Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 4
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 46
Diciembre de 2002 .

HIPOCONDRÍA CULTURAL

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

I

Estar enfermo de ansiedad por el conocimiento, de avidez y locura por todo aquello que tenga que ver con los libros, la música, la pintura, la arquitectura y las humanidades en general, es un asunto que empezó a tomar cuerpo en el Renacimiento temprano, cuando la sabiduría no era algo tan extraño como lo es hoy en día.

El afán por la lectura compartida, en voz alta, por la conversación y la soledad constructiva, eran temas muy comunes en la vida cotidiana de los hombres y mujeres de los siglos XV y XVI. Hoy, me temo, hemos perdido todo ello y nos hemos inclinado completamente hacia la pantalla del televisor, el "monitor" de la computadora ( o del ordenador), y nuestra soledad es cada día menos provocativa y productiva. Nuestra soledad es más bien la compañía de aquel que no sabe qué hacer con su trozo de libertad, como diría Sartre.

II

Los niños crecen hoy, supuestamente,  más sabios, pero menos niños. Crecen más agresivos y egocéntricos, pero menos contemplativos. Crecen más informados pero angustiados y abrumados por algo que en el pasado no nos asustaba tanto: la ignorancia. Los niños de hoy creen saberlo todo. Y si no es así, se suicidan. 

La niñez ha dejado de ser un asunto de juegos en los que eran importantísimos los momentos que pasábamos con nuestros amigos, para convertirse en una lucha sin cuartel con el ordenador o con los monstruos que la cultura "hipocondríaca" de nuestra época le propina diariamente a nuestros hijos y nietos.

Cada día hay que preocuparse por la dosis de monstruos y virulencia que les recetan a nuestros niños, todos los escenarios en que les toca desenvolverse. Los dragones de la Edad Media siempre mantenían abiertos sus ojos para ver bien, para vigilar, para estar atentos a cada segundo de la cotidianidad de los seres humanos. Los dragones de hoy únicamente comen gente. Esos dinosaurios horribles, cosificados hasta la necedad en películas deprimentes como las de Steven Spielberg, solo son el triste reflejo zoológico de lo que ha llegado a ser la sociedad norteamericana, donde los francotiradores son más reales que saurios perdidos en las selvas del Caribe centroamericano.

III

 La sabiduría malversada de los medios electrónicos de comunicación en estos días, únicamente ha logrado darles a nuestros niños la sensación inútil de sentirse participantes en una historia que no es la suya. Esta, solo se teje con el silencio anodino de la contemplación. Contemplar, para los guerreros Templarios de la Edad Media otra vez, era lo mismo que participar. ¿En qué? En todo lo que portara la necesidad de ser cambiado. No importaba que hacer la guerra estuviera al servicio de una causa religiosa, como sucedió en el siglo XX, y sigue sucediendo en el XXI. Pareciera que a este respecto hemos cambiado realmente muy poco.

IV.

Por eso es urgente recuperar la verdadera esencia de la sabiduría de los niños en sus juegos. Rescatar al "homo ludens", como diría el eminente historiador holandés Johan Huizinga,  es una tarea prioritaria en el diseño de cualquier idea que tengamos sobre la felicidad de nuestros niños. Ella, la felicidad, se ha vuelto una especie de talento difícil de hallar, no tanto porque los hombres y mujeres del siglo XXI sean fundamentalmente tristes, sino porque la tristeza ni siquiera lo es por completo. Nuestro siglo ha sido grandioso con la tecnología y la ciencia, pero lamentablemente triste en lo que compete a las emociones y los sentimientos más esenciales y primarios de los seres humanos. Renovarlos, devolverles su potencia, pareciera que, al fin de cuentas, es una empresa que les pertenece a los individuos, en su más rotunda soledad. Es esa una dimensión que la falsa sociabilidad del presente todavía no nos puede arrebatar.

1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.

Si usted desea comunicarse con Rodrigo Quesada Monge puede hacerlo a: histuna@sol.racsa.co.cr
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