme pensé- Esto ha de merecer un premio,
un homenaje que me encargaré de solicitar en mi circulo social de
amigos del artamor.
Durante
la tarde; y cumpliendo con mis gestiones diarias de Relaciones Públicas
en la Fundación Plaza de Armas, me senté al lado del Ministro de la
Música, quien al verme interesada, arrimada junto a él, me dedicó
unos Lieders de Schubert.
Estando
ya agotado, comenzamos la sesión y el diálogo que acostumbramos cuando
hemos de reunirnos por obligaciones laborales de la vida. _Es increíble_
me dijo_ lo que hemos logrado en la fundación. Las palomas han tenido
que realizar un vuelo especial la otra tarde, puesto que llegaron
unas esculturas maravillosas a visitarnos, Ojalá y se hubieran quedado
por siempre pues los niños, que fueron el público más asiduo, se entristecieron
cuando las retiraron por ordenanza municipal. Deberemos de poner mano
dura en próxima reunión de consejo., agregó._
Y
cómo ha estado el trabajo que usted desempeña, me dijo
-
Un poco menos interesante que el suyo joven señor ministro trovador.
Pero he tratado de hacer lo posible por darle la magia necesaria,
en materia de gestión, para estimular mi alma, contesté_ retirándome
para descansar contenta de saber que aún podemos soñar con la futura
gobernabilidad del alma.